N° 1946 - 30 de Noviembre al 06 de Diciembre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPara aquellos vinculados a la agricultura de secano, el final del año suele ser de mucha actividad. Es una carrera contra reloj para asegurar el resultado de la cosecha de invierno (trigo, cebada y colza) y a la vez ponerles el foco a las siembras de verano (soja, maíz y sorgo). El partido del invierno ya se da por terminado y el de verano recién empieza. Miremos el balance de lo que nos deja el 2017 hasta la fecha.
Los agricultores uruguayos son gente resiliente. Aunque los precios no den en la planificación financiera igual plantan. Es un fenómeno que la academia debería estudiar mejor porque no hay nada racional en perder dinero. Pero no queda otra, no se puede parar la empresa y uno siempre es optimista y cree que el futuro será mejor que el presente. Así, por mayo de este año mucha gente se largó a plantar colza, trigo y cebada sabiendo que las expectativas no eran las mejores. Solo nos podía salvar un accidente con el clima en el hemisferio norte de modo que los precios subieran de la mano de alguna desgracia salvadora.
La producción mundial de trigo está en sus niveles más altos de los que se tienen registros. Las existencias globales (que permiten llegar a la nueva cosecha) también están casi a niveles récord. En ese contexto es poco probable que los precios suban. Esto afecta tanto al trigo como a la cebada local, por cuanto sus precios se refieren al trigo que cotiza en la bolsa de Chicago. Y llegamos a estas fechas con los precios más bajos del trigo de los últimos dos años y medio. Sin palabras. El clima no nos fue favorable ya que tuvimos un invierno muy caluroso y con muchas lluvias que complicaron el desarrollo de los cultivos y obligaron a mayores costos en fungicidas para tratar de salvar la productividad. En colza la historia es más o menos similar pero sin el condimento de los precios que se mantuvieron milagrosamente firmes, a pesar de un cuadro de oferta y demanda también abundante. Lo que se escucha en términos de calidad de la cosecha de invierno es malo en especial en cebada, donde los rechazos están a la orden del día y complican la ecuación para el productor y también para las malterías (que deben importar cebada a mayor costo para lograr su abastecimiento industrial).
Así que llegamos al final de la cosecha de invierno con resultados bastante magros en general. Son pocos los agricultores que cerrarán el balance del invierno ganando dinero, la mayoría tendrá que ver cómo enfrenta la pérdida. Y no nos queda otra que mirar para adelante y ver qué nos depara el verano y, una vez más, la soja salvadora.
Del lado del clima, arrancamos de atrás, porque estamos cortos de agua y con una perspectiva de un año Niña, que quiere decir lluvias por debajo del promedio. Felizmente existe la posibilidad de que la Niña les cause algunos problemas a los vecinos y no a nosotros, haciendo reducir la producción de soja y que con ello aumenten los precios. Pero si los astros no nos son favorables y terminamos estando del lado donde la producción es escasa y eso no afecta a nuestros vecinos (y por ende los precios no suben lo suficiente), nos veremos en un problema de proporciones. El problema radica en que la capacidad financiera del sector agrícola se compromete cada vez más, y eso se agrava con cada cosecha que se pierde o que no logra el oxígeno necesario para darles a las empresas la capacidad de sostenerse hasta el próximo cultivo.
Nuestro socio principal en el negocio que es el Estado uruguayo sigue sin participar en la discusión. Empezando por lo obvio, no solo las medidas que podrían ayudar a bajar los costos en forma inmediata no se tomaron ni se van a tomar (que era la esperada baja en el precio de los combustibles), sino que hemos escuchado una sola palabra de las autoridades nacionales sobre cómo ponerle el hombro a la crisis del sector agrícola de la que nada se habla. El área sembrada de trigo se contrae por cinco años seguidos y eso no le llama la atención a nadie. No es que los agricultores siembren soja porque sea lo mejor para sus suelos, es porque es lo único que permite una razonable relación entre rentabilidad y riesgo productivo. Y es una apuesta arriesgada y como ocurre desde hace años los agricultores corren solos esa carrera. Esperemos que el clima nos dé una mano y sea posible concretar un buen rendimiento en soja. En eso le va la vida a la agricultura.
(*) El autor es ingeniero agrónomo (Dr.), asesor privado y profesor de Agronegocios en la Universidad ORT