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Cecilia Roth: “Hay que operarse de la culpa”

Antes de presentar en Montevideo la obra La madre, la actriz, que alza la voz si hace falta, que ha deconstruido mandatos y creado otros a su medida, compartió algunas de sus ideas y opiniones sobre temas que la ocupan hoy

Editora de Galería

Hay mucho para conversar con Cecilia Roth. Por eso, priorizar temas, organizar preguntas, requiere un trabajo muy selectivo. Lo que nos reunió esa noche en el Radisson Victoria Plaza es concretamente la obra que presentará del 8 al 10 de mayo en el Teatro El Galpón. Se llama La madre y es parte de una trilogía del dramaturgo, guionista y director de cine francés Florian Zeller, cuyas otras dos entregas se adaptaron al cine —El padre primero, con Anthony Hopkins; El hijo después, con Hugh Jackman—, un abordaje íntimo y crítico de los roles que se juegan en las familias, de la influencia de los padres en los hijos, de los hijos que a veces hacen lo que pueden para no repetir patrones, pero no siempre les sale.

Cecilia Roth interpreta a esta madre, una mujer narcisista que inventa su propia historia y se la cree, que se coloca como protagonista y víctima de todas las situaciones. “Evidentemente ella se basa en cierta realidad, pero la ve con una sola mirada, desde su propio sufrimiento”, dice la actriz.

Roth, que pisó por primera vez el Festival de Cine de Venecia con una película de Pedro Almodóvar en los 80, cuando todavía buscaba el “esplendor”; que se convirtió en musa y amiga del director (están siempre en contacto, tienen un grupo de WhatsApp); que alcanzó ese esplendor y tuvo una de las historias de amor más celebradas de los 90 en Argentina, tiene las mismas inseguridades que todos (“muchas veces, cuando estoy sin trabajo, pienso: ‘No voy a trabajar nunca más. Nadie me va a llamar nunca más. Esto es terrible’”).

Antes de empezar la charla, admite estar cansada, pero declara sentirse “contenta”. Le llega a la mesa del bar del hotel una picada y aunque dice “cómo me tomaría una cerveza”, no la pide, lo va a hacer después, cuando salga a cenar.

De todas las cosas que hay para conversar más allá de la obra de teatro, Cecilia habla de las que caben en el tiempo de una entrevista que dura lo que puede durar. Habla de todas las madres que fue a lo largo de su carrera, de la mirada de las mujeres directoras en el cine, de la censura del gobierno argentino, del amor en este momento de la vida en que no está dispuesta a “cederle el control remoto a nadie”, y de lo que espera —o no espera— en esta etapa.

El año pasado se cumplieron 25 años de Todo sobre mi madre. Desde entonces has interpretado a un sinfín de madres, distintos tipos de madre. ¿Hay alguna de ellas con la que te identifiques más?

Supongo que con todas hay un nivel de identificación importante. Todos tenemos madres y sabemos que ese rol lo ocupa solamente una persona en tu vida, y la madre también siente eso: estoy ocupando este rol tan importante con esta persona, que es mi hija o mi hijo. Cuando hice Todo sobre mi madre no tenía hijos todavía, y después de hacer la película nació Martín. Al corto tiempo le digo a Pedro (Almodóvar): “¿Vos no pensás que yo hubiera sido otra Manuela (así se llamaba su personaje) si ya hubiera nacido Martín?”. Y me dice: “Hasta un camionero alemán es una madre, así que tú tranquila”. Es una gran respuesta: (una forma de decir) tú también sabías lo que era ser madre antes de tener un hijo. Así que me identifico con todas las madres. Incluso si no fuera madre tendría un lugar de identificación con todas las madres que he sido (en la ficción).

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La actriz con su compañera de elenco en La madre, Victoria Baldomir

La actriz con su compañera de elenco en La madre, Victoria Baldomir

En la obra que te trae a Montevideo también interpretás a una madre.

