• Cotizaciones
    viernes 02 de mayo de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    China Zorrilla: lo que nos debe identificar es nuestra cultura, que es una riqueza más difícil de hallar que el oro o el petróleo

    En 1974, trabajando en un teleteatro, tuve que decir: “'Ese está más loco que el Borda', refiriéndome al manicomio de Buenos Aires. Acá se sintieron molestos porque pensaron que hablaba de Bordaberry”

    Reportaje de César di Candia, publicado el jueves 6 de setiembre de 1990

    Este fue, no hace mucho tiempo, el pequeño mundo silencioso del escultor José Luis Zorrilla, en manos ahora del Estado. En este mismo banco de madera solía matear por las mañanas, disfrutando de los macizos de plan tas, del sol que se escurría entre los árboles, de la levedad de los picaflores, de la fuente llena de camalotes, del aire que limpiaba la punta brava de la ciudad, donde otras generaciones habían instalado una farola. Su hija, la actriz Concepción Zorrilla, es hoy la guía de la devastación. Los canteros humillados de hormigas, las plantas secas, los matorrales de yuyos, la fuente sedienta porque el Ministerio de Cultura no ha pagado sus cuentas con OSE Refugio de marginales depósito de basura de algunos vecinos, el jardín agoniza También ha bajado los brazos el taller donde la mayor parte de la obra del escultor, bocetos, bronces, yesos, cuadros, estatuas terminadas que aguardan una plaza imposible, ha comenzado a ceder ante el inexorable deterioro de quince años de reclusión.

    China Zorrilla me va mostrando todo, con voz apaga- da como quien camina por un cementerio Los bocetos del monumento a Batlle, la inmensa estatua de José Pedro Varela, las pinturas del Via Crucis, encargadas alguna vez por la Iglesia del Cordón y luego nunca compradas, la infinita cantidad de trabajos arrinconados por la desidia oficial, por encima de los cuales todavía parece caminar —camina en realidad— el duende de José Luis Zorrilla sin entender lo que sucede. Tampoco puede explicar- se la desolación de la bodega que había mandado construir en el subsuelo, donde entre los toneles y los faroles antiguos colgados de las vigas, cenaron más de una vez Jean Luis Barrault Madelaine Renaud, Victorio Gassman y Jean Vilar, historia viva del teatro del mundo.

    ¿Cómo no entender entonces el llanto de China? Es el dolor por la destrucción negligente de la obra de su padre, por la lenta agonía de la cultura nacional.

    —Todo esto que se ve tan desolado, tan abandonado, debe haber sido parte del mundo de tu infancia. ¿Qué recuerdos te trae?

    —Recuerdos de toda la vi da. Esto que estamos miran- do es el jardín del taller de papá. El plantó absolutamente todo. Había unos cipreses formando una ojiva que se han secado, esa fuente es- taba llena de agua y encima. de ellas había unas plantitas: flotando como camalotes en miniatura. De la parte central de la fuente surgía un chorro alto y varios más de los laterales. Papá que disfrutaba mucho de esos placeres bu- cólicos y puros, me contaba lo que significaba el llegar acá de madrugada, tomarse unos mates con Pablo Castro, un hombre aindiado que era su compañero y ayudan- te en el taller y mirar cómo los picaflores se bañaban en los chorritos.

    —Actualmente, es una imagen de devastación.

    —Ahora no está tan dejado porque Juan Luis Amorin, mi sobrino, el hijo de Inés, se ha empezado a ocupar. Pero llegó un momento de tal abandono que la gente del barrio lo usaba como basural. Luego de años de hacer antesalas interminables ante los distintos ministros de Cultura sin obtener ningún resultado, mi sobrino decidió intervenir él a prepo. Un tiempo antes habíamos comprobado que el piso de tablas había comenzado a podrirse y como abajo hay un sótano inmenso con una bodega, el peso de las esculturas lo estaba venciendo de modo que en cualquier momento podía producirse un derrumbe con el consiguiente destrozo de los trabajos de papá. Yo un día no pude soportar más el seguir pidiendo ayuda en puertas que nunca se abrían y me fui a Buenos Aires a hablar con Bartolomé Mitre, director y dueño de La Nación. "Por favor” —le dije— "dame un buen periodista. Quiero que hagan una nota para salvar el taller de mi padre". Y a los pocos días salió un gran artículo en la página tres que se titulaba: "A ocho años de muerto el gran escultor Zorrilla de San Martín, su taller tiene graves deterioros". A raíz de eso, un buen amigo, el pintor Miguel Páez Vilaró se hizo cargo de un arreglo provisorio a su costo. Se colocaron puntales en el sótano y se evitó el derrumbe.

