Pasé a responder una serie de preguntas para nada sencillas y propias de una sesión terapéutica. Me consultó sobre si mis opiniones se guían por la lógica o las emociones y si me considero más una persona inteligente o divertida. ¡Qué difícil! ¿Quiero ser genuino con la experiencia o me conviene manipular la encuesta a mi favor? Elijo “persona divertida” porque quiero compartir mesa con gente que me haga reír. Pero enseguida me arrepiento. ¿Y si me toca pasar la noche con terraplanistas? Por suerte le siguen preguntas más sencillas, como si prefiero el cine de autor o éxitos comerciales y si elijo el rock por sobre el rap.
Llegaron más preguntas para terminar de perfilar mi personalidad: si me considero introvertido, automotivado, creativo, si sufro de estrés, si disfruto de hacer deporte, qué importancia le doy a la familia, la espiritualidad y si me gusta mi trabajo (claro que sí).
Según Timeleft, el 96% de los grupos de cena se califican como compatibles con mi personalidad. Eso me produce cierta desconfianza, más teniendo en cuenta que no querría cenar ni con el 10% de las personas que conozco.
Por último, ya pensando en el encuentro, indiqué los idiomas que estoy dispuesto a hablar durante la cena, si tengo restricciones alimenticias y cuánto puedo gastar.
Se trata de una aplicación paga, por lo que hay que abonar una suscripción de 26 dólares al mes o un ticket de 7 dólares por cena. Sin embargo, se prevé un aumento de las tarifas desde el 20 de enero. Hecha la compra y aceptados los términos y las condiciones, pude hacer mi reserva para el miércoles siguiente. La ansiedad, propia de quien escribe, empezó a jugar su partido: el grupo se da a conocer la noche anterior y la ubicación del restaurante, la mañana del encuentro.
Horas antes
Lejos de arrojar certezas, la información sobre mi grupo me causó más incertidumbre. Solo se me informó que una de las cinco personas es argentina y los rubros en los que trabaja cada uno: dos lo hacen en tecnología, y los restantes en artes, medios y redes sociales y academia e investigación. Por lo menos sé que no tendré que hablar en un inglés forzado y nadie se burlará de mi portuñol.
El restaurante elegido por la app es la parrillada García, en Punta Carretas. Para un indeciso no hay mayor tranquilidad que saberlo de antemano, para ya ir con un plato elegido y no hiperventilar a la hora de enfrentarse a la carta.
De todos modos, me nacen un sinfín de preguntas. ¿Si solo yo me presento a la cena? O peor aún… ¿Si solo una persona asiste? ¿Si me toca compartir con una persona conocida? ¿Y si tengo que cenar contra mi voluntad con mi expareja, alguien que me cae mal o un fanático aurinegro? ¿Me convendrá ser puntual y forjar vínculos desde el minuto cero? ¿O mejor llegar tarde, cuando el grupo ya está establecido?
Para calmar la ansiedad, leí los términos y las condiciones y, de esa forma, me enteré de que Timeleft busca emparejar a personas con la menor diferencia de edad posible, aunque en ciudades pequeñas se permiten algunas licencias.
Allí se aclara que no se permite llevar un acompañante, sea amigo o pareja, aunque están evaluando la posibilidad de permitirlo en una futura actualización y en determinadas condiciones. En cuanto a la seguridad, la aplicación afirma que está en permanente contacto con sus restaurantes asociados para así garantizar un ambiente tranquilo y seguro.
También le dediqué unos minutos al blog de Timeleft, donde amablemente dan consejos para causar una buena primera impresión, explican los beneficios de conocer gente nueva y hasta sugieren planes de acción para enfrentar distintas situaciones que pueden presentarse durante la velada.
Ya vestido y perfumado, partí al restaurante, sintiéndome un espía porque, además de intentar forjar nuevos vínculos, tenía como objetivo que nadie descubriera que de las charlas que surgieran nacería esta crónica.
El durante
Llegué con puntualidad inglesa y me encontré con que ya había tres personas de charla en la mesa. Los nervios iniciales desaparecieron rápidamente con las primeras risas y gracias a los aportes de el Capitán, apodo con el que bauticé a uno de los comensales. Era verborrágico y fanático de Timeleft: descubrió la aplicación en octubre y ya asistió a siete encuentros.
Nos contó que salvo el primero, en el que tuvo que soportar a una mujer que los forzó a pedir un vino costoso y caviar para compartir, sus experiencias solo fueron positivas, a tal punto que se reúne frecuentemente con amigos que conoció de esta forma.
“El mejor miércoles fue uno que compartimos con un boliviano que estaba de paseo por Uruguay. Fue tal la conexión que se generó con el grupo que a los dos días nos juntamos todos de nuevo para despedirlo y nos quedamos de charla hasta las cinco de la mañana”, relató.
La mesa la completaban una chica fanática del deporte y el animé, una bonaerense que reside en San Pablo y se encontraba de vacaciones por Montevideo, un muy entusiasta estudiante de Antropología y otro chico que también tenía experiencia previa en la app. Todos, de entre 25 y 29 años, siendo yo el mayor.
Ayudados por un juego de preguntas que habilita la plataforma al momento del encuentro, conversamos sobre nuestra actividad profesional, películas, viajes, citas fallidas y hasta opinamos respecto a qué canción es la ideal para cantar en un karaoke (propuse una de Chayanne o Cristian Castro, pero la mesa coincidió en que el soundtrack de Mamma Mia no tiene competencia).
