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    Venerable principiante

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2084 - 13 al 19 de Agosto de 2020

    A Guillermo de Ockham le faltó audiencia en su tiempo. Los pocos que se atrevieron a escuchar a este austero sacerdote no demoraron en apelar a la indiferencia o echar mano de la censura. Un par de generaciones más tarde, sin embargo, ya era un referente de la apertura epistemológica que se estaba fraguando en todas partes, pero principalmente en Inglaterra, donde el empirismo habrá de ser la enseña patria en materia de conocimiento. El gran aporte que Guillermo realizó a la ciencia y a la cultura intelectual modernas fue su eficaz principio de parsimonia ontológica en la explicación y la construcción de teorías, lo que se conoce mejor como “Navaja de Ockham”.  En esencia este principio establece que uno no debe multiplicar entidades más allá de lo necesario (entia non sunt multiplicanda sine need). O, para decirlo con mayor claridad, se ha de optar siempre por una explicación en términos de la menor cantidad posible de causas, factores o variables. O, de nuevo: uno siempre debe tomar un sesgo hacia la simplicidad al construir una teoría, empezar por la hipótesis más sencilla y no construir explicaciones innecesarias y demasiado elaboradas.

    Como fraile franciscano, Ockham enseñó teología y lógica y física aristotélicas desde aproximadamente 1317 hasta 1324, probablemente en Oxford y en Londres. Logró desarrollar en este corto período un sistema teológico y filosófico original y en cierto sentido impresionante. Tanta luz no era tolerable entonces: una citación a la corte papal en Aviñón para someterlo al escrutinio teológico de sus enseñanzas interrumpió dramáticamente su carrera. Ockham sostenía en sus clases que los universales eran conceptos mentales (es decir, sustitutos mentales de cosas reales, que existen, incluso solo en la mente), simplemente nombres, es decir, palabras, en lugar de realidades existentes.

    Una vez sentado frente al provisorio trono de Aviñón, el filósofo fue envuelto en una agria disputa con el papa Juan XXII y el ministro general de la orden franciscana, Miguel de Cesena, sobre la polémica asunción de la pobreza que en ese momento tenía la Iglesia. Ockham expresó conceptos de los que es difícil regresar acerca de la frivolidad, distracción o falta de conciencia cristiana de las autoridades; lógicamente fue excomulgado. Esto ocurrió en 1328, razón por la que debió huir a Múnich, donde se puso bajo la protección del emperador Ludwig de Baviera. Desde ese rincón continuó la lucha antipapal, dedicando el resto de su vida a escribir tratados que intentaban demostrar la distancia enorme que había entre ciertas prácticas de las jerarquías eclesiásticas y los votos de pobreza a los que todos los buenos servidores de la Iglesia estaban obligados.

    Debido a que nunca recibió oficialmente el título de doctor en teología, Ockham ha sido conocido tradicionalmente como el “venerable principiante” que legó un instrumento hábil para la disciplina del pensamiento. La Navaja propone evitar soluciones excesivamente complejas a un problema y empezar siempre a trabajar por las hipótesis que implican una mayor sencillez en su formulación y en la inclusión de variables. Se lo ha reconocido como un modelo mental hábil para sacar conclusiones iniciales antes de que se pueda obtener el alcance completo de la información. Las ciencias y las matemáticas contemporáneas se han servido de este hallazgo; por ejemplo, el principio de energía mínima. Como se sabe, esta fase de la segunda ley de la termodinámica establece que, siempre que sea posible, se minimiza el uso de energía. Los físicos usan la Navaja de Ockham conscientes de que pueden confiar en todo para usar la energía mínima necesaria para funcionar. Así, una piedra en la cima de una colina rodará hacia abajo para estar en el punto de mínima energía potencial. El mismo principio está presente en biología: si una persona repite la misma acción de manera regular en respuesta a la misma señal y recompensa, se convertirá en un hábito a medida que se forma la vía neural correspondiente. A partir de entonces su cerebro usará menos energía para completar la misma acción.

    El concepto de parsimonia, que así también se llamó a la Navaja, fue especialmente utilizado por Jeremy Bentham en el orden del derecho penal. Sostuvo, contra la opinión corriente entonces, que los castigos no deberían causar más dolor del que previenen.