    —Quiere decir que hoy, pasados no ocho sino quince años, los sucesivos Ministros de Cultura que ha tenido el país sin excepción, han optado por no desviar ningún rubro para conservar este patrimonio histórico.

    —Es muy cruel decirlo así.

    —Te ruego que me digas si hay otra forma.

    —No la hay. Puedo entender que los ministros tengan sus prioridades y cuidar el taller con la obra que está dentro, de pronto no es de las primeras. Para mí sí lo es. Y te confieso que una de las razones que motivaron mi venida al Uruguay es para mover cielo y tierra para salvar la obra de papá. El murió de ochenta y cuatro años y acá hay sesenta de trabajo de un escultor vinculado a las raí- ces de este país, porque suyos son el Artigas, el Monumento al Gaucho, el de Aparicio Saravia, el de Batlle...

    —... el del Viejo Vizcacha.

    —También... Mirá así como yo creo que la palabra “paz” auna un montón de conceptos, el de equilibrio, el de justicia social, el dé la desaparición de los privilegios y las marginalidades y por eso la escribo siempre debajo de mi firma, la palabra “cultura” también engloba muchas ideas y bien empleada, arreglaría todo en un país. Un día me atreví a decir en la inauguración de un teatro de La Plata que si hubieran abierto más teatros, posiblemente no habría habido guerra en las Malvinas. Y la gente me aplaudió a rabiar porque todos estaban de acuerdo. Yo creo que mantener valores como este taller es muy importante, porque el Uruguay entre otras cosas está perdiendo sus raíces y los chicos jóvenes abandonan el país porque no tienen nada atrás.

    China-Zorrilla-1950.jpg
    China Zorrilla en París durante la década de 1950.

    China Zorrilla en París durante la década de 1950.

    El escultor y su taller

    —Los jóvenes no solamente no tienen presente ni futuro, sino tampoco pasado, que sin duda es más importante.

    —Eso mismo. Y este taller con su jardín, con sus cuadros, con sus bocetos, con sus esculturas, con sus trabajos a medio terminar, es una raíz. Claro que no va a impedir que la gente se vaya, pero integra una serie de pequeñas cosas que sirven. Es poco lo que se pide. Que lo cuiden, que haya agua en las canillas, que no nos corten la luz, que alguien impida que se entre a robar, como la vez pasada que desapareció la colección de medallas de papá… Yo voy a seguir golpeando puertas y si no se abren recurriré a otras fuera del país. La obsesión de mi madre con sus noventa y tres años es este taller. Si logramos contactarnos con el jerarca Tal o con el jerarca Cual... Hace unos años, poco antes de morir papá, vino un periodista de la televisión alemana a entrevistarme. Lo llevé al taller y poco a poco aquél me fue "robando" el reportaje. “Yo voy a encontrar muchas actrices como usted” —me decía— “pero hombres como su padre, no”. Papá le mostraba la bodega, lo convidaba con vino casero, le explicaba las plan- tas, el misterio del clavel del aire que crecía sin raíces, le daba una clase de historia uruguaya mostrándole sus cuadros. “Este es un hombre del Renacimiento!” decía el alemán. Al final él se comió la nota y yo salí como “la hija de”. (se ríe)

    —¿El escultor Zorrilla hacía vino?

    —Trabajaba con muchos fundidores, que eran todos de origen italiano y ellos le enseñaron a elaborar vino. S Hacía de varias clases. Todavía están las fórmulas escritas con su letra pegadas en las paredes de la bodega. Papá era un tipo irrepetible. Muchas veces yo regresaba a casa de madrugada, luego de aquellas largas jornadas s de ensayos y charlas interminables y cuando llegaba a casa, él salía para ver salir el sol desde su taller. Era un permanente disfrutador de todas las cosas pequeñas: una nube rosada, un pájaro, una flor. En ocasiones lo acompañaba al taller y todo el trayecto de nuestra casa de 21 de Setiembre hasta acá, lo pasaba señalándome cosas bellas que a mí me pasaban desapercibidas. Este taller, cuyo jardín está separado de la casa de mi abuelo por aqueIla puerta, era su mundo.

