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    La guerra en Gaza

    Sr. director:

    Como uruguayo judío y sionista no puedo eludir la responsabilidad, al cumplirse 20 meses de la invasión y pogromo en la frontera israelí con Gaza el 7 de octubre de 2023, de referirme no tanto a aquel hecho puntual sino a dónde estamos parados transcurrido todo este tiempo. La historia, las comisiones investigadoras y la prensa tendrán años por delante para analizar, explicar y responsabilizar acerca de lo sucedido entonces. Hoy me preocupa lo que sucede hoy.

    Este no es un análisis sesudo del conflicto en Oriente Medio ni una especulación acerca del futuro. Si algo han probado estos 20 meses es que nada es previsible, todo es posible y poco está en nuestras manos. Bastaría con preguntar a los miles (por momentos, cientos de miles) de manifestantes israelíes cada sábado por la noche: al principio por el régimen democrático israelí, luego y hasta ahora por los rehenes en Gaza y una guerra que se ha devorado lo mejor de la sociedad israelí. Solo han podido protestar y presionar. Y de esto último, más bien poco.

    Israel es una democracia parlamentaria. Los gobiernos allí difícilmente terminen su mandato de cuatro años. Irónicamente, el actual gobierno de Benjamín Netanyahu parece haber entrado en su recta final. De modo que, protesten lo que protesten, declare lo que declare la oposición, sea lo que informe la supuesta prensa ‘operadora’, o sea lo que digan las encuestas, por el momento el poder legítimo está en las manos de Netanyahu y sus aliados (67 en 120).

    Como dijera recientemente un experto, el éxito militar de Israel en estos meses es incuestionable. Ganó y revirtió en año y medio un situación de amenaza en siete frentes: Hamás; Hizbolá en Líbano y Siria; Cisjordania; Irán; y Yemen (aunque los hutíes no cejan en su empeño). Al mismo tiempo, la demanda interna ha sido demoledora para Israel. Mientras que las grandes cadenas de TV internacionales, con BBC a la cabeza, se empeñan en mostrar Gaza demolida y arrasada, nadie sabe nada acerca de la interna israelí y el alto costo pagado por esta guerra justa.

    Los israelíes pagan el precio de los desplazamientos (tanto de la frontera norte como de la frontera con Gaza) distorsionando la vida de todas las ciudades y comunidades refugio para estos desplazados, además de un altísimo costo económico. La demanda de servicio militar en la reserva ha alcanzado proporciones impensadas y ha puesto en primera plana el tema de la conscripción de los ultrarreligiosos; los períodos de hasta seis meses de servicio en el frente se ha cobrado familias y vidas. El trauma y el miedo generalizado no es titular de prensa, pero es parte de la realidad cotidiana. El costo económico y demográfico se hará sentir. Todos tratan de hacer ‘vida normal’, aunque algunas vidas esto bordea la bipolaridad.

    Pero, sobre todo, Israel y los judíos de todo el mundo nos hemos visto arrastrados a dilemas que jamás pensamos que afrontaríamos. En el derecho a nuestra legítima defensa, cuando nadie duda de que la intención de Hamás aquel 7 de octubre era tan genocida como lo fue la Shoá, nos enfrentamos a coyunturas sin antecedentes en nuestra historia. El poder que hoy garantiza nuestra existencia, por momentos, a veces, sucumbe al exceso.

    La paranoia justifica, para unos, acciones que son condenables para otros. El frente unido que se presenta en el campo de batalla es, puertas adentro, un gran cisma, tanto en Israel como en las diásporas. Los dilemas éticos y morales no eluden a ningún judío: algunos eligen respuestas leoninas, otros rumiamos sobre la fatalidad de la situación y no encontramos respuestas sino dolor. Aunque no todo lo que hoy hace Israel nos guste, adherimos a un sentido de lealtad incuestionado sobre nuestra razón de ser como pueblo y Estado. No concebimos un pueblo judío sin Estado de Israel. Un Estado democrático que elige, según sus reglas, su propio gobierno.

    Lamentablemente, en las últimas semanas, incluso en Uruguay (ni hablemos de Europa o los campus universitarios en los EE.UU.), al discurso condenatorio que bordea (por decirlo delicadamente) el antisemitismo más básico por parte de ciertos grupos de la sociedad para nada insignificantes se han sumado voces ‘oficiales’ judías (léase, institucionales) poniendo en primer lugar la crisis humanitaria en Gaza (que sí existe) por sobre la causa que generó la guerra y su crisis. Basta con leer sus comunicados y poner atención al uso del lenguaje, su semántica y sintaxis. En cuanto a redes sociales, streaming y otros recursos woke, más vale ignorarlos.

    Los ingenuos llamados a ‘la paz’ por medio de la creación de dos Estados (uno ya existe, Israel) son tan básicos y simples como el deseo, manifestado por las minorías que hoy detentan el poder en Israel (coalición mediante), de que el tema palestino desaparezca. No solo no desaparece, crece con el paso del tiempo. Los judíos somos un pueblo milenario; los palestinos parecen haber estudiado bien nuestra historia y se disponen a seguir el mismo camino. Como han dicho muchos de sus voceros: tienen tiempo y no se van a ningún lado. La oferta de Trump del transfer no los seduce como sí sedujo, en un pensamiento mágico, a muchos israelíes.

    A 20 meses del 7 de octubre de 2023 las prioridades, para el abajo firmante, son las siguientes: liberar a los rehenes vivos y devolver los cuerpos; el alto al fuego; un plan político para Gaza; un proyecto para el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania; un gobierno de unidad nacional en Israel sin Netanyahu al frente; restablecer la normalidad en las fronteras; enrolar a los ultraortodoxos, de modo que haya más brazos y menos brechas; procesar la reforma judicial; cerrar los Acuerdos de Abraham, incluyendo a los saudíes; mantener un estado de alta seguridad capaz de evitar cualquier tipo de ataque; y volver al crecimiento económico. Todo en su tiempo y circunstancia.

    Nuestra obligación como judíos es velar por nosotros mismos, porque ya sabemos con absoluta certeza que nadie lo hará por nosotros. Nuestra obligación como judíos es mantener altos nuestros estándares morales y éticos, aun cuando por momentos sea no solo difícil, sino incontrolable. Nuestra obligación como judíos es seguir unidos por el gran relato que nos funda y por la diversidad que ha permitido nuestra supervivencia.

    Si el mundo, la opinión pública, y los antisemitas de siempre siguen empeñados en poner su odio visceral y estructural en nosotros, allá ellos. No gastemos más energía explicando lo que somos y lo que representamos. La gran mayoría de los judíos y mucha más gente de lo que nos hacen creer lo sabemos muy bien. Estos años han sacudido nuestra existencia y nuestros valores como nunca desde la Shoá. Como entonces, no sucumbimos. Como entonces, el Estado de Israel, el proyecto sionista y los valores milenarios sostienen nuestro árbol de vida.

    Am Israel jai: el pueblo de Israel vive.

    Ianai Silberstein