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Margarita Álvarez, experta española y divulgadora científica: “A tu cerebro le importa un bledo que seas feliz”

Nombrada como una de las 50 mujeres más poderosas de España, la española se dedica a divulgar conocimiento acerca de la felicidad, concepto confundido comúnmente con placer y alegría, y busca devolverle a esta palabra la seriedad e importancia que le corresponde

Editora de Galería

La felicidad como concepto tiene mala prensa. Se banaliza al punto de creer que quien está arriba de un yate tomándose unos tragos y lo postea en Instagram es feliz; o, por lo menos, más feliz que uno, que está mirando todo aquello entre las cuatro paredes de su casa o frente a la computadora.

La española Margarita Álvarez se recibió de abogada, pero, como ella misma dice, la vida es eso que pasa entre un plan y otro plan. En vez de ejercer esta profesión, los caminos impredecibles de la vida la convirtieron en una divulgadora científica que lleva 20 años investigando la búsqueda de la felicidad y tratando de reposicionarla con la seriedad e importancia que le corresponde, un trabajo por el que fue nombrada por Forbes como una de las 50 mujeres más poderosas de España.

Todo empezó cuando, trabajando en Coca­-Cola, le tocó presidir el Instituto de la Felicidad. “Hace veintitantos años no se hablaba de felicidad, era una locura. No se entendía a qué nos estábamos dedicando, y de hecho fue una entidad sin ánimo de lucro que mantuvimos separada porque lo que queríamos era investigar y difundir los conocimientos”, dice en entrevista con Galería desde el rooftop del hotel Hyatt que mira hacia la bahía de Pocitos.

Desde ese rol comprendió que la felicidad es mucho más una ciencia exacta que un concepto blando, y los hallazgos le resultaron tan fascinantes que la llevaron a escribir el libro Deconstruyendo la felicidad (2019) y a crear Working for Happiness, organización que se dedica a la consultoría en bienestar de las empresas, algo que no se logra sin apuntar a la salud emocional de sus empleados. También se dedicó a dar un sinfín de conferencias a lo largo del mundo, incluido Uruguay, país al que viene por tercera vez en tres años; esta vez, en el marco de la presentación del Centro de Estudios de la Felicidad del IEEM, Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo, que produce investigación y conocimiento sobre el tema en sinergia con Manpower Group Uruguay.

¿Qué es la felicidad?

Es la pregunta más difícil de todas. Es más fácil decir lo que no es que lo que es, entre otras cosas, porque cada persona tiene su propia definición. Lo que sí sabemos es que no es alegría. Y en los últimos años la hemos confundido con la alegría. Hemos entrado en esta tiranía de la positividad, con la que siempre tienes que estar bien. Hay que devolver la felicidad al lugar al que pertenece, que es, como decía Aristóteles, el objetivo prioritario del ser humano.

¿Por qué se confunde tanto con alegría?

Porque hemos perdido esa sabiduría que vamos ganando con los años, que, según vas creciendo, te vas dando cuenta de que la felicidad no está en el tener, está en el ser. Está en cómo afrontas lo que te pasa, cómo valoras lo que tienes, cómo te relacionas con la gente que está cerca tuyo. Pero le estamos dando mucho valor a la juventud, a la inmediatez, a la rapidez constante de la vida.

¿Cuál es el riesgo de confundirla con alegría y placer?

