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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTípico: cuando no había nada, todo bien. Pero, ahora, saltó la liebre: ¡China! ¡Quién lo iba a pensar! Parece aquello del Castillo de la Suerte.
La primera reacción fue de asombro positivo. Hace tanto que nadie nos saca a bailar… Pero, al poco tiempo, muchos empezaron a pensar: y a mí, ¿cómo me pegará? El problema con los TLC es que no son elíxires. Tampoco panaceas. Por supuesto que mucho dependerá de cómo se negocie.
De arranque, la pregunta es si podemos vivir sin abrirnos al comercio. Debería ser una pregunta retórica para el Uruguay: 30 años de Mercosur y ajenos a toda la red mundial de TLC, somos un país caro, que no consigue exportar casi otra cosa que commodities, de bajo crecimiento y grandes dificultades para vivir con lo que producimos. Como dice el tango: “Tenemos que abrirnos, no hay otro remedio”.
La pega, dirían los gallegos, es que todo bien en el plano teórico, pero no le irá bien a todos en el práctico.
Los TLC, razonablemente bien negociados, benefician a las economías en su conjunto. Sacando a Olesker y unos pocos más en el mundo (pongamos: dos en Venezuela, uno en Cuba y tres en Corea del Norte), todo el resto es conteste en ver cómo la apertura comercial repercute favorablemente en la prosperidad general. Aun enfocando los impactos negativos que un TLC tendría sobre actividades concretas, es frecuente percibir que hasta eso suele ser favorable en el mediano plazo, liberando al país de seguir empujando lo que no funciona.
Las actividades que no resisten a la realidad suelen hacer que los países se resistan a ella, con consecuencias desfavorables para todos.
En definitiva, hay que arremangarse para un trabajo chino. Empezar por un estudio de factibilidad que identifique “ganadores” y “perdedores”. Esta es la parte relativamente más fácil, pero cuyo resultado inmediatamente embrollará todo el resto del trabajo, porque desatará el griterío de los potencialmente perjudicados (los “ganadores” no suelen gritar con igual estridencia, y el resto de la sociedad, ni fu ni fa).
Paso 2: cuantificar los corrales y, trascartón, evaluar el costo de asistir a los perdedores, no a atrincherarse, sino a reconvertirse.
Pero atrás de esto hay dos gigantescos universos: del lado de la producción, todo aquello que hoy se hace en el país, pero no se exporta o casi y, aún más vasto, el universo de aquello que ni siquiera se produce en nuestro país, pero bien pudiera hacerse al haber un mercado.
Hay que tener cuidado con el vuelo de la imaginación, pero pienso que, por ejemplo, en materia de servicios y aun de tecnología (más en nichos) el potencial del Uruguay cuando China le abra las puertas es ilimitado (si supera la barrera de su propio pesimismo).
Queda todavía el impacto que un TLC con China puede tener sobre el consumo. Las imágenes espontáneas probablemente serán negativas: inundación de autos, juguetes y gadgets ordinarios. Puede ser. Algo de eso ya vivimos (¿se acuerdan cuando “made in Japan”, “in Taiwan” e “in Corea” era sinónimo de que enseguida te quedabas con las partes en la mano?). Pero a la larga puede (no está asegurado, ni será automático) mejorar la calidad de vida de nuestro país.
Y lo último (cronológicamente, no ontológicamente): sin apertura (y no solo comercial), sin la confrontación con nuevos procesos, idealmente distintos y competencia (en general) no vamos a cambiar. Por más que nos lo digan los gobiernos, (y hasta los del Frente lo hicieron) por eso solo no sacrificaremos una prebenda, un cargo público, una regulación, tratamiento especial y lo demás.
Como decía Mujica, siempre tan ocurrente para sacarse el lazo de la pata: “La barra no me la lleva”. Es así.
Ahora, si la mano no viene de jugar en cancha China, te quiero ver.
La última y siguiendo en el estilo Mujica: “No seas gil. Si tú no te avivás, otro lo hará”.
¿Es que no se les ha ocurrido pensar por qué China está interesado en un TLC con la República Oriental?
Ignacio De Posadas