Son las nueve de la mañana de un viernes en Copenhague. La idea de recorrer la ciudad en bicicleta puede resultar más que adecuada teniendo en cuenta que la capital danesa es la cuarta ciudad más bike friendly del mundo, según Global Bicycle Cities Index 2022. Cada habitante pedalea casi dos kilómetros por día y, si se calcula la totalidad de kilómetros pedaleados por todos los daneses en conjunto, alcanzan los ocho millones por día. “Las bicicletas tienen preferencia, no el peatón”, dice una guía turística frente al Københavns Rådhus, el Palacio Legislativo de Copenhague, una de sus atracciones más populares. Y es cierto. Deben haber sido cinco o seis las veces que un grupo de bicicletas casi me pasa por encima en cuatro días que llevo en la ciudad, por pura costumbre mía —o de cualquier uruguayo— de querer cruzar por la mitad de la calle.
Cerca de la perfección. Las hordas de bicicletas van tan rápido que despeinan y son tan coordinadas que hipnotizan. Parecen practicar una coreografía. Son el sonido de la ciudad, junto con el de las gaviotas —que sobrevuelan cualquier punto de Copenhague debido a sus numerosos canales—. Ningún danés se detiene a chequear Google Maps, ni a admirar vistas impresionantes, como el Nyhavn (distrito antiguo sobre un canal) o el Cirkelbroen (Puente Circular), mientras maneja su bicicleta. Todos pedalean mirando hacia adelante, sin dudar ni un movimiento. La explicación es que en esta ciudad el ciclismo no es un paseo, sino el principal medio de transporte. Se nota que hacer uso de este vehículo es inherente al ser danés, así tengan 16 o 60 años. Lo hacen con ojotas o championes, vestidos de seda o jeans, con perros en el canasto, con las compras del supermercado al hombro o con niños en sillas delanteras. Cada movimiento parece como ensayado, con una gracia y liviandad que impresionan.
Al llegar a un semáforo —cada ciclovía tiene el propio— aprovecho para mirar con tranquilidad el paisaje. Estoy en la zona del Kongens Have, el parque más antiguo de la ciudad; que solía ser el jardín del rey Christian IV en el siglo XVII, y todo se ve perfecto. Perfecto en el más puro sentido de la palabra. Así sea miércoles en la tarde o domingo en la mañana, las personas parecen haber salido de la peluquería o de un shooting de revista hace dos minutos. Todo está ordenado, limpio, pulcro. Visitar Copenhague es como visitar un set de película, de esos tan perfectos que incomodan. Como los de Wes Anderson, pero sin la gran paleta de colores. Aquí los colores son pocos y, si hay, son de tonos bajos. “Todo es impecable”, comenta Clara, una francesa de 22 años que visita Copenhague por primera vez. “Desde la calle, los edificios y la gente. Es como estar en Instagram”. “Todo es estéticamente muy limpio y por eso se pierde un poco el sentido de la realidad”, agrega Lila, su compañera de viaje de la misma edad.
La tierra de Hans Christian Andersen, de la actriz, cantante y escritora Anna Karina, de los actores Viggo Mortensen, Mads Mikkelsen y Thomas Vinterberg, de la artista contemporánea MØ, de la fashionista Ella Karberg Simonsen, la que solía ser de los vikingos, atrae cada vez a más turistas y lidera las estadísticas mundiales año tras año. Figura siempre entre las primeras ciudades sustentables y seguras del mundo, aunque también en las de consumo de alcohol y antidepresivos.
Líderes en lo verde. Las bicicletas son solo la punta del iceberg de sustentabilidad que caracteriza a Copenhague. Los locales nadan en los canales urbanos, lo que indica la limpieza del agua en plena ciudad, la mayoría de los restaurantes ofrecen platos orgánicos, algo que explica sus precios altos, y uno de sus planes gubernamentales es alcanzar la producción nula de carbono para el año 2025. La planta Amager Bakke, ubicada a unos pocos kilómetros de la ciudad y que se encarga de convertir 440.000 toneladas de residuos en energía por año, es parte de ese objetivo. Así también lo es la Semana de la Moda de Copenhague, fundada en 2006. Su CEO, Cecilie Thorsmark, impulsó un plan de acción para la sostenibilidad y una lista de requerimientos dedicados a las marcas que quieran participar del evento, con el objetivo de aumentar las prácticas sustentables y los procesos eco friendly en la industria textil. Si bien la basura en la calle y los contenedores desbordados de residuos se encuentran en todas las ciudades, incluida en esta, se nota que el cuidado y disfrute del medio ambiente es primordial en el estilo de vida danés.
La zona del Cirkelbroen, el particular puente peatonal diseñado por el artista Olafur Eliasson, es de las preferidas de los locales para una tarde de verano. De traje de baño y, en varios casos en topless, los copenhagueses toman cerveza y escuchan música sobre los decks de madera que bordean el canal Christianshavn, hasta que el sol se despide a las 10 de la noche. Se ven tablas de stand up paddle, kayaks, y varios valientes que se zambullen en el agua. La misma escena se repite en La Banchina o Nordhavn, otros hotspots de la ciudad.