    —De modo que ambos predios eran de la familia Zorrilla.

    —Los domingos cuando veníamos a almorzar a lo de mi abuelo, jugábamos en los dos jardines. Pero recién cuando crecí, valoré lo que era esto, en mis largas conversaciones con papá. Siempre comentábamos lo hermoso que hubiera sido disponer de dinero para hacemos una casa encima del taller y poder vivir todos aquí. Pero el pobre papá fue un hombre tremenda- mente torpe en materia eco- nómica, una nulidad absoluta para ganarse la vida.

    —De pronto no le importaba hacerlo y se sentía feliz así.

    —Creo que sí Pero siempre que lo veía preocupado por problemas de plata yo sentía un nudo en la garganta... (larga pausa) una angustia que no te podés imaginar... (pausa) Es terrible, es injusto que a un hombre como él, se le haya hecho esto... nunca sospechamos que todo lo que levantó con su esfuerzo, fuera a ser destruido por la desidia del Estado... no hay derecho, no hay derecho... (solloza varios minutos) Disculpáme, no pude evitarlo... Un hombre que vivió con modestia, que no le dejó na da a la familia... ¿Qué costaría hacer de todo esto un gran lugar que pudiera visitar la gente? Está el Museo Zorrilla, al lado el taller de papá y pegado a éste la casa de Raúl Montero Bustamante que era el marido de la hija mayor de don Juan Zorrilla de San Martín y que ha sido declarada monumento nacional. Esto es una unidad cultural única. Yo quisiera demostrar hasta qué punto todo esto puede enriquecer al Uruguay, espiritual e intelectualmente.

    —Me gustaría encontrar un justificativo para entender el desinterés del Estado en este caso, pero creo que no existe.

    —Cuando venían al Uruguay grandes compañías de teatro extranjeras, yo solía traer a los actores acá, para que conocieran el taller, charlaran con papá, cenaran en la bodega y bebieran sus vinos caseros. Me ha llegado a ocurrir que veinte años después, me he encontrado con Jean Luis Barrault en París y me ha recordado maravillado “aquel lugar de sueño, frente al mar con sus divinos jardines”. Y yo he tenido que confesarle con vergüenza y con dolor que todo estaba comido por la maleza y la humedad porque el Estado se había olvidado que existía.

    Los dos abuelos famosos

    —¿Cómo transcurrió la infancia de las cinco hermanas Zorrilla en aquellos predios frente a la farola de Punta Carretas?

    —Yo tengo un recuerdo totalmente idílico de mis dos abuelos. Nosotros estuvimos hasta grandes, creo que yo tenía quince años ya, en la quinta de mi abuelo Enrique Muñoz y su mujer Guma del Campo. Allá vivía además, media familia Muñoz. Yo pasaba de ese abuelo adorable, pintoresco, que hablaba esperanto igual que el español, como todos sus hijos, gran ajedrecista, capaz de pasarse horas jugando con su gran amigo Luis Alberto de Herrera, a la quinta de mi otro abuelo don Juan Zorrilla, a cuya casa íbamos los domingos. A este abuelo lo tengo presente como un tipo muy divertido, con un enorme sentido del humor. Ir a su casa era una fiesta. Había una mesa inmensa de aquellas de antes donde comíamos siempre quince o veinte personas y luego mi abuelo nos sacaba a dar una vuelta por el jardín. Ibamos a la fuente que estaba llena de tortugas y donde siempre alguna de nosotras se caía, nos hacía ponerles nombres a las tortugas, cruzaba el portón y nos llevaba al taller de papá, del cual estaba muy orgulloso, nos paseaba por los alrededores.

    —Uno ve las fotos de don Juan Zorrilla de San Mar tin, con su chaleco negro y su aspecto formal y no se puede imaginar que fuera un hombre divertido.

