El jardín, o mejor dicho parque, de Margarita Palatnik no es como cualquier otro. A pocos kilómetros de la playa, los alrededores de la casa de la periodista y permacultora uruguaya, ubicada en una chacra de Maldonado, son perfectamente imperfectos. La mayoría del pasto no está cortado, ella no levanta del suelo las hojas que caen de los árboles, ni se le ocurre quemar hojas secas. Tiene una huerta, que es de las pocas áreas en las que implantó un sistema de riego, respetando el riego natural en el resto de las hectáreas, y planta miles de especies de flora nativa. En su parque se encuentran chilcas de flor rosada, senecios vira vira, monninas cuneata, gonfrenas, árboles frutales como el guaviyú, arazá, ubajay, butiá, guayabo del país, mburucuyá, y otros arbustos y flores nativas.
“Mi chacra es un lugar experimental”, dice. En este espacio ella planta distintas especies silvestres para aprender, ya que existe muy poca información sobre ellas. Planta una especie en particular en un suelo húmedo, por ejemplo, y analiza su comportamiento. Si la planta no se adapta, prueba plantarla en un suelo más seco. Investiga y analiza a lo largo de, mínimo, un año.
Esa es una de las características de la permacultura. La lentitud. “En la permacultura se valora el tiempo. Porque en la naturaleza los ciclos son lentos. Van con las estaciones. Para saber qué pasa con una planta y cómo se comporta en cierto lugar, hay que esperar un año. Es la unidad mínima de medida”, explica Margarita. La permacultura es un sistema holístico que trabaja la tierra y la conecta con el ser humano. Busca restaurar el daño causado por el humano en los sistemas naturales. Al mismo tiempo, intenta gestionar los recursos de manera sostenible para el beneficio mutuo de la especie humana y la naturaleza. La permacultura trabaja con la naturaleza, no en contra de ella.
Margarita Palatnik. Foto: Sofía Torres Foto: Sofía Torres Foto: Sofía Torres
Se podría decir que el rewilding es una familiar lejana de la permacultura. Esta práctica busca revertir la extinción de especies y restaurar los ecosistemas dañados. Mientras que la permacultura es un proceso de diseño de hábitats naturales, en conexión con los humanos, el rewilding es una estrategia de restauración biológica y ecológica que busca recuperar la integridad de los ecosistemas exclusivamente naturales sin incluir a los humanos. AMBÁ trabaja en distintos proyectos de rewilding. Busca revertir la situación de casi extinción del pecarí de collar, el venado de campo, el aguará guazú, el yaguatirica, entre otros animales.
Cada lugar, por sus condiciones climáticas, su tipo de suelo, agua, aire, tiene su propia flora y fauna. Es por eso que respetar la naturaleza significa respetar sus tiempos y especies. “Me gusta trabajar con compromisos largos, donde uno va entendiendo de a poco el terreno en el que trabaja”. Hace más de 12 años que trabaja con plantas silvestres en jardines grandes y chacras privadas. “No soy paisajista. Lo que yo hago es un poco sui generis. Trabajo con una práctica que sintetiza varias cosas, como la permacultura, el paisajismo naturalista y la ecología. Los que hacemos esto somos unos freaks”.
Foto: Sofía Torres Foto: Sofía Torres Foto: Adrián Echeverriaga
La importancia de conservar lo nuestro. Si se planta un eryngos, uno de los varios cardos autóctonos, en un jardín, a los pocos días estará rodeado de los abejorros y algún mangangá. Es decir, insectos autóctonos. Las abejas europeas, por lo tanto no autóctonas, son las más conocidas, las que llevan rayas amarillas y negras. Estas no visitarán al eryngos porque no es su tipo de alimento. Ejemplos así hay infinitos. Sucede con pájaros, mamíferos, con todo tipo de insectos y seres vivos que habitan bajo la tierra. La fauna autóctona se alimenta de la flora nativa. Por lo tanto, cultivar lo autóctono es una forma de ayudar a la regeneración, conservación, protección de las especies nativas.
