Una tormenta perfecta

Una tormenta perfecta

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2118 - 15 al 21 de Abril de 2021

Ellos quieren desestabilizar la humanidad, generar pánico, tenernos controlados como ovejas a través del miedo o de un nanochip, ellos persiguen un fin que puede ser el de conquistar los mercados o diezmar la población del planeta o hacer caer un sistema político. Un fin que cambia según la teoría, pero que invariablemente es espurio.

La historia de las supuestas conspiraciones es larga y algunas hasta resultan divertidas: que el hombre nunca llegó a la Luna y Stanley Kubrick (nada menos) lo filmó todo en un estudio, que la Tierra es plana y la NASA nos lo oculta, que Stairway to heaven de Led Zeppelin pasado al revés contiene un mensaje satánico, que en Roswell, Estados Unidos, se estrelló un OVNI con un extraterrestre y el gobierno lo tiene secuestrado en el Área 51, que estamos gobernados por reptilianos, o sea, humanoides con apariencia de reptil procedentes del espacio exterior e infiltrados entre nosotros.

“El plan normalmente es dominar el mundo, provocar el caos y exterminar a la buena gente”, dice el sociólogo Alejandro Romero, profesor de la Universidad de Granada y autor de varios ensayos sobre conspiraciones. No parece un dato menor que el hecho de identificar a los enemigos provoque una sensación de control sobre el entorno. Sí, señor, es toda una tranquilidad saber de qué lado están los malos. Porque establecer (aproximadamente) quiénes son los culpables de nuestras penas, especialmente en medio de un panorama desalentador, es algo que tranquiliza y reconforta. Los convencidos, además, se sienten especiales porque están en posesión de una verdad que los demás ignoran o se niegan a ver.

Karl Popper dice que el elemento fundamental de la teoría conspirativa es su calidad de irrefutable: para el creyente no existe prueba que invalide su fe. O sea, la teoría es indestructible mientras exista esa fe, y frente a ella la demostración científica se vuelve irrelevante. “Todas las pruebas la confirman. Incluso la ausencia total de pruebas: si no las hay, eso solo demuestra cuán hábilmente han borrado sus huellas los conspiradores”, explica Romero.

Algunas dan risa, decíamos, pero otras pueden ser peligrosas: efectos negativos sobre la salud o la seguridad públicas, hasta en los derechos de algunos grupos de personas.

La difusión de la leyenda de los judíos que sacrificaban niños cristianos para beber su sangre atraviesa la historia de España y se basó en las declaraciones de víctimas de la tortura de la Inquisición como única prueba. Curiosamente, cuando los judíos son expulsados del territorio español, las mismas conductas abyectas se atribuyeron al nuevo enemigo, los moros, que terminaron también siendo expulsados. Mientras tanto, los relatos de judíos asesinos de niños y bebedores de sangre seguirían reproduciéndose en toda Europa, incluso bien entrado el siglo XX, y no es necesario que recordemos cómo terminó esa historia de odio.

El menú actual de complots en torno al coronavirus es bien diverso: el SARS-CoV-2 habría sido creado en un laboratorio por la industria farmacéutica, diseminado por los gobiernos de China o de Estados Unidos, propagado a través del 5G, inventado para reconfigurar la población mundial o hasta nuestro ADN. Las condiciones están dadas: la situación es incierta y provoca temor, la información es incompleta y la ciencia no siempre ha podido dar respuestas rápidas y definitivas sobre el virus. “En tal escenario de miedo, zozobra, impotencia y desconfianza, aumenta la receptividad a teorías de la conspiración”, analiza el profesor Romero. Los mitos en torno a la pandemia son entonces un caldo de cultivo para generar la tormenta perfecta: es el momento ideal para encender las antorchas y salir a buscar culpables. Porque estas teorías tienen un mensaje común: la única protección frente al mal es conocer las verdades secretas que ellos no quieren que sepas.

A esta altura cabría preguntarse quiénes son ellos, los culpables. En un tiempo fueron los masones o los judíos o los Iluminati; hoy podría ser Bill Gates o George Soros o el Club de Bilderberg, porque cada relato tiene su correspondiente chivo expiatorio. Más allá de las diferentes conjeturas estaría claro que son el poder oculto, dirigen el mundo actual, manejan los hilos desde las sombras. Ellos crearon a los Beatles y a los Rolling Stones, el festival de Woodstock o la MTV, siempre con oscuros propósitos. Se los relaciona con el 11S, con el tráfico de drogas y, cómo no, con la propagación del cáncer, del sida y del coronavirus.

Por supuesto que no vivimos en el mejor de los mundos posibles y las conspiraciones sí existen, pero no está de más recordar que se encuentran sometidas a las contingencias de cualquier acto o acción humanos y que por lo tanto serían imperfectas, limitadas, efímeras. Y revelarlas es el resultado de la razón, del espíritu crítico, del conocimiento, de la investigación.

¿Cómo escapar al innegable encanto de estas teorías y ser crítico a la vez? ¿Cómo diferenciarlas de textos especulativos con bases sólidas? Nunca están de más la cautela y el sentido común, los razonamientos contrastables y el respeto por la ciencia. Pero puede resultar difícil para los vocacionales del desvarío, para los adeptos a los saltos mortales de la lógica, para los que cada día eligen no permitir que la realidad les estropee una buena historia.