César Luis Menotti, de cuya muerte este lunes 5 de mayo se cumplirá su primer aniversario, tuvo una larga relación con Uruguay. Y no solo a través del fútbol: más allá de su principal paso, haber sido el técnico de un irregular Peñarol entre agosto de 1990 y abril de 1991, en su carrera como el más político de los entrenadores se unió y desunió con periodistas, músicos y sindicalistas uruguayos, tal como deja en claro un magnífico libro de reciente edición en Argentina, Menotti, el primero. Historia del técnico que refundó la selección, del periodista Ezequiel Fernández Moores.
Menotti fue el técnico que ganó la primera Copa del Mundo para Argentina, en 1978, pero también es considerado el pionero en darle trabajo y seriedad a una albiceleste hasta entonces muy desorganizada, como una suerte de guardián de llaves hacia los títulos posteriores de 1986 y 2022. El Flaco llegó a Peñarol apenas 12 años después de haber alcanzado la cumbre, en 1990, pero ya en un momento desconcertante de su carrera, como desenfocado, sin hambre.
Por un lado, Menotti parecía cómodo como representante del autoconsiderado “buen fútbol”, ya enfrascado en una guerra de guerrillas dialéctica con su némesis, Carlos Bilardo, dogmático del resultadismo. Por el otro, se había acostumbrado a pasar por los clubes con etapas intensas, cortas y, en más de un caso, de abrupto final. Los títulos también empezaban a quedarle lejos. Peñarol no sería la excepción.
Tras su salida de la selección argentina, en 1982, Menotti tenía el suficiente currículum para iniciar un peregrinaje por varios de los mejores equipos del mundo hispanoparlante, y lo hizo. Entre 1983 y 1989, dirigió Barcelona, Boca, Atlético de Madrid y River con resultados decrecientes, de mayor a menor. Nunca duró más de una temporada. Aún así, resultó toda una revolución que, apenas ocho años después de haber dirigido a Argentina en su segundo Mundial, en España 1982, llegara al fútbol uruguayo.
Era, es cierto, un fútbol uruguayo todavía vigente en América entre clubes. Peñarol había ganado dos Copas Libertadores en los últimos años, en 1982 —también fue campeón intercontinental— y en 1987. Nacional, a su vez, había sido rey de América y del mundo en 1980 y 1988. Pero, ya en el inicio de un cambio en el orden económico mundial del fútbol, los dos gigantes uruguayos empezaban a transitar un desierto que continuaría hasta ahora. A Menotti lo sedujo más el nombre —gigante— de Peñarol que el dinero de un club en crisis.
Escribe Fernández Moores: “Es una ocurrencia del dirigente Juan Pedro Damiani, de 32 años. Su padre, José Pedro Damiani, el Contador, se reúne con Menotti. Le dice que siente algo de ‘vergüenza’ porque Peñarol no tiene mucho dinero. Pero el Flaco le responde que él dirige ‘equipos grandes, con tradición histórica’, como Peñarol, y que la propuesta es un ‘honor’. Entonado, Damiani ofrece 250 mil dólares anuales; Menotti acepta de inmediato”.
Aquel Menotti tenía palabras que lo definían. Y que también lo acortaban: espectáculo digno, respeto por la tradición, achique. Seductor nato, comenzó muy bien, como solía pasar, y sumó triunfos en una gira por Europa. Se quedó con la Copa Bologna al vencer 3-2 en la semifinales al Feyenoord de Holanda y empatar 1-1 en la final con el Cesena (triunfo 4-2 por penales). Jugó también contra el Real Madrid y apenas perdió 2-1.
Sigue Fernández Moores: “De regreso en Uruguay, Menotti, que vive en un hermoso chalet frente a la Rambla en Carrasco, mantiene su decisión de entrenar solo por la tarde. El Contador dirá años después que una mañana lo llamó temprano para ver si lo encontraba en su casa. Nadie atendió el teléfono. Más tarde, Menotti le respondió que a las mañanas salía ‘a comprar el diario’. El equipo sigue afilado. Por la Supercopa, elimina a Santos y a Boca, y avanza a semifinales”.
El triunfo contra Boca no fue uno más. Peñarol había perdido 1-0 en el Centenario, pero revirtió la serie, 2-0, en la Bombonera. El problema fue que su equipo empezaba a quedar expuesto con el “achique”, un sistema por el cual los defensores intentaban presionar a los delanteros rivales para dejarlos en posición adelantada. Una vez puede funcionar. Dos, también. Pero a la tercera ya no tenía sorpresa y Peñarol se convirtió en un tembladeral en defensa. Menotti se ahogaría en su propio dogma y las derrotas llegaron pronto.