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“Una planta nativa alimenta como mínimo a 100 criaturas”, dice Margarita. “Lo que uno ve es el pájaro, pero hay infinidad de insectos diminutos que no se ven y se están alimentando allí también. Una planta que no es nativa capaz alimenta a cinco o 20. Es muy común visitar un jardín y que allí no haya pájaros o capaz se encuentre una paloma y unos loros, que no son autóctonos. Lo que casi nunca hay es diversidad de pájaros y eso sucede porque no tienen qué comer”. Si ciertas plantas autóctonas se dejan de plantar o no se conservan, ciertas especies de insectos o animales que dependen de ellas también podrían extinguirse. “Hay que hacer algo. Estamos en una situación muy extrema ecológicamente hablando. Tenemos que hacer lo posible para crear hábitats, crear comida para todas las formas de vida. No solo para nosotros y nuestro perro”.
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“Conservar la naturaleza ya no es suficiente”, asegura Inti Carro, director de Conservación de Ambá, organización fundada en 2016 con el objetivo de restaurar el vínculo emocional del ser humano con la naturaleza y regenerar los ecosistemas nativos. “Hoy es imprescindible realizar un trabajo de restauración que logre completar ecosistemas que han sido deteriorados. En esta degradación, los ecosistemas transitan también un proceso de defaunación, de pérdida de especies animales, lo que demanda un mayor compromiso. En este contexto, no podemos simplemente preservar los ecosistemas como los conocemos hoy, sino que debemos interpretar lo que había antes para poder traer esa sanidad ecosistémica, que es la que dio como resultado todos los servicios que nos provee hoy la naturaleza. La preservación ambiental implicaría que donde había un bosque y se taló, se vuelva a plantar, mientras que en el modelo de regeneración ese es tan solo un primer paso. Porque también es fundamental entender qué tipo de fauna hacía que ese bosque estuviera allí, cuáles eran los animales que dispersaban las semillas, cuáles eran los vínculos entre ellos y otros depredadores, para así poder interpretar esa información y regenerar ese ecosistema. Es un proceso profundo que nos llama también a generar una reconciliación del ser humano con la naturaleza”. A este proceso se le llama también rewilding, que consiste en una mirada integradora para la restauración y conservación de la naturaleza, donde todos los actores se integran en armonía, según lo define Ambá.
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Destrozando lo propio. La fauna y flora autóctonas están en peligro. A diferencia de las plantas europeas, que llegaron a Uruguay con los inmigrantes y que se utilizaron siempre con fines ornamentales, las nativas nunca tuvieron este uso. Es por eso que son muy pocos los viveros que las venden. Las plantas nativas se siguen encontrando, casi exclusivamente, en la naturaleza silvestre. Esta, explica Palatnik, se encuentra acorralada por la agricultura y las plantaciones de monocultivos. “Los pedazos de naturaleza silvestre son cada vez más arrinconados, y hay muchas plantas que están en peligro de extinción por esa causa”, agrega. Es por eso que al plantar nativas se está contribuyendo a la diversidad genética saludable y a que haya poblaciones en distintos puntos del país de la misma especie. Algo de suma importancia teniendo en cuenta las condiciones climáticas extremas que se están viviendo.
“Si hay un incendio en determinadas hectáreas y arrasa con las pocas especies de ciertos árboles autóctonos, por dar un ejemplo, se puede salvar la especie si también están plantados en otros puntos del país. Hay una responsabilidad de todos los que seamos jardineros o tengamos jardines de hacer un esfuerzo por contemplar algo más allá de la decoración de exteriores, que es cómo se practica mayoritariamente el paisajismo”, dice Margarita.
“Se nota que el humano coloniza cada vez más el espacio natural. En Uruguay se nota mucho en la costa”, dice Jeanine Beare, quien fundó, con su madre, Elena Drever, y su hija Lucía Cash, Psamófila, fundación que tiene la misión de revalorizar la flora nativa.“La costa es un lugar delicado que está muy amenazado. Mucha gente quita toda la flora nativa existente para construir algo o plantar otras cosas. Hay gente que se compra una casa frente al mar y quiere plantar árboles y arbustos que no toleran las condiciones costales. Lo nativo de la costa sí es resiliente y tolera los vientos fuertes, la arena, la sal”.