    —Lo era. Nos hacía reír permanentemente porque era ocurrente y alegre. Yo nunca tuve conciencia que fuera“El Poeta de la Patria”. Para mí, era un abuelo como cualquier otro. Cuando murió, mis padres dijeron que teníamos que ir a presenciar el entierro y nos llevaron a un departamento muy alto que estaba frente a la Plaza Independencia. Y yo vi aquella multitud impresionante y pensé que eso ocurría cada vez que se moría cualquier persona, porque siempre parte del pueblo iría a acompañar a los muertos al cementerio. Tenía nueve años y recién tiempo después, comencé a captar lo que mi abuelo significaba. Igual tengo recuerdos muy vivos. Te puedo decir por ejemplo que lo escuché recitar muchas veces, pero además, recuerdo que le encantaba escucharme recitar a mi. Incluso alguna vez me dijo: “tú me vas a dar el gusto que no me dio ninguno de mis catorce hijos, vas a ser actriz”. Papá era escultor, Juancito un gran violinista, Pedro pintor, Antonio poeta, Cochonita y Elvira habían hecho muchos años de canto lírico, pero ninguno había sido actor. Dos de mis tíos, Ignacio y Paco parece que tenían condiciones, pero hacer teatro en aquel tiempo era apenas un hobby elegante y de ahí no pasaba. De modo que cuando el viejo me depositaba su confianza, yo me sentía muy respaldada. Mi abuelo era un gran recitador de sus cosas, algo que no siempre se da en los poetas. Neruda por ejemplo recitaba muy mal sus propias cosas. Yo lo escuché a don Juan Zorrilla recitar La Leyenda Patria en Florida y no me voy a olvidar nunca, de aquel hombre chiquito y gordo que recitando parecía un gigante.

    —Tu madre me contó hace un tiempo que el escultor, también era un gran recitador.

    —Papá tenía una memoria fantástica. Te decía el canto quinto de La Divina Comedia entero como si nada. Un día en la bodeguita estábamos cenando con Vittorio Gassman y papá de sobremesa le dijo: “Yo le voy a demostrar hasta qué punto su país ha influido en mi vida. No solamente aprendi escultura en Florencia sino que hablo su idioma fluidamente. Quiero recitarle el canto de Paolo y Francesca de La Divina Comedia”. Y Gassman me. contaba después que había temblado pensando para sus adentros: “que no se destruya con un mamarracho la imagen que me ha dado este hombre inteligente y culto”. Y terminó de recitar papá y Gassman lo abrazó conmovido.

    —¿Qué significaba para un niño aquel enorme taller?

    —Era nuestro orgullo. Nosotros estábamos habituados al mundo del desnudo. En aquella época en las clases de arte las monjas nos tapaban algunas zonas de las estatuas y a nosotros nos causaba asombro porque el cuerpo desnudo de la gente nos parecía totalmente normal.. Papá nos hablaba mucho de arte, de una manera fácil y accesible. Leía permanente- mente pero no solamente l- bros de arte. Le gustaban las policiales de Simenón o de Agatha Cristie, los ensayos, las obras teatrales y después todo lo que leía lo comentaba en la mesa. Yo siempre digo que mis grandes nociones de cultura comenzaron escuchando hablar a papá. Y oyéndolo recitar, aprendí muchos poemas. No sólo poemas, sabía de memoria páginas enteras de Rodó. El tenía. el orgullo de haber ilustrado, siendo muy joven, el primer libro que escribió Rodó y quedó con una profunda amistad con él. Cuando daba clases era como una actuación teatral. Dictaba unos cursos de arte en el Instituto Normal y eran tan notables que se vaciaban los salones y la gente acudía en masa a escucharlo hablar. Recuerdo que un día habíamos ido a una estación de servicio a echar nafta y él se bajó y se puso a conversar con los empleados, que seguían sus palabras con una atención desacostumbrada. Cuando regresó al auto le pregunté: “¿Qué tanto hablabas con los muchachos?” “Les estaba explicando cómo hizo Miguel Angel para pintar la Capilla Sixtina”. (se ríe)

    Embed - Yo hago ravioles ella hace ravioles... Esperando la carroza

    La hermosa rutina del teatro

    —¿La convivencia de las cinco hermanas fue fácil?

