N° 2000 - 20 al 26 de Diciembre de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl cierre del 2018 encuentra a la economía uruguaya en una situación bastante complicada: estancamiento del nivel de actividad; caída en el empleo; cinco años consecutivos de reducción en la inversión del sector privado —que se ubica en mínimos desde 2005—; alto déficit fiscal —a pesar de la seguidilla de miniajustes impositivos y de tarifas públicas realizados desde 2015—; una dinámica de la deuda pública claramente insostenible; enormes problemas de competitividad y rentabilidad para los sectores productivos; niveles de precios, salarios y costos en dólares muy altos que han transformado a Uruguay en una “isla cara” en la región y en el mundo, y expectativas sumamente deprimidas tanto de consumidores como de empresarios.
Dado que la actual administración ha estado básicamente en “piloto automático” desde el inicio de su gestión, y que 2019 es año electoral —lo que reduce todavía más las chances de que se vayan a encarar soluciones medianamente de fondo a los problemas señalados anteriormente (especialmente teniendo en cuenta que la “caja” que armó el gobierno, en condiciones razonables le permitiría llegar al final de su mandato sin grandes urgencias financieras)—, habrá que esperar al cambio de gobierno en el 2020 para ver si se puede aspirar a modificar el deprimente estado actual de la economía uruguaya.
Para empeorar todavía más las cosas, el contexto externo a escala regional e internacional que razonablemente se puede esperar como mínimo por el bienio 2019-2020 se presenta bastante desfavorable.
Argentina está en el CTI al menos hasta octubre del año que viene, y en palabras del analista Germán Fermo, después de esa fecha el dilema será si continúa la agonía macrista o vuelve el infierno kirchnerista. En el sector privado, prácticamente nadie en Argentina pronostica que habrá una recuperación en forma de “V”, y lo mejor que puede esperarse es que una eventual reelección de Mauricio Macri lleve a este a hacer el ajuste que evitó en su primer mandato, lo que implicaría al menos un 2020 bastante complicado. El nivel de “riesgo país”, que no logra bajar de los 700 puntos básicos, es un indicio más que claro de las dudas que existen en el mercado sobre Argentina a partir de 2020, cuando disminuirá notoriamente el actual apoyo financiero del Fondo Monetario Internacional. En todo caso, un retorno al atraso cambiario y al boom de consumo en Argentina, del que tantas veces hemos vivido para generar efímeros episodios de bonanza en Uruguay, aparece fuera de la cuestión por mucho tiempo.
Por el lado de Brasil, las perspectivas lucen algo mejores, aunque el nivel de incertidumbre respecto a lo que pueda llegar a concretar el equipo económico encabezado por Paulo Guedes en términos de reformas promercado es muy alto. A corto plazo, la inexorable reducción del déficit fiscal tendrá un impacto negativo sobre el crecimiento, y, como en el caso de Argentina, las condiciones financieras internacionales llevan a pensar en que también aparece difícil que Brasil pueda volver fuertemente su moneda.
El resto del mundo muestra un contexto menos favorable que en años anteriores, tanto en lo económico como financiero.
El “ruido” generado por la guerra comercial entre Estados Unidos (EE.UU.) y China ha llevado a una desaceleración mucho mayor del gigante asiático, principal consumidor de materias primas, con el consiguiente impacto negativo en los precios. La normalización de la política monetaria en EE.UU. ha llevado a una menor liquidez en dólares a escala global y a tasas más altas, al tiempo que la confirmación por parte del Banco Central Europeo de que va a dejar de comprar bonos a partir de enero también llevará a una menor liquidez global. El hecho de que la economía estadounidense sea la de mayor crecimiento en la actualidad no le sirve de mucho a Uruguay, dado que está muy caro como para poder exportar a ese mercado.
En definitiva, es difícil pensar que el escenario externo permita generar condiciones para que el crecimiento retorne a la economía uruguaya. No podremos “colgarnos” del “atraso cambiario” y del boom de consumo de los vecinos, por lo que los precios de los commodities seguirán deprimidos, a la vez que el financiamiento externo será más escaso y caro.
Esa falta de viento de cola desde la región y el mundo hace sentir el peso del lastre acumulado desde 2005 a la fecha en términos de incontenible aumento del gasto público y consiguientemente de la presión tributaria explícita e implícita vía tarifas públicas; equivocada política de inserción internacional basada en las afinidades ideológicas en lugar de las conveniencias comerciales y económicas; falta de inversión en infraestructura física; drástico retroceso en la formación de capital humano ante el trágico deterioro en la educación pública; paradigma de la “lucha de clases” como base para las relaciones laborales, y precios relativos totalmente distorsionados, etc. Dado todo eso, será virtualmente imposible que la economía uruguaya pueda salir de la actual agonía y volver a avanzar.
Lo ocurrido desde 2015 a la fecha, y particularmente en los últimos dos trimestres, es sintomático de lo que nos espera. Aunque por un tema técnico (la ponderación del sector comunicaciones en la estructura del Producto Bruto Interno-PBI del año base que se toma en la elaboración de las Cuentas Nacionales) las cifras oficiales muestran que todos los años el PBI ha estado creciendo aunque con estancamiento en los trimestres recientes, la historia es bastante diferente si se excluye este efecto, lo que es mucho más consistente con el hecho de que se perdieron más de 55.000 puestos de trabajo desde fines del 2014, y de que la inversión privada no ha dejado de caer en los últimos cinco años. Además, el reciente estancamiento económico se dio con una marcada acumulación de deuda pública, consecuencia de un déficit fiscal anual que promedió entre 3,5% y 4% del PBI.
Dada esta difícil realidad, será interesante ver qué tienen para decir las diferentes ofertas electorales que se perfilan para las elecciones del 2019. Hasta ahora, lo poco que se ha conocido tanto del partido de gobierno como de los de la oposición no da para ser muy optimistas, y este es un motivo adicional para esperar una continuación de la caída de la inversión y del empleo privados en los próximos trimestres, más allá del impacto positivo que pueda llegar a producir la concreción de la segunda planta de UPM. La lenta agonía actual continuará durante todo el año que viene y hasta que se instale el nuevo gobierno y actúe, ya que una cosa es el discurso electoral y otra cosa es enfrentar la realidad cuando se debe gobernar. Racionalmente —y salvo que se consigan condiciones tributarias y laborales del estilo de las que se acordaron para UPM 2—, cualquier inversor debería esperar a ver como “se desata” la madeja en la que está enredada la economía uruguaya antes de decidir arriesgar su capital.
Aunque nadie lo va a decir por miedo a perder votos, el ajuste que se viene para el 2020 será muy fuerte, salvo que haya un giro de 180 grados en la situación regional y mundial, algo que hoy por hoy luce casi que como un “cisne negro”. Los agentes económicos deben dejar de soñar con que la actual problemática se puede arreglar de manera gradual e indolora, simplemente con una mejora de la gestión (más allá de que obviamente sería mejor que Ancap, en lugar de haber perdido más de US$ 800 millones, los hubiera ganado, y que no existieran ni las pérdidas del Fondes, de Pluna y de tantos otros agujeros negros). Y aunque la situación de Uruguay en el 2020 será sustancialmente diferente a la que tenía Argentina a fines de 2015, no menos cierto es que el contexto internacional será mucho peor que el vigente en aquel momento, ya que nuestra deuda pública es mucho mayor y la capacidad de seguir aumentándola al ritmo actual habrá desaparecido.