Una conversación banal con César Troncoso en el bar vacío de la sala de teatro del Movie puede comenzar despotricando contra un aire acondicionado desenfrenado y terminar con el actor declarando lo mucho que le gustaría salir en una murga.
El uruguayo estrena Nuestras mujeres en teatro y la serie El Eternauta en Netflix, con Ricardo Darín: sobre la amistad, la rutina, la pareja y el humor hablan estos proyectos y son tema de conversación con Galería
Una conversación banal con César Troncoso en el bar vacío de la sala de teatro del Movie puede comenzar despotricando contra un aire acondicionado desenfrenado y terminar con el actor declarando lo mucho que le gustaría salir en una murga.
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs así, pluridimensional. Incluso alguien como él —el desconocido en El viaje hacia el mar (2003), Beto en El baño del papa (2007), Salinero en El hipnotizador (2015), Francisco en Mi Mundial (2017), Cholo en Supermax (2017)— tiene que atender varios quioscos a la vez. Se desprende de la charla que un poco lo hace “por guita” y el resto por amor. No viajaría tanto si no fuera por dedicarse a lo que se dedica. De hecho, quizá ni hubiese conocido el interior de su propio país como lo conoce y espera seguir conociendo. El eterno “nadie es profeta en su tierra” uruguayo.
El 30 de abril estrena El eternauta, una serie de Netflix que protagoniza junto con Ricardo Darín y Carla Peterson. Vuelve a hacer teatro en marzo con Nuestras mujeres, la —supuestamente— última dirección de Mario Morgan, en la que otra vez le toca compartir escenario con Diego Delgrossi. Y además, tiene “un par” de películas a medio camino, con Diego Peretti y Verónica Perrotta. “Participaciones de diferente porte”, dice.
La cosa es que con las manos llenas de trabajo y algunas cosas pendientes, en un salpicón de pensamientos reflexivos con el uso del humor in crescendo y una calidez extraña, sobria, César Troncoso habló con Galería con su próxima obra como excusa.
Nuestras mujeres estrena el 8 de marzo en el teatro del Movie (UnderMovie). Se estrenó por primera vez hace casi 10 años en el Teatro del Notariado. Es una comedia del dramaturgo y director de cine francés Éric Assous, reversionada por el argentino Federico González del Pino y protagonizada por Franklin Rodríguez, Delgrossi y Troncoso, que muestra la vida de tres amigos que se reúnen una vez por semana a jugar a las cartas y hablar de sus vidas. Y de sus mujeres. Ellas son una parte importantísima del argumento sin siquiera aparecer en escena.
Troncoso no cree que esta sea la última obra que dirija Morgan: “Eso dice él, yo no lo creo. Vaya uno a saber. Está grande pero también está entero. También sería razonable que piense en descansar”, comentó, así como también destacó el reencuentro con Delgrossi después de haber filmado juntos en El viaje hacia el mar.
¿Qué lo hace decir sí o no a un proyecto hoy, con su trayectoria?
Tengo la sensación de no haber errado mucho en las películas que hice, y eso tiene que ver con apoyar aquello que más o menos te parece bueno. Uno mira varias cosas: el dinero, el rol, quién dirige, quiénes son los compañeros, qué tal está el guion. También es por afinidad muchas veces. O si hay viaje o no hay viaje; si se filma en Jujuy, por ejemplo, y te llevan. Eso para mí es un plus. Son ganancias también, que no son las que pensás en primer lugar, pero… Esto de irme a Argentina cuatro veces en un mes y tener diferentes días de rodaje me gusta, me gusta Buenos Aires. A veces se te juntan tres o cuatro de esos y un poco se complica, lo que pasa es que uno le dice que sí a varias cosas a la vez porque alguna siempre se te cae y al final no tenés tanto.
¿Y con Nuestras mujeres?
El elenco me pareció entusiasmante y el texto estaba bueno, sumado a que la pasamos muy bien la primera vez. Nos divertimos en el proceso. A veces te encontrás con gente con la que es complejo trabajar, pero a nosotros tres nos fue bárbaro.
¿Cómo es una dinámica entre amigos, todos hombres y mayores de 45?
Es muchas cosas. En el caso de la obra es una juntada por semana con una continuidad de 25 años, es rutinaria. Se cuentan cosas que durante la semana después no las tocan, de sus vínculos. Si no fuera escrita por un francés, de repente estarían haciendo un asado, pero bueno, están jugando a las cartas mientras esperan que llegue el tipo de la pizza. Yo creo que ese día nadie cocina, todo gira en torno a las mujeres, que están muy presentes durante todo el rato sin estar sobre el escenario. Y todas las semanas igual.
La rutina para romper la rutina…
La rutina hay que ver cómo la manejás, porque hay cosas que evidentemente son rutinarias y es inevitable, si vivís en una casa con tu pareja hace más de 10 años, por ejemplo. Tenés que pensar qué cocinar o qué vas a hacer los fines de semana, pero tampoco hay mucho más para descubrir. “No quiero morir en esta rutina infame, lo que yo quiero es adentrarme en el Amazonas”, bueno, bien, no tendría que ser tan dramático. Lo que hay que hacer es sazonarla a la rutina para que encontrarse no sea simplemente aburrirse juntos. Yo tengo 32 años de relación con Adriana y nos sigue yendo bien: o la rutina no nos ha hecho mella o no somos tan rutinarios como pensamos.
¿Y con un amigo? ¿Qué cosas ponen a prueba una amistad?