    —Totalmente pacífica. Después, la vida nos llevo por distintos carriles. Cuatro se casaron, tuvieron hijos y tres de ellas son abuelas. Yo transité por otro, más inesperado. que se concretó por suerte en una vocación que pudo hacerse realidad. Y aquí me tenés con cuarenta años de teatro profesional a cuestas.

    —¿Cuál fue el primer dinero que ganaste como actriz?

    —Debuté en la Comedia Nacional en 1948, pero an- tes había hecho un espectáculo con Onetto Jaume por el cual gané quinientos pe- sos que me hicieron sentir riquísima. Hasta ahora sigo sintiendo la sensación de privilegio y de suerte que tenemos los que podemos vivir haciendo lo que haríamos igual aunque tuviéramos que pagar por ello. Ya no digo gratis, digo pagando. Con papá muchas veces hablábamos de un tema pintoresco. Yo le hacía ver lo imperecedero que era su trabajo y lo efímero que era el mío. “El día que tú te vayas” —le decía— “van a quedar el bronce, el granito, el mármol, como prueba de tu obra. Lo mío termina conmigo, el hecho teatral finaliza al caer el telón. Nadie me podrá explicar nunca cómo era el trabajo de Sarah Bernardt o de María Guerrero”. Papá se reía y me contestaba: “eso es correcto, pero a ti te aplauden. Disfrutas de la voluptuosidad de los aplausos que se renuevan noche a noche”. Y recién entonces descubrí lo lindo que es que a una la aplaudan.

    —¿No concluye por hacer del artista un esclavo de su vanidad?

    —No. El aplauso forma parte de la hermosa rutina del teatro. Hace muy poco, cuan- do murió Bárbara Mujica, pi- dieron que en todos los teatros hubiera un minuto de silencio. Yo no lo hice. Salí a escena y dije que primero iba a leer lo que la crítica había escrito acerca de su última actuación. Y después expresé textualmente: “a los actores no nos gusta el silencio, nos gusta el ruido y el aplauso. Quisiera que Bárbara sea despedida por ustedes con un gran aplauso final”. No te podés imaginar lo que fue aquel teatro. Se vino abajo de aplausos.

    —Te hablaba de la vanidad porque parece la con- secuencia inevitable de los halagos permanentes, de las referencias de la prensa, de la transformación del actor en un personaje.

    —En mi caso no ha sido así. Todo eso que tú mencionas es más notorio en Buenos Aires que acá. Allá existe una especie de fanatismo del público que nace en la multiplicación de los reportajes y de las fotos, de las cosas que dicen de ti las revistas de chimentos que hoy te inventan un amante griego y mañana una operación de cirugía estética. (se ríe) Eso acá en el Uruguay no existe. Es la diferencia entre una ciudad chica y una grande.

    —O de un pueblo no habituado a la frivolidad y otro para el cual la tontería es el pan de cada día.

    —No estoy de acuerdo contigo. La frivolidad desgraciadamente es lo que se ve. Observamos la superficialidad argentina, pero no nos enteramos que la película más taquillera de los últimos meses en Buenos Aires fue El Maestro de Música. Cuando una película está en cartel diez meses, no es porque solo la vean los intelectuales. Es una película de gran refinamiento hecha por alguien que apostó exclusivamente al espíritu. Yo hice Emily en Buenos Aires cuando empezaban las malas palabras, los desnudos y las audacias del destape y batí todos los récords de público. Esa es la cara que no se ve del público. La contracara de la frivolidad. Lo que está en las tapas de las revistas, es la actriz medio desnuda, el romance de la vedette con el jugador de fútbol...

    —… las amantes de Menem...

    —… exacto, las amantes de Menem, reales o inventadas. Acá eso no sucede porque vivimos en una ciudad chica Yo he firmado en Buenos Ai- res más autógrafos en un día que en Montevideo durante toda mi vida. Acá caminan por la calle “Ducho” (Sfeir) o Calcagno o Nidia (Telles) o pudo hacerlo antes Guarnero, amigo inolvidable, y a nadie se le ocurre pedirles autógrafos. Además acá no hay cine propio ni teleteatros, ni un gran desarrollo de la tele- visión como existe allá.

    La prohibición de actuar en el país

    —China: te fuiste del Uruguay hace como veinte años y tuviste un largo período en el cual no te dejaron volver.