Jeanine Beare. Foto: Adrián Echeverriaga El laberinto de flores nativas de Psamófila, ubicado en el Polo Educativo Tecnológico Arrayanes (UTU), se puede visitar. Foto: Adrián Echeverriaga Foto: Adrián Echeverriaga
La información como herramienta de cambio. Jirafa, elefante, tigre y león son los animales que probablemente alguien nombre al preguntarle los primeros animales que se le ocurren. Difícilmente diga carpincho o nutria. Lo mismo sucede con las plantas y flores. La rosa, originaria de Europa; jazmín, de la India, o girasol, de Estados Unidos y México, pueden ser las primeras en ser nombradas ante la misma pregunta, en vez de las autóctonas petunias, mancaburro o varita dorada. “Uno nota que estamos de espaldas a nuestra propia naturaleza”, asegura Jeanine Beare mientras arma pequeñas bolsas de semillas de flora nativa que vende la fundación Psamófila en distintos puntos del país. Comenta también que apenas hay referencias sobre ellas en libros y sus comportamientos o características casi no se conocen.
La lista de documentales y libros sobre naturaleza de otras partes del mundo es infinita. En cambio, específicamente sobre la naturaleza uruguaya la lista es casi inexistente y difícil de acceder. Es en parte por la poca información y escaso acceso a ella, sostiene Inti Carro, que la sociedad uruguaya no conoce sobre su propia naturaleza. “Muchas personas ven un ñandú y lo definen como avestruz, que es como su primo africano. O ven un pecarí y lo identifican como jabalí, que es europeo y acá es una especie invasora. También pasa con el yaguareté, que es nativo, y se le dice tigre. Esto puede venir de una cuestión más profunda, donde el conocimiento de lo nativo es bastante nuevo y todavía tenemos mucha impronta de nuestra cultura de inmigrantes. Tenemos el hábito de saber más sobre lo que hay en Europa que en Uruguay”, agrega.
Foto: Adrián Echeverriaga
Sin embargo, hay cada vez más personas interesadas en aprender sobre la fauna y flora nativas. Ambá tiene la misión, entre varias otras, de educar sobre la naturaleza de Uruguay. La cantidad de inscriptos en sus talleres gratuitos, exclusivamente para escuelas públicas, capacitaciones para vecinos de la zona y recorridos guiados son cada vez más. Lo mismo nota Beare en la Asociación Flora y Fauna Indígena, de la que es presidenta, en donde lleva a cabo un programa de educación ambiental para todas las edades.
Tendencia que crece. “Hay una tendencia hacia educar y sensibilizar en contenidos que tengan que ver con lo nativo en espacios formales, de educación primaria y secundaria; también en otros espacios, como ONG y emprendimientos que entienden como fundamentales a estos propósitos”, dice Carro. En Ambá defienden la idea de que algo que potencia estos procesos es el acercamiento a la naturaleza. Es por eso que allí trabajan para generar instancias de mayor contacto con la naturaleza, como sus recorridos guiados por el río Uruguay, las sierras de Rocha y otros lugares.
Foto: Adrián Echeverriaga Foto: Adrián Echeverriaga
Los jardines con flora nativa son los más difíciles de encontrar. Poca gente es la que se ocupa de incorporar este tipo de flora en su jardín o chacra y son menos todavía los que respetan las plantas que ya están en el terreno, quizá por ser menos lindas que las exóticas, tal como se denomina a todo lo que no es autóctono. Se sacan, por ejemplo, las tunas, espinas de la cruz o las margaritas de la arena del predio para plantar rosas o agapantos. No obstante, de a poco comienzan a aparecer plantas nativas en ciertos viveros, que no llegan a los 30 según la página web del Grupo de Viveristas de especies indígenas en Uruguay. Cada vez son más los paisajistas que incorporan la flora nativa en sus proyectos y el número de gente interesada en el tema se agranda. Ejemplos de estos jardines pueden ser los de la Universidad Católica del Uruguay, que trabajó con Psamófila para la incorporación de plantas autóctonas. También el del local de Magma en La Barra, que contrató a la paisajista Julieta Riverti y su estudio de paisaje Estación Salvaje. También el de Posada Ayana y varios otros jardines privados de José Ignacio y La Barra.
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“Ahora hay cada vez más conciencia de la conservación y restauración de lo nativo”, explica Jeanine. “Hay cada vez más gente que trata de ver qué es lo que tiene valor en su terreno y de aprender a preservarlo”. Esta es una inquietud generacional. “La gente de 20 o 30 está mucho más sensible y empapada en el tema que otras generaciones”, afirma Margarita. “Me llama gente que entiende el espíritu de ser generosos con la naturaleza, de buscar algo más amigable con el entorno. No hay gran mercado de gente que busque un permacultor pero sí gente que tiene respeto, que busca menos la perfección y más lo silvestre. Logran ver la belleza en lo natural”, concluye.