Willie Daly los mira atentos, toma los papeles y los guarda en un libro grande, cargado y desgastado, que deja entrever sus 160 años de antigüedad. Este hombre es considerado “el último casamentero” del país, profesión que heredó de su padre y de su abuelo, de quienes dice haber heredado el don que le permitió formar alrededor de 3.000 parejas en los últimos 50 años.
Margaret y James.
El pueblo, ubicado en la zona oeste de la isla, a 258 kilómetros de Dublín, atrae a cientos de turistas durante todo el año, que llegan a visitar el Matchmaking Bar, donde Daly tiene su pequeña oficina y recibe a quienes quieran probar sus dones.
En la era donde las aplicaciones de citas son la fuente principal para encontrar pareja, Daly no cree en la frialdad de la tecnología y apuesta a la tradición. Afirma que guiarse por la intuición y el entender a los seres humanos son habilidades que aportan a su capacidad para saber cuándo una persona es un buen “match” para otra.
“No hay un proceso ni regla, pues cada mujer y cada hombre son diferentes en su mente, su alma, su cuerpo. Solo hago lo que creo que me surge por instinto”, dijo Daly a Galería, sobre los métodos que utiliza en su proceso de armar parejas.
El Matchmaker Bar está abierto todo el año y es un símbolo del pueblo. En un rincón a la entrada del local, Willie tiene su oficina.
El proceso es simple. El o la interesada abona 20 euros, llena un formulario donde deben poner su nombre, fecha y lugar de nacimiento, la dirección, teléfono y mail, así como su estado civil. Y en otro apartado, sus intereses generales, hobbies y preferencias personales. Se entrega el formulario a Daly y se debe tocar “el libro de la suerte” en distintas formas. Si se toca con una mano y se cierran los ojos por siete segundos deseando encontrar el amor, en seis meses aparecerá la persona indicada. Pero si se utilizan las dos manos, la tradición indica que la persona se casará en los siguientes nueve meses. También los matrimonios consolidados pueden apelar a este servicio, si quieren endulzar el matrimonio y “recrear la luna de miel”, explicó el casamentero.
A sus 80 años, Willie Daly tiene esperanzas de que uno de sus nietos continúe la tradición de “casamentero”, que él heredó de su padre y abuelo.
Este es el caso de Darren y Cindy, quienes fueron hasta la casa de Daly, ubicada a unos 10 kilómetros del pueblo, donde además de su oficina, tiene una granja de burros que publicita en cada actividad que realiza. Los visitantes se vieron atraídos por los carteles instalados en la ruta y decidieron entrar para mostrarle los animales al pequeño Gaelan de dos años y apostar a la magia del amor.
“Nuestra luna de miel fue durante la pandemia y por eso decidimos tocar el libro, así podemos disfrutar de una segunda. Ya esta noche nos vamos a celebrar”, dijo Darren a Galería, mientras su esposa se unía al espíritu festivo agitando las manos hacia arriba. “Es brillante lo que hace Daly, debería haber muchas más personas que hagan esto, porque todos queremos ser amados y buscamos el amor. Me parece una muy buena idea”, agregó.
A pesar de que son datos solicitados en el formulario, el casamentero cree que a la hora de unir a dos personas “no importa mucho el hobby, a nadie le importa cuáles son tus intereses”. Desde su perspectiva, hay algo indescriptible que nace del “corazón, el cuerpo y la mente”, para unir a a dos personas.
Darren, Cindy y su pequeño hijo Galena visitaron la casa de Daly y tocaron el libro para tener una segunda luna de miel.
“Lo importante es que haya una conexión fuerte cuando conocés a la otra persona, y sentís que es con quien querés pasar el resto de tu vida. Porque luego en el día a día ves que las otras cosas no importan, pues el amor es muy mágico y poderoso, y puede sobrevivir a cualquier invierno”, indicó.
“Casi siempre la mayoría son hombres buscando pareja en Irlanda”, dijo Daly respecto a quienes demandan más sus servicios. Aunque en los últimos años, comenzó a ver un aumento de mujeres de entre 25 y 45 años que llegan pidiendo un formulario. Pero ha llegado a tener clientes de 90 años en busca de una esposa para pasar sus últimos años de vida.
La casa de Willie, a 10 kilómetros del centro de Lisdoonvarna.
La casa-granja del irlandés atrae las miradas por la cantidad de carteles que la rodean.
