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    Los nadie

    Años y años de dejar que la gente se pudra en la cárcel, con todos sus derechos hechos pelota; ahora es cuando vemos lo más mezquino de la política: cuando todos deberían estar rompiéndose la cabeza para ver cómo solucionar la situación de los 16.000 presos que hay en Uruguay, se están peleando para ver de quién es la culpa; qué vergüenza

    Columnista de Búsqueda

    El 24 de diciembre de 2022, durante la visita de Navidad, el módulo 11 del Comcar mostró una de sus peores caras. Frente a la mirada de niños y familiares se desató una pelea entre reclusos y uno de ellos fue asesinado con un corte carcelario. Así, frente a todos.

    Apenas un año antes, en setiembre de 2021, se había descubierto un hecho que nadie dudó en catalogar de “horror”. Un hombre de 28 años, que nunca antes había estado preso, estuvo secuestrado casi dos meses por sus propios compañeros de celda. Lo torturaron, lo dejaron sin comer durante semanas. “Le hicieron todo lo que nos imaginamos y también lo que no”, dijo en aquel momento el ministro del Interior, Luis Alberto Heber. Cuando lo encontraron, su cuerpo no parecía un cuerpo. Era un montón de huesos con piel y moretones producto de golpes y azotes de palos con clavos. En aquel entonces, el periodista Gabriel Pereyra publicó una serie de fotos del estado del hombre secuestrado que erizaban al más curtido. Las preguntas fueron miles. Las excusas, muchas más. Eso también pasó en el módulo 11.

    Y también ocurrió el año pasado, en setiembre, que seis presos fueron quemados vivos, encerrados en su celda. A principios de ese mismo año, seis más habían muerto de la misma forma. Quemados vivos. Asfixiados, consumidos por el fuego. Y el lunes pasado fueron cuatro más. En el mismo lugar, de la misma forma. El tercer incendio con muertos en solo un año y medio. Dieciséis personas.

    Vemos a las familias en la puerta de la cárcel, con los ojos desorbitados rogando que alguien les diga algo. ¿Es su hijo? Se enteraron por la tele. Nadie les avisó. ¿Es su esposo? Hay que esperar. Siempre esperar. Para la visita, para llevarles algo de comer, un dibujo de los hijos. Siempre esperar. Hacer fila. Mantener la calma.

    Entonces resuena en la cabeza la frase tantas veces escrita. “Trato cruel, inhumano y degradante”. ¿Nadie lee los informes del comisionado parlamentario, Juan Miguel Petit? Y cuando digo nadie me refiero a quienes tienen la responsabilidad de hacer algo con este desastre que se perpetúa y se perpetúa y cada vez es peor.

    Para los que no lo leen, el último informe de Petit recuerda que el hacinamiento es crítico y la carencia de personal es extrema. “Para un total de unos 1.323 internos en los dos módulos —631 en el módulo 10 y 692 en el módulo 11— existen solamente 18 operadores del área técnica, responsables de cumplir con el mandato constitucional”.

    El módulo 11 tiene capacidad para unas 400 personas y allí viven, si es que a eso puede llamársele vida, unas 700 personas. Muchos no tienen colchón, abrigo, alimentación digna, algunos ni siquiera ven la luz del sol. No es una metáfora. No la ven. No tienen posibilidad de salir a respirar aire libre. No tienen actividad. No leen, no hacen deporte. Todo eso mezclado con el consumo de sustancias, la violencia y el miedo permanente es insoportable para cualquier ser humano. La situación de los funcionarios también es dramática. Ellos, como los presos, viven entre ratas, sometidos a la violencia permanente. Física, psicológica. Agotados, deprimidos, medicados.

    “Hay que clausurarlo”, dice Petit una y otra vez. Nadie parece escucharlo. Es verdad que hay personas con responsabilidad preocupadas por este tema, sería injusto decir lo contrario. Pero el tiempo pasa y las medidas que se van aplicando son ínfimas en comparación con la cantidad de personas que cada día termina en una celda.

    En ese mismo informe el comisionado recoge palabras de Luis Parodi, el actual responsable de la Dirección Nacional del Liberado. “Discutimos mucho de rehabilitación, educación y tratamiento. Capaz que es más fácil resumir eso diciendo que la democracia no llegó del todo a las cárceles todavía”, dice Parodi.

    Y Petit complementa: “Y sí, tiene razón. Que la democracia llegue plenamente a la cárcel quiere decir que las personas presas tengan acceso a derechos, que son también sus oportunidades de tener salud, educación, deporte, cultura, familia, trabajo, para que mientras ‘pagan’ su deuda con la sociedad y reparan (y se reparan de) lo que los llevó allí, adquieren elementos para una nueva vida”. Parece obvio, ¿verdad? También inviable.

    ¿Por qué? Fácil. Porque los presos le importan a poca, muy poca gente, porque es más rendidor culpar al otro y señalar todo lo que no hizo, y jamás mirar lo que no hizo uno mismo. Años y años de dejar que la gente se pudra en la cárcel, con todos sus derechos hechos pelota. ¿Por qué llegaron ahí? ¿Lo pensamos? ¿Qué les pasó en la vida para pensar que la vida del otro no vale nada? Y los responsables son todos los que pudieron hacer algo para cambiar y se hicieron los distraídos. Ahora se cobran cuentas de un lado a otro. Ahora es cuando vemos lo más mezquino de la política. Cuando todos deberían estar rompiéndose la cabeza para ver cómo solucionar la situación de los cerca de 16.000 presos que hay en Uruguay, se están peleando para ver de quién es la culpa. Qué vergüenza.

    Que en el segundo gobierno del Frente Amplio murieron 12 presos en la cárcel de Rocha, que es culpa de la Ley de Urgente Consideración porque aumentó la población carcelaria, que quieren soltar presos, que solo les importa la represión. En los programas de gobierno previos a la elección nacional se hablaba de rehabilitación, parecía haber acuerdo en que el sistema carcelario era una de las urgencias para todos como sociedad. No deberíamos a esta altura estar preguntándonos qué pasa cuando en lugar de rehabilitar a las personas y buscar la forma de que se reinserten en la vida en libertad, las abandonamos en pozos oscuros en condiciones inhumanas. Y las volvemos a abandonar cuando salen. Las dejamos tiradas en la calle. Recuerden. Trato cruel, inhumano y degradante. Antes, durante y después de la cárcel. Ojalá me equivoque, pero ya no tengo esperanza.