Sí. La familia es el padre, o sea, el marido de ella, Pedro; ella, Ana; su hijo, Nicolás, y un personaje que lo hace Vicky Baldomir, que en el imaginario de Ana a veces es la novia del hijo, otras veces es la amante del marido, y otras veces es su propia hija, que se fue a hacer su vida. Porque desde su imaginario los dos hijos se fueron, y el hijo vuelve a la casa —porque se separó de la novia, eso es lo que ella cree—. Ella tiene un nivel de dolor y desesperación, o de “no quiero estar acá así, en esta situación”, que produce deseos de protegerla también. Es enormemente frágil a pesar de no ejercer esa fragilidad. Y está empastillada y alcoholizada, y todo lo que puede hacer para no ver la realidad. Pero no es la historia del nido vacío. Es la historia de una situación natural de la vida en la que los hijos empiezan a tener una vida independiente a sus padres. A mí, la expresión nido vacío no me gusta nada.

A pesar de que hiciste la película El nido vacío (con Oscar Martínez).

Sí. No creo en el nido vacío. Creo en que cuando una madre y un padre se quedan solos, o una madre se queda sola porque sus hijos se van, si ellos no han construido una vida personal en la que sus hijos no sean necesariamente parte de eso, o necesarios para que esa vida pueda desarrollarse, hay un vacío y un abismo brutal. Lo que le pasa a Ana es que nunca tuvo herramientas más que las de ser madre, esposa, el centro de la vida familiar.

Has dicho que la obra te hace pensar más en tu vínculo con tu madre que en tu vínculo con tu hijo. ¿Por qué?

Mi madre murió hace cuatro años, y cuando una madre no está en presencia revisitás muchísimo ese vínculo. Lo mirás de distintas maneras. De pronto lo mirás y decís: “Qué loca que estaba yo, ¿por qué exigía esto?”. O “en esto mamá se equivocó”. Lo que me pasó fue que en una función, en una escena, me apareció mi madre en un momento particular de mi vida. La vi y pensé: “En esto sí se parece a mí, en esto puedo encontrarme”. Y en relación con mi hijo, lo traje mucho de una manera muy consciente y no encontraba mucho la similitud del vínculo. Pero claro, hay puntos en los cuales sabiendo que mi hijo estaba en el público, cuando decía ciertas cosas me aparecía la sensación de que lo estaba escuchando Martín, y de que se iba a acordar del momento en el que yo había dicho algo así. Era la tercera vez que él la veía. Y lo charlamos después. Tenemos un diálogo muy bueno, muy íntimo, realmente lindo.

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Gustavo Garzón, Martín Slipak, Cecilia Roth y Victoria Baldomir en escena

Gustavo Garzón, Martín Slipak, Cecilia Roth y Victoria Baldomir en escena

Tu última película fue Culpa cero, de Valeria Bertuccelli. ¿La culpa es inherente a la mujer?

Mirá, hay que operarse de la culpa. La culpa no es buena consejera, en ningún sentido. Cuando uno hace una cosa que está mal tiene que pedir perdón, no sentirse culpable. Y cuando uno tiene culpa de algo y no sabe por qué, es un pelotudo.

¿O sea que lograste vivir con culpa cero?

Soy ahora mucho menos culposa que antes, eso sí es verdad; pero fue a base de trabajo, no porque un día me levanté sin culpas. Llegué a un lugar en el cual la culpa me impedía ser feliz, porque la felicidad también a veces da culpa. Fueron muchos años de terapia, y sigo insistiendo.

Además de Valeria Bertuccelli, has trabajado en varias películas de directoras mujeres. ¿Es un propósito trabajar con más mujeres? ¿Casualidad o circunstancias?

Se da y me gusta mucho. Soy muy público de directoras mujeres, muy lectora de escritoras mujeres. Creo que el universo de la mujer es fascinante, complejo; más complejo que el del hombre. En el mejor sentido lo digo: no es que el hombre no sea inteligente, es que la mujer tiene mayor complejidad simplemente por el lugar en el que fue puesta en la historia de la cultura del mundo. Hemos sido brujas, nos han incendiado, nos han quemado, nos han torturado, nos han violado, nos lo siguen haciendo; y hay mayor complejidad en eso que en el poder del varón. Me gusta mucho esa complejidad, y me gusta mucho lo que cuentan las mujeres desde esa complejidad.