El problema es que, por ejemplo, le preguntas a cualquier persona que tiene hijos qué es lo que quiere para ellos. Y la respuesta es clara: que sean felices. Como lo hemos confundido, lo que hacemos es evitarles la tristeza, la frustración, el aburrimiento, para que estén siempre bien. Pero les estamos quitando algo que es absolutamente fundamental: estamos criando adultos emocionalmente huérfanos porque no tienen las herramientas para desarrollarse. Reposicionar la felicidad es entender que tiene mucho más que ver con satisfacción vital y con paz interior que con picos de placer, con picos de dopamina o de alegría. Esto es lo que hace que uno piense: si yo ahora hago algo que no me gusta, como por ejemplo, estudiar, voy a tener una recompensa, una felicidad posterior. Pero si yo solo me fijo en el placer, hoy no estudio; es lo peor que me puede pasar hoy. Lo que quiero es salir de fiesta. Entonces, si yo pongo el foco en el placer, lo que hago es eliminar todos aquellos proyectos que me van a traer bienestar y felicidad a medio o largo plazo, porque lo que quiero es placer. ¿Estudiar te da satisfacción vital? Sin duda. ¿Te da placer inmediato? Ninguno. A mí mucha gente me dice: en esto de la felicidad no creo. Porque creen que es estar siempre bien. No puedes estar siempre bien. Por estadística, a todos nos vienen cartas negativas en la vida, pero cartas buenas también.

Las nuevas tecnologías, sobre todo las redes sociales, deben estar teniendo un gran impacto en todo este cambio de perspectiva.

Un tío mío el otro día me decía: estas cosas modernas… no entiendo para qué necesitas el mindfulness. Dándole vueltas, yo pensaba: claro, es que este es un señor que cuando se subía a un autobús, observaba el autobús. Se sentaba y empezaba a ver a gente subir. Y los veía. Veía a la gente bajar. Conversaba con el de al lado. Miraba por la ventanilla y veía una gota caer y pensaba: mira, la condensación, porque lloviendo no está… Su cerebro no estaba en el pasado ni en el futuro ni en otro sitio ni con su jefe. Estaba aquí. Y hoy en día, por desgracia, tenemos que reentrenar a nuestro cerebro en esto de: espera, para un momento. Estate aquí. Porque normalmente no estamos aquí. Normalmente estamos aquí (señala su celular), y nos sacamos a nosotros mismos de aquí. Entender que este trasto (celular) te quita presente es muy importante. Si yo estoy hablando aquí contigo, con una amiga, con mi pareja, con mis hijos cenando, y el móvil está encima de la mesa, aunque sea boca abajo, mi atención se reduce en un 40%. Porque de repente vibra. O pienso: ¿he mandado esto en el trabajo? No, no lo he mandado. O: serán mis hijos, ¿habrá pasado algo? O si no vibra, pensamos: qué horror. ¿Habrá pasado algo? Lleva un rato sin vibrar. Entonces esto es una ventana a otro mundo que me saca de aquí. Hemos perdido esa capacidad de lo que los americanos llaman el savoring, saborear. El disfrutar de verdad. Soy capaz de estar 40 minutos entre: no te comas el helado, cómprate el helado, no, no te comas el helado. Te compras el helado. Le das el primer mordisco, y el resto del helado ya ni te acuerdas porque estás con el móvil. Pasaste 40 minutos sufriendo por comerte un helado. ¡Disfruta el helado!

¿Cree que todo esto se debe a que la tecnología se nos vino encima, pero nadie nos enseñó a usarla de manera saludable?

No solo eso. Las generaciones mayores estamos intentando educar a nuestros hijos, y no nos ha enseñado nadie. Yo me reconozco en esta situación de estar leyendo un cuento a mis hijos y contestando un mail a la vez. Nosotros somos terriblemente malos también, y estamos intentando educar a otra generación cuando somos los primeros que somos adictos. Todos somos adictos. Les estamos diciendo a nuestros hijos: no, no puedes ser adicto. Pero pasarán una o dos generaciones hasta que estemos suficientemente educados para que esto lo podamos gestionar bien.

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¿Es cierto que cuanto más se busca la felicidad, menos se encuentra?

Es la paradoja de la felicidad. Y es verdad, la felicidad no se busca. Lo que se trata de entender es cómo funcionan nuestras emociones y nuestros pensamientos, para ser capaces de gestionarlos, hackear al cerebro, y entonces te puedas decir cada noche cuando te metes en la cama: es que la vida es chula. Esa suma de momentos positivos son lo que construyen la satisfacción vital. Pero no es estar siempre bien, no es estar siempre alegre, no es estar siempre en un momento de excitación, no es la ausencia de problemas. Es algo mucho más complicado.Lo que es importante es entender qué cosas nos afectan a todos y qué herramientas podemos utilizar que te lleven a un estado de plenitud.

