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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá¿Existe realmente el “gen machista”? En una era donde buscamos etiquetar todo comportamiento humano, muchos creen que el machismo es una característica innata en los hombres. Sin embargo, quiero proponer una idea distinta: el machismo es una construcción sociocultural, una serie de comportamientos que se nos imponen desde el momento en que nacemos. No es una enfermedad genética ni un instinto natural. Si fuera parte de nuestro ADN, ya lo habríamos descubierto científicamente. Lo que sí existe es una transmisión intergeneracional de creencias y actitudes que refuerzan la desigualdad entre hombres y mujeres.
Desde nuestra infancia, hombres y mujeres reciben señales sobre lo que se espera de ellos en función de su género. No hay un “manual del machista”, pero estas conductas se aprenden en la vida diaria. Nos dicen cómo debemos comportarnos, qué debemos pensar y cómo debemos interactuar. Estas lecciones tácitas son tan sutiles y omnipresentes que a menudo ni siquiera las notamos. El machismo, entonces, no es más que el resultado de siglos de condicionamiento cultural.
Un ejemplo cotidiano. Les contaré una experiencia personal. Soy padre de una niña y, cuando era bebé, solía vestirla con colores neutros: blanco, amarillo, verde agua y muy poco rosado. Cada vez que alguien la veía, de forma automática asumía que era un varón, simplemente por los colores de su ropa. Nadie se tomaba el tiempo de preguntar; la suposición estaba basada en un código cultural profundamente arraigado. El malentendido terminaba cuando le pusimos unos pendientes, y de repente la sociedad la reconocía como niña.
Este simple ejemplo revela cómo desde la infancia se nos asignan roles y expectativas basados en el género. La ropa, los juguetes, incluso la forma en que nos dirigimos a los niños y las niñas, todo está impregnado de una lógica que perpetúa estereotipos de género. Si desde tan pequeños ya estamos inmersos en estas reglas sociales, no es de extrañar que, al crecer, muchos hombres adopten comportamientos que llamamos “machistas”.
¿Nacemos machistas? La Real Academia Española define el machismo como “la actitud de prepotencia de los hombres respecto de las mujeres”. Pero, si al nacer somos prácticamente iguales y los niños y las niñas juegan juntos sin diferenciarse, ¿en qué momento se instala esta actitud? ¿En qué punto del desarrollo humano los hombres comienzan a asumir comportamientos que refuerzan su superioridad frente a las mujeres?
Aquí es donde debemos reconocer que el machismo no es algo natural. No hay un “gen machista” ni una predisposición biológica a dominar. Las conductas discriminatorias hacia las mujeres son enseñadas. Si el machismo fuera una cuestión biológica, sería imposible cambiarlo. Pero, al ser una construcción cultural, se puede desaprender. Esto nos abre una puerta de esperanza: si logramos modificar esos patrones de comportamiento, podemos caminar hacia una sociedad más equitativa y justa.
La responsabilidad compartida. Sé que este tipo de afirmaciones pueden incomodar a muchos. Tal vez te sientas atacado o atacada, pero te invito a la reflexión, no a la defensa. Tanto hombres como mujeres, de manera inconsciente, hemos participado en la transmisión de estos patrones culturales. Y aquí radica uno de los problemas más grandes: al no ser conscientes, es más difícil reconocer el daño que causamos. Pero es crucial entender que, incluso sin darnos cuenta, perpetuamos estos estereotipos a través de nuestras acciones cotidianas.
Un ejemplo común es el tratamiento de las emociones. A los niños se les enseña a no llorar, a ser “fuertes”, mientras que a las niñas se les permite ser más expresivas emocionalmente. Este simple acto de crianza refuerza la idea de que los hombres deben reprimir sus sentimientos, lo que en muchos casos lleva a una incapacidad de gestionar de manera adecuada sus emociones, derivando en comportamientos agresivos o violentos.
El camino hacia el cambio. Si aceptamos que el machismo es una construcción sociocultural, también debemos aceptar que podemos cambiarlo. No es una maldición biológica ni una enfermedad incurable. Cambiar estos patrones requiere esfuerzo y tiempo, pero no es imposible. ¿Cómo lo hacemos?
— Educación temprana: el cambio comienza con la educación. Necesitamos enseñar a las nuevas generaciones que no hay comportamientos “de hombre” o “de mujer”. Debemos romper con los estereotipos de género desde la primera infancia, fomentando la igualdad en el hogar, en la escuela y en la sociedad.
— Reflexión personal: todos, sin excepción, debemos reflexionar sobre cómo hemos sido moldeados por estos patrones culturales. Esto incluye tanto a hombres como a mujeres. Aceptar nuestra responsabilidad en perpetuar el machismo es el primer paso hacia el cambio.
— Fomentar la empatía y el respeto mutuo: más allá de las etiquetas, debemos recordar que todos somos seres humanos. Enseñar y practicar la empatía nos permitirá entender mejor a los demás, y el respeto mutuo debería ser el pilar fundamental de nuestras interacciones.
— Romper el ciclo: si eres padre o madre, la responsabilidad de cambiar el ciclo está en tus manos. Pregúntate qué tipo de ejemplos y lecciones les estás transmitiendo a tus hijos. La forma en que hablas de los géneros y los comportamientos que permites en casa tendrán un impacto profundo en sus vidas adultas.
Reflexionemos juntos. El machismo, tal como lo conocemos, es un problema complejo, pero también es una oportunidad de evolución social. Si todos nos comprometemos a cuestionar las normas impuestas, a desarmar los estereotipos de género y a educar desde la igualdad, podemos romper con este ciclo que perpetúa la desigualdad.
Te invito a ser parte de este cambio. Porque, al final del día, el machismo no es algo que esté en nuestra sangre, sino en nuestras mentes. Y, por lo tanto, podemos liberarnos de él.
Leonardo Bacigalupe