Ventajas de cocinar en casa

Ventajas de cocinar en casa

escribe Fernando Santullo

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Nº 2142 - 30 de Setiembre al 6 de Octubre de 2021

Es difícil saberlo, seguro algún filósofo ya lo estudió o anda en eso, pero sería interesante conocer cuánto de nuestra tendencia a comprar packs ideológicos completos es resultado del tipo de formación (educación) que tenemos. Esa que con el paso del tiempo nos convierte en una suerte de relativos expertos en los cinco centímetros cuadrados que manejamos y unos completos legos en todo lo que quede más allá de esos cinco centímetros.

Quizá esa educación que recibimos sirva para explicar por qué somos reticentes a construir una visión propia de las cosas y nos resulta más sencillo, menos problemático, comprar una visión completa y ajena de las cosas. Completa en el sentido de que nos ofrece tanto un diagnóstico acabado como una solución a los problemas que encuentra el diagnóstico. Ajena en el sentido de que ese combo, ese pack de diagnóstico + solución, suele haber sido pensado por alguien más (o por muchos otros más), en otro tiempo y para otra realidad. Sin embargo, siendo como somos expertos en un par de pequeñas cosas, damos por bueno lo que nos digan sobre esa oscura (eso nos suele parecer) y amplia realidad que nos rodea.

Esta tendencia a comprar el combo sin cuestionar ninguna de sus partes, su pertinencia o su valor específico en nuestro contexto, resulta bastante evidente cuando vemos a alguien sostener un discurso de tipo partidario. Pongamos que me identifico con la izquierda. Según nos dicen los portavoces de los partidos de esa tendencia, para poder ser de la “verdadera” izquierda no vale construir una versión personal de esa definición, se debe comprar el pack que ya viene preparado desde quienes de verdad saben qué es ser de izquierda. Por ejemplo, cómo los partidos de la región que se supone son de izquierdas decidieron hace un tiempo que la meritocracia es de derechas porque perpetúa la desigualdad, uno no debe cuestionarse sobre si ese es el eje real del asunto y debe aceptar la idea así, como viene. En vez de preguntarse si no es verdad que la meritocracia es una solución más justa que el linaje, que fue el método de acceso al poder hasta que apareció la idea de la meritocracia. Y que si tenemos algún problema con la meritocracia tal cual existe, quizá el camino sea hacerla más justa y no descalificarla porque así me lo exige el pack.

Al mismo tiempo, el pack de la izquierda nos demandará que estemos a favor de cualquier cosa que tenga la palabra Estado, ya que, por ejemplo, dudar de la eficacia del Estado es algo muy de derecha. No importa si lo que se dice es que conviene que el Estado gestione mejor el dinero de todos haciendo, por ejemplo, que sus funcionarios ingresen de acuerdo a su mérito y no de acuerdo con los vínculos que le vienen de la cuna. No, lo que importa es que dentro del pack de izquierda, no se puede cuestionar el rol del Estado salvo que sea para ampliar su papel. Y que la meritocracia es mala per se, porque así lo dijo un profesor peronista en la tele y me lo confirmó un grupo de amigos en WhatsApp.

Supongamos ahora que soy un señor que se identifica con la derecha. Se me reclamará exactamente el pack contrario: debo afirmar que siempre y en todo ámbito, el mercado es quien debe marcar la pauta y que el Estado debe estar allí solo como garante del funcionamiento de ese mercado. O que si señalo el impacto positivo de los logros de la lucha sindical en nuestra vida, por ejemplo, se debe a que soy un aliado de Maduro. Que si menciono que en las democracias también se violan los derechos humanos, es porque soy un acólito de Pol Pot. Que si señalo que el mercado no siempre soluciona las inequidades y los déficits de representación, transparencia y acceso a la toma de decisiones para muchos, es porque estoy a favor de las dictaduras de izquierda. Ojito con no comprar el combo completo y hacerte las preguntas que vos pensás son relevantes. Cuando comprás el pack estás de hecho obligado a no hacerte preguntas, no sea cosa que al invento se le noten las costuras y el conjunto empiece a hacer agua por todos lados. No sea cosa que te dé por pedir un poco más de imaginación y seriedad a los partidos, que son las usinas promotoras del uso social de dichos packs. Unos partidos que bastante ocupados andan haciendo el paripé parlamentario de estar a favor y en contra de esto y lo otro, muchas veces sin tener ni los votos ni la voluntad de cambiar nada.

En realidad, en el fondo de estos packs ideológicos late la idea de que todas las respuestas que se necesitan para la convivencia están en una sola corriente de ideas. O de un autor, el que sea que esté de moda en los núcleos académicos o en los grupos de presión donde se cocinan las ideas que después bajan al llano. Unas ideas que se asumen como un conjunto que no puede ser ni separado ni discutido. Aún tengo presente la cantidad de comentarios escépticos y hasta violentos que recibió el filosofo uruguayo Pablo Romero cuando hace un par de años, retomando al Vaz Ferreira de 1922, propuso usar como punto de partida el socialismo para construir liberalismo. Romero se animó a sacar la cabeza del balde, a salir del pack, y propuso recuperar aspectos complementarios de ambas corrientes de pensamiento. Dos escuelas que tienen muchos más puntos en común entre sí que con cualquier populismo presente. Eso resultó intolerable para el consumidor de comida ideológica recalentada, esa que no necesita ser tasada ni puede ser separada del paquete.

Estos combos de ideas son de verdad el equivalente a la comida chatarra: tenés unos pocos, siempre traen como máximo dos opciones de acompañamiento y, si hay suerte, un par de salsas. De hecho, son incluso un poco peores: las hamburguesas se pueden pedir sin pepinillos y siempre se puede elegir no ponerle ninguna salsa. Con los packs ideológicos completos no existe tal opción. Decir que no querés salsa barbacoa equivale a traicionar al pack y eso los vendedores de packs no lo permiten ni lo perdonan. Reconocerle, por ejemplo, capacidad descriptiva y diagnóstica al rival ideológico, es visto como una debilidad y no como la búsqueda de zonas comunes sobre las que se puede construir. Lo que late detrás de la idea de los packs es la de la política entendida como una lucha sin cuartel, en donde uno de los bandos tiene todas las respuestas buenas y aceptables a mano mientras el otro se dedica a hacer el mal.

Lo más cómico (o patético, si uno anda con el ánimo bajo) es que en los hechos, nuestras prácticas colectivas son casi siempre un ejemplo evidente de cómo las ideas asumidas por las distintas escuelas de pensamiento se combinan sin complejos. De hecho, asumimos los logros resultantes de estas ideas sin preguntarnos demasiado de qué pack ideológico se derivan: los incorporamos y seguimos adelante con nuestra vida. Más o menos lo mismo que hacemos cuando cocinamos en casa y elegimos nosotros mismos los ingredientes en lugar de comprar las tristes opciones que nos ofrecen las cadenas de comida chatarra. Cocinemos en casa entonces, evitemos los combos de ideología chatarra.