¿Cuáles serían las herramientas?

Una es aprender a valorar las pequeñas cosas, las más cotidianas, que se nos olvidan enseguida. ¿Por qué? Por la adaptación hedonista, que lo que dice es que el ser humano se adapta a todo, a lo malo pero también a lo bueno. Entonces, cuando vas consiguiendo cosas en la vida, hitos, te acostumbras. Ahora tengo una casa más grande que antes, pero le falta una habitación. Ahora tengo un coche más grande que antes, pero le falta una plaza más. Esa adaptación hace que normalices todo lo que vas consiguiendo, en lugar de valorarlo. Un segundo elemento es encontrar un sentido a la vida. Algo en lo que pensemos que impactamos en nuestro metro cuadrado, en la gente que tenemos cerca. Y hacer de ese micromundo algo un poquito mejor. Y el tercero, las relaciones sociales. El estudio más largo que se ha hecho nunca sobre felicidad, de Harvard, arroja como conclusión principal que nuestra felicidad depende de la calidad de nuestras relaciones. No de la cantidad, pero sí de la calidad. De tener una red que si a ti te pasa algo, tengas varios teléfonos a los que acudir a decir: estoy mal.

¿Somos cada vez más individualistas?

Algo que a mí me preocupa es que cuando hablamos del bienestar y todos estos aspectos, muchas veces estamos centrándolo tanto en cada uno que parece egoísta. Pero no se trata de todo el rato mirarte al ombligo. De hecho, hay muchísima felicidad en la generosidad y en el altruismo, en el reconocimiento al otro, en el agradecimiento al otro. Estamos en una sociedad centrada cada vez más en el yo, yo, yo, y el autocuidado, la autopercepción, la autoconciencia, y está muy bien, pero hay que combinarlo con que la felicidad te la da el relacionarte con otros, el reconocer, el agradecer, el ayudar. En 2017, tres neurocientíficos en Alemania descubrieron que cuando tú tienes un acto de generosidad con alguien, las zonas del cerebro que se te iluminan son las mismas que con la comida y el sexo. ¿Por qué? Por pura supervivencia. Porque el ser humano sobrevivió por colaborar. Y en tribu sobrevivimos porque tu cerebro te premiaba por hacer algo por alguien. O sea que es primitivo, no es cultural.

Suele decir que la felicidad es compatible con la tristeza. ¿A qué se refiere?

Mi padre murió cuando yo era muy joven. La medicina nos dijo que iba a durar seis meses pero duró cuatro. Esos cuatro meses fueron los mejores meses que pasé con mi padre en mi vida. Yo era muy joven pero recuerdo cada conversación que tuve con él, cada respiración, cada momento. ¿Fueron meses alegres? No, cero alegres. ¿Fueron felices? Superfelices. Esa es la diferencia. Fueron muy tristes porque estaba perdiendo a mi padre, pero fueron superfelices porque nunca había vivido con tanta intensidad a mi padre. Podría haber negado la realidad. Podría haber dicho que la medicina se estaba equivocando. No me conformé, pero en cierta manera lo acepté y lo aproveché con todos los poros de mi piel.

Me encantaba un meme que había en plena pandemia, de una fiesta con todos bailando en el que decía: éramos felices y no lo sabíamos. Miles de veces en la vida te pasa que eres feliz y no lo sabes, porque estás pensando más en lo que no tienes que en lo que tienes. Me encantaba un meme que había en plena pandemia, de una fiesta con todos bailando en el que decía: éramos felices y no lo sabíamos. Miles de veces en la vida te pasa que eres feliz y no lo sabes, porque estás pensando más en lo que no tienes que en lo que tienes.

No para todo el mundo es fácil vivir situaciones tan difíciles de esa manera, sobre todo teniendo en cuenta que también hay una predisposición genética en la forma en que se afrontan.