Aunque haya 2 °C (temperatura promedio de un invierno danés), los canales son claves en el diario transitar de los habitantes de la ciudad. Desde finales del siglo XIX, cuando se fundó Helgoland Badeanstalt, el primer establecimiento de baño invernal en Copenhague, los daneses tienen la costumbre de darse chapuzones en el agua durante el invierno. Asocian esta práctica, conocida como cold diving, con la buena salud y el bienestar. Tanto es así que varios de ellos comienzan su día con un zambullón y cada año, durante enero, celebran el Skagen Winter Swimming Festival, que ofrece distintas actividades en el agua, incluido un nado nudista en grupo.
Una frutilla muy costosa. Un plato en la mayoría de los restaurantes no baja de los 1.500 pesos uruguayos, una cerveza artesanal cuesta como mínimo 400, una botella pequeña de agua ronda los 100 y un departamento con un dormitorio en el centro de la ciudad los 65.000 pesos por mes. En la mayoría de las ciudades europeas se pueden encontrar opciones de consumo baratas, medias y caras. En cambio, Copenhague se arroga la excepción y se saltea las dos primeras. Dinamarca lidera las estadísticas de precios en la Unión Europea y la acompaña Irlanda en el podio. A pesar de ello, esta ciudad nórdica es de las mejores para vivir en Europa, según el Global Liveability Report de ECA International.
La calidad del aire y la baja tasa de criminalidad son algunos de los aspectos que destaca ese reporte. Eso, sumado a la educación gratuita (solamente para europeos), a los salarios altos, con un promedio de 3.000 euros por mes, y a la casi nula barrera del idioma debido al excelente nivel de inglés de los habitantes, son algunas razones por las que Copenhague es conocida por ser de las mejores ciudades para residir como extranjero. “Las oportunidades de trabajo acá son muchísimas “, comenta Fabricio, un argentino de 32 años que se mudó a Copenhague hace cuatro meses. “Los argentinos que viven acá me dicen que los daneses son abiertos al extranjero y que en los laburos podés crecer. No te vas a quedar limpiando en un hostel de por vida. Hay posibilidades de ascender, lo fomentan”, cuenta. “Estoy hace un año en esta ciudad y pasé de limpiar las habitaciones del hostel a trabajar en la recepción”, agrega Pedro, un brasileño de 35 años.”Todavía tengo que esperar por unos papeles, pero una vez que los tenga voy a poder cambiarme de trabajo y ser residente de Dinamarca. Eso es lo que hacemos todos los extranjeros no europeos para luego conseguir un trabajo que se asemeje a lo que estudiamos”.
Vivir para disfrutar. Son las nueve de la noche del 23 de junio. Seguí las recomendaciones de varios locales y me dirigí a una de las hogueras que se prenden alrededor de la ciudad para celebrar el solsticio de verano. Es decir, darle la bienvenida a esa estación del año. La tradición, con origen en la Edad Media, es de las tradiciones más importantes que festejan los daneses. Grupos de amigos en reposeras sobre el canal, tomando cerveza y conversando; familias en lanchas pequeñas flotando en el agua, grupos de amigas que llegan a la celebración —en bicicleta por supuesto— con vinchas de flores; la bandera de Dinamarca, que la utilizan en todas las festividades a lo largo del año, incluidos los cumpleaños, se ve en cada detalle, hasta en el hot dog que cené. A la hora en que el sol comenzó a caer, las más de 200 personas que estaban en el predio dejaron de conversar, el DJ dejó de tocar y todos se acercaron a la fogata gigante. Un señor se acercó con una antorcha y la encendió. En ese instante, niños, adultos y jóvenes empezaron a cantar Midsommervisen, una canción del danés Holger Drachmann. La piel se erizó.
Estaba frente a un claro ejemplo de hygge, el famoso concepto al que se le dedican artículos enteros en las revistas y que hace de Copenhague un caso todavía más especial. No solo se siente en esta ciudad sino en varias del norte europeo, como en ámsterdam y Utrecht en Holanda. Sin una traducción directa a cualquier otro idioma, se puede decir que todo aquello que es cozy, cómodo, cálido, que da satisfacción y que es compartido, entra bajo el paraguas del hygge. Desde la vestimenta, que se inclina hacia los zapatos deportivos y la indumentaria holgada, hasta el diseño de los muebles, siempre cómodos y con mucha madera, Copenhague parece abrazar a cualquiera que la visite.
Recomendaciones:
CUB Coffee Bar.
El Cirkelbroen (puente circular) y sus alrededores.
Royal Library Garden: jardín escondido con grandes zonas verdes para hacer pícnic.
Design Museum.
Raffen: mercado de comida al aire libre sobre el canal.
Royal Bike - Halmtorvets Cykler, alquiler de bicicletas.