La psicóloga Adriana Frechero, especialista en psicoanálisis y género, señala que las mujeres de todos los tiempos han gastado no solo dinero en logísticas de belleza, sino algo mucho más valioso: tiempo y energía.
En épocas de avances en términos de legislaciones y derechos, en las que las mujeres empiezan a alcanzar puestos de poder, tienen mayor autonomía, dinero y libertad sexual, los perjuicios provocados por los estereotipos y mandatos en torno a ideales de belleza parecen ser cada vez mayores. Rocío Calvo, especialista y formadora en género invita a cuestionar desde qué lugares las mujeres “estamos mucho más empoderadas”: “Pensamos en términos de cómo vamos alcanzando puestos de poder, en la escala laboral, en términos de representación. Pero si pensás qué es lo que se observa primero de una mujer en un puesto político o de jerarquía en una empresa, se repara en la apariencia. Sabemos que la sociedad todavía sigue poniendo el foco en cómo nos vemos”.
En Uruguay, una de cada dos mujeres y una de cada tres niñas y adolescentes creen que hoy se espera que las mujeres sean más atractivas físicamente que las de la generación de sus madres, según un estudio realizado por Dove, llevado adelante por la consultora ID Retail. El informe encontró que si bien los ideales de belleza se han diversificado a lo largo de los años, la lista de “objetivos” es cada vez mayor e imposible de cumplir, y observó que cuanto más crece una mujer, más baja es su autoestima. Actualmente, las redes sociales y la inteligencia artificial (IA) son de las mayores amenazas para la representación de los estándares de belleza, indicó el estudio de Dove, en el que también se comprometió a no utilizar IA para representar a mujeres reales en sus anuncios publicitarios.
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Hace ya 34 años, la escritora estadounidense Naomi Wolf publicó el libro El mito de la belleza, un bestseller que detalla cómo mientras la prominencia de las mujeres aumenta, también lo hace la presión que sienten por adherir a los estándares poco realistas, debido principalmente a las influencias comerciales en los medios de comunicación de masas. Según el libro, esta presión lleva a las mujeres a comportamientos insalubres y a comprometer su capacidad para ser aceptadas por la sociedad. “Muchas mujeres tienen más poder, campo de acción y reconocimiento legal del que jamás habíamos soñado, pero con respecto de cómo nos sentimos acerca de nosotras mismas físicamente, puede que estemos peor que nuestras abuelas no liberadas”, escribió Wolf en 1990.
¿Arregladas?
“Yo me depilo porque no me gusta verme con pelos; no es por presión social”. “Me depilo porque me pica, me incomoda”. “Me maquillo porque no me gusta cómo me veo sin maquillaje”. “Me hago las uñas porque desde niña me encantan las uñas pintadas. Trabajo demasiado y no tengo tiempo para mantenerlas prolijas con esmaltado común”. “Me hago las uñas como un mimo; no siento que sea un capricho”, dijeron algunas mujeres a Galería cuando se les preguntó qué las lleva a depilarse o a pintarse las uñas o a maquillarse, aunque de basarse en la lista de quehaceres de una mujer en relación con su apariencia, la cantidad de preguntas podría ser mucho mayor.
El escenario actual es de mujeres que salen a trabajar todos los días, de muchas mujeres que además de trabajar son madres y ejercen, también, la gran mayoría de las tareas de cuidado; de mujeres que siguen ganando menos que los hombres —la brecha salarial entre ambos sexos es del 20%, según la ONU— y que pese a tener en general menos ingresos, destinan no solo más dinero, sino un tiempo considerable a lucir de una manera que crean “prolija” o algo más acorde o cercana a lo que consideran bello.
En Estados Unidos, muchas de estas mujeres se endeudan debido a sus gastos en apariencia. La empresa de finanzas personales Nerdwallet llevó adelante el estudio The Beauty Report, en el que constató que 31% de las mujeres encuestadas (de un grupo de 2.000), no se sentiría cómoda yendo a trabajar sin maquillaje, y un 42% considera esenciales en su presupuesto ciertos gastos en productos y servicios asociados al sector beauty.
En Uruguay, una de cada dos mujeres y una de cada tres niñas y adolescentes creen que hoy se espera que las mujeres sean más atractivas físicamente que las de la generación de sus madres, según un estudio realizado por Dove, llevado adelante por la consultora ID Retail.
La artista visual, activista, abogada y comunicadora argentina Lala Pasquinelli analiza lo que hay detrás de todo este tipo de consumo en La estafa de la feminidad, libro publicado unos meses atrás. Según la autora, todo aquello que “supuestamente elegimos” en realidad “se nos impone”. En un video publicado en la cuenta de Instagram de su proyecto, Mujeres que No Fueron Tapa, Pasquinelli resalta el hecho de que se use la palabra arreglarse para definir la pedagogía que implica dedicar tiempo, dinero y energía en nombre de alcanzar un estándar de belleza creado culturalmente; estándar que funciona como un “dispositivo eficiente” que “nos produce sumisas y nos acostumbra a la violencia sobre nuestro cuerpo y nuestra psiquis”. “Arreglarse es consumir todas esas cosas, rituales y productos que drenan nuestra energía, que se llevan nuestro escaso tiempo y nuestro escaso dinero”, señala. Habla sobre la importancia de pasar de gastar en “lo que nos oprime” para empezar a gastar (tiempo, recursos) en “lo que nos libera”. Niega rotundamente que cualquier acción, producto, servicio asociado a la belleza se trate de autocuidado, una palabra ampliamente utilizada en el mercado. “El autocuidado es lo opuesto: entender lo que nos oprime para vivir vidas más dignas”. Y explica por qué, a su entender, gastar tiempo y dinero en lucir de determinada manera tampoco es una elección. “Podríamos hablar de elección si tuviéramos adelante opciones que tuvieran el mismo valor social. Estamos adaptándonos y obedeciendo”.