Una profesora de la Universidad de California, Sonja Lyubomirsky, tiene la tesis más aceptada al día de hoy, que es que nuestra felicidad viene predeterminada genéticamente en un 50%. En un 10% son las circunstancias. Y en un 40%, cómo afrontamos lo que nos sucede. Entonces ese 40% es mucho. Ese 40% es la razón por la que tenemos que aprender a desarrollar herramientas para afrontar lo que viene cuando las cosas vengan mal dadas. Tú ves personas que pasan por una enfermedad como el cáncer y unos la transitan de una manera y otros de otra. ¿Quiere decir que unos se salvan y otros no? No. No va por ahí. Pero quiere decir que su experiencia ha sido de una manera o de otra.

¿Por dónde empezar a gestionar ese 40% que depende de cada persona?

Al cerebro hay que hackearlo porque le importa un bledo que seas feliz, quiere que sobrevivas. Es muy importante saber que una emoción, físicamente, dura segundos en tu cuerpo. Todo lo demás se lo añades tú. ¿Quiere decir que si yo estoy triste solo puedo estar segundos triste? No. Tienes todo el derecho del mundo a estar un día entero triste. Pero que sepas que tu tristeza viene de experiencias anteriores, creencias tuyas, pensamientos tuyos y lo estás alargando tú. Cuando sabes eso hay un momento en que dices: se acabó, ya está, suficiente. Porque eres tú quien maneja la emoción. Entonces por un lado hackear las emociones, y por el otro hackear los pensamientos.

¿Cómo hackeamos los pensamientos?

Muchas veces me digo que soy un desastre. ¡Te lo dejas todo, te lo olvidas todo! Pero no me puedo decir a mí misma que soy un desastre. Imagínate si todo el rato le dijera eso a alguien. Pero te lo dices a ti mismo y además te lo acabas creyendo, porque tu cerebro no distingue entre ficción y realidad. Tienes que hackear tus pensamientos. Cuando te pillas diciéndote a ti misma que eres un desastre, tienes que parar. Tienes que decir: no, tú no eres un desastre. Te has dejado las gafas. Esta mañana estabas más despistada de lo normal. Punto. Hay un tercer hackeo que es muy importante: Ortega y Gasset decía que tu felicidad de hoy está impactada por tus expectativas del mañana. Y las expectativas hay que hackearlas, porque muchas veces nos generan frustración e insatisfacción. Es muy importante que las situemos donde tienen que estar. Si tienes un sueño, lo importante no es el sueño en sí, sino la persona en la que te conviertes según vas hacia ese sueño. Tengo un hijo de 14 que como todos, quiere ser futbolista y jugar en el Real Madrid. Y él tiene que ser capaz de hackear­ esa expectativa según va creciendo, porque solo un 0,001% llega a jugar en el Real Madrid. Entonces, por el camino yo quiero que lo luche, que siga soñando, pero que entienda que el esfuerzo le va a llevar a algún lugar, no necesariamente al Real Madrid, pero a lugares preciosos, porque el esfuerzo siempre te lleva a algún sitio; si pasado mañana no juega en el Real Madrid pero entrena a un equipo de niños que pueden jugar para el Real Madrid, eso es lo que le pido cuando digo que hackee esa expectativa. Lo importante es que tus expectativas se vayan adaptando a las realidades y que vayas disfrutando de esas adaptaciones.

En su visita a Uruguay ha dado charlas para varias empresas. ¿Cómo aterriza el concepto de felicidad en el mundo laboral?

