Él, por supuesto, tenía las ganas, pero también algunos obstáculos que
sortear para poder hacerlo. Su padre atravesaba un problema de salud, también
tenía que juntar el dinero y dejar su trabajo en el Ministerio de Ganadería,
Agricultura y Pesca. Al tiempo, su papá falleció y Marcelo se sintió más cerca
del extenso sendero estadounidense. Siguió buscando alternativas para convencer
a Isabel y, además de la película, le regaló el libro que inspiró Alma
salvaje y que lleva el mismo título. Si bien Marcelo ya lo había leído,
volvió a leerlo junto con Isabel. Con cada capítulo se volvía más nítida la
imagen que surgía en sus mentes: ellos dos recorriendo el PCT.
El equipaje
El 25 de marzo de 2022, Isabel y
Marcelo se volvieron los protagonistas de la película. Ahora ellos eran las
almas salvajes. Ese día partieron desde un pequeño pueblo en la frontera entre
México y Estados Unidos. Los esperaban 2.650 millas, el equivalente a 4.256
kilómetros en total. Los esperaba el PCT, un sendero que va desde la frontera
entre México y Estados Unidos, hasta la frontera entre este último y Canadá.
Atravesarían, en el camino, los estados de California, Oregón y Washington,
pasarían por zonas de sierras, nieve, bosques y desierto.
Salieron con mucho entusiasmo, pero también con algún que otro temor.
“Dicen que la mochila refleja tus miedos y yo tenía miedo de lo que me podía
faltar”, dijo Isabel. Ella era la que llevaba el equipaje más voluminoso, con
un peso por encima de lo recomendado. Al igual que Cheryl Strayed, tenía
dificultades para llevar semejante carga en sus hombros. Por eso, a esa mochila
gigante Isabel le puso el mismo nombre que adquiere en el camino la de la
protagonista de Alma salvaje: Monster.
Isabel y Marcelo llevaban la ropa que entendían indispensable, una carpa,
un sobre de dormir, una cocinilla a gas, pequeñas garrafas, una cacerola, agua
y comida que reponían en cada parada. Además, un cuchillo, un “kit reparación”
por si la carpa sufría algún averío (parches, hilo, aguja, pegamento), algún medicamento,
crema curativa y vaselina para las paspaduras, y dos bastones de trek cada uno
para usar de apoyo.
A eso debieron sumarle algunos elementos de seguridad. Adquirieron un
Garmin, un aparato tecnológico con conexión satelital y un botón de emergencia
para pedir rescate o algún tipo de ayuda, que además sirve para enviar mensajes
a cualquier número de celular del mundo y aliviar preocupaciones de familiares.
Llevaban también sus celulares para sacar fotos, filmar y poder acceder a Far
Out, una aplicación que indica los puntos de agua y lugares recomendados para
acampar en todo el recorrido del PCT. Para mantener los dispositivos
tecnológicos con vida, incluyeron en sus equipajes cargadores inalámbricos que
alimentaban con un mini panel solar y una cámara GoPro con la que grabaron
varios videos que hoy están disponibles en su canal de YouTube (Caminantes
UY).
Para la zona de las sierras, Isabel y Marcelo compraron un bear
canister, un tarro de plástico de unos 400 gramos que sirve para almacenar
la comida y que los osos y otros animales que circulan por la zona no puedan
comerla. Para la nieve, un ice axe, “hacha que sirve para escalar
montañas y despejar el hielo del camino”, y microspikes, una especie de
cadenas con pinchos que se enganchan en la suela del calzado para evitar
resbalarse.
Eran siete u ocho días de caminata, noches en carpa, comidas hechas en la
cocinilla a gas o barras de cereal y mantequilla de maní, poca o nula higiene y
mucho uso del “kit caca”, como le llama Isabel. Esto último, sin entrar en
detalles, era una pala y papel higiénico para cumplir con la necesidad básica.
Después de esos días, tocaba acercarse a la ruta y levantar el dedo pulgar
hasta que alguien accediera a trasladar dos cuerpos sucios hasta la ciudad o
pueblo más cercano. Y ahí sí: una buena ducha, una rica comida y el merecido
descanso.
En
el camino
No todos los senderistas que se deciden a recorrer el PCT completan los
4.256 kilómetros. Por el camino quedan quienes abandonan por cansancio físico:
no cualquiera aguanta caminar 30 kilómetros por día, o 35, o 12 horas. Y menos
en un sendero tan salvaje, con paisajes, alturas y riesgos diversos. Quedan
también quienes abandonan por alguna dolencia o lesión. Algunos fallecen, por
caídas desde la altura, por la falta de aire en esas zonas, por complicaciones
en la nieve, por ahogamientos en los cruces de ríos. Hay muchas causas por las
que año a año el PCT se lleva más de una vida. Aunque es difícil encontrar estadísticas,
en una búsqueda de noticias sobre el tema aparece, al menos, una decena.
