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    La independencia uruguaya

    Sr. Director:

    Búsqueda tuvo la gentileza de publicar unas disquisiciones de mi autoría sobre la vieja discusión en cuanto a la fecha de la independencia uruguaya. En ellas sigo casi totalmente las enseñanzas del maestro Guillermo Vázquez Franco, en cuanto a que es indudable que esa fecha es la de la Convención Preliminar de Paz.

    Algún amigo que leyó esas líneas me manifestó su sorpresa ante la, para él, excesiva dureza de un párrafo, en el cual califico severamente las falsedades de eso que yo llamo la Cantata Artiguista. Es decir, la edulcorada y falsa versión sobre nuestra historia que intenta presentar a José Gervasio Artigas como el fundador de la nacionalidad uruguaya, como el caudillo que promovió la independencia de nuestra patria, luchó y combatió por ella y, por tal motivo, se erigió en el fundador de dicha nacionalidad.

    Un verso totalmente mentiroso, porque Artigas enunció categóricamente su proyecto y sus aspiraciones en el denominado con el altisonante e inapropiado nombre de Congreso de Tres Cruces. En la Oración Inaugural, Artigas enunció su proyecto en forma categórica: “Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional”. Un aserto que no resulta demasiado apropiado para un fundador o precursor de una nacionalidad separada e independiente. Idea que fue rotundamente confirmada por su mano derecha, Manuel Barreiro, poco tiempo después: “Nunca puede darse a la disidencia (de Artigas con el Directorio de Buenos Aires) otro carácter que el de accidental. Siendo claro que jamás nosotros (los orientales) podríamos caer en el delirio de querer constituir solos una nación”.

    Ciertamente, ¿alguien lo puede pretender más claro y categórico?

    Pese a ello, algunos creyeron (tal vez con buenas razones) que era necesario falsear la historia e inventar una lucha guerrera por la independencia nacional. Una lucha que nunca existió, porque es cierto lo que afirma Vázquez Franco: “Ningún oriental murió combatiendo por la independencia nacional”. Ninguno. Obviamente, la guerra contra el invasor portugués, luego brasileño, existió, pero no por una independencia nacional.

    Pero había que crear el mito. Y para eso era necesario falsear la historia. O sea, lisa y llanamente, mentir. Por eso Vázquez Franco califica de embusteros a los cultores de la Cantata Artiguista. Algunos, sin duda lo fueron (pienso en Francisco Bauzá y Pablo Blanco Acevedo a la cabeza del pelotón), otros fueron meros mentirosos (lo que es un grado menor en la falsedad), y algunos puede ser que hayan sido llevados al engaño por su incapacidad para superar los sesgos propios de la tarea interpretativa. Es difícil saber quién es quién por aquello que enseñaba el gran Francesco Carnelutti: “Las puertas de la mente sólo se abren desde adentro”.

    Pero lo cierto es que aquel párrafo que escribí en Búsqueda no tenía nada de exagerado. Hay mucho de la historia nacional que sufrió el mismo tratamiento que el padrecito Stalin daba a aquellos que iba defenestrando: los suprimía de los documentos y las fotografías, y así los eliminaba de la historia. Así procedieron los cultores de la Cantata Artiguista con la Convención Preliminar de Paz del año 1828. Esa que es calificada como fecha de nuestra independencia en la Constitución de 1830.

    Así disfrazaron la calle Convención, que se refiere a la Convención Preliminar de Paz. Quitaron de la foto la parte sustancial… y nadie supo en adelante la razón de ser de la denominación de esa calle céntrica. Convención…

    Véase, a vía de ejemplo, la exposición que formula el destacado historiador Gerardo Caetano en un video colgado en YouTube: “25 de agosto. Declaratoria de la Independencia” (24 de agosto de 2020). Gerardo Caetano, aunque sin la vehemencia de Vázquez Franco, acepta que ubicar la fecha de la independencia del Uruguay en la Asamblea del 25 de agosto tiene “escasa persuasión y fundamento”. Y que en la Convención Preliminar de Paz “fueron solo argentinos y brasileños, sin la participación de orientales, quienes decidieron la fundación de un Estado oriental formalmente independiente, aunque con una soberanía fuertemente mediatizada” (Historia mínima de Uruguay, p. 54). Aunque Caetano es también un cultor de la Cantata Artiguista, pero algo más atenuado que los que le precedieron. Y se olvidó de la decisiva participación británica en la Convención Preliminar: no fueron solo argentinos y brasileños; y estos no fueron los decisivos, ya que la influencia determinante fue la británica (el poder de los barcos, los cañones y el dinero era demasiado potente).