Durante mucho tiempo, cuando hablábamos de las empresas hablábamos de empleados. Y ahora nos dimos cuenta de que esto va de hablar de personas. Cuando tú entras por la puerta de la oficina, no dejas atrás a la persona de casa, a la que ha discutido con su pareja, con sus padres. Entonces el entender que es un concepto mucho más amplio es lo que está marcando la diferencia. Hace años, cuando yo hablaba de esto, la gente me decía: lo que dices es precioso, pero para los fines de semana. Aquí se viene a trabajar. Hoy en día, porque nos pasó una pandemia por encima, empezamos a hablar de algo que antes era una línea roja, que era la salud mental. Una persona con ansiedad en su vida familiar te la trae al trabajo y una persona a la que le generamos estrés crónico en el trabajo se lo lleva a su ámbito familiar. Una depresión no te la dejas en la puerta de la oficina. Entonces hemos entendido que esto forma parte de la vida del ser humano y que para que yo tenga personas que den el 100%, tengo que entender su globalidad, y cuidarla. ¿Quiere decir que la empresa nos tiene que hacer felices? Imposible. La felicidad es un tema individual y una decisión personal, pero las empresas tenemos que crear el ecosistema para no restar y si es posible, sumar a quien quiera ser feliz o se quiera sentir pleno con lo que hace.

¿Esto tiene algo que ver con brindar snacks, masajes o instalar una mesa de ping-pong?

No. Imagínate que tienes problemas diarios con tu manager pero te dicen: te hemos puesto fruta. Te dan ganas de tirar la fruta por la ventana. Yo lo que quiero es que se me respete, se me escuche, se me reconozca. La felicidad está en el reconocimiento, en que tengas un propósito y que de ser posible los valores de la empresa encajen contigo, que los vínculos entre personas se cuiden, se fomenten, porque muchas veces eso es lo que más nos une, la gente con la que trabajamos.

Cuando tú tienes un acto de generosidad con alguien, las zonas del cerebro que se te iluminan son las mismas que con la comida y el sexo. ¿Por qué? Por pura supervivencia. Porque el ser humano sobrevivió por colaborar. Cuando tú tienes un acto de generosidad con alguien, las zonas del cerebro que se te iluminan son las mismas que con la comida y el sexo. ¿Por qué? Por pura supervivencia. Porque el ser humano sobrevivió por colaborar.

Habiendo tantas herramientas, cada vez se ve más estrés crónico, más burn out. ¿Qué está pasando?

Las inercias y las dinámicas que se producen dejan el sentido común fuera de la organización. Si yo pregunto en una sala de 100 personas si hay alguien que no sea empático, nadie levanta la mano. Si pregunto: ¿a alguien no le preocupan las personas de su equipo?, nadie levanta la mano. Sin embargo, tengo casos en los que hemos tenido que poner por escrito que en las reuniones de los lunes hay que preguntar: hola, ¿qué tal estás?, y dejar unos minutos para responder. Volver a los básicos te hace aumentar la productividad. Hemos confundido lo que es la productividad y cómo se genera. Olvidarnos de que estamos trabajando con personas genera mucho estrés crónico y mucho burn out, porque las mayores huellas emocionales vienen de no sentirse escuchado o visto. El reconocimiento es fundamental, y es gratis. Pero claro, tiene que ser genuino. Si alguien lo hace bien, se le dice. En la encuesta que ha hecho Manpower Uruguay, siempre en el top 3 de lo que te hace feliz en la organización está el clima laboral, y eso no es algo que cueste dinero. Se construye entre todos. Tenemos que ser conscientes de que somos bombas andantes de emociones. Que entras en la oficina por la mañana y contagias todo el rato.

Debe haber mucha gente que es feliz en su trabajo, o en su vida personal, y no lo sabe.

Hay un profesor en Harvard que recomienda hacer un ejercicio, que es describir en un papel tu trabajo con dos condiciones: una, no mentir, y la otra, describirlo tan bonito que si se lo leemos a Mario, Mario diga: lo quiero. Entonces, eso te obliga a volver a poner el foco en lo bonito, a recordar las cosas por las que cuando te contrataron, dijiste: ¡soy la bomba, me contrataron! Y que recuperes todo eso, porque lo has normalizado.

Me encantaba un meme que había en plena pandemia, de una fiesta con todos bailando en el que decía: éramos felices y no lo sabíamos. Miles de veces en la vida te pasa que eres feliz y no lo sabes, porque estás pensando más en lo que no tienes que en lo que tienes.