En los 15 minutos de silencio antes de despertarlos, Valeria se viste provisoriamente, no desayuna —más tarde toma café con leche, pero no come— y corre con la suerte, dice, de que su piel no sea complicada ni con tendencia a arrugarse, porque en eso del skincare es “medio desastre”.
Mientras sus hijos desayunan, ella prepara las viandas, que este viernes consisten en fideos con huevo. “Normalmente evitan comprarse en la cantina. Me piden que yo les haga la comida, sobre todo Julieta. Ella es bastante particular”.
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Mauricio Rodríguez
Las viandas son una tarea que prefiere hacer por las mañanas, aunque eso implique levantarse más temprano. Y si la dinámica del día se lo impide, su hija mayor es la encargada. Celeste es “una hermana muy mamá”.
A pesar de que es apenas un año y medio mayor que Nahuel, desde muy chica aprendió a priorizar el cuidado de su hermano, diagnosticado con autismo. Si el patín coincidía con la hora de terapia de Nahuel, entonces tendría que dejar de lado este hobby. “Hubo un montón de cosas que no pudo hacer porque había que priorizar la atención de su hermano, pero ella siempre lo entendió y fue muy compañera, receptiva, muy unida a su hermano. Siempre me ayudó y maduró muy rápido. Es una campeona”, cuenta mientras deja caer la cáscara de los huevos dentro del basurero.
En la cuenta regresiva hacia el balotaje hace malabares para pasar con sus hijos la mayor cantidad de tiempo posible. Una estrategia para lograrlo ha sido incentivarlos a acompañarla a sus actividades. “Eso los ayuda a entender por qué mi actividad es diferente a la de otros”. Comenta también que se perdió uno de los actos finales de cara al 27 de octubre por acompañar a su hija a la muestra de baile de la escuela. “Fue la única vez en toda la gira que le avisé a Álvaro, y me excusó en el acto. Ella (Julieta) se tenía que cambiar de vestuario, y mamá es mamá en estas cosas”, comenta.
—¡Nahui!, ¿a vos te pongo queso, o no?
—Como tú quieras.
—Lo vas a comer vos, no yo.
Mientras coloca la comida primero en tuppers y luego en luncheras, Ripoll habla sobre un objeto en particular que se multiplica entre los cientos que ocupan toda la casa en diferentes tamaños, colores y formas, y que son su perdición: las piedras preciosas, en particular las amatistas. “Tengo un vínculo especial. Siempre dejo que la piedra me elija a mí”. Están por toda la casa y no puede faltar una como accesorio personal, generalmente en forma de colgante.
Cree en la energía que transmiten las piedras. Cree en la energía, en general. Le han dicho quienes saben del tema que las piedras cargan energía y ofician de escudo: se rompen cuando cumplen su función o cuando absorben energía negativa y evitan que alcance a su portador.
Cuando empezó la campaña, se le partieron tres piedras mientras las usaba como colgantes. Creer o reventar, dice. “Son días intensos. Y en el ambiente no todo el mundo te desea lo mejor o te transmite buenas energías… Son un escudo natural, además de que me encantan, así que las llevo siempre”, dice antes de pedirle a Nahuel que acompañe a su hermana hasta la puerta, a quien la espera su padre —que trabaja de 00 a 6 a. m. como chofer de la intendencia— para llevarla al colegio.
A su manera
A medida que la casa abandona el bullicio y se sumerge en la calma, la madre va pasando al rol de Valeria Ripoll. Muestra un dibujo que le regaló una adolescente en Soriano: “Valeria vicepresidenta del Uruguay”, dice al lado de su figura plasmada en el papel, en la que casualmente viste remera blanca y jean oxford, igual que hoy. “Divina, me vio flaquita, joven. La amé”.
Ripoll aún no tiene idea de lo que se pondrá el día del balotaje. “Estoy intentando tener un tiempito para elegir. Puede ser uno de los días más importantes de mi vida”. No sabe con qué ropa saldrá a la calle en una hora, cuando empiece su jornada de actividades en la feria de Goes, para terminar en audiencias en la sede del Partido Nacional. “Elijo la ropa en el momento. Cuando voy al interior normalmente llevo de más. Voy con valija, percha con chaqueta y voy viendo”.
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Mauricio Rodríguez
Acostumbrada a repetir atuendos, está aprendiendo a cambiarse entre actividades que, a veces, requieren de diferentes códigos de vestimenta. “La gente mira si repetís cosas. Yo no me fijo en lo que se pone otra mujer. No me importa repetir ropa. Ahora me compré alguna chaqueta más porque tengo actividades todos los días, pero siempre uso más o menos lo mismo”. No va a los shoppings ni consume “ropa de marca”. Recibe algunos consejos de Paola Riani, quien la asesora en la campaña y le veta alguna de sus prendas preferidas, como una remera (de la única marca que sigue, Paola Santos) con la estampa de una señora sacando el dedo del medio y la frase “preguntame si me importa”.
La candidata a la vicepresidencia se dirige a la cocina y se sirve leche hasta el borde de una taza. Le tira una cucharada de café instantáneo, le agrega unas gotas de edulcorante. Y así al microondas, como si esa manera insólita de preparar café con leche fuese la única posible. Se sienta con la taza de Papá Noel en la mano mientras Nahuel —quien de a ratos le dice: “La Ripoll”— muestra una sorprendente habilidad para prestar atención a la charla mientras juega en el celular.
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Mauricio Rodríguez
“Muy linda la charla, pero me voy a cambiar que no llegamos”. Ripoll elige una camisa de algodón sin botones de la marca Paola Santos, que lleva en la espalda la frase “Vivir es intentar infinitas veces”. Mientras plancha la camisa, cuenta que Nahuel se tornó mucho más comunicativo con los años. “Ahora es otro. Se quiere cambiar de cuadro por una chica, imaginate…”. “Es el amor de mi vida”, dice su hijo entre risas, minutos antes de que la abuela de Valeria Ripoll salga del cuarto para comenzar su día.