Me siento con el deber de decir lo que veo; lo que veo, no lo que me invento. Lo que veo y no me gusta; lo que veo y para mí es autoritario y antidemocrático. (...) Para mí, el nivel de crueldad en cómo se gestiona el gobierno es enorme. Me siento con el deber de decir lo que veo; lo que veo, no lo que me invento. Lo que veo y no me gusta; lo que veo y para mí es autoritario y antidemocrático. (...) Para mí, el nivel de crueldad en cómo se gestiona el gobierno es enorme.

Hace un tiempo hiciste referencia a la censura del gobierno de Javier Milei y te respondieron con agresiones en redes sociales. ¿A qué nivel te preocupa la situación actual del sector cultural de Argentina?

Yo me referí a una cosa que había dicho el secretario de Cultura de la Nación (Leonardo Cifelli), de que en el Festival de Mar del Plata no se podía —en ningún organismo público— hablar (en ninguna película) de la dictadura cívico-militar, del cambio climático, de la ideología de género, y no podía haber ninguna película en la que estuviera Lali Espósito. Eso se dijo, y es así. En una universidad pública­, en una escuela pública, en un hospital público no podés ver ninguna película que tenga estas características. Eso lo comenté en una entrevista a la agencia EFE española y dos meses más tarde se republicó en Argentina; yo ni me acordaba y estaba muy indignada. Eso había pasado hacía días en el Festival de Mar del Plata, que antes era parte del Incaa (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), como la Enerc (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica). Está todo vaciado, esa es la verdad. Y parece que no le gustó ni al secretario de Cultura ni a este señor, Agustín Laje, que es el director de la Fundación Faro, que es de una derecha que forma líderes; es privada, no sé quién la hace vivir económicamente. Agustín Laje, que además da clases ahí, fue el primero que respondió. Dijo algo así como “los desvaríos de Cecilia Roth”; Milei lo retuiteó y Cifelli no sé qué dijo al final. Fue muy feo porque la manera de agredir era que yo era una fracasada, porque llevaba solo 600 personas por semana al teatro. Al final me hizo mucha publicidad, yo le agradecí públicamente porque gracias a lo que dijo estuvimos sold out todos los días.

¿Sentís que es parte de tu rol como figura pública decir las cosas?

Para mí, tengo la obligación. Yo me siento con el deber de decir lo que veo; lo que veo, no lo que me invento. Lo que veo y no me gusta; lo que veo y para mí es autoritario y antidemocrático. Y las formas en las que se manifiesta eso son de una distancia de la política bien entendida, del debate, de la posibilidad, de la charla, del entendimiento, del compromiso con el otro… Para mí, el nivel de crueldad en cómo se gestiona el gobierno es enorme. No me gusta lo que veo. La gente se muere de hambre, no es un chiste. Más allá de la cultura, lo más importante es que hay un porcentaje de pobreza altísimo, de indigencia altísimo. Los jubilados hacen marchas todos los miércoles acompañados por autoconvocados que ellos llaman “infiltrados de La Cámpora”, cosa que no es cierto. A lo mejor es gente de La Cámpora, pero ¿por qué no puede ir la gente que quiere acompañar a los jubilados? Eso no merece una represión. Eso me saca, me duele, amedrenta.

¿Y el ambiente de la cultura está dividido también?

No, no hay grieta en este momento. No siento la grieta que había en otro momento. Había una grieta antikirchnerista muy clara; y además el antikirchnerismo decidía si vos eras kirchnerista o no, si odiarte o no odiarte, te manifestaras o no te manifestaras. Ahora no. Creo que de lo que se trata es de que hay una tremenda agresión permanente desde el núcleo de La Libertad Avanza hacia cualquiera que piense distinto; entonces eso no es una grieta, es un maltrato y una persecución de alguna manera. No sé si persecución es la palabra, pero es una terrible manera de gestionar con el miedo, con la crueldad. Y no hay manera de que cambie eso, porque es así: las formas no importan. Y para mí, las formas se parecen al fondo, en general.

