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Con Cami somos amigas hace más de 20 años, y como toda relación de larga data, hicimos frente a desafíos como la distancia física, los cambios de carácter, las diferencias de opinión, las mutaciones en nuestros intereses, las no muy conscientes desapariciones ante alguna que otra pareja absorbente.
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Pero más allá de los obvios, hubo momentos que hicieron tambalear nuestra amistad y que no fueron, en principio, percibidos como una amenaza. Muchos de ellos, curiosamente, durante viajes.
Antes de ahondar en detalles, quiero que sepan que de niña y adolescente soñaba con un buen día, cuando la edad y el presupuesto me lo permitieran, subirme a un avión con ella o cualquiera de mis amigos. No estoy diciendo nada raro ni original, ya sé. ¿Quién no deseó pasar unos días en cualquier parte del mundo con esas personas con las que tanto nos reímos y compartimos sentimientos, momentos felices y tristes con la complicidad más pura y desinteresada?
Algunas experiencias, no obstante, me enseñaron que un viaje con amigos, por el simple hecho de ser con amigos no asegura el éxito, si por éxito entendemos disfrutar a pleno y sin contratiempos y de paso estrechar aún más ese lazo aparentemente irrompible.
Lo que aprendí es que hay que saber con qué amigos viajar.
No es casualidad que el fenómeno de viajar solo se expanda cada vez más. Viajar solo es y seguirá siendo cool. En una rápida búsqueda de Google, la inteligencia generativa arroja datos que dicen que en 2024 los viajes en solitario aumentaron un 20% con respecto al año anterior. Me atrevo a asegurar que la mayoría de estos viajeros podrían conseguir compañeros de ruta en un chasquido de dedos, pero prefieren —por una vez o varias— hacerlo a su propio ritmo y antojo.
Lo que aprendí es que hay que saber con qué amigos viajar. No es casualidad que el fenómeno de viajar solo se expanda cada vez más. Viajar solo es y seguirá siendo cool. Lo que aprendí es que hay que saber con qué amigos viajar. No es casualidad que el fenómeno de viajar solo se expanda cada vez más. Viajar solo es y seguirá siendo cool.
Porque viajar con amigos es muchísimo más —o menos— que largarse a acumular momentos inolvidables juntos. Salvo excepciones —porque también están esos amigos con los que naturalmente todo fluye y se convierten en la compañía ideal para viajar—, estos viajes requieren de una gran dosis de organización previa, de ponerse de acuerdo en itinerarios y una vez en destino, acompasar ritmos, ceder alguna vez en las propias pretensiones, esperar que el otro también ceda y si no, tratar de no ir directo al choque, respirar hondo, seguir. Y aprender de la experiencia. Es lo que tiene viajar con amigos.
El riesgo de fracaso de la experiencia también varía en función de cuántos se anoten para el viaje. Claro está que si es un grupo de 10 amigos, los desafíos serán mayores, salvo que decidan irse a un all inclusive.
La cuestión tampoco pasa por ser amigos de toda la vida o grandes confidentes. Un amigo que conocimos hace unos meses (o incluso días) puede ser un mejor compañero de viaje que nuestro mejor amigo.
Hace unos años una amiga buscó un momento de privacidad para mandarme unos audios de pura catarsis desde Cusco: llevaba apenas un día de viaje con una de sus mejores amigas y ya no la soportaba. Que maquillaje, que planchita, que si este outfit o este otro; todo mientras sus nervios aumentaban al mirar la hora y la lista de actividades por hacer, y que no concretarían si a su amiga se le daba por seguir mucho más frente al espejo. Claro que la molestia era mutua, pues a su amiga también le irritaba que la estuvieran apurando “todo el tiempo”.
Con Cami también tenemos diferentes ritmos. A las dos nos encanta recorrer, hacer uso del hotel o hostel apenas para ducharnos y dormir, pero naturalmente lo hacemos a diferentes velocidades. En general, diría que soy una viajera lenta. Me gusta parar en cada lugar, sentir que de alguna forma estoy absorbiendo lo que estoy viendo, sea un paisaje o una obra de arte o edificio. Si me tengo que sentar durante media hora solo a contemplar, lo hago. No me alcanza con un vistazo y una foto. Cami, en cambio, se arma una lista larga y se propone cumplirla a toda costa, aunque eso implique caminar 25 kilómetros en un día y llegar a la noche con las piernas entumecidas.
Lo del tambaleo de nuestra amistad del principio fue un tanto exagerado, quizás con el objetivo de que lleguen hasta acá. Gajes del oficio. Sí es verdad que en su momento lo discutimos, y que nuestros viajes pusieron a prueba nuestra paciencia, además de revelar algunas diferencias entre nosotras. Es cierto, también, que lo pensaríamos varias veces antes de volver a emprender otro viaje juntas. La amistad, al fin y al cabo, no se mide en kilómetros recorridos. Si de lugar físico se trata, todos sabemos que se juega más bien en esos nimios ratos invadiéndonos las heladeras y acaparando nuestros sillones.
Aunque no hay mejor cosa que un buen viaje con amigos.