Hay límites éticos, morales, y otros vinculados con la posibilidad real, lo material, que cada quien tiene y delimitan la cancha. Son subjetivos, y encima no son iguales para todos los vínculos que tenemos. No usás los mismos códigos con un compañero muy compañero del trabajo que con un tipo que conocés hace 30 años. No todas las amistades son del mismo tipo, de eso también se habla en la obra. Me acuerdo de que Alejandro Dolina una vez escribió que estaban los amigos, los amigos del alma, los amigotes, los conocidos, los amigos de mierda… Hay características y categorías para las amistades, y cada una tiene sus exigencias. Yo creo que los límites los pone cada uno, a veces estás en condiciones de estirar el elástico ese para poder darle una mano a un amigo y otras veces se la tenés que soltar.
Una dinámica binaria, como la que hay entre hacer reír y hacer pensar…
Si empiezo a contar desde el primer día que fui a una clase de teatro… 25 años tenía, llevo 36 años de carrera. O sea, 36 años de vivir mutaciones en las formas de hacer humor. En el siglo XX los límites del humor eran otros, mucho más amplios, uno podía hacer un montón de bromas que si las hacés hoy te cancelan. Y nadie piensa en que el humor tiene una serie de virtudes que de repente si lo que decís lo decís en serio no sale lo mismo. El humor te da permisos, ayuda a decir cosas, siempre te hace pensar, y los dos empiezan con h-u: humor, humano. El humor es humano, refleja lo que somos. A mí me preocupa un poco el tema de las cancelaciones, ese doble juego que termina generando una reacción todavía más fuerte pero en sentido contrario. Eso de que no todo está permitido y yo no tengo autoridad para burlarme de ciertas cosas, pero el público tampoco de exigirme que no lo haga. Es raro eso. ¿Qué pasa con el que me lo está prohibiendo? ¿No me está quitando a mí posibilidades de libertad y de expresión, aunque sean fuleras? Es un tema complejo, también hay algunas cosas que parecen humorísticas y en realidad son maliciosas, hoy que estamos todos matándonos los unos a los otros… Son tiempos muy extraños. A veces me gustaría poner un límite pero no siempre lo podés poner, nadie es tan puro como para no errarle. Los que se aferran a un código óptimo, inamovible, perfecto son lisa y llanamente unos giles. Nadie tiene autoridad para decir nada, lo que hay que hacer es autoobservarse todo el tiempo, saber argumentar por qué se dice o hace lo que se dice o hace. Entonces, pienso que el humor siempre hace pensar porque salvo un humor muy primitivo, muy básico, el humor es ejercido por gente inteligente, si no, es gente malintencionada.
A fines de abril Netflix estrena El eternauta, del cineasta Bruno Stagnaro, basada en una historieta argentina de ciencia ficción de Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López. La historia cuenta que una invasión alienígena busca destruir el planeta mediante una tormenta de nieve tóxica, y la única forma que encuentran los supervivientes de Buenos Aires para salir adelante es resistir en comunidad. Esta metaficción —Oesterheld es, además del autor, un personaje de su obra, que escucha el relato del protagonista, el eternauta— es una de las más importantes de Latinoamérica, nominada en Estados Unidos a los Premios Eisner (Premio de la Industria del Cómic) en 2015.
¿Cómo fue formar parte de la adaptación de uno de los cómics más importantes de Argentina?
Es muy emblemática dentro de la cultura popular, sí. La historieta estuvo durante años en manos de diferentes directores, se presentaron diferentes proyectos hasta que apareció el de Stagnaro. Es verdad que la historia tiene peso político, social, cultural, pero hay que separar. La figura de Oesterheld es una cosa, él mismo es un desaparecido de la última dictadura y sus hijas también, entonces eso carga la historieta, pero no necesariamente lo que nosotros estamos haciendo, que es la misma historia que se escribió en el 59 pero adaptada al hoy para dar un mensaje de grupo, comunidad, de colectivo resistiendo, sin tener una lectura política directa. Deberíamos juntarnos para defendernos y resistir a cualquier invasor.
¿Tiene un lado geek?
La ciencia ficción la veo como separada en dos líneas, un costado más de fantasía y otro cada vez más heavy que habla de tecnología. Entonces, dentro de esas líneas, yo, que no soy un gran consumidor, me interesa el lado que tiene un poco más de vínculo con lo humano. Menos robots y más personas.
¿Alguna anécdota favorita de sus últimos rodajes, ensayos o proyectos?
Soy malo para las anécdotas porque soy de olvidarme, lo que sí te puedo decir es que me genera mucho orgullo laburar en El eternauta y soy un privilegiado porque es un lugar que mucha gente hubiese querido ocupar. Con Nuestras mujeres, decir que estuvimos dando muchas vueltas por el interior la primera vez y espero que esta sea igual. Yo estuve en el Festival de Cannes, en San Sebastián, en Dubái, en Brasil, pero nunca presenté una obra de teatro en Tacuarembó. A veces estas son las oportunidades que tenemos para volver a esos lugares a los que dejamos de ir o conocer otras localidades en las que no estuvimos nunca y a las que, si no fuera por trabajo, no vas. La cultura no puede ser solamente capitalina, no podemos tener esa brecha en un país tan pequeño como el nuestro y tan fácil de recorrer.
¿Qué lo va a seguir desafiando como actor?
Lo que hago es bastante diverso. Ahora, nunca salí en una murga, por ejemplo. Es un área artística vinculada a lo actoral que a mucha gente no le gusta pero a mí me gusta. No todas, pero me gustan. Me parece un desafío porque es otra cosa, otro público, otro todo. Tenés que cantar, moverte; me exige cosas distintas de todo lo que hice hasta ahora. También me gustaría hacer clown, siempre lo digo y nunca muevo un pelo para hacerlo, pero de verdad me gustaría. Hay líneas de trabajo que uno simplemente no curte porque la carrera solita te va llevando por ciertos lugares, pero esas son las que resultan un verdadero desafío. Nunca está de más trabajar otras cosas, con otras expresividades, romper ahí.