También debatimos sobre cuestiones más profundas, como nuestra visión respecto a la paternidad y la maternidad, la depresión, las dificultades que afrontan los jóvenes para acceder a una vivienda propia y la irrupción de la inteligencia artificial.
Entre la picada, cervezas varias y una rica pasta, los introvertidos fueron animándose a tomar un mayor protagonismo en la charla y los extrovertidos, ya sin la presión de cargar con toda responsabilidad social, fuimos adoptando un rol secundario.
Cada tanto pasaba el mozo y disimulaba una risa al ver la situación, pues tenía claro que éramos un grupo de desconocidos intentando encontrar cosas en común. No estaba equivocado, ya que abracé a quien tenía a mi lado al descubrir que ambos teníamos en el celular una app que sirve para encontrar baños públicos en ciudades de todo el mundo. ¡Pensé que era el único que la usaba!
Llegó el momento de la cuenta y fue algo caótico, pero con paciencia pudimos dividirla y cada cual pagó lo que le correspondía. Miré por primera vez el reloj del celular y marcaba las 23.15 horas; habían pasado más de dos horas. El tiempo no tuvo freno y fue, justamente, porque me divertí.
Más tarde
Una hora después de iniciada la reunión, se revela en la aplicación la dirección de un bar, recomendado para quienes quieren seguir la noche con el grupo o conocer personas fuera de él.
En esta oportunidad, tocó Negroni, justo enfrente de donde estábamos. Se les asigna el mismo bar a todos los usuarios de la app, por lo que al llegar sentí que estaba en la sede de Timeleft.
El Capitán abrazó a cuanta persona se encontró y se encargó de presentarnos a sus amigos de la comunidad, con el amable objetivo de introducirnos en el grupo, aunque con una insistencia propia de una secta.
Allí dialogué principalmente con un treintañero que jamás se pierde una de estas reuniones y muchas veces asiste a los afters saltándose la cena y con una señora de unos 60 años que se animó a la aventura incitada por su hijo y quedó más que satisfecha. Otro contó que probó Timeleft con la intención de conocer mujeres, pero enseguida identificó que la propuesta iba por otro lado y hoy está agradecido de las amistades que cosechó.
Se distinguían en el alboroto acentos de todo tipo y, por la información que recabé, habían franceses, brasileños y centroamericanos, que de visita en el país quisieron divertirse y conocer uruguayos.
El Capitán y otros líderes de la comunidad (aquellos con más cenas a cuestas) me invitaron a escanear un código QR que redirige a un grupo de WhatsApp de casi 260 miembros, todos participantes de cenas anteriores.
A su vez, el grupo permite la posibilidad de ingresar en otros subgrupos según los intereses específicos de cada uno. Entre los casi 20, hay para amantes del cine, para organizar viajes y escapadas, actividades culturales y deportivas, noches de juegos de caja y salir de fiesta. Hay otros divididos por franjas etarias: menores de 35 (con 58 integrantes), entre 30 y 45 (138) y mayores de 45 (87).
Ya pasada la medianoche, el grupo, de unas 25 personas, se trasladó al parque Villa Biarritz a seguir de charla, como si el mañana no importara. Quien escribe se trasladó, sin más escalas, a su cama.
El día después
Me desperté, tarde y cansado, con notificaciones de Timeleft. Me invitaron a valorar la relación calidad-precio del restaurante y el servicio, pero también a decidir si me gustaría volver a cruzarme con el resto de los comensales. Como si se tratase de Tinder, basta con un “sí” o un “no” para que, si hay match, se habilite un chat. Conecté con cuatro de las cinco personas… ¡Mejor de lo que esperaba!
Eso sí, ya archivé el grupo de WhatsApp. Es cierto que no soy madrugador, pero me desperté con 60 mensajes sobre si Negroni era un buen lugar para los afters o si era preferible que se hicieran en otro sitio. Una mujer coherente cortó en seco el debate afirmando que este no tenía sentido porque, en definitiva, la decisión corre por parte de Timeleft.
Tengo claro que no voy a pertenecer a la secta, a lo mejor ni me quieran dentro tras ventilar sus secretos, pero debo confesar que llegué a casa contento por animarme a salir de mi zona de confort y estoy dispuesto a repetir la experiencia (que recomiendo para curiosos y, en especial, para quienes combaten la soledad).
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Alternativas en Uruguay y el mundo
Bumble for Friends: la reconocida aplicación de citas cuenta con una sección para hacer amigos. Está disponible en Uruguay y se puede utilizar de forma gratuita.
The Breakfast: para conocer personas compatibles durante un desayuno. La app es de acceso exclusivo y puede disfrutarse en ciudades como Ámsterdam, Berlín, Londres, París, Nueva York y San Francisco.
Meetup: sirve para organizar actividades grupales, ya sean deportivas, de networking o sociales. Por más que su uso sea escaso, funciona en Montevideo.
Peanut: enfocada a conectar madres o mujeres en diferentes etapas de la vida, como el embarazo, la crianza o el climaterio. La aplicación puede descargarse desde Uruguay, aunque, por falta de promoción específica en la región, cuenta con pocas usuarias.
Ablo: para cruzar fronteras sin salir de casa. Conecta personas de diferentes partes del mundo para intercambiar culturas e ideas y cuenta con un traductor integrado para superar las barreras idiomáticas.