Souza, quien lideró el primer Estudio Nacional de Percepción del Riesgo del país, se interesó en particular en la perspectiva social y territorial de la crisis climática, reconociendo que esta no inventa desigualdades pero las potencia. Muy a pesar de la asociación que la mayoría hace entre cambio climático y eventos meteorológicos, que son “un síntoma”, el primero existe por la actividad de los seres humanos, entonces, es un tema profundamente social.
Su equipo, que ya representó a Uruguay en diferentes instancias internacionales, está dedicado a articular esfuerzos entre ministerios y organismos para que los proyectos vinculados al tema pasen del papel a la acción. ¿Con qué recursos? Fondos internacionales no reembolsables —como el Fondo Verde para el Clima— que Uruguay gana gracias a una reputación de cumplimiento que no es nueva: reubicar a poblaciones vulnerables (como en el caso del asentamiento La Chapita en Paysandú) después de alguna catástrofe climática, impulsar movilidad y vivienda sostenible o fomentar energías renovables.
Sobre el trabajo de esta dirección, su idoneidad para el cargo, el medio ambiente y la conciencia de clase habló Souza con Galería, dejando ver su lado más profesional pero también el más incendiario y prometedor. El telón apenas se subió: quedan más de cuatro años de función.
Si hablamos de una lucha contra el cambio climático, ¿cuál es el enemigo?
El cambio climático tiene como protagonista a los países más industrializados, Estados Unidos, Europa, que por ese desarrollo tienen los niveles de bienestar que tienen hoy, en un sentido exclusivamente económico. Pero prefiero no hablar de lucha, y no me atrevo a señalar un enemigo. Mi visión del cambio climático denuncia responsabilidades diferenciadas: tenemos un norte que ha emitido el 90% de los gases de efecto invernadero, mientras países como Uruguay emiten un 0,05%. Sucede que los países que menos emitimos, que suelen ser los menos desarrollados, son los que más sufren los efectos del cambio climático. No es lo mismo una ola de calor en España —medios de transporte público con aire acondicionado, calles que conectan rápidamente la ciudad…— que en Asunción. No es lo mismo en Montevideo que en el interior o incluso en la periferia, la gente se tiene que seguir moviendo en esas condiciones. Ahí sí estamos haciendo frente a un perjuicio del que no tenemos una responsabilidad directa.
Ahora ensayemos un diagnóstico ambiental express de Uruguay, ¿cuál sería el tema más urgente?
La creación del Ministerio de Ambiente lo era, pero quedó por la mitad. Desde la institucionalidad tenemos que estar a la altura, tener los recursos necesarios. Este es un tema relativamente nuevo, al menos al nivel de conciencia con el que ocurre hoy, un tema que no llegó primero al reparto de prioridades en ninguna gestión de gobierno. Hace falta que la gente se empodere y entienda lo que implica el medio ambiente en su vida.
¿Le gustaría ser el canal para concientizar sobre eso?
Absolutamente, aunque no sé si la palabra sea concientizar. Trabajé en las zonas arroceras del país y ahí aprendí que la gente, cuando le empezás a hablar sobre los impactos de toda la cuestión ambiental en su vida, ya conoce de primera mano cómo le afecta. Los trabajadores son los primeros que te dicen que los soles del mediodía de ahora no son los mismos que hace 10 años. Yo lo que quiero lograr es que eso, que se puede ver como una reivindicación laboral, se entienda como el perjuicio ambiental que es. Hay que encontrar el relato que pueda contar el daño ambiental desde lo concreto, en las personas uruguayas en territorio. Es una responsabilidad que siento que tengo con Uruguay, es lo que le quiero dejar a mi país, y por eso volví. Por esto me estoy comiendo los golpes, pero absolutamente convencida de que es un lugar en donde tengo que estar y no me muevo un centímetro.
¿Qué golpes?
Desacreditar el tema, a las personas que se dedican al tema, lo que es más evidente en mi caso puntual. Hay como una cuestión exacerbada de odio, de agresividad, que yo, que uso redes sociales hace mucho tiempo, no había visto antes en Uruguay. Y cualquier persona que haga política, que decida defender sus valores, que busque cambiar las cosas se presta a esta violencia.
¿Si fuera hombre sería diferente?
Yo creo que sí. Cuando me preguntan qué tengo para estar en el cargo, no veo que se haga la misma pregunta con otra gente. Me da un poco de gracia porque esta crítica la recibí desde filas internas también.
Sería diferente, pero seguiría defendiendo la misma causa siendo la hija de quién es…
Yo soy depositaria de toda esa erosión, pero no es en mi contra, es contra el lugar que ocupo en este momento y contra del lugar que ocupa mi madre en la política nacional, del cual estoy muy orgullosa. Yo estoy dispuesta a poner el cuerpo y la cabeza por las cosas que yo creo, pero también estoy dispuesta a ponerlo por los lugares que asume mi familia en defensa de sus ideales y sus valores. Y tengo un recorrido en militancia también que es muy anterior; cualquiera que me haya leído alguna vez en redes o en entrevistas se podía dar cuenta de dónde estoy parada en el mundo.
