Una penillanura levemente arbolada

Una penillanura levemente arbolada

La columna de Andrés Danza

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Nº 2228 - 8 al 14 de Junio de 2023

Lo de Uruguay no es una grieta. Hay sí una línea divisoria que se ha ensanchado en los últimos años. Antes casi todos la cruzaban sin ningún tipo de inconvenientes ni temores. Era como el límite terrestre con Brasil en ciudades como Rivera o Chuy. Pero ahora la raya se hizo un poco más marcada y es custodiada con cierta hostilidad. De un lado se encuentran casi todos los oficialistas, y del otro están los opositores. No es fácil mezclarse y tampoco está muy bien visto. En especial para algunos de los que lideran ambos bandos. Pero no es grieta. Grieta es la argentina. Lo de este lado del Río de la Plata es apenas una rajadura, todavía transitable.

Semanas atrás, a la salida de uno de los encuentros del ciclo Desayunos Búsqueda, protagonizado por los expresidentes José Mujica y Julio Sanguinetti, ocurrió un episodio que resume a la perfección las diferencias a los dos lados del río. Uno de los participantes, politólogo de profesión y con amplio conocimiento de la realidad uruguaya, cuestionó en un diálogo informal a uno de los exmandatarios por haber sostenido durante la charla que la situación uruguaya actual no es de grieta y mencionó como argumento en contrario que oficialismo y oposición ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo durante los más de dos años que duró la pandemia.

Es cierto, respondió el expresidente. Pero aclaró que eso dista mucho de lo de Argentina, y puso como ejemplo el evento de esa mañana, en el que dos líderes históricos de distintos partidos habían subido juntos a un escenario para dialogar sobre lo que los separa pero también sobre lo que los une. Durante esa entrevista conjunta, Sanguinetti había puesto la “ley forestal” de 1987 como ejemplo de una política de Estado con resultados muy positivos y que trascendió a todas las colectividades políticas a cargo del poder en los últimos 30 años, a diferencia de lo que ocurre en otros países de la región.

La anécdota viene a cuento porque no hay nada que defina mejor a Uruguay que esa “ley forestal” y su posterior saga, culminada esta semana, el martes 6, con la inauguración oficial de la segunda planta de UPM, en la que participaron referentes tanto del oficialismo como de la oposición. Estaban todos los que tenían que estar legitimando lo de verdad importante. Por más disputas y reproches que pueda haber en la superficie, en el fondo todos cuidan los intereses más significativos. Los gobiernos pasan pero las grandes inversiones quedan, avaladas por las administraciones de turno. Y eso no ocurre en Argentina.

Vale la pena hacer un recorrido sobre este asunto mediante el cual nos transformamos en una penillanura levemente arbolada, que casi todos defienden con convicción. Lo vale porque nos define, con defectos y virtudes y también con la sangre muchas veces desparramada innecesariamente, pero siempre lejos del río.

La “ley forestal” (Nº 15.939) fue aprobada por unanimidad en el Parlamento a fines de 1987. Estuvo precedida de un arduo trabajo en el que participaron varios partidos políticos, los distintos sectores involucrados en el tema y la academia. Eran épocas con un aire trascendente. Después de más de una década de dictadura, Uruguay buscaba nuevos caminos hacia el postergado desarrollo y en los árboles vio uno de ellos.

No fue un error. Muy por el contrario, en apenas unos pocos años los campos plantados se multiplicaron. También, los suelos declarados de prioridad forestal, así como las exoneraciones impositivas para incentivar el nuevo negocio. Los inversores reaccionaron positivamente y vieron que allí no había grandes trancas, como sí existían en otros rubros. Todas las normas que se fueron aprobando después de esa ley madre de 1987 fueron en el mismo sentido. Tanto fue así que el siglo XXI empezó con una nueva realidad renovadora: el interés de grandes plantas de celulosa internacionales por instalarse en Uruguay.

Fue Jorge Batlle el primer presidente que tuvo que negociar con esos inversores extranjeros con planes millonarios para las orillas del río Uruguay. Lo hizo con visión de estadista, asumiendo que ahí estaba una parte importante del futuro económico del país. Les favoreció el camino, los tentó para quedarse.

Al final de su mandato tuvo que soportar una fuerte resistencia del entonces recién asumido presidente argentino, Néstor Kirchner, que se oponía a que las plantas se instalaran al costado de un río limítrofe. “Lo arreglo con Tabaré”, le dijo a Batlle en uno de los encontronazos entre ambos. Faltaba muy poco para las elecciones nacionales de 2004 y todas las encuestas daban a Tabaré Vázquez como el gran favorito. Su partido político, el Frente Amplio, había planteado públicamente algunos reparos a los futuros emprendimientos industriales a instalarse en las cercanías de Fray Bentos.

En efecto, Vázquez ganó, y en la primera vuelta. Pero una vez a cargo del poder, las críticas se desvanecieron como humo en la niebla y tanto él como todo su gobierno se transformaron en los más férreos defensores de las plantas de celulosa. A tal punto que los autodenominados ambientalistas de la ciudad argentina vecina de Gualeguaychú mantuvieron por años el puente fronterizo cortado en protesta y Vázquez llegó a consultar al gobierno norteamericano de George W. Bush ante la posibilidad de que fuera necesaria la ayuda militar de ese país en un eventual conflicto bélico. Desde cuestionar la instalación de las pasteras hasta defenderlas con las armas y con una alianza con la principal potencia imperialista para la mayoría de la izquierda. Todo cambia al estar del otro lado del mostrador. Y no está mal que así sea.

Después llegó el turno de José Mujica como presidente e instauró un camino más conciliador. No hubo trancas para esos inversores extranjeros que estaban cambiando el paisaje de algunas partes de Uruguay con grandes extensiones de bosques artificiales. Lo que sí hubo fue negociaciones con el gobierno argentino, que permitieron liberar el puente internacional cortado, y conversaciones con la empresa UPM durante un viaje oficial a Finlandia, en preparación de una nueva planta de celulosa —la tercera— en el medio del territorio uruguayo.

El que heredó ese nuevo proyecto de UPM fue Vázquez en su segundo gobierno. Lo recibió con una alfombra roja incluida, lo que provocó algunas críticas en sectores de la oposición, liderada por los que ahora están a cargo del gobierno. Pero, otra vez, las diferencias desaparecieron cuando fueron ellos los que se hicieron cargo del poder.

Y el martes 6 estaban muchos protagonistas de esta historia y el actual presidente Luis Lacalle Pou, que se encargó de otorgarle su verdadera magnitud al mencionar en su discurso a todos los presidentes involucrados y destacar lo logrado. Luego de 35 años de aprobada la “ley forestal”, de decenas de miles de hectáreas plantadas y de tres plantas de celulosa construidas, el rubro forestal se transformó en el segundo en las exportaciones del país —y va camino a consolidarse en el primero—, genera un valor agregado equivalente al 3,6% del PBI y cuenta con 1.700 pequeñas y medianas empresas trabajando en su entorno, ocupando más de 25.000 empleos directos e indirectos, de acuerdo a un informe elaborado por la consultora CPA/Ferrere.

Los troncos ya son parte de los cimientos y es imposible moverlos de ahí. Con ellos no pueden ni el viento electoral, ni las urnas, ni las distintas ideologías políticas de los que mandan. Y sirven también para rellenar cualquier eventual grieta profunda que se pueda generar. Buena madera.