Camino al balotaje
El pronóstico del celular marca 31 grados y el sol se parece más al de enero que al de noviembre. En la feria de los viernes en el barrio Goes, a Ripoll la esperan un canal de televisión, cuatro militantes con banderas (dos de la 22 y dos de la lista 40) y su hija Celeste, que milita en la lista 404 y acompaña a su madre siempre que puede. “No me queda de otra”, bromea primero, antes de aclarar que, en realidad, está entusiasmada. La intención es que en las recorridas por ferias sean pocos para no interrumpir el flujo comercial, un intento trunco desde el momento en que varios compradores y feriantes la ven y se le acercan.
Ripoll responde a unas preguntas para la televisión; luego una pareja se le acerca con un cochecito y le cuenta que el bebé es su décimo nieto: “Mi hija es madre sola, le decimos Madre Coraje”, le dice la señora, al tiempo que un hombre se le acerca para pedirle una selfie y Valeria agarra su celular para sacarla. “Todos aprendimos de Luis”, bromea.
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Otra señora, visiblemente angustiada, le habla de la situación de un niño con autismo que está bajo el cuidado de “un demente”, y le plantea la necesidad psicólogos en emergencias de hospitales. Ripoll le pide a su asistente que agende el número de la señora, y escucha a un feriante que, entre muchas otras cosas, le dice que no es blanco ni de ningún otro partido, pero le gusta el capitalismo y sabe cómo funciona el sistema.
Ripoll lleva varias listas en la mano y parece detectar con la mirada a quienes se mostrarán receptivos a recibirlas. “¿Cómo están?”, le pregunta a un grupo de feriantes. “Con ganas de votar”, le responde uno de ellos y le tiende la mano para que le alcance una lista. Un joven de un puesto de fiambres le alcanza su celular y le pide a Ripoll que por favor atienda, que del otro lado aparecerá su madre. “Soy Valeria Ripoll”, dice cuando atiende.
Mientras avanza por la feria, comerciantes a ambos lados también gritan: “¡Vamo’ el Frente! ¡Viva la honestidad! ¡Orsi presidente!”. Otro feriante vocifera: “Te diste vuelta como una media”. Ripoll destaca que —más allá de estos gritos por detrás— nunca se han acercado a increparla personalmente. “Tampoco me afecta. Tengo claro que me voy a encontrar con gente que me apoya y gente que no, y mientras no me falten el respeto… Nunca tuve un enfrentamiento fuerte. Va en ganarse el respeto”, dice.
Una mujer le cuenta que le corresponde una pensión por viudez que nunca percibió. Da otro paso y un señor le dice que siempre la veía en Esta boca es mía, mientras a un costado una señora espera impaciente: “¡Qué charlatana! ¡La quiero saludar!”.
Charlar no parece requerirle esfuerzo, que dice que siempre se le dio de forma natural. “Siempre me dediqué a lo que implicaba el diálogo. Es lo que se me da mejor. A mí en la calle me va muy bien con los propios y con los ajenos”.
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El recorrido por el barrio Reus —siguiente actividad de la agenda— empieza en Justicia y Hocquart, en la entrada de la sede de Porvenir Nacionalista. Allí, con el sol que pega cada vez más fuerte, la esperan decenas de militantes, y otro canal de televisión. Ripoll, que toma mate de los militantes, entra a una tienda de ropa de niños y charla con las vendedoras. Una de ellas le recuerda que Ripoll solía comprar en el local cuando sus hijos eran más chicos. Luego ingresa a un local de fuegos artificiales y pregunta cómo vienen con la incursión en fuegos de menor impacto sonoro. Fuera de la tienda, dice que a su hijo —pese a tener TEA— le encantan los fuegos artificiales, y que le gustaría que se lograra un punto medio, que es el uso de pirotecnia pero de bajo impacto sonoro.
Un taxista se detiene y le pide listas. Del otro lado, una comerciante apunta sus pulgares hacia abajo cuando la ve pasar.
La siguiente parada de la jornada es en la sede, en donde el aire acondicionado se siente como un bálsamo después de horas bajo el sol abrasador. Ripoll se toma unos minutos para almorzar una ensalada de pollo con verduras, y luego baja a una pequeña sala donde la esperan tres representantes del centro de rehabilitación Aconcagua para plantearle sus inquietudes. Uno de ellos le dice “Beatriz” y enseguida se corrige. Ripoll los escucha y también habla: recuerda los períodos “poscobro” en Adeom, cuando percibía los picos de consumo en adictos y se veía muchas veces obligada a llevar a sus compañeros al baño. Hablan de adicciones pero también de salud mental, dos crisis interrelacionadas y que se refuerzan entre sí, hoy más que nunca. “Vamos a ser aliados”, les dice Ripoll para concluir la audiencia.
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Mauricio Rodríguez
Ripoll cerrará su día supuestamente tranquilo en una muestra de taekwondo de su sobrino de siete años. “Hay que estar”, apunta.
Luego de mucho hablar y mucho escuchar, Ripoll confiesa que está cansada, pero no afectada. “Creo que tiene que ver con que tengo una historia de vida muy parecida a la de mucha gente. Siempre digo que soy una mujer común, siempre fui trabajadora, madre; me estoy dedicando a la política después de muchas vivencias personales. (...) Me vienen a buscar personas que encontraron a alguien que habla el mismo idioma. Entonces no lo siento como una carga, sino como un compromiso. Tengo claro que la gente está esperando que yo cumpla si mañana soy la vicepresidenta. Tengo esa responsabilidad sobre mis hombros”.