¿Niega que si no fuera por su madre no tendría las mismas posibilidades de acceder a estos lugares?
Eso sería muy ingenuo. Todos llegamos a donde llegamos no solamente por nuestro capital propio, sino por nuestro capital social, y el lugar donde nacemos siempre condiciona. Después hay que ver cuándo llegás, si te mantenés, si tenés con qué. Tiene una cuota de machismo muy importante también. Me gustaría saber cuánta gente tiene una maestría específica en política climática internacional en una de las mejores 10 universidades del mundo. También tengo una historia laboral, toda la experiencia que una persona de 36 años que trabaja desde los 17 pueda tener. ¿Te parece poco? Entonces, capaz lo que molesta es que haya jóvenes en lugares de decisión política. Y llama la atención que yo con 36 años sea la joven, porque cuando estaba en Reino Unido el primer ministro tenía 30. ¿Qué dejamos para los uruguayos de 26, 27 años?
Desplazados climáticos, poblaciones expuestas a agrotóxicos, que son generadores de importantes cantidades de gases de efecto invernadero. ¿Cuántas situaciones ignoramos que están también vinculadas, ya sea como detonante o consecuencia, al cambio climático?
Todo. Porque es una crisis ambiental que mal llamamos climática, hay una diferencia. Yo conocí situaciones de trabajadores rurales que eran realmente alarmantes, una violación a sus derechos humanos. El caso de Julio de los Santos, un arrocero que arreglando una máquina se rocía sin querer con restos de glifosato y desarrolla una serie de patologías que hasta el día de hoy lo tienen postrado. Le ganó un juicio a la empresa, pero después la empresa apeló y al final pierde el juicio. Gracias a la Institución Nacional de Derechos Humanos logró conseguir una casa en San José, porque había que sacarlo de ese ambiente donde estaba inhalando pesticida todo el tiempo, que lo iba a terminar de matar a él y a su familia. Su esposa tiene nueve tumores. Y esto es bastante común en los casos de los trabajadores arroceros, pero no nos ocupamos porque no lo vinculamos con grandes titulares como el cambio climático, porque hay dinámicas de amenaza y de silencio también, y porque queda lejos de Montevideo. No sorprende; los trabajadores rurales recién consiguieron que se consagraran las ocho horas en 2008. Va a otro ritmo su avance en esta materia porque en general los territorios de disputa de los derechos son las ciudades. Me acuerdo de que un sindicalista arrocero, Marcelo Amaya, decía: “Dios está en todos lados, pero atiende en Montevideo”.
¿Las dinámicas de amenazas se dan por parte de las empresas?
En estas empresas rurales en general son todos conocidos, se piden recomendaciones a la hora de contratar, entonces, si hay un enfrentamiento directo con alguno, te va a costar conseguir trabajo de eso en otro lado y probablemente te tengas que ir de Uruguay. Pero no sabés hacer otra cosa, entonces hasta tu propia comunidad, tu propia familia te presionan a soportarlo. No se denuncia ni desde fuera, porque Montevideo no mira, ni desde dentro si los mismos trabajadores se esconden cuando tienen tos por miedo a evidenciar que hay algo que los está enfermando a todos y perder el trabajo. Las pocas personas que se animan a denunciarlo (en otros países y ante la Corte Interamericana de Derecho Humanos) suelen ser en su mayoría mujeres, pero recién cuando el tema está afectando a sus hijos. Si para poder darles de comer a tus hijos tenés que ir a envenenarte a un campo, ¿de qué desarrollo estamos hablando? El desarrollo nunca puede ser solo económico, es también de bienestar, que es calidad de vida, y ahí entra el vínculo con la naturaleza, el ambiente. El concepto de desarrollo es lo que tenemos que discutir.
¿Por qué mirar este problema desde una perspectiva de derechos humanos no está tan divulgado como pensarlo desde una perspectiva ecologista o tecnocientífica?
Me encantaría saberlo. El mainstream espera que estas discusiones se den desde lugares técnicos, lo que es absolutamente relevante, pero el problema subyacente es político. Estamos llenos de diagnósticos, de números, de investigaciones, lo que falta son personas con enorme sensibilidad social, humana, filosófica y de justicia que puedan articular con los técnicos. Porque cuando nosotros identificamos un problema pero no tenemos la manera, o el financiamiento, de encontrarle solución, en definitiva, estamos generando un pánico al que no podemos responder.
¿Y cómo se construye una narrativa potente en torno a la crisis climática sin caer en un catastrofismo paralizante?