Isabel y
Marcelo tuvieron altos y bajos en su estado físico. Pero, entre esos bajos,
nada grave. Él bajó 12 kilos en un mes y medio y en algún momento sintió su
cuerpo más débil. Hubo días en los que le dijo a su pareja “pongamos la carpa
acá, no puedo más”. Cansancio, la sensación básica. Algunos días tuvieron que
salirse del camino y quedarse en una ciudad. Los dos sufrieron malestares de
hígado por una alimentación que se alejaba de lo saludable y Marcelo tuvo
llagas. Nada asociado a los factores de riesgo de un sendero salvaje. Y entre
todo eso no “perdieron” más de seis días, según declaró él.
Se encontraron en el camino con senderistas de distintos países, culturas
y costumbres. Un taiwanés cuya alimentación básica durante el recorrido
consistió en aceite de oliva con azúcar, una pareja como ellos, muchos
estadounidenses, gente de Alemania, de Bélgica, de otros países de Europa y de
los más diversos orígenes conformaron su tramily: una palabra que surge
de la unión de los términos en inglés trail (camino) y family
(familia).
Animales
y otras amenazas
En un territorio salvaje, los humanos son los invitados. Los anfitriones
son los animales y en todo el PCT conviven distintas especies. El animal más
riesgoso es el oso, y en Norteamérica los hay de dos tipos: el negro (black
bear) y el pardo (grizzly). El segundo es el más peligroso por ser
más grande, territorial y carnívoro. El primero es el que predomina en el
sendero y, si bien puede atacar, es más pequeño y temeroso. Los uruguayos se
cruzaron con tres o cuatro de los negros en el camino y otro mientras
intentaban acampar a la intemperie, sin la protección de la carpa. Esta
modalidad se conoce como cowboy camping y muchos la practican para
disfrutar del cielo estrellado y la brisa natural.
Esa noche, la pareja sí armó la carpa, pero solo con la primera capa, una
especie de red tipo “mosquitero” transparente que permite ver hacia afuera y
deja pasar el aire. Así se acostaron dentro con sus sobres de dormir. Eligieron
un sitio al azar para acampar, y no uno de los recomendados en Far Out. Cuando
ya estaban dormidos, Marcelo escuchó un ruido fuerte. Se incorporó y, en la
oscuridad de la noche, vio cómo una sombra se alejaba. Luego escuchó a la
sombra correr cuesta abajo, como llevándose puestos los pastizales. “Si no lo
escuchaba, capaz que me despertaba con el hocico de un oso en la cara, pero me
incorporé, se asustó y se fue”, contó. Isabel también se despertó, salieron de la
carpa con sus cuchillos y colocaron la capa de arriba, como si eso fuera a
protegerlos de un nuevo ataque.
Para estos senderistas había peligros más importantes que los animales en
la PCT. Isabel le temía mucho a los pasos de montaña, sobre todo a las bajadas
en la nieve, donde podía resbalarse. “Había lugares realmente peligrosos en los
que si caía me moría. Si resbalaba con algo, si no iba concentrada, realmente
me moría”, reconoció. Tampoco sucedió, pero su corazón se agitaba en esas
partes y alguna vez hasta lloró de emoción después de haberlo logrado.
Los cruces de ríos también representaban una amenaza por la fuerza de la
corriente del agua. Había que mirar hacia adelante y mantenerse en cuatro
apoyos. La estrategia era que Marcelo siempre fuera adelante, por ser el más
grande y el que sabía nadar mejor. Atrás, Isabel seguía sus pasos. Con las
precauciones correspondientes, no tuvieron mayores dificultades.
Superestrellas y magia
Es casi
innecesario un documento que certifique que una persona es senderista cuando
está recorriendo la PCT. Los elementos distintivos se llevan puestos: la
mochila, los bastones, el sobre de dormir. Cargan también con olores propios de
la falta de higiene, capas de mugre en la piel que se confunden con un
bronceado. Pelos desordenados en las mujeres, barbas largas en los hombres. “Te
ven por la calle toda mugrienta, hedionda, desprolija, y te reconocen: ‘¡Es un
PCT hiker!’. Sos como una superestrella, es algo tan raro”, dijo Isabel.
En cada pueblo o ciudad donde descansan, los “PCT hikers” (en
español, senderistas del PCT) son casi superestrellas. La localidad de Julian,
en California, es famosa por ofrecer una porción de torta gratis a cada
senderista que pasa por allí. Para ello, en general, se les solicita algún permiso
o acreditación. “Pero a nosotros no nos lo pidieron, con la pinta ya se dieron
cuenta”, recordó Marcelo entre risas, a lo que Isabel agregó: “Porque te ven
mugriento”.
En otro pueblo, una anciana llamada Virginia, que vivía sola, les ofreció
acampar en el fondo de su casa. Isabel y Marcelo ya estaban por irse de allí
para retomar el PCT, pero él propuso quedarse un rato más “porque a veces pasan
cosas buenas”. Y sí pasaron. Virginia se acercó y les ofreció llevarlos al
sendero, pero Marcelo contestó: “Es un poco tarde, estamos evaluando quedarnos
por acá”. Allí fue que la anciana los invitó a su casa, les sirvió té caliente
y galletas. Conversaron hasta altas horas de la noche y durmieron en su carpa
pero en un lugar seguro y sin restricciones.
