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    El fracaso más exitoso de todos los tiempos

    The Room, la “Citizen Kane de las películas malas”
    Colaborador en la sección de Cultura

    En el comienzo hubo un deseo. El de triunfar en Hollywood. El de ser famoso. A como dé lugar. Y luego hubo una película, The Room, que se estrenó en 2003 en Los Ángeles, en solo dos salas, y que fue retirada de la cartelera tras 15 días de exhibición. Costó seis millones de dólares y recaudó 1.800. El asunto pudo haber concluido ahí. Pero se corrió la voz de que aquella producción tan rápidamente desechada por su precaria puesta en escena, sus diálogos imposibles, su humor involuntario y su erotismo dolorosamente terraja, podía ser algo más que una de esas malísimas películas que producen una indescriptible incomodidad y una inquietante vergüenza ajena. Aquello podía ser sublime.

    Detrás y delante de The Room, catalogada como “El ciudadano de las películas malas”, está Tommy Wiseau, cuya edad, nombre real, vida privada y origen de su fortuna son un enigma. Protagonista, guionista, productor y director del largometraje, Wiseau reúne las dosis de provocación y descaro, ingenuidad y misterio suficientes para ganarse con comodidad una parcela en el pabellón que Hollywood tiene reservado para las extravagantes criaturas que promueve, estimula y repele al mismo tiempo. Si los sueños de la razón producen monstruos, la máquina de Hollywood produce fenómenos como Wiseau. Con su aspecto híbrido entre galán reventado de película clase B, cantante de cumbia villera y atleta retirado, este sujeto obsesionado con los vampiros y James Dean, también es un ser oscuro que algunas voces señalan como alguien peligroso.

    The Room empezó como una obra de teatro de 600 páginas. Luego tomó forma de novela. De la comunión de ambos formatos nació el guion sobre el que se construyó un melodrama romántico con toques de thriller erótico y tintes decididamente trágicos. La historia se desarrolla en San Francisco y transcurre principalmente en el interior de un apartamento y en una azotea. Johnny (Wiseau) es un abogado exitoso y aparentemente muy querido, que está enamoradísimo de su novia Lisa (Juliette Danielle), con quien va a casarse. Todo en él es singular: su andar, su mirada, su peinado, su voz, su acento, su capacidad para combinar sacos cruzados con pantalones cargo. Y está esa risita aspirada, nerviosa e inverosímil —ha-ha-ha— que se cuela como un tic cuando habla, bebe agua o mantiene relaciones sexuales. Y está ese cabello, largo, entintado, que desciende hasta sus hombros como un animal enfermo y moribundo. Y está Denny, el vecino, un joven de edad indefinida que aparece cada tanto por el apartamento y quiere meterse en la cama con Johnny y Lisa, aunque dicho de este modo no resulta lo suficientemente ilustrativo de lo perturbadora e incómoda que es la presencia de este personaje. Y es solo un detalle. Porque lo importante es que Lisa seduce a Mark (Greg Sestero), el mejor amigo de Johnny. Y hay que ver cómo lo hace. Hay varias y redundantes y penosas escenas de sexo en las que no faltan velas, tules, pétalos de rosas y más de un ha-ha-ha en el medio. Escenas con un cortinado de música acaramelada y suspiros y gemidos artificiosos que, como algunos diálogos del filme, fueron añadidos en posproducción. The Room hace que 50 sombras de Grey se erija como la 2001: Odisea del espacio del cine erótico. Por qué Lisa se comporta así, solo Wiseau lo sabe. Lo que la película deja claro es que esta mujer es una zorra. Lisa, que además es interesada, rencorosa, malintencionada y mentirosa, no es la única figura carente de buenas intenciones y mejores acciones en este melodrama. Su madre quiere que se case con Johnny simplemente porque tiene plata. “Te va a comprar una casa”, insiste. Todo lo terriblemente turbio y negativo está representado en las mujeres, que manipulan, desprecian, confunden y engañan a los hombres, que son sensibles y bienintencionados, lo que hace que el filme también sea algo más que una expresión de misoginia cándida y a la vez violentamente torpe. Frente al espíritu cultural, social y moral imperante, lo de Wiseau es transgresión pura. O simplemente bestialidad.

