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    Ser madre en el 2018

    N° 1968 - 10 al 16 de Mayo de 2018

    , regenerado3

    A veces la queja ligera entre un grupo de mujeres que son madres es “antes era más fácil, para nuestras madres no era todo tan exigente”. Sin embargo, estamos viviendo momentos de cambio. De hecho, ser de las que se quedan en casa va camino a convertirse en una rareza.

    Un reciente estudio del Institute for Fiscal Studies concluyó que un “enorme cambio social y económico” tuvo lugar en Inglaterra en menos de 50 años. El impacto en la vida de las personas es otra Revolución Industrial: las madres que trabajan fuera del hogar en 1975 eran la mitad, en 2015 son un 72%. Pero toda la logística que gira alrededor de una casa donde ambos progenitores trabajan no se adaptó. Ni las guarderías, ni los parques, ni las bibliotecas. Son pocas —poquísimas— las empresas que cuentan con guarderías, por poner solo un ejemplo.

    A los factores externos se suman los temas propios. Ya sabemos que somos madres y padres helicóptero. Hay una generación obsesionada por darles a sus hijos muchos bienes materiales —el cochecito marca tal, que tenga los mejores championes aunque todavía ni camine, que vaya a miles de clases cuando apenas habla—. Por momentos el niño se convierte en un fetiche, una forma de mostrar estatus. ¿No se controla demasiado a los hijos hoy? ¿No hay mucha gente cuyo hobby es su hijo? ¿Por qué todo tiene que ser perfecto? Queremos que vivan una niñez perfecta y que esto quede inmortalizado en fotos perfectas. La francesa Elisabeth Badinter, a la que recomiendo leer, dice, llanamente, que la actual forma de maternidad es enemiga de la mujer. Hay demasiadas mujeres cocinando caserito para sus hijos, demasiado tiempo gastado en cumpleaños que tienen que ser cada vez más originales.

    Las mujeres, en general, son aun más exageradas en esto de la maternidad extrema. Hay un ejemplo que parece pequeño, pero no lo es, y que la escritora Katie Roiphe describió como “el caso de las madres que desaparecen”. Esto es, uno conoce a una mujer que tiene una carrera o es interesante por sí misma y de pronto vemos que, en una reunión de gente grande, puede pasarse tres horas seguidas hablando del festejo del cumpleaños de su hija de dos años. Roiphe dispara también contra la manía de poner, en vez de una foto propia, una de sus hijos como perfil de WhatsApp o Facebook. El mensaje es “yo soy mis hijos”. ¿Es bueno eso? ¿Sano? Obvio que entendemos la elección: te ahorra el pesado trabajo de buscar una foto decente tuya y del hiperpesado y enloquecedor trabajo de ser una misma. Tu hijo de tres años se ve bárbaro frente a la cámara, sin duda.

    Existen las “mommy wars” entre las que no trabajan y las que sí lo hacen. Unas critican a otras. En Uruguay esa rivalidad se da porque son pocas las mujeres que realmente se destacan y ocupan puestos de poder y son notorias. Están demasiado expuestas. Si son madres, pueden escucharse comentarios del tipo “pobres los hijos, ella viaja taaaaanto por su trabajo”. Y si está haciendo una carrera en política, peor.

    Pero me gusta creer que va cambiando. En todo caso, el discurso feminista más radical ha sido demasiado duro con las mujeres que eligen pasar más tiempo con sus hijos y quieren disfrutar de la maternidad plenamente. El tema de los cuidados sigue muy atrasado, y las opciones sobre con quién dejar a los hijos no son satisfactorias. Muchas no quieren clonar el modelo fin de semana-nochecita de crianza, al estilo de los hombres antes.

    Hoy es el momento de la mujer y está todo en discusión. ¿Queremos ver mujeres fuertes? ¿No estamos inflando todo demasiado? Hace poco leí una entrevista a un director de cine que dijo: “Estoy harto y más que harto de escuchar que necesitamos tener mujeres fuertes como protagonistas. Es una causa aburrida. Hay que mostrarlas haciendo todo igual, normales. Es muy limitado decir que solo querés ver mujeres fuertes. Quiero poder representar una asesina sin ser llamado misógino. Quiero sentirme libre de retratar mujeres bobas y mujeres débiles y mujeres inteligentes. Cuando podamos retratar mujeres con igualdad, eso va a ser la igualdad. Tener solo mujeres que irrumpen en la película o se pasan siendo agresivas con todo el mundo —y que se  suponga sean “mujeres fuertes”— no es mi idea de la igualdad”.

    Seguramente el nudo actual, al que casi nadie parece haberle encontrado solución, necesita soluciones creativas y seguramente colaborativas. Pero uno de los lugares donde se dan las conversaciones hoy es en las redes sociales; y allí intercambiar ideas se ha vuelto muy difícil.

    Deberíamos ser más tolerantes. Algunas de las que se divorcian o las que deciden ser madres solas aseguran sentir que hay un coro esperando que les vaya mal, que se desintegren, que no lo logren. Como que la familia nuclear es el único camino posible en el mundo. En galería hemos hecho notas sobre una pareja de madres gays que se ha hecho fertilización in vitro con esperma donado; sobre los caminos que han tomado mujeres solteras para ser madres —desde la adopción, la búsqueda de una relación pasajera con fines exclusivamente reproductivos, hasta (otra vez) la inseminación artificial con compra de esperma—; madres con trabajos poco comunes como ser militar o sindicalista; mujeres que lograron ser madres después de haber sido trasplantadas de riñón.

    En esta edición, además de celebrar el Día de la Madre con un fotorreportaje y con una producción de moda, hablamos de un tema todavía bastante tabú aquí: las mujeres que deciden congelar sus óvulos. Confieso que me sorprendió por la baja cifra, solo unas 100 uruguayas lo han hecho hasta el momento.

    Entonces, para las que adoran salir a trabajar al alba, para las que están en su casa, para las que sueñan con ser madres, para las que quisieran ser otro tipo de madre, para las que están atravesando un momento difícil con un hijo, para todas ellas, feliz día. Que este domingo sea un día de armonía en las familias uruguayas.