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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl partido forjado tierra adentro, a patas de caballo, punta de lanzas y filo de sables, conducido por grandes caudillos, como Manuel Oribe, Aparicio Saravia y Luis Alberto de Herrera, y al que históricamente lo han caracterizado sus fuertes rasgos identitarios —nacionalismo, soberanismo, coraje, rebeldía y un marcado arraigo electoral en el interior del país— que llevaron a denominarlo Partido Nacional, en la noche del pasado domingo fue herido en su honra.
En efecto, el desafortunado hecho político causado por el Dr. Álvaro Delgado, candidato de todos los blancos a la presidencia de la República, al nombrar a la señora Valeria Ripoll como su compañera de fórmula, provocó enojos, resentimientos y en muchos —aunque discreta — una gran preocupación.
Claro que no por el desprecio que se le hizo a la Ec. Laura Raffo, mujer formada en la academia, con pedigrí político, e inobjetables condiciones para la conducción de la Cámara de Senadores, de la Asamblea General, así como para —ante cualquier contingencia— hacerse cargo de la presidencia de la República.
Muy por el contrario, por la liviana y temeraria decisión de nombrar a una dirigente sindical, hasta poco tiempo atrás afiliada al Partido Comunista, y con apenas un año de militancia en el Partido Nacional. La escena de la señora Ripoll con su puño izquierdo y cerrado en alto, al lado de un sonriente pero nervioso candidato, y con una línea de fondo de “viejos blancos” con caras largas, batiendo sin muchas ganas una palma sobre la otra, a modo de aplauso, hablaba por sí sola.
Cabe preguntarse, entonces: ¿no contaban, entre los dirigentes blancos, con otros candidatos o candidatas que fueran merecedores de tan elevado ofrecimiento? Bueno, por la elección en cuestión, y el silencio de las legiones del deber, todo indica que no.
Luego explican la decisión, basados en una sesuda norma que dice que “el que gana elige, y el que pierde acompaña”, y la justifican apelando a argumentos, tales como: “estrategia”, “visión política”, “sensibilidad social”, “cambios de paradigma”, y hasta declaraciones como las de Javier García, expresando que “el Partido Nacional tuvo sus victorias más resonantes cuando se presentó abriendo las puertas para el ingreso de compatriotas que venían de otras filas”.
Y continuaron pretendiendo justificarla, trazando “paralelismos” con situaciones que nada tienen que ver con esta. En efecto, Benito Nardone, que un día se pasó al Partido Nacional, provenía del Partido Colorado/Ruralismo; Hugo Batalla, que integró la fórmula con Julio M. Sanguinetti, tenía como origen el Partido Colorado, y Rodolfo Nin Novoa, que lo hiciera con Tabaré Vázquez (FA), venía del Partido Nacional.
Está claro entonces que nunca un partido tradicional —mucho menos el Nacional— había ofrecido integrar su fórmula presidencial a un excomunista y recién llegado a la hueste partidaria.
La comprometida decisión, resume la liviandad, inmediatez y superficialidad con que quienes aspiran a regir los destinos de nuestra nación manejan los asuntos que son trascendentales para la República.
Finalizando, es tan preocupante como alarmante la ingenuidad —o quizás ignorancia— de gran parte de los políticos acerca del accionar del Partido Comunista internacional, hoy travestido de “Foro de San Pablo”.
Quizás no sea este el caso, pero antecedentes sobran respecto a su táctica de infiltrar las organizaciones, que de alguna forma se oponen o entorpecen su fin último, con la intención de socavarlas desde dentro.
Luis Eduardo Maciel Baraibar