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Hacia la antifragilidad: cómo beneficiarse del caos y prosperar en el desorden
Un nuevo concepto acuñado por el escritor libanés Nassim Taleb define la capacidad de beneficiarse del caos y prosperar en situaciones expuestas al desorden, en un mundo marcado por la volatilidad
Hidra de Lerna, el símbolo más claro de la antifragilidad; por cada cabeza que se le cortaba le nacían dos más
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El Ave Fénix representa la robustez; su renacer es un retorno al estado inicial y no una evolución hacia algo mejor
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Damocles y la espada: su estado de constante tensión y vulnerabilidad lo convierte en un símbolo ejemplar de la fragilidad
“El viento apaga una vela y aviva el fuego. Lo mismo sucede con el azar, la incertidumbre, el caos: queremos usarlos, no ocultarnos de ellos. Queremos ser el fuego y desear el viento”. Así comienza el prólogo de Antifrágil: las cosas que se benefician del desorden (2012), uno de los libros más destacados del investigador, ensayista y financiero libanés Nassim Nicholas Taleb. Con un currículum formado por grandes obras y bestsellers, dentro de los cuales se destacan El cisne negro y ¿Existe la suerte?, el autor describe en este libro una cualidad que insiste en adoptar como filosofía de vida ante la inestabilidad inherente a ella: la antifragilidad.
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En un mundo lleno de sorpresas y riesgos, es esencial adoptar enfoques que no se limiten a minimizar el daño y evitar lo frágil, sino que también sean capaces de aprovechar la volatilidad para crecer. Sobre esto, el autor plantea que no existe una palabra que defina dicho concepto de manera precisa. Al explorar los opuestos convencionales de frágil, es probable que la respuesta oscile entre fuerte, robusto, duro o hasta el término de moda en estos días resiliente. De igual forma, conservemos el término robusto, que es el que el autor utiliza a lo largo del libro.
¿Pero por qué estas palabras no le hacen justicia al concepto que se trata de definir? Taleb considera que si un sistema frágil es aquel que al exponerse a la adversidad se quiebra con facilidad y por ende empeora, un sistema opuesto a este debería romperse y mejorar. Lo que sucede con lo robusto es que frente al daño no empeora ni mejora; simplemente resiste y sigue igual. Aquí es donde surge el término antifrágil como el verdadero antónimo que hace referencia a la capacidad que presentan ciertos sistemas, individuos o estructuras para beneficiarse de las crisis y prosperar en situaciones expuestas al desorden, el azar y el riesgo. Pese a la vaga creatividad de un término que no hace más que llevar un prefijo que lo transforma en lo opuesto, el significado es pertinente. “Hacía falta un neologismo porque en el diccionario no hay ninguna palabra simple que exprese esta fragilidad a la inversa”, explica Taleb.
La necesidad de los factores estresantes
En el ámbito de la educación, aquellos profesionales que constantemente adquieren nuevas habilidades y se adaptan a las demandas de una sociedad cambiante, pueden encontrar más oportunidades laborales que quienes se quedan estancados, convirtiéndose de esta forma en antifrágiles. Lo mismo sucede en el ámbito de la agricultura. Aquellos productores que siembran una variedad de plantas en lugar de depender de un solo cultivo pueden adaptarse mejor a plagas, enfermedades y cambios climáticos. Si uno falla, otros pueden prosperar.
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El Ave Fénix representa la robustez; su renacer es un retorno al estado inicial y no una evolución hacia algo mejor
Sin embargo, el autor observa cómo muchas áreas de la vida moderna, como la economía, la medicina, la salud y la política, se han vuelto más frágiles, lo que denomina como la “tragedia de la modernidad”. Por ejemplo, el sedentarismo, uno de los grandes problemas de la humandidad hoy, determina que el simple hecho de permanecer en reposo prolongado puede llevar a la atrofia muscular. Para revertir esto y fomentar el crecimiento del músculo, es necesario someter sus fibras a la ruptura —que se da con el ejercicio— con el objetivo de lograr el proceso conocido como la hipertrofia. Este principio refleja mediante la naturaleza cómo, al igual que las fibras musculares, los sistemas y las personas tienden a debilitarse si se les priva de factores estresantes.
El concepto de self made man u hombre hecho a sí mismo, popularizado en el siglo XIX en el contexto del “sueño americano”, se puede vincular de manera interesante con la idea de antifragilidad. Este enfoque enfatiza que cada individuo tiene el poder de forjar su propia identidad, éxito y vida a través de su esfuerzo, decisiones y dedicación. La narrativa común describe a alguien que, partiendo de una posición desfavorable, logra alcanzar sus metas gracias a la determinación y la perseverancia.
Pese a la vaga creatividad de un término que no hace más que llevar un prefijo que lo transforma en lo opuesto, el significado es pertinente. “Hacía falta un neologismo porque en el diccionario no hay ninguna palabra simple que exprese esta fragilidad a la inversa”, explica Taleb.
La conexión entre este concepto y la antifragilidad no solo reside en la historia de superación personal, sino también en las representaciones visuales que lo acompañan. En esculturas, pinturas e ilustraciones, a menudo se representa a un hombre de piedra que se talla a sí mismo. Esta imagen simboliza, en el acto de tallar, cómo los estresores y los desafíos son elementos necesarios que contribuyen a la creación de un sistema fuerte.