    —Sí. Se decía que mi regreso podía ser peligroso para mi persona. Entonces una hermana mía habló con un general del gobierno y éste le confirmó que había una orden de detención que tenía que hacerse efectiva no bien pusiera los pies en el país. Después habló con otro general que le dijo todo lo contrario, así que me resolví y vine a desempatar. En el 75 cuando murió papá, viajé a hacer Hola, hola, uno, dos tres en El Galpón. Había un problema económico en la familia y quería dar una ma- no. Todavía me acuerdo de la cara desolada de Yamandú, un funcionario del teatro al decirme: “mirá China ha venido la orden de cancelar la función”. Salí a la calle y había unos señores arrancando los carteles con mi foto. Y enseguida vino un comisario muy contrito a decirme: “perdóneme, China, justo a mí que he sido siempre admirador suyo, me toca hacer esto... me da mucha vergüenza, pero tengo que llevarla a la Jefatura”. Y ahí fue que me hicieron firmar el papel.

    —¿Qué papel?

    —Uno que decía: “por la presente me notifico que no puedo actuar más en territorio nacional”. Eso se comentó mucho. Hubo cables de Ansa y France Press que lo divulgaron por el mundo entero.

    —¿Alguna vez te dieron razones para esa prohibición?

    —Sí, por supuesto. En aquel momento el presidente era Bordaberry, un contrapariente mío al que conozco desde chiquito. En la época en que vivíamos en la quinta de mi abuelo Muñoz, en el Prado, uno de nuestros programas era ir a jugar a la quinta de los Bordaberry que estaba sobre la calle Agraciada. Tenemos tíos comunes: hay una her- mana de mamá, casada con un hermano de la madre de Bordaberry.

    —¿Qué hiciste entonces?

    —Le escribí una carta pidiéndole que me explicara de qué se me acusaba. Como consecuencia tuve una larga entrevista en Jefatura con Castiglioni que me mostró un legajo con tal cantidad de cargos contra mí que aquello parecía la Guía Telefónica. (se ríe) Entonces le dije: “Pero si todo eso que está ahí es cierto ¿cómo me va a dejar suelta? (se ríe) Tendría que ir a la cárcel encadenada…”

    —¿Y cuáles fueron los cargos concretos?

    —Qué había pagado un barco desde Buenos Aires para que pudiera venir gente a votar al Frente Amplio, que en mi casa se reunían personas de la oposición y había otra acusación muy graciosa, que no sé si vale la pena contarla, pobre Juancho... ahora solo lo vería con ojos de pariente y le daría un gran beso. No sé si tú sabes que el manicomio de Buenos Aires se llama Borda y en una telenovela de Migret en la que actuaba tuve que decir. “éste está más loco que el ‘Borda'”. Yo estaba mal mirada y la gente que la vio allá debe habérselo contado a los muchachos de acá que pensaron que se trataba de una ironía contra el pobre Juancho. Eso también estaba en mi expediente. Entonces le dije a Castiglioni: “¡Pero si usted cree que yo tuve esa intención, no puede limitarse a prohibirme actuar! Eso es un agravio al presidente! ¿Quiénes los informan a ustedes?” Aquello ya era una jarana pero no quisiera recordarla.

    —Así que firmaste tu notificación y te fuiste.

    —Claro. Les pedí una copia que no me dieron y todavía tuve un incidente posterior. Ya te conté que yo firmo y debajo pongo siempre la palabra “paz”. Hice lo propio al notificarme y ellos creyeron que era una provocación y me hicieron otro interrogatorio. Les pedí que por favor, fueran a la esquina, compraran Radiolandia y leyeran un artículo donde se decía que yo firmaba de esa manera. Me metieron en un calabozo y cuando me vino a buscar Gumita con una orden de no sé quién, le dijo el oficial de guardia: “allí está sentada. O se ha quedado dormida o está muerta”. Yo estaba completamente dormida sobre un banco. (se ríe) En fin, fue un asunto divertido de contar pero desagradable de vivir.

    —Seguramente alguien deberá escribir los episodios que la dictadura transformó en cuadros de comedia creyendo que realizaba actos muy trascendentes.

    China-Zorrilla-Taco-Larreta-ok.jpg
    China Zorrilla y “Taco” Larreta.

