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Nicolás Rauss: “Hago muchas cosas al revés de todo el mundo”
Edad: 65. Ocupación: director de orquesta. Señas particulares: nació en Ginebra (Suiza); le gusta la naturaleza; en la ciudad se mueve en bicicleta; le cuesta sonreír para la foto
¿Qué es lo primero que escucha cuando se despierta? No me despierto especialmente temprano, pero prefiero las mañanas porque después del almuerzo me viene una pequeña modorra. Cuando me despierto siempre tengo algo en la cabeza, molesto, como una melodía ridícula que puede ser mía o a veces viene de otra música. Tiene una raíz un poquito nerviosa. Lo repito, lo repito y lo repito al punto de que la gente que está conmigo dice: ¿puedes dejar eso un ratito? Mi hijo menor cuando era más chico un día estaba jugando en el piso y cantaba y cantaba, y le dijo a su madre una cosa que me quedó sonando hasta hoy: “Mamá, mi boca canta y canta y yo no quiero”. Yo le llamo a eso gusano de oreja.
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¿Qué aprendió de dirigir en América Latina? Un poco de todo, porque hice mi carrera en Sudamérica. Dirigí en Suiza hasta el año 90, que me vine a vivir acá. Después tuve una crisis de dirección, una crisis técnica. ¿Qué es dirigir? Porque, cuando tú tocas el piano, tus dedos están sobre el piano, pero, cuando diriges, ¿qué haces? ¿Dónde tocas la orquesta? Y encontré que las bases que me dieron en Europa en un momento no me sirvieron más. Tuve que reaprender hablando con colegas. Eso nos ayudaba mucho más que los profesores. Pero en Europa, si tenés una crisis y vas a dirigir, no te lo perdonan mucho. Mozart jamás cuestionó nada. Para mí la crisis fue superbuena, pero me tomó un buen tiempo. Yo pude atravesarla gracias a este entorno de acá. Mis aprendizajes aquí fueron profundos, a partir de ahí me desarrollé. Mi primera titularidad llegó a mis 39 años e hice mi carrera en Uruguay, Argentina, Chile, un poquito de Brasil y un poquito de Perú. Yo soy una excepción en la música clásica; normalmente los jóvenes sudamericanos se van a Europa. No hay europeos que vayan a buscar su camino en Sudamérica. Pero yo hago muchas cosas al revés de todo el mundo.
¿Qué gesto cotidiano lo mantiene europeo, y cuál lo volvió un rioplatense más? Me doy cuenta de que cada vez más cuando me despido de alguien lo toco en el hombro. En mi país no era así. El abrazo, por ejemplo, es algo más normal ahora. Hace tiempo que me dicen que soy un suizo uruguayizado o sudamericanizado, y obviamente soy eso. Pero hay cosas que quedan de suizo en la cabeza. Si busco una vivienda, evito terriblemente que se oiga ruido de calle y ruido de gente. Pero para los latinos, si hay ruido, no importa. Cuando éramos chicos la primera cosa que nos enseñaba mi madre era a no molestar, no ser feliz. Me parece una exageración, pero tiene una cosa buena, que es que uno termina tratando de molestar lo menos posible.
¿Cómo fue su infancia en Suiza? Tengo la impresión, el recuerdo, de que fue una infancia un poquito gris, y eso es injusto, porque mi infancia, comparada con la gran mayoría de los millones de personas que hay en el mundo, estuvo superbién, sin mencionar el acercamiento que había en la casa con la naturaleza y la música, dos cosas que obviamente siguen conmigo. Pero no tengo un recuerdo especialmente alegre de esa infancia. Debe haber una cuestión en la psicología familiar, porque, si miro todo lo que me tocó vivir, lo que me tocó hacer, las posibilidades que tuve y todo eso, es fantástico. Pero en la adolescencia estaba desesperado y busqué luz. Eso fue la migración mía a Sudamérica cuando tenía 24 años, yo creo que no es casual. Era eso, estaba buscando luz.
Yo soy una excepción en la música clásica; normalmente los jóvenes sudamericanos se van a Europa. No hay europeos que vayan a buscar su camino en Sudamérica. Pero yo hago muchas cosas al revés de todo el mundo Yo soy una excepción en la música clásica; normalmente los jóvenes sudamericanos se van a Europa. No hay europeos que vayan a buscar su camino en Sudamérica. Pero yo hago muchas cosas al revés de todo el mundo
¿Y cómo es hoy el vínculo con sus hijos? Cuando tenía hijos chicos estaba impaciente de que crecieran. Me gusta la edad cuando puedes conversar más, siete u ocho años. Y me doy cuenta de que aprecio mucho más estar con ellos ahora, que ya están grandes. Estoy terriblemente agradecido de ser padre ahora. Yo tenía 22 años cuando nació mi hija. Hoy los jóvenes no tienen un hijo a esa edad. Y yo entiendo que no son de uno, hacen su camino, pero, sin embargo, son de uno. Y no hablaría del orgullo de ser padre, no me gusta esa palabra. Hablo de algo admirativo de lo que son, el orgullo no es mío.
¿Cuándo entiende que un ensayo funciona, cuando todos se callan y atienden o cuando existen la risa y el runrún de fondo? Es curioso porque en eso también cambié. Las orquestas latinas son orquestas que dentro del ensayo conversan un poquito. Me acostumbré, y ahora, cuando dirijo una orquesta que no habla nada, miro y me da cosa. Pero tú vas con los alemanes, los japoneses y el silencio es total. Entiendo que, cuando los músicos se ríen un poco, hay algo ahí interno. Entonces, que se rían un poco y que hablen un poquito yo lo acepto, lo encuentro humano. En Uruguay todo es muy horizontal, entonces el sinfonismo que hay es otra cosa. Yo hace muchos años sufría un poquito esa horizontalidad, pero ahora la encuentro interesante, es una forma propia donde el director es uno más, aprendí a disfrutarlo. Creo que esa horizontalidad a Uruguay lo salva de muchas cosas.
¿En qué momento sintió que había entrado definitivamente en la adultez? Si tuviera que decirte un numero diría que a los 50. Antes me pasaba de sentarme a una mesa con gente de mi edad y siempre sentía que ellos eran más grandes, hasta que en cierto punto ya no fue así. Igualmente, tiene algo de bueno, algo de la vulnerabilidad, de mantener ese niño interno que se dice todos llevamos dentro.
¿Le gusta la Navidad? No tengo una conexión tan fuerte con la Navidad, pero tengo un villancico favorito, que es El tamborilero (lo tararea), muy sencillo. Habla de un niño que no tiene nada y solo toca el tamborcito porque es lo único que tiene.