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Pablo Etchegaray: “Por nuestra casa pasaron muchas personalidades, pero no les daba importancia”

Edad: 67 Ocupación: coleccionista, director del Museo del Mar y del Museo del Libro Antiguo Señas particulares: obsesivo, ermitaño, fundó la Asociación Uruguaya de Surf, hace años que no festeja su cumpleaños

Coordinadora de Sociales

Su pasión por coleccionar viene de niño. A los cuatro años juntaba caracoles en la playa, ¿recuerda cómo empezó?

Me aburría en la playa y me ponía a juntar caracoles. Recuerdo que un día agarré a mi hermana (Betina) y nos fuimos a la playa, cruzamos la carretera solos, ella tenía tres años y yo cuatro. Mi madre no se había dado cuenta de que nos habíamos ido y nos fueron a buscar hasta con la policía. Vivíamos en la parada 27 de Pinares y en ese momento la ruta tenía solo una vía y no pasaba nadie, pero igual era un peligro.

Después de juntar caracoles por años su mamá le tiró la colección, ¿qué pasó?

La casa estaba llena de cajas y mamá se cansó y me las tiró. Lo que pasó fue que en ese momento yo había perdido el interés y ella pensó que ya no me interesaban, pero después retomé con la colección.

Llegaron al extremo de querer echarlo de su casa, ¿por qué?

Porque había juntado demasiadas cajas. Empecé a guardar caracoles pero después sumé estrellas, corales, todo lo relacionado al mar. Las tuve que llevar a un depósito, pero para mí era una tortura porque cada vez que quería ver algo tenía que ir hasta el depósito, abrir el candado, la puerta, bajar una caja. Mi sueño era desplegar toda mi colección en un mismo lugar.

¿Y entonces abrió el Museo del Mar en 1996?

Sí, un día llegué a estos terrenos de La Barra, no había nadie, ni árboles ni gente. Pero quedé deslumbrado y los compré. Empecé a plantar árboles pero nada crecía, hasta que planté álamos y de a poco empecé a construir todo esto que ahora es el Museo del Mar, el Museo de los Recuerdos, el Museo de los Balnearios, el Insectario y el Museo del Libro Antiguo.

En su familia también fueron filatelistas, ¿quién comenzó?

Mi madre (Raquel Carvallido) tenía la colección de sellos de mi abuelo y yo la seguí, pero en casa el coleccionista era papá (Alfredo). Coleccionaba rebenques y botellitas; los rebenques se vendieron y parte de la colección de botellitas está acá en el museo.

Recuerdo cuando Sting tocó el timbre y la cocinera bajó a abrir, vio un montón de gente y no los dejó pasar. Dijo: 'Señora, dicen que son de un conjunto de música, pero no les abro porque no sabe las pintas raras que tienen'. Recuerdo cuando Sting tocó el timbre y la cocinera bajó a abrir, vio un montón de gente y no los dejó pasar. Dijo: 'Señora, dicen que son de un conjunto de música, pero no les abro porque no sabe las pintas raras que tienen'.

Antes de dedicarse al museo, ¿en qué trabajó?

Tuve varios trabajos. Cuando me fui a vivir a Buenos Aires trabajé como corredor de cambios en una agencia de crédito y después en dos agencias de publicidad y de noche estudiaba publicidad.

Pero también trabajó con su hermano Alfredo en la discoteca. La música es una característica importante en sus museos.

Sí, yo soy un exquisito de la música, estudio y busco música que después le paso a Alfredo. De jóvenes trabajamos en la discoteca pero también hice fletes y puse una empresa de alquiler de mesas y sillas.

El surf es otra de sus pasiones, ¿el mar es su momento de paz?

Sí, el mar te libera de los problemas, te desestresa, en el mar te olvidás del mundo. Me tiro sin traje porque me siento más liberado todavía. Se activa todo y está comprobado que el agua fría tiene muchos beneficios. De hecho, prácticamente no he tenido ningún tipo de enfermedad. Un verano, en Punta del Este puse un surfshop con un amigo, nos fue muy bien y en el invierno le propuse importar productos para el siguiente verano, pero él tenía que estudiar, entonces seguí solo. Me acuerdo de que traía mil camisetas de los dos mejores estampadores de San Pablo y las vendía todas. Llegué a tener seis locales. Además, fundé la Asociación Uruguaya de Surf, organicé el primer campeonato internacional, inicié el circuito nacional y llevé a Uruguay a competir por primera vez en el exterior. Esos fueron momentos de un estrés tan grande que decidí dejar todo. Tantas cosas para resolver me ponían muy nervioso porque soy muy obsesivo y meticuloso, y al final terminé en este lugar. Me traje todas mis colecciones, empecé a hacer una construcción de madera, día y noche trabajando, y en un momento dije “tengo que hacer esto para la gente porque no puede ser que sea para verlo solo yo”.

¿Qué es lo más raro o difícil que consiguió?

Podría decir que en mi Museo del Libro Antiguo los 33 libros seleccionados y prologados por (Jorge Luis) Borges, que es algo prácticamente imposible de conseguir. Son de la editorial Siruela y los busqué por bastante tiempo. Los libros de la Biblioteca Arte y Letras, por ejemplo, son libros muy raros, de los años 1880-1890.

Jorge Luis Borges estuvo en su casa, ¿lo recuerda?

Por nuestra casa de la calle Mercedes pasaron muchas personalidades, pero en ese momento no les daba importancia. Mamá era muy sociable, una especie de embajadora. Por ejemplo, estuvo el rey de Rumania y, cuando el presidente de la República (Julio María) Sanguinetti fue a Rumania, él le dijo que conocía a los Etchegaray. Recuerdo cuando Sting tocó el timbre y la cocinera bajó a abrir, vio un montón de gente y no los dejó pasar. Dijo: “Señora, dicen que son de un conjunto de música, pero no les abro porque no sabe las pintas raras que tienen”. Y ahí bajó mamá a medio vestirse. Otro día cuando llego a casa me encuentro con un señor tocando el timbre, era Marianito Mores, que venía a ver a mi abuelo. Así era siempre.

¿Cuál es el límite de un coleccionista?

Siempre estás buscando algo, siempre. No termina nunca, pero soy consciente de eso y trato de detenerme hasta el punto que freno de golpe. Ya no junto más nada, salvo que sea una pieza muy rara o muy exótica o una oportunidad muy buena.