    China Zorrilla y “Taco” Larreta.

    Prohibiciones argentinas

    —Supongo que sí. Regresé a la Argentina donde el problema salió publicitado en los diarios, por supuesto que con versiones deformadas. Pero después me di el gusto de volver antes de que me levantaran la prohibición y sí pude en ese momento actuar frente al Presidente electo, al candidato que había perdido, al líder del Frente Amplio que había estado once años preso, a mi madre anciana y toda mi familia sin que me diera un sincope por la emoción, es porque yo soy inmortal. Al salir a escena, sentí que el corazón me reventaba. Cuando logré serenarme, pasados los minutos de aplausos pensé: “éstos ahora se sientan y me miran, yo todavía ten- go que hacer una hora y media de Emily. Felizmente pude sobreponerme. Y luego dirigí unas palabras “Tenemos aquí entre nosotros al Dr. Sanguinetti, electo por el pueblo, al Dr. Zumarán que ha tenido la hidalguía de ir a felicitarlo, al general Seregni, que como Emily Dickinson, supo de las largas reclusiones…” Fue la noche más inolvidable de mi vida. (se emociona)

    —En la Argentina también estuviste prohibida.

    —Había listas que te autorizaban solamente a hacer teatro. Nada de radio ni televisión.

    —Acá fue peor porque yo recuerdo haber visto Esperando la carroza en su versión televisiva, con Pepe Soriano y le habían cortado las partes en las que tú intervenías.

    —Tal vez acá se curaran en salud y fueran más realistas que el rey, no lo sé. En Buenos Aires, si tenés la suerte de trabajar en un teleteatro de éxito como fue Pobre Diabla que a mi me catapultó, es como si dispusieras de una beca. Durante un año, vivís cómodamente y podés pagar tus cuentas. Pero si no podés hacer ni televisión ni cine, las cosas se ponen feas. Aquella situación era tan enloquecedora y arbitraria que en unas provincias las listas: de los prohibidos eran diferentes de otras. De modo que salíamos en gira para sobrevivir, y nunca sabíamos dónde podíamos someternos a reportajes televisivos y dónde no. La lista era amplísima y al final quedar afuera era algo así como un deshonor. Estaba Luppi, Alfaro, Carella, Marilina, Bárbara Mujica, Norma Aleandro, Pepe Soriano, Lautaro, Brandoni, Alterio...

    —Regresaste con tu público en 1984 y ahora lo has hecho de nuevo casi definitivamente. Entretanto en esos veinte años en que estuviste ausente ¿qué pasó con la cultura uruguaya?

    —Pasó, que el bajón es desconsolador. Te digo más: sigo creyendo que la única carta de triunfo que tenemos ante el mundo es nuestra cultura. Nunca vamos a ser un país de grandes industrias, la riqueza ganadera tiene un límite, lo que nos debe identificar es la cultura, que es una riqueza mucho más difícil de encontrar que una veta de petróleo o de oro. ¿Cómo no voy a encontrar una diferencia con los años cincuenta o sesenta si en ese momento una salía al escenario y sabía que tenía críticas firmadas por Mario Benedetti, por Carlos Martínez Moreno, por Angel Rama, por “Taco” Larreta? Los mejores ensayistas, escritores y profesores. Emir en Yale, Angel en Washington. Ese era el nivel. Ahora Montevideo es una ciudad triste, nuestra principal arteria, como dicen las guías turísticas, es una feria des- prolija, como todas las ferias y te advierto que no quisiera estar en el pellejo del querido Tabaré Vázquez y tomar una decisión con respecto al ambulantismo. Aquella era otra ciudad. En el Tupí Nabá podías encontrarte al presidente Martinez Trueba tomando un café y en la mesa de al lado al Senador Haedo con sus amigos políticos. A mi lo que me da más pena es no poder trasmitir a mis sobrinos todo esto con exactitud, porque el recuerdo del Uruguay pasado es intransferible. Yo era consciente que era lindo mientras lo disfrutaba y no tuve necesidad que pasara el tiempo para saber que vivía en un país rico en miles de cosas que ya no tenemos.

    —Pero del cual tú misma tuviste que irte.

    —Si y a causa de eso dejé por el camino muchos años importantes que ya no tienen arreglo, que ya se fueron.