En Mammoth Lakes, también en California, una noche se cruzaron con un
chofer de ómnibus chileno que los escuchó hablar español. Afuera estaba gélido
y el plan de Isabel y Marcelo era, como de costumbre, dormir en carpa. “Vayan a
ver al padre Jorge”, les recomendó el chileno. Era un sacerdote mexicano que
dirigía una iglesia en el pueblo. “Seguramente puedan quedarse allí”, agregó.
La pareja se acercó hasta el lugar y habló con el sacerdote, pero él les
explicó que no podía alojarlos. Sin embargo, antes de que salieran de la
iglesia, les dijo “por favor, tomen esto”, y les entregó un billete de 100
dólares para que pudieran hospedarse entre cuatro paredes.
En otro momento, cuando ya soñaban con hamburguesas, pizzas y postres,
pararon en un restaurante de un pueblo a tratar de cumplir esos sueños. Se
dieron sus gustos y al momento de pagar el mozo les dijo: “¿Vieron una pareja
de ancianos que estaban sentados allí?”, y señaló una mesa. Ellos asintieron.
“Ya les pagaron la cuenta”. Isabel y Marcelo se miraron y salieron corriendo.
Los encontraron subiendo a su auto para irse y pudieron saludarlos y
agradecerles sin entender del todo por qué, sin siquiera conocerlos, sin haber
cruzado palabra, habían tenido ese gesto.
En distintos puntos en mitad del camino, los senderistas fueron
encontrando lo que se llama trail magic, algo así como “la magia del
camino”. Se trata de alimentos, bebidas y productos de necesidad básica que
personas anónimas dejan para que quienes recorren el PCT pueden tomarlos de
manera gratuita.
Frontera
de fuego
Cada año, el
estado de California sufre incendios forestales de enorme magnitud. Para los
que recorren el PCT, este es uno de los principales motivos de abandono o de
pausas prolongadas, ya que se clausuran partes del camino. Isabel y Marcelo
venían con mucha suerte. Solo habían tenido que saltearse una parte del camino
que estaba siendo restaurada tras el Dixie Fire, un gran incendio
ocurrido en 2021. Pero al finalizar las tareas de restauración pudieron volver
y recorrer ese tramo.
El año 2022 no sería la excepción, y los incendios volvieron a atacar los
bosques californianos. La suerte de Marcelo e Isabel comenzaba a agotarse.
Aparecieron los fuegos y ellos caminaban por delante, hasta que tuvieron que
detenerse. Ya sabían que la amenaza estaba latente. Habían visto aviones por
todos lados y en una noche de camping su carpa se llenó de humo y cenizas.
De pronto
todo el fuego se concentró en la frontera entre Estados Unidos y Canadá,
impidiendo el recorrido del tramo final. Solo quedaban 30 millas de las 2.650
totales, pero la pareja de uruguayos no pudo llegar al monumento que indica el
fin del PCT y sacarse la foto tan popular. A Marcelo no le importaba,
consideraba que esa foto era algo simbólico y estaba orgulloso del camino
recorrido. Isabel también sentía orgullo, pero a ella se le mezclaba con cierta
tristeza por no haber podido llegar a la meta.
A la pareja se le ocurrió una idea para festejar su gran logro. En la
lona que usaban para colocar debajo de la carpa dibujaron el famoso monumento.
La ataron a unos árboles y crearon su propio final del camino para obtener una
foto distinta pero igual de válida. El incendio continuó durante varios días.
“Una vida nueva”
Isabel y Marcelo dieron por
finalizado el PCT el 8 de setiembre de 2022, después de cinco meses y medio de
caminata. Recuerdan la experiencia y las sonrisas achinan sus ojos. Tratan de
ordenarse para contar la historia, porque de una anécdota surge otra y otra y
otra más. Saben que descubrieron un estilo de vida que les atrae. Mucho.
“Una de las cosas más lindas fue la gente que conocimos, fue como una
revelación. Nunca había estado en Estados Unidos y quizás tenía algunos
prejuicios, pero me sorprendí para bien con todas las personas que conocimos,
todo lo que hicieron por nosotros”, resaltó Marcelo.
La pareja siguió recorriendo senderos del mundo tras finalizar el PCT.
Estuvieron en Nepal, luego en Italia. Pero para Isabel nada supera el PCT. En
Nepal, si bien vio paisajes increíbles desde montañas aún más altas que las estadounidenses,
no sintió la misma conexión, dijo. Recuerda “la carpa, la rutina de todos los
días” y su “pedacito de mundo”. Y agrega “los desafíos, la satisfacción de
atravesarlos, esas horas con uno mismo, horas y horas de caminar, la
contemplación de la naturaleza, los atardeceres, los amaneceres”.
Decidirse a recorrer el sendero de la cresta del Pacífico no es decidirse
a hacer un simple viaje. “Es un cambio de vida, porque vos renunciás a tu
trabajo, te vas a otro país y todos los días hacés lo mismo: caminar, comer y
dormir. Así durante seis meses. Es un hábito, una vida nueva”, concluyó él.