Nº 2089 - 17 al 23 de Setiembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“El progreso no se alcanza con predicadores y guardianes de la moralidad, sino —parafraseando a Yevgeni Zamiatin (autor ruso, disidente)— por locos, ermitaños, herejes, soñadores, rebeldes y escépticos”. La frase corresponde al actor y activista Stephen Fry durante un debate organizado por la Fundación Peter Munk sobre el efecto que está haciendo en nuestra sociedad lo “políticamente correcto”. El disertante también expresó que si se quieren recuperar algunos derechos, se debería pelear o disuadir con los instrumentos democráticos al alcance y “no tratando de controlar la educación y el uso del idioma”.
No hay dudas de que los verdaderos creadores a los que se refiere Zamiatin, debido a las formas en que se construye la narrativa social hoy en día, ya casi no tienen lugar. La creatividad y el progreso —por qué no la duda— están siendo dejados de lado por un discurso previsible, plano, lleno de certezas que no se pueden comprobar empíricamente. Lo que se dice y no se puede decir está vigilado. Las razones iniciales son quizás auténticas, pero luego se convierten en la nueva arma de la izquierda para limitar el pensamiento libre, para reforzar su mirada hegemónica.
Fry dice que en realidad esa imposición de lo políticamente correcto es el “desastroso” fracaso de la izquierda, y explica que los fenómenos de Trump, el Brexit (podemos agregar a Bolsonaro y el referéndum del proceso de paz en Colombia) no son tanto un éxito de la derecha, sino el hastío a la manipulación de la izquierda, de esa izquierda que se coloca en la actitud de “guardianes de la moralidad”, una mirada de certezas absolutas que no son comprobables.
Según el activista Fry, esta situación está dando fuerza a los nuevos sargentos de la derecha. Entre ellos estaría su compañero de debate Jordan Peterson, que tiene miles y miles de seguidores en el mundo, llena teatros y sus libros arrasan, simplemente porque intenta abrir los ojos de su público a la evidencia científica y desmiente muchas de las premisas en las que se basa lo “políticamente correcto”. Pero más que sargentos de la derecha, son figuras que simplemente se desembarazan de esas ataduras y expresan su manera de ver las cosas con libertad.
Lo interesante de estas nuevas figuras en diversas ramas de la actividad, sea a través de un podcast o en las redes, sean periodistas y comediantes —incluso militares—, es que tienen un apoyo fenomenal del público en general, un público que no se la cree y busca referentes que abran las puertas del pensamiento propio y el intercambio de ideas sin un final predecible. En el caso de Argentina, por ejemplo, vemos otro tipo de figuras que rompen con el orden establecido como Javier Milei, que se define anarquista-capitalista y si fuera ministro de Economía, eliminaría el Banco Central, para él, gran productor de inflación. Claro, su cabellera insólita y sus insultos sistemáticos a la clase política pueden no ser atractivos para nosotros, pero no nos equivoquemos, tiene miles de seguidores y lo invitan a cuanto periodístico hay en la vecina orilla, que son muchos. No solo eso: antes de la pandemia fue invitado a varios países a desarrollar sus ponencias.
“El poder militar no me quiere porque no desean otra cosa que pelear guerras, así mantienen contentos a todas aquellas compañías que hacen las bombas, los aviones y todo lo demás”. ¿Dónde situamos esta frase? ¿En lo políticamente correcto? La frase debería tener un lugar destacado, pero como el autor del tuit ya lleva la categoría de monstruo, no debe ni siquiera considerarse: Donald Trump. Es el único presidente de EE.UU., desde Carter hasta el momento, que no ha iniciado una guerra. Trump tiene muchas contradicciones y la frase se puede discutir, pero entendamos las cosas como individuos y no porque un grupo impone su línea de pensamiento. Y Trump es otro que no debería tener mucho apoyo popular, pero lo tiene.
Entonces, lo “políticamente correcto” parece tener muchos detractores. Quizás vuelva una época del debate de ideas, con elegancia, y del culto a la investigación empírica de lo que se afirma, y sobre todo, la capacidad de escuchar a todos. Ojalá los locos, ermitaños, herejes, soñadores, rebeldes y escépticos puedan recuperar su lugar.