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    Una redención para Falucho

    Nº 2149 - 18 al 24 de Noviembre de 2021

    Salvación, liberación, rescate, recuperación, son algunos sinónimos del vocablo redención. Eso parece pretender la senadora del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros Lucía Topolansky para Ismael Bassini Campiglia, alias Falucho, el asesino del peón rural Pascasio Báez. Una redención que por extensión comprende a la dirección tupamara del momento: Mauricio Rosencof, Henry Engler, Adolfo Wasem Alaniz, Donato Marrero y Mario Píriz Budes, quienes tomaron la decisión política de matarlo1.

    Cuando está más cerca de la lápida que de la pila bautismal, la senadora también busca su redención porque como la mayoría de los guerrilleros avaló ese y otros asesinatos. Pocos los han cuestionado o se han arrepentido. Una es María, hermana melliza de Lucía. En 2012 declaró en Últimas Noticias: “Hubo dos tipos de muertos para el MLN: en enfrentamientos y ejecutados”. Al referirse a Báez fue terminante: “Fue un asesinato. No lo comparto y no lo compartí en ese momento cuando me enteré”.

    El 21 de diciembre de 1971 con la ejecución y una sepultura clandestina pretendían evitar que revelara que en la estancia Spartacus, próxima a Pan de Azúcar, había un arsenal y un campo de entrenamiento. Aunque era votante del Partido Nacional, a los 46 años Báez tenía un conocimiento tangencial de la actividad partidaria. Menos aún sobre el desarrollo guerrillero cuando en octubre de ese año se topó en el campo con una enorme tatucera en un pozo revestido de hormigón.

    En Radio Universal el periodista César Bianchi interrogó a la senadora sobre la reciente novela de Pablo Vierci, La redención de Pascasio Báez. Despectiva respondió que no lo leyó ni piensa hacerlo. Le preguntó si, como considera Vierci, la autocrítica guerrillera sobre los años 60 y comienzos de los 70 ha sido insuficiente.

    Como parte de su discurso redentor respondió que la autocrítica es “una obsesión de ciertos sectores de la sociedad (…) pero no es algo parejo para toda la sociedad”. Entonces pasó al razonamiento forzado y absurdo de poner en un mismo nivel secuestros y asesinatos que democráticos resultados electorales: “Cuando el Frente Amplio perdió el gobierno se le reclamó una autocrítica. Cuando el Partido Colorado después de 93 años de gobernar este país perdió el gobierno, nadie la reclamó una autocrítica. Siempre es parcial”.

    El mesianismo vive. Medio siglo después del asesinato de Báez, repatingada en el senado, Topolansky no se atreve a reclamar abiertamente la redención, aunque argumenta en esa dirección en forma elíptica pero obvia. Resulta increíble que ni la senectud de sus 77 años le haga admitir su culpa, un sentimiento que para el jurista italiano Francesco Carrara, es la “voluntaria omisión de diligencia en calcular las consecuencias posibles y previsibles del propio hecho”. La suya, culpa con mayúscula.

    En Montevideo Portal, Vierci fundamentó por qué se debe redimir a Báez: “Es un símbolo humanista. Es la condición humana más pura en el sentido de héroe, épico, violentada por una idea mesiánica”, y añadió que “más allá de participaciones electorales el mesianismo no ha desaparecido”. Aún en tono de novela lo ocurrido mantiene gran interés. La primera edición de la novela (Ed. Sudamericana) se agotó en 10 días.

    La muerte de Báez tiene muchas coincidencias con la del profesor universitario y militante comunista Fernando Miranda. El 30 de noviembre de 1975 fue secuestrado en un operativo militar del Órgano Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA) y trasladado a un centro clandestino de detención en el Batallón de Infantería Nº 13. Fue torturado y falleció. El 2 de diciembre de 2005 sus restos aparecieron sepultados en ese batallón. Mesianismo en una tatucera de la dictadura.

    Para ejecutar a Báez y a otros, los guerrilleros aplicaron “Justicia Revolucionaria”. La dictadura aplicó la del asesinato y las desapariciones. ¿Existen diferencias morales? Acciones, resultados y clandestinidad son iguales.

    Durante varios años el asesinato de Báez ha estado cubierto por un manto de defensa desarrollado por su partido: ha sostenido que fue juzgado por ilegales tribunales militares. Como si el asesinato fuera una entelequia o Bassini inocente. La cuestión era no hacer olas.

    Es verdad que lo juzgó la Justicia Militar. El 28 de octubre de 1972 fue procesado por homicidio por el juez militar de 3er turno, coronel Federico Silva Ledesma, quien entre 1974 y 1985 presidió el Supremo Tribunal Militar.

    Pero en 1985, por disposición de la Ley de Pacificación Nacional Nº 15.737 (amnistía para presos políticos), su expediente pasó al Poder Judicial. Intervino el Tribunal de Apelaciones de 2o turno integrado por los ministros Milton Cairoli, Walter Moliga y Carlos Mata.

    La sentencia del tribunal, hasta ahora conscientemente omitida, dice que el expediente militar fue instruido “sin ningún tipo de preparación práctica ni conocimientos jurídicos”. Por esa razón los ministros volvieron a interrogar a Bassini. El 15 de octubre de 1985 declaró con asistencia de su abogado. Confesó ser el autor del homicidio para lo cual le aplicó a Báez una inyección de cuatro gramos de pentotal. “Para el caso debe ser considerado veneno”, dice el fallo1.

    Falucho sabía cómo hacerlo y la consecuencia. Era un avanzado estudiante de medicina. La sentencia, redactada por Cairoli, establece que debía responder por el delito de homicidio intencional y ser sancionado con una pena de 16 años de penitenciaría.

    Pero la condena fue solo jurídicamente formal. El 24 de agosto de 1986 se le notificó al asesino que la “ley de amnistía” había extinguido su delito y se clausuraba el expediente. Como si nunca hubiera ocurrido.

    La única redención válida es la de Báez.

    (1) Sentencia Nº 58 del Tribunal de Apelaciones de 2º turno, del 19 de noviembre de 1985, ficha 32/1985.