Nº 2172 - 5 al 11 de Mayo de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa historia del tango está llena de polémicas. En muchos casos son hijas del capricho o de la inventiva excéntrica de algún entendido o, cuanto menos, de la aceptación de meras leyendas.
Discépolo, en 1950, un año antes de morir, despertó una de ellas seguramente sin quererlo. Escuchó cantar a Julio Sosa Dicen que dicen y sentenció: “Pibe, te oí con mucha atención. Si lo hubieras hecho mejor, estaría mal”.
A decir verdad, este tango concentró, desde su origen, varias rarezas. Su letra pertenece a Juan Alberto Ballestero Medina, periodista antes que poeta y con una destacada e intensa actividad como autor teatral y director de orquesta. Sus tangos fueron escasos —los historiadores consideran precisamente a Dicen que dicen su mejor obra— y muy pocos saben que nació en San Eugenio del Cuareim, Artigas, Uruguay. La letra correspondiente la escribió en 1929 para una compañía teatral que actuaba en el Teatro Fémina de Buenos Aires, sobre música de Enrique Delfino.
Y hay que hacer referencia a Delfino, porque encierra en sí mismo otra polémica. Nacido en Argentina y apasionado desde niño por la música, sus padres lo enviaron, ya adolescente, a perfeccionar sus estudios de piano, armonía y contrapunto a Francia. De regreso —y con una inesperada pasión por la bohemia y la noche— se fugó a Montevideo, donde vivió tres años en los que inició, a partir de 1920, su personalísima revolución tanguera: muchos historiadores sostienen que creó el molde musical del tango canción; es que a diferencia de Pascual Contursi, considerado “el padre” de esta modalidad a partir de Mi noche triste, de 1917, no acopló versos repentistas a tangos ya compuestos de otros autores, sino que redujo a dos partes los temas instrumentales y acordó con cada poeta, en trabajo conjunto, los versos de las obras. Por eso aún se sostiene la teoría de que el primer tango canción fue Milonguita, de Delfino y Linnig.
Regresando a Dicen que dicen y la sentencia de Discépolo, hay que recordar que Gardel lo grabó en dos oportunidades, la primera en 1930, y lo convirtió en uno de sus grandes éxitos. Sin embargo —y aunque no es la primera vez que lo hace— el investigador y escritor Manuel Adet reabrió ahora la polémica: “Se podrá discutir si Julio Sosa lo hizo mejor que Gardel, pero está claro que lo divulgó más. Para la mayoría de los tangueros Dicen que dicen existe gracias a las dos versiones de Sosa: la primera con Francini y Pontier y la segunda —ya operado para bien de sus cuerdas vocales— con Leopoldo Federico. Sobre todo en esta, las pausas y los matices dramáticos se notan mejor marcados, y es un aporte necesario a la historia que se cuenta, por el uruguayo”.
Una precisión necesaria: el universo del tango está persuadido, y con razón, de que Gardel fue su mejor e inigualable intérprete. Pero esto no quiere decir que, en ciertos temas, halla, tal vez aisladas, sí, versiones superiores. El propio Gardel llegó a admitir que había tangos y valses que no cantaría porque su amigo Corsini “lo hacía mejor”. Es decir, Adet está hablando de un tema específico que no modifica el concepto general pero, aunque sea parcialmente, reivindica el valor de Sosa.
Vení, acércate, no tengas miedo, / que tengo el puño, ya ves, anclao… / Yo solo quiero contarte un cuento / de unos amores que he balconeao. / Dicen que dicen que era una mina / todo ternura, como eras vos, / que fue el orgullo de un mozo taura / de fondo bueno, como era yo…
Y vuelvo a Adet: “Es un tango que cuenta la historia de un hombre abandonado por una mujer. También habla de infidelidad y deseo de venganza. Nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, es diferente en el tratamiento dramático, en la puesta en escena, en el punto de vista. También en ciertas imágenes y el modo en que se organiza el relato”.
En fin, más alimento para la polémica, aunque en este caso no ingrese a lo más llamativo: la comparación entre las versiones de Gardel y Sosa.
En cuanto a curiosidades, cierro con una: el uruguayo Ballestero, autor de la letra, murió en Buenos Aires en octubre de 1931, a los 39 años de edad. Ni se enteró de las citadas repercusiones de su ya famoso tango. Diez años antes había encontrado una batuta tirada en el hall del Teatro Apolo; nunca se separó de ella y falleció elevándola en gesto enérgico, en plena actuación, en ese mismo escenario, de un síncope cardíaco.