Más allá de un buen triunfo 2 a 0 ante Nacional —y de darle pista a un joven Paolo Montero, de 18 años—, Olimpia lo arrasó 6-0 en las semifinales de la Supercopa, en Asunción. En el torneo local, Peñarol también se quedó sin nafta: terminó tercero, a ocho puntos del campeón, Bella Vista, en pleno quinquenio de los chicos. El inicio de 1991 no fue mejor en ninguno de los frentes: quedó afuera de la Copa Libertadores y perdió 3-1 con Danubio y 4-1 ante Huracán Buceo. Atrás quedaba un breve ciclo de 32 partidos, con un 51,04% de eficacia.
“Cae al penúltimo puesto; los hinchas cuelgan banderas exigiendo su salida, lanzan insultos y piedras a su auto. El Flaco acuerda la salida cuando solo van cuatro fechas del nuevo campeonato. Tiempo después dirá que su Peñarol fue ‘invencible’ afuera del país pero que, ya en el Centenario, el rendimiento de los jugadores bajaba un 40 % porque sufría ‘la sombra’ del gran Obdulio Varela. ‘Le ganamos a Boca en la Bombonera, en Europa a los mejores y acá les pesó la historia’. Años más tarde, el exjugador Julio César Jiménez recordará al Peñarol de Menotti ganando 3-0, pero con la sensación de que podía perder 4-3, porque jugaba ‘al filo de la navaja’. Y se preguntará si acaso una persona tan ‘inteligente’ puede ser tan ‘caprichosa’”, cierra Fernández Moores su capítulo de Peñarol.
Menotti, que como jugador en la década de los 60 estuvo cerca de Nacional, seguiría su carrera como técnico de la selección de México. Pero su vínculo con Uruguay, antes y después, excedió a aquel paso deslucido por Peñarol. Y también al fútbol. A comienzos de la década de los 70, cuando era entrenador de Huracán, solía juntarse con un grupo de amigos en el que las conversaciones giraban alrededor de la política, no solo la argentina. Afiliado al Partido Comunista, el Flaco compartía charlas con los uruguayos Hugo Lustemberg y José María Coty Mazza; el primero, sindicalista exiliado, ambos amigos de Zelmar Michelini, político uruguayo del Frente Amplio, también exiliado (sería asesinado por servicios secretos de inteligencia el 20 de marzo de 1976 en Buenos Aires, apenas cuatro días antes del golpe de Estado en Argentina).
Ya después de la dictadura en su país, años en los que la selección argentina fue campeona del mundo, Menotti respondió con una celebridad uruguaya cuando le preguntaron si se arrepentía de haber dirigido a su selección en medio del horror: “No tengo nada de qué arrepentirme. ¿Yo, director técnico de la dictadura? ¿Y entonces (Alfredo) Zitarrosa fue el músico de la dictadura?”. Amante de la música y hombre de izquierda, “en la cartografía musical de Menotti están Chico Novarro y el Chango Farías Gómez, Rubén Juárez y Víctor Heredia, Atahualpa Yupanqui y Alfredo Zitarrosa, Violeta Parra y Víctor Jara, Irene Tapia y Alfredo Ábalos, Astor Piazzolla, Alberto Cortéz y Jaime Torres”, escribió el periodista Alejandro Wall en Tiempo Argentino, poco después de su muerte.
Con Víctor Hugo Morales, claro, entabló una pelea bíblica a través de los medios. El periodista, que se sintió atacado cuando Menotti lo trató de “anti argentino”, lo calificó de “vago”, “soberbio” y le reprochó sus saludos a jerarcas de la dictadura y contradicciones como criticar a las multinacionales, pero tener contratos con ellas, como Puma y Shell. Menotti tampoco se quedó atrás: dijo que Víctor Hugo era un “matón del micrófono” y que “llegó desde Uruguay arrastrándose como una culebra en un camalote”.
Lo que pocos saben, y eso revela el libro de Fernández Moores, es que una de las mejores lecciones que dejó Menotti como técnico, más allá de un resultado, fue también en Uruguay, dentro de un vestuario. En enero de 1979, la selección argentina jugaba en el Sudamericano juvenil clasificatorio al Mundial de la categoría, que se jugaría a mitad de año en Japón —en el que Argentina le ganaría la semifinal a Uruguay—. Tras un 5-0 a Ecuador, el vestuario, con un joven Diego Maradona, era una fiesta hasta que entró Menotti y les dijo a los chicos: “Festejen en silencio porque acá al lado hay veinte pibes muy tristes porque les hicieron cinco goles”.