¿Qué pasa si tenés un mal día, o si te sentís mal y tenés función a la noche? ¿Cómo lo gestionás?

El teatro cura, el escenario cura, definitivamente. Lo digo porque lo vivo. Me da mucha alegría hacer esta obra. Es la primera vez que siento en el teatro que no me quiero ir a mi casa antes de entrar en el escenario. Es la primera vez que disfruto, desde el momento en que piso el Picadero me hace muy bien. Se me va el dolor de cabeza, se me va la angustia, se me va lo que sea del día. Se me va Milei, imagínate (ríe). Creo que es como el amor, cura.

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Sos muy lectora. ¿Qué estás leyendo en este momento?

Ahora estoy leyendo un libro de Enrique Symns, que era un gran periodista, un gran escritor. Tenía una revista que se llamaba Cerdos­ & Peces en la Argentina de los 80. Cuando yo llegué (de España a Argentina) esa revista era muy potente y totalmente under. Encontré el libro, que me parece extraordinario, en mi biblioteca hace dos días. Son columnas de Cerdos & Peces escritas por Enrique y por otros autores, pero se cuenta lo que está pasando ahora con una mirada de futuro. Estamos en el año 95 en ese libro, y se piensa que esto pasará en el 2000, 2002: la tecnología, el Milei, el autoritarismo, un poco el Gran Hermano. Muy premonitorio, argentinamente, porque es muy argentino el libro.

¿Seguís apostando al amor?

Yo apuesto al amor siempre. ¿A la pareja conviviente? No. Nunca más volvería a vivir con nadie. Ni con mi hijo, mirá lo que te digo (ríe). Creo que el encuentro con uno es maravilloso. Comer a la hora que tenés ganas de comer, hacer lo que tenés ganas de hacer en el momento que tenés ganas de hacerlo y no tener que trabajar para coincidir con otra persona que convive contigo en tu misma cama. A mí la idea de una relación me parece maravillosa, pero una relación muy diferente a lo que yo creía que era una pareja hace muchos años. Creo que muchas relaciones se terminan porque se degrada el vínculo por la convivencia­. Creo que es un sometimiento al otro o del otro hacia ti coincidir todo el tiempo. Es como pedir un imposible y que eso se sostenga con amor.

¿Y te costó lograr ese encuentro contigo misma?

Al contrario, apareció. Yo nunca le tuve miedo a la soledad. Porque no me parece que uno estando solo, estando con uno, sienta “¡ay, no tengo a nadie!”. Es mentira. Yo tengo a mucha gente y amo a mucha gente y siento que mucha gente me ama y muy cercanamente. Puedo llamar y recibir llamadas de gente que amo todo el tiempo, y verme, y estar con amores que no implican una convivencia también. Tengo la certeza de tener eso. Yo creo que por supuesto hay que atravesar una experiencia de convivencia en la vida. Y a veces funcionan, no sé cómo, pero a veces funcionan (ríe). Pero en este momento, para mí, es fascinante el mundo que uno crea. O que uno tiene y no sabía. Conocerse, quiero decir. De lo más frívolo hasta lo más hondo. Saber quién sos, descubrirte, me parece un hermosísimo camino. Por supuesto me importan muchísimo los demás, pero me importo yo también.

¿Qué esperás de esta etapa de la vida?

Tengo mucha curiosidad. Que venga lo que tenga que venir. No soy estratega, cero estratega. Me gusta muchísimo más sorprenderme. No es que voy poniendo piezas para que me suceda esto que quiero que me pase. No sé hacerlo. No sé ni jugar al truco. Las estrategias no vinieron conmigo en mi envase. Me gusta que las cosas me sorprendan.