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David Grinberg relata su lucha contra el cáncer a través de paralelismos con el deporte
Apoyándose en las enseñanzas que le dejaron sus experiencias como ironman, David Grinberg superó el cáncer y escribió un libro a beneficio de la fundación Porsaleu
A sus 39 años, en paralelo a su actividad profesional, el brasileño David Grinberg, vicepresidente de Comunicaciones Corporativas de Arcos Dorados (McDonald’s), cultivaba una enorme afición por el ironman, exigente tipo de triatlón que combina 3,8 km de natación con 180 km de ciclismo y 42 km de running.
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Llevaba siete carreras a sus espaldas, aunque en la última el rendimiento estuvo muy por debajo del esperado. Dos semanas después de competir, fue diagnosticado con un cáncer que lo llevó a enfrentar dolorosas sesiones de quimioterapia, transfusiones de sangre y un trasplante de médula ósea.
Pero tuvo la suerte de dar con un médico que se puso el caso al hombro y, como si se tratase de un entrenador, lo alentó a que afrontara la enfermedad como si estuviera frente a un nuevo reto deportivo. Grinberg lo hizo y ganó.
Ya recuperado, y reincorporado a la actividad deportiva, publicó el libro Rutina de hierro, en el que cuenta cómo su motivación y disciplina lo ayudó a superar el cáncer. Todo lo recaudado por la venta del libro será destinado a la fundación Porsaleu, que ayuda a pacientes con linfoma y leucemia.
Horas después de la presentación de Rutina de hierro, en Cultural Alfabeta, Grinberg contó su historia, en busca de inspirar a otros.
¿Qué lo llevó a escribir un libro?
Fue gracias a la sensibilidad del médico que me atendió, que ya me conocía. Me explicó que lo que íbamos a pasar era similar a un ironman (triatlón). Ya había hecho siete y sabía lo que significaba a nivel de entrenamiento y esfuerzo. Me dijo que esta era una prueba que sabía hacer, por más que no la hubiera elegido. La vida me la impuso y me tocaba superarla. Me pidió que fuera un buen atleta: que tuviera claro que muchas cosas me iban a doler, que iba a haber tanto momentos buenos como malos. Se comprometió a ser mi entrenador y me dijo que tenía que respetarlo como tal, tener disciplina, resiliencia. Con ese paralelismo, me hizo conocido algo desconocido y me llenó de aliento para avanzar.
En paralelo, me dieron ganas de escribir las enseñanzas que me dio para ir transitando la enfermedad. El mensaje del libro es inspirar a la gente a que cuando enfrente un desafío impuesto por la vida, sea una enfermedad u otra cosa, se aferre a algo que le apasione o le guste hacer, para transformar el miedo. Siempre hay una manera de superar los desafíos.
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¿Qué enseñanzas del triatlón trasladó al tratamiento?
No desistir nunca y aguantar el dolor, ya que es un deporte en el que uno sufre un montón. Saber sufrir, aguantar el sufrimiento por largas horas y saber que uno pasa mal, eso aprendí del triatlón. Es complicado salir a entrenar todos los días, sea temprano o tarde, haga frío o calor. Las carreras tampoco son lineales, hay momentos buenos y malos, y en una enfermedad pasa lo mismo.
¿Cuáles fueron los mayores desafíos físicos y emocionales que le tocó afrontar?
A nivel físico, lo peor fue aguantar las fuertes sesiones de quimioterapia, tenía que darme una inyección diaria para estimular la producción de células. Era como si estuvieran rompiendo mis huesos. A nivel psicológico, fue un shock cuando se me empezó a caer el pelo. Ahí me di cuenta de que era verdad, que yo era un paciente con cáncer.
¿Qué consejo le daría a una persona que está comenzando a atravesar un cáncer?
Le diría que se apoye en tres pilares: confiar en los médicos y dejarlos trabajar, rodearse de sus seres queridos y apoyarse en alguna actividad que le haga bien.
¿Hoy ve la vida de una manera diferente?
Soy más maduro que antes y valoro los pequeños gestos. Por ejemplo, llamo a mi madre todos los días cinco minutos. Vivo en Uruguay y ella en Brasil, por lo que valoro poder hablar con ella todos los días. Eso tiene mucho significado para mí.