A mí esto de la catástrofe y el fin del mundo me genera una cosa medio rara. La gente dice “no me hables de esto que me da ansiedad”. Y sí, es normal que genere ansiedad, estamos viviendo una crisis mundial que pone en riesgo toda la vida tal y como la conocemos, o sea, la catástrofe está sucediendo, el tema es que no nos inmovilice, porque hay cosas que podemos hacer para salir de esta situación. No todo está perdido.
Está sucediendo y está golpeando, obviamente, también a Uruguay. ¿Por qué todavía en ocasiones se percibe como lejano?
Es la paradoja del oso polar; esa imagen del derretimiento del hielo y el bicho rodeado de agua que, como pasa en el polo, ni idea. La conversación ambiental se quedó ahí, o en que el cambio climático es una preocupación de burgueses sin nada que hacer. Son relatos funcionales a la inacción, cuando el cambio climático en realidad tiene que tener cara de niño pobre, la cara de las personas que más sufren sus consecuencias, y eso es algo que tenemos que incorporar. Cuando empecemos a hablar de las enfermedades, de los desastres, de las tragedias, de las muertes vinculadas a esto, vamos a acercarnos más. Porque parece que para darnos cuenta de que el mar sube tenemos que ver destruidas todas las casas con las personas adentro durmiendo. El cambio climático tiene que ser algo que podamos hablar en la calle, porque tiene repercusiones en la vida de todos, y no algo llevado a un plano hipertécnico donde solo algunos científicos iluminados entienden de qué estamos hablando.
Dijo que no todo está perdido. ¿Qué le da esperanza ante una amenaza tan real del presente y del futuro?
La respuesta está en las comunidades, en lograr recuperar y poner en alto valor las formas de vida en aquellos lugares donde la gente tomó más conciencia de sus derechos y de sus obligaciones para con el espacio que habita. Pienso en Ecuador, en Yasuní, que hicieron un plebiscito para ver si explotaban unos reservorios de gas natural que había debajo de la selva y la gente votó que no. Todo tiene que ver con una población informada que exija a sus gobernantes que estén a la altura de lo que sucede.
Y ahora, hablemos del granito de arena de todos los días…
Es que ya se sabe qué podemos hacer. Pero lo importante no es tanto lo que haga cada uno, sino lo que hagamos como sociedad, y ahí la responsabilidad es del sistema político. No le puedo pedir a la gente que no tire la cisterna cuando el agua se me está yendo por cañerías rotas. Ahí la diferencia no la van a hacer dos pequeñas acciones individuales, que valen, pero valen un poco menos que el esfuerzo político. Si me preguntás qué quiero que pase, que la gente hable. No quiero cargar a los jóvenes con todo porque somos los adultos los que tenemos que hacernos cargo de la situación y dejarles un mundo habitable, pero se necesita gente que conecte con el poder transformador de la acción comunitaria.
Su flyer de X dice “no sos vos, es tu marco teórico”. ¿Qué pasa con los marcos teóricos de la gente?
¿¡Lo sigo teniendo de fondo!? (Se ríe). La historia fue así: yo había conocido a alguien que me gustaba mucho, pero no podía con su marco teórico, con todo lo que venía como de fábrica, con el lente a través del cual miraba el mundo. Porque uno puede cambiar. Yo he cambiado muchísimo, también era de las que pensaba que los que trabajaban en los temas de cambio climático eran burgueses sin nada mejor que hacer y el oso polar.
¿Qué modificó su marco teórico?
La sociología rural. La necesidad de entender cómo funcionan las relaciones de poder, quién decide con qué recursos. Eso tiene que ver con mi madre. Después, quien me influyó a que me llame tan fuertemente el campo es mi padre, de Florida, Sarandí Grande. Mis abuelos también me marcaron mucho, los cuentos que me contaban antes de ir a dormir sobre la vida en el campo, las luces malas… Mi abuela materna también vivía en zona rural pero de Galicia, y me contaba que conoció a mi abuelo, que era militar, en un baile del pueblo, y la historia estaba vinculada al campo y a la oveja que compró para sacar leche, venderla y comprar otra. Que se metía castañas calientes en los bolsillos para aguantar el frío y eso era lo que comía durante el día... No sé cómo explicarlo, porque yo soy de Montevideo, pero me pongo a hacer el recorrido y me desborda.
¿Qué reflexión le despierta estar ocupando el lugar en el que está hoy?
Que hay que ir a ponerles cara a los conflictos, y no me da miedo ninguno. Así como era mi abuela, bien gallega: lo que está bien, está bien, y lo que no está bien, no está bien. Yo voy a hacer lo que sé que tengo que hacer, lo que sé que hay que hacer, y en eso soy inamovible. Antes, el linchamiento público me afectaba muchísimo, ahora, la verdad, no me entran ni las balas. Estoy tan segura de quién soy como de que este es el lugar donde tengo que estar.
PRODUCCIÓN FOTOGRÁFICA: SOFÍA MIRANDA MONTERO