    Ver The Room es todo una experiencia. Esa experiencia ha generado memes, homenajes en videojuegos, leyendas en camisetas y, sobre todo, una comunidad de fans que asisten a funciones vestidos como los personajes. Para la gran mayoría de los seguidores, se trata de una comedia involuntaria. Wiseau, en cambio, sostiene que todo lo que aparece es intencional. Es intencional que un personaje diga, al pasar, que “definitivamente” tiene cáncer. Y que lo diga con la misma naturalidad con la que el uruguayo medio pide que lo conviden con un mate. El personaje reaparecerá, pero jamás se volverá a mencionar el asunto. En el apartamento, un decorado que da la sensación de haber sido transplantado de un estudio de televisión de 1980, hay algunos portarretratos que simplemente se colocaron por ahí. Lo que se ve son fotos enmarcadas de un sacacorcho o una cuchara. Tal vez esto también es intencional y hay aquí una muestra más de la indestructible genialidad de Wiseau. Como sea, en las funciones de fans, lanzar cucharas de plástico hacia la pantalla cada vez que una de esas fotografías entra en cuadro es parte del ritual, tal como lo documenta Room Full of Spoons, nacido de la fascinación y la perplejidad que The Room y todo lo que la rodea le produjo a Rick Harper.

    Desde su renacimiento, The Room conquista nuevas salas y público. Ha llegado a exhibirse hasta en 70 salas. Y ya lleva 14 años en cartel. Además del documental, inspiró la serie The Room Actors: Where Are They Now?, que imagina la vida de los actores luego del desastre más exitoso de todos los tiempos. En diciembre se estrenará The Disaster Artist, escrita, protagonizada y dirigida por James Franco, que interpreta al propio Wiseau (que tiene, cómo no, un papel en la película). Se basa en el libro homónimo de Sestero, amigo, cómplice y colega del artista. Tuvo un impactante éxito en el Festival de Sundance y fue premiado en San Sebastián. Ya se habla de Franco como candidato al Oscar. Y Wiseau, orgulloso. Entre otros motivos porque Franco encarnó en el cine a su ídolo máximo: James Dean. Y ahora lo interpreta a él. Solo hay que unir los puntos.

    Él asegura que financió la película vendiendo camperas de cuero que importó de Corea del Sur. No son pocos los que hablan de lavado de dinero. Si se ingresa a www.theroommovie.com se encontrará con que además de tener a la venta todo lo relacionado con el filme, la página también es la plataforma de otro negocio de Wiseau: la venta de ropa interior unisex que él mismo diseña. El hombre pasa prácticamente todo a números y porcentajes. Cuando Harper, el documentalista, se encontraba rodando Room Full of Spoons, Wiseau, molesto con el tono que estaba adquiriendo el documental, le pidió dinero por los derechos de imagen, además de imponerle una lista de cambios, entre ellos, testimonios de gente que hable bien de él. Y le expresó su deseo de que la película “sea un 60% más positiva”. También comentó a The Hollywood Reporter que no estaba 100% de acuerdo con todo lo que se cuenta en el libro de Sestero: “Lo estoy en un 45%”. Y según el empresario y estrella incipiente, los calzoncillos de su firma mejoran la vida sexual de quienes los usan “en un 40%”.

    Sea polaco, tenga sesenta y pico, lave dinero, haya importado camperas de Corea o mienta descaradamente sobre su origen, su edad, su vida privada y su fortuna, Tommy Wiseau —o como se llame— logró su cometido. En una entrevista le preguntaron si se sentía orgulloso por ser famoso debido a una película tan mala. Respuesta: “Bueno, en Estados Unidos malo significa bueno”.