    En la referida disertación en YouTube, Caetano describe muy bien la forma en que se han desempeñado los cultores de la Cantata Artiguista. Nos enseña que el problema lo generan a partir de un hecho indudable: que la Asamblea de la Florida fue manipulada por Juan Antonio Lavalleja y la Constituyente de 1830 por Fructuoso Rivera. Y que, a partir de ese hecho cierto, se generó una confrontación entre los historiadores de corte colorado (que se pronunciaban por el 18 de julio como fecha de la independencia) y los de corte blanco (que preferían el 25 de agosto). Lo cual también es cierto: esa discusión existió.

    Pero la verdad va por otro lado. Ese debate obedecía a la necesidad de hacer desaparecer la Convención Preliminar de Paz de 1828. Y hallar un evento sustitutivo. Y lo lograron: le pasó lo mismo que a tantos líderes soviéticos que desaparecieron de las fotografías. Y de la historia. También del nomenclátor montevideano. Y colocaron otra fotografía en su lugar.

    Así la Convención Preliminar fue olvidada. Ni en las escuelas se la mencionaba. Y todo estaba relativamente tranquilo hasta que el muy molesto y dislocador Vázquez Franco la resucitó. Y con mucha fuerza, porque sus enseñanzas han resultado irrebatibles. Al fin de cuentas, bastaba con leer las proclamas de Juan Antonio Lavalleja, algunas cartas de Fructuoso Rivera, el Informe de José Ellauri a los constituyentes de 1830 y el final del texto de nuestra primera Constitución.

    Para lograr esa desaparición, claro está, había también que eliminar de las fotografías esa frase final del texto de la Constitución de 1830. En la cual se declara que al 29 de setiembre de 1829 el Uruguay transitaba por el segundo año de su independencia. Lo que no es un detalle pequeño, sino más bien, todo lo contrario. Así se hizo. Y todos se olvidaron de ese incómodo texto.

    Y esa supresión de la historia tiene una clarísima razón de ser. Porque es cierto que la independencia, como bien decía José Ellauri con el asentimiento de todos los constituyentes, fue una decisión de poderes extranjeros, que nos fue impuesta, que los orientales no querían, pero que tuvieron que aceptar. Por mera impotencia. No por decisión propia ni por entusiasmo.

    Pero sucede que aceptar estos hechos incontrovertibles significa hundir en forma irreversible todo el verso falso de la Cantata Artiguista: don José, como él mismo lo decía en forma categórica, no fue ni el fundador de la nacionalidad ni tampoco su precursor. Como algunos, huyendo hacia adelante (aunque temporalmente hacia atrás), han salido a decir, luego de que Vázquez Franco hundiera la Cantata Artiguista con un torpedo tan efectivo como los dos que hundieron el ARA General Belgrano en menos de una hora.

    Esa es la verdadera razón de la desaparición, durante más de 150 años, de la Convención Preliminar de Paz (y de la incómoda frase final del texto de la Constitución de 1830). La Convención fue la real fecha de nuestra independencia como nación soberana. Y, si eso admitimos, tenemos que renunciar totalmente al mentiroso mito de don José como fundador de nuestra nacionalidad. Otro tema es el de la cuestión sobre si por independencia debemos considerar una fecha precisa o un proceso extendido en el tiempo. O la cuestión de qué entendían nuestros antepasados por independencia.

    Eso lo dejamos para otro día. Pero en ese planteo aparecen, con su habitual resultado de confusión, dos de los fantasmas que acosan a todos los historiadores (en realidad, a todos los escribidores, fuere cual fuere su tema): el carácter siempre elíptico de nuestro lenguaje y el problema de la polisemia.

    Como enseñaba Carlos Vaz Ferreira, en esa discusión sobre fecha o proceso, se esconde una cuestión de palabras. Que conduce habitualmente a un grueso sofisma. Alcanza con recordar la lúcida obra del maestro: Lógica viva.

    Aunque, sofismas aparte, la Convención Preliminar de Paz ha resucitado con fuerza. Y cada vez son más los uruguayos que así lo admiten. Vázquez Franco ha resultado irrebatible en ese tema. Posiblemente, o más bien, seguramente, ese es el motivo de que la obra cumbre de Vázquez Franco (Traición a la patria) sea tan escasamente frecuentada por los historiadores compatriotas de la actualidad. Un silencio algo más que elocuente.

    Enrique Sayagués Areco