“Me agrada muchísimo cuando veo a una persona en sus 50 o 60 años que está buscando el amor durante mucho tiempo y finalmente lo encuentra”, agregó. Incluso él, a sus 80 años, cree que “quizás este año” pueda casarse. Está soltero y espera encontrar el amor nuevamente, luego de separarse tiempo atrás. “La gente que se ha separado me dice: ‘No lo haría de nuevo’. Y yo les digo: ‘Debes hacerlo, pues no es igual la primera y la segunda o tercera vez’. Hay tanta gente adorable y creo que compartir la vida vale la pena. La gente sigue teniendo miedo porque es difícil, pero tienes que ser fuerte”, expresó.
John y Mary no pararon de bailar desde que ingresaron al Matchmaker Bar. En un descanso contaron a Galería que se conocieron años atrás en este festival, al que llegaron para disfrutar de los festejos, ambos con historias pasadas y cercanos a los 60 años. Contaron que disfrutan mucho el tiempo juntos y les encanta bailar. Cuando empieza a sonar una de sus canciones preferidas, se disculpan y vuelven a la pista.
John y Mary.
Irlanda conserva una tradición religiosa muy arraigada y es muy habitual que los núcleos familiares incluyan entre tres y seis hijos, aspecto que quizás para países como Uruguay pueda parecer de otra época. “El mundo ha cambiado, pero la gente sigue creyendo en el amor y sigue la tradición de sus abuelos de tener una casa llena de niños, una familia grande y un lugar que puedan llamar hogar”, dijo Daly. El casamentero considera que la pandemia y el aislamiento total que vivió su país por varios meses en 2020 despertaron en la población la “necesidad de estar en compañía y tener a alguien con quien compartir la vida”.
La música comienza sobre las 10 de la mañana, terminas obre la medianoche y las parejas bailan todo el día.
Fiesta del amor y la amistad. Los 26 grados inusuales para el país dan un toque especial al fin de semana que comienza a despedir el verano europeo: recitales programados todas las noches en diferentes bares, vasos de cerveza y sidra en las veredas de la calle principal, la plaza repleta de gente que observa a las valientes parejas que se animan a bailar adelante del público, largas filas en los dos minimercados disponibles para comprar alimentos y bebidas.
“Principalmente ponemos música country. Es maravilloso ver cómo la gente se congrega aquí y viene a disfrutar. Yo creo que el tema de armar parejas es una diversión, pero mucha gente viene por la fiesta también”, contó DJ Richie, encargado de la música y de arengar a los asistentes y en más de una oportunidad evitar que alguno le robe el micrófono para cantar o decir algún comentario por los altavoces.
La gran cantidad de espectáculos musicales es uno de los principales atractivos para los turistas y locatarios.
“Es la primera vez que vengo. Vine sola y no creo mucho en esto de las parejas. Está bueno si no te lo tomás en serio porque si mirás, son todas mujeres las que van por el formulario. Yo vine por la fiesta y para disfrutar de la música”, dijo Amanda, que viajó unos 150 kilómetros desde su casa para pasar el fin de semana en el pueblo y hacer nuevos amigos. Segundos después se sumó a la ronda de baile para participar en una coreografía grupal al ritmo de un tema de Dolly Parton.
Rachel, de 25 años, piensa lo mismo que Amanda, pero igual fue con su amiga Kate y llenaron el formulario. “Es la única vez en el año que podemos salir todas juntas con mis amigas y mi madre, y por eso elegimos venir”, comentó. Al ver pasar a Daly, se acercaron y le pidieron para tocar el “libro de la suerte”.
Pat y Brida están casados hace 45 años, pero van cada año a disfrutar del festival en Lisdoonvarna.
Para Daly es difícil avanzar en su camino. Como un rockstar, todas las personas que lo ven se acercan a hablar con él, le piden para tocar el libro, se toman una foto. Y en esto no hay edades ni género.
También son varias las parejas de curiosos que llegan desde otras ciudades. “Esto es tan loco que solo lo ves en Irlanda”, asegura Gabriel, que, junto con su esposa, Joan, llegó al pueblo para disfrutar de la música. Él cree que solo es algo para divertirse y se confiesa un tanto escéptico respecto al don de Daly.
Similar es el caso de Pat y Brida, que se conocieron en un baile hace 45 años, y viajan 80 kilómetros para participar en la fiesta cada año, pues les gusta mucho la música, el ambiente y ser parte de las interminables rondas de baile que les recuerdan a sus “años mozos”, cuando comenzaron a transitar juntos el camino de la vida.