Niños fuertes o adultos rotos
Volviendo al libro, el autor también analiza esta idea en la crianza de los niños a través de los padres sobreprotectores que, al intentar cuidar a sus hijos de cualquier exposición al daño, terminan por perjudicarlos. El polémico y reconocido psicólogo clínico canadiense Jordan Peterson ha destacado en más de una ocasión la importancia de fomentar en los niños la capacidad de asumir riesgos, ya que estas experiencias son esenciales para su desarrollo y autonomía. Peterson resalta un dilema fundamental en la crianza: permitir que los hijos enfrenten el mundo con todas sus dificultades o protegerlos de lo que los pueda dañar. La elección oscila entre formarlos para que sean competentes y valientes o simplemente mantenerlos a salvo. “Pero la realidad es que la vida nunca es completamente segura, y si priorizamos la seguridad sobre el desarrollo de su valentía y habilidades, los desarmamos por completo dejándolos dependientes y ansiosos por protección”, explica el canadiense. La frase “es más sencillo criar niños fuertes que reparar adultos rotos”, atribuida comúnmente a Frederick Douglass, encapsula esta idea en breves líneas.
Es fundamental señalar que cuando Taleb se refiere a los beneficios del daño, los estresores y los riesgos, establece una clara distinción sobre el nivel involucrado. Afirma que “el cuerpo humano se beneficia de cierta cantidad de daño, pero a nadie le sentaría bien que lo arrojaran desde lo alto de la Torre de Babel”, bromea el autor en el libro.
La Tríada
Para ilustrar y visualizar estas ideas en la mente del lector, Taleb presenta La Tríada, una clasificación que permite categorizar prácticamente cualquier cosa en las tres definiciones desarrolladas previamente: frágil, robusto y antifrágil. Recordemos que lo frágil busca tranquilidad y odia los errores; lo robusto resiste pero no mejora, y lo antifrágil surge del desorden y se beneficia de los errores moderados. La tarea consiste en identificar elementos en diferentes ámbitos y determinar a qué categoría pertenecen, así como qué medidas se pueden tomar para mejorar su situación si es necesario.
Un ámbito interesante que Nassim Taleb propone para analizar la antifragilidad es la mitología, donde se encuentran “poderosas metáforas que expresan la inteligencia histórica”. En este contexto, selecciona tres figuras mitológicas que representan las diferentes facetas de la tríada.
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Damocles y la espada: su estado de constante tensión y vulnerabilidad lo convierte en un símbolo ejemplar de la fragilidad
En primer lugar, está Damocles, un cortesano del rey Dionisio II de Siracusa, conocido por su adulación hacia el rey y su envidia por su privilegiada posición. Un día, tras expresar su admiración por el poder y la fortuna de Dionisio, Damocles anheló experimentar lo que era ser rey. En un gesto irónico, Dionisio le ofreció la oportunidad de intercambiar lugares, permitiendo que Damocles disfrutara de los placeres de la monarquía. Sin embargo, lo que Damocles no anticipó fue el detalle que marcó la experiencia: Dionisio hizo colgar sobre su cabeza una espada sostenida únicamente por un delgado pelo de la cola de un caballo. Este símbolo no solo ilustra la lección de los peligros del poder, sino también la fragilidad de la posición de Damocles, que, con cualquier movimiento en falso ya sea de él o de los que lo rodeaban, podía terminar en una catástrofe. Su estado de constante tensión y vulnerabilidad lo convierte en un símbolo ejemplar de la fragilidad.
Por otro lado, se encuentra la figura del Fénix, un ave mitológica que simboliza la renovación. Cada vez que el Fénix moría, renacía de sus propias cenizas recuperando su forma. Esta imagen representa la capacidad de resurgir tras la adversidad y se alinea con el concepto de robustez. No llega a encarnar la antifragilidad en el sentido pleno de Taleb, ya que su renacer es un retorno al estado inicial y no una evolución hacia algo mejor.
La búsqueda de la antifragilidad nos invita a reflexionar y replantear nuestra relación con la incertidumbre y el caos en nuestras vidas.
Finalmente, se presenta la figura de la Hidra de Lerna: el símbolo más claro de la antifragilidad. Esta criatura mitológica con forma de serpiente y múltiples cabezas habitaba en el lago de Lerna, cerca de Argos. La característica que la distinguía era que por cada cabeza que se le cortaba, le nacían dos más. Esta habilidad de prosperar a partir del daño ilustra el concepto de antifragilidad, ya que no solo sobrevive a la adversidad, sino que se beneficia de ella, convirtiendo el daño en una fuente de crecimiento.
La búsqueda de la antifragilidad nos invita a reflexionar y replantear nuestra relación con la incertidumbre y el caos en nuestras vidas. En un mundo marcado por la volatilidad, es fundamental adoptar una mentalidad que no solo busque mitigar el daño, sino que también sea capaz de abrazar la posibilidad de crecer y prosperar a partir de él. Desde la educación y los negocios, hasta la crianza y la salud, los sistemas y personas que se adaptan y se benefician de la adversidad se convierten en modelos a seguir en un entorno que no para de cambiar.