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    Vender humo es muy rentable

    N° 1923 - 22 al 28 de Junio de 2017

    Hay muchas personas que son “vende humo”: venden productos con apariencia de calidad, pero en realidad son un chasco; ofrecen propuestas que suenan atractivas, pero sin sustancia; o proponen proyectos grandilocuentes, que siempre quedan en la nada.

    Para que exista un “vendedor de humo”, tienen que existir ­—necesariamente— compradores de humo. Algunos pocos de estos compradores son sorprendidos en su buena fe; un grupo mayor, son simplemente tontos, y la inmensa mayoría son incautos.

    Los incautos quieren creer que “el cuento del tío” es verdadero; que la herencia millonaria de un nigeriano sin descendencia va a caer en sus manos y también les creen —un día sí y otro también— a esos políticos que les venden promesas falsas pero… ¡tan atractivas!

    En 1942, don Domingo Tortorelli se presentaba como candidato a la presidencia de la República ofreciendo, entre otras maravillas, calles solo en bajada, canillas de leche en las esquinas, que todos los adultos pudieran ser empleados públicos y jornadas de seis horas. Hace 75 años este tipo de propuestas disparatadas solo obtenían un puñado de votos, pero ¿cuántos obtendrían hoy?

    El Uruguay de 1942 era un país de una clase media que quería crecer en función de la meritocracia, el trabajo honesto y el esfuerzo fecundo. No creían en milagros, ni le gustaba recibirlos. No había lugar para los Tortorelli. Pero hoy es diferente.

    Los uruguayos compran cada vez más las propuestas envueltas en el humo de los “Tortorelli del siglo XXI”: el tren de los pueblos libres, la regasificadora, el puerto de aguas profundas, la minera Aratirí, el pase social, la renta social si encontramos petróleo, ser “un país de primera” sin serlo, que Pluna nos daba “soberanía”, que vale la pena perder setenta millones de dólares para “prenderle una vela al socialismo”, que las tarifas públicas no son solo para recaudar impuestos y que “Ancap es nuestra”.

    ¿Por qué estas propuestas casi tan absurdas como las de Tortorelli obtienen miles de votos hoy, cuando ayer no recogían más de cuarenta? ¿Por qué los “vende humo” eran el hazmerreír de la sociedad en 1942 y hoy son sus líderes?

    La respuesta es que los incautos y los idiotas se han multiplicado. Es lo que señala el premio Nobel de Literatura y columnista de Búsqueda, Mario Vargas Llosa, en su libro “La civilización del espectáculo”, donde relata un mundo donde el entretenimiento y la diversión priman ante el análisis profundo, donde se banaliza la cultura y donde el periodismo difunde más chismes que información y más escándalo que análisis. 

    Esto lleva a que los consumidores vayan perdiendo la capacidad de exigir productos de calidad en todos los ámbitos: alimentos de calidad, servicios de calidad, educación de calidad o gobernantes de calidad.

    Y cuando los votantes no pueden distinguir un “vende humo” de un estadista, vender humo seguirá siendo un negocio muy rentable.