La psicóloga Adriana Frechero, por su parte, apunta que la atención al cumplimiento del ideal de belleza imposible lleva a la desatención del “verdadero cuidado de sí”. “Esto es la salud de modo integral, los tiempos para sí, el disfrute de vínculos saludables, la conexión con los propios deseos”. Un rasgo potente de la idea de feminidad, agrega, es la del “cuidado de los otros” y una característica es la autopostergación. En ese sentido, al “invertir” tiempo, energía y dinero en “ser un objeto de belleza para otros, se desconoce y descuida el propio ser”, lo que fragiliza la autoestima que debería ser construida sobre verdaderos valores, dice la psicóloga.
De todas formas, la especialista en género Rocío Calvo apunta que las mujeres “hacen lo que pueden”, que hubo muchos grandes avances, pero que “el patriarcado es un sistema muy muy arraigado”. “Hay algo muy estructural; los roles de género siguen estando totalmente reforzados y eso todavía no pudimos sacarlo de nosotras”.
Romper con los mandatos parece todavía muy difícil cuando en el ámbito laboral se sigue exigiendo a las mujeres —aunque sea de forma implícita— que luzcan de determinada manera. En La estafa de la feminidad, Pasquinelli subraya que entregar tiempo y dinero para ser femeninas es a la vez una “estrategia de supervivencia”, ya que las mujeres siguen siendo premiadas con una pareja y con la aceptación del entorno, entre tantas otras cosas.
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Una investigación de los sociólogos Jaclyn Wong, de la Universidad de Chicago, y Andrew Penner, de la Universidad de California, demostró que las mujeres que van maquilladas y peinadas al trabajo ganan más que las que no lo hacen, por lo que todo ese consumo es visto por muchas como una inversión que será redituable tanto en su carrera como en su vida personal.
Cuestión de prioridades
Si una mujer da una charla sobre el escenario, se espera que esté por lo menos bien peinada (con un muy posible gasto en peluquería), maquillada, bien vestida (con lo que sea que eso signifique) y con las uñas pintadas. O sea, una gran parte del tiempo que podría invertir en la preparación de la charla, en descansar o en cualquier otra actividad, la destinará únicamente a preparar su apariencia. La economista Carolina Sur es convocada para dar charlas en distintos eventos y lo vive en carne propia. “Tengo que prepararme dos horas. El hombre me ganó dos horas de vida un día. Imaginate todas las horas de vida de todos los días si cada vez que tengo que ir a un evento tengo que ir a la peluquería y hacerme las uñas. En promedio, los hombres gastan muchísimo menos que las mujeres en lucir presentables, porque se espera muchísimo menos”, contó.
La psicóloga Adriana Frechero apunta que la atención al cumplimiento del ideal de belleza imposible lleva a la desatención del “verdadero cuidado de sí”.
En general, para las mujeres puede ser difícil detectar el dinero que gastan en su apariencia, debido a que los gastos puntuales no son necesariamente fortunas. No obstante, la economista advierte que el problema está en la continuidad del gasto. “Es el hecho de hacerlo todo el tiempo. Una remera te puede salir 250 pesos, pero el tema es que es la remera, son las cejas, son las uñas, el maquillaje”.
¿Quién no tiene una amiga que dice no tener dinero, pero no duda en hacerse tratamientos estéticos o el esmaltado semipermanente? Para Sur, todo se trata de prioridades. Siempre que se elige gastar en algo relativo a la apariencia, se está renunciando a utilizar ese dinero en otra cosa. Por eso, recomienda detenerse a pensar cuántos de esos gastos son realmente deseos propios en lugar de imposiciones o presiones sociales. Cuántas invitaciones a salir se niegan por no tener dinero mientras el botiquín está surtido de perfumes, cremas de día y noche, sérums faciales y ácido hialurónico. “Capaz no estoy haciendo ese curso que tanto quiero hacer, o no estoy yendo a comer con amigas. Y es importante entender que también con ese dinero estás dejando de invertir”. La economista añade que en lugar de bótox preventivo, habría que hacer inversiones preventivas, algo necesario y urgente pero mucho menos ofrecido por el marketing. “Habría que ocuparse de cuando se deje de trabajar en lugar de seguir intentando ir contra la vejez”.
Rocío Calvo plantea que un buen punto de partida es invertir tiempo en reconocer atributos propios que no tengan que ver con la apariencia. “¿Cuáles son los atributos a nivel emocional, espiritual, laboral? Esas cosas que logramos, el tipo de persona que somos. Aunque sea difícil, hay que tratar de hacer más hincapié en esas cuestiones”.
Algunas gastan fortunas, mientras que otras apenas compran productos modestos. Sin embargo, dice Frechero, el mandato sobre el ideal de belleza está presente en todas. Cada una sabrá cuánto tiempo, energía y dinero está gastando en pos de, inconscientemente, fortalecer ese ideal.