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    Las elecciones en Brasil

    Sr. Director:

    Izquierda presa y ultraderecha al poder. No es nada sencillo leer o interpretar el resultado de las elecciones realizadas en Brasil. Luego de 13 años de gobierno de izquierda y dos años con Temer en la presidencia, Jair Bolsonaro es el candidato más firme para asumir el 1º de enero del 2019. No se han presentado denuncias de fraude ni de ningún hecho que haga pensar manejos turbios durante el acto eleccionario en el que participaron más de cien millones de brasileros. El triunfo de la ultraderecha fue tan contundente que muy pocos avizoran otro ganador en segunda vuelta.

    ¿Quién es Bolsonaro? Un personaje patético que manifestó “estar a favor de una dictadura para corregir una democracia irresponsable”, a favor de las torturas, enemigo de los negros, las mujeres, los gays y los pobres (muchos de estos lo votaron). Con estas proclamas, luego de haber pasado por nueve partidos políticos, se encuentra a las puertas de la presidencia del país más grande de América Latina y con el respaldo de casi cincuenta millones de votos. Solo un milagro puede evitar esto y, pese a que Brasil es un país muy devoto, a esta altura pocos opositores creen que sea posible (¿será el 20% de abstenciones?).

    Pero la pregunta es: ¿qué lleva a la gente a votar por alguien que se declara enemigo de muchos de ellos, los destrata, los desprecia y llega incluso a preferir la muerte de un hijo antes que verlo en la diversidad de género, raza o credo? ¿Puede ser esta una actitud reaccionaria, un voto castigo a miles de políticos que se burlaron del pueblo? ¿Cuánto hay de cierto en que no ganó Bolsonaro, sino que perdió el PT (léase Lula)?

    Los actos de corrupción en los últimos 15 años en Brasil son indiscutibles. La izquierda se adueñó de todos los ámbitos de poder e hizo y deshizo a su antojo con la complicidad de muchos empresarios que vieron su momento y dejaron a la mayoría del pueblo peor que al inicio. La inseguridad ganó en todas las regiones, robos y homicidios por miles, el narcotráfico adueñándose de barrios enteros y resurgiendo la pobreza. Todo lo prometido por el Partido de los Trabajadores quedó en eso, promesas.

    En el ámbito político, empresarial y medios de prensa se discutía si Lula, si Dilma, si el juez Moro, si Temer y, mientras, el pueblo preparaba su venganza o suicidio con el apoyo a Bolsonaro. Las encuestas, como ocurre últimamente, también erraron y marcaban el triunfo de la ultraderecha, pero con una segunda vuelta más peleada. Si Lula era candidato auguraban un 40% de votos, al quedar preso el PT no llegó al 30%. ¿Es entonces el triunfo de Bolsonaro un castigo a la clase política de izquierda o a la Justicia que condenó a su líder y no le permitió participar? ¿Es un corrupto como dictaron todos los ámbitos del Poder Judicial o es “un salvador” como decían quienes lo querían votar? Esto es lo difícil de leer o explicar con estos resultados.

    Se dice que todos los extremos son malos y estamos ante un claro ejemplo. Si la corrupción, inseguridad y avasallamiento que gobernó en Brasil durante estos años son producto de la izquierda, Bolsonaro y su proclama ultraderecha van a dejar una huella muy honda. Ambas ideologías tienen sus cosas positivas, pero llevadas al fanatismo suelen ser nefastas.

    Lo ocurrido en Brasil, en forma democrática, tiene más aspecto de venganza y odio que de construcción cívica. Normalmente las decisiones tomadas “en caliente” llevan al error, en este caso, de ser así, se pagará por varios años. Los giros bruscos nunca han dado resultado y ya los vimos por la región con Chávez, Fujimori, Cristina e ainda mais. Los vientos de derecha comenzaron a soplar por los pueblos europeos y luego por el norte con Trump, ahora viraron al sur y lo tenemos de vecino.

    Hay que poner las barbas en remojo, los pueblos se cansan de ser tomados de rehenes, de mucho discurso y poca acción, de mucho corrupto-delincuente y pocos presos, de mucho impuesto y poco retorno, mucha ayuda social y poco trabajo, mucho despilfarro en el Estado y economía en casa. De a poco va imperando el temor y el odio que superan cualquier programa político que se nos plantee, sea bueno o malo, pues se pierde el raciocinio, gana la emoción y ganan los Bolsonaros.

    Uruguay parece estar lejos de estos nuevos vientos políticos, un pueblo más conservador, más tranquilo, más aguantador. Pero que los políticos actuales no lo chumben, porque el perro no muerde, solo mientras ladra.

    Sergio Barrenechea Grimaldi

    CI 1.978.723-5