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Mujeres postergan la maternidad debido a la "falta de hombres adecuados", según estudio

Un estudio realizado por una antropóloga de la Universidad de Yale revela que las mujeres heterosexuales postergan su primer embarazo ante la dificultad de dar con una pareja igualitaria adecuada, un fenómeno denominado “brecha de apareamiento” que también se percibe en Uruguay

Editora de Galería

Que la edad en que las mujeres se convierten en madres aumenta a una velocidad sin precedentes es un hecho. En Europa, el promedio supera los 30 años, mientras que en Uruguay pasó de 24 en 2013 a 27 en 2023, según el Documento de Trabajo del Programa de la Población, titulado La gran caída. El descenso de la fecundidad uruguaya a niveles ultra bajos.

Ahora, al momento de sugerir las razones que llevan a las mujeres que quieren tener hijos a postergar su maternidad, el discurso social suele caer dentro de algunos preconceptos: que las mujeres ahora priorizan sus carreras, que antes de ser madres quieren estudiar maestrías o desarrollarse a nivel laboral, o que prefieren viajar, entre otras razones que podrían resumirse en la idea firmemente enraizada de que las mujeres ahora son madres después de los 35 o 40 años porque así lo desean.

El salto académico y profesional de las mujeres en todo el mundo es indiscutible, por lo que asociar este hecho al del aplazamiento de la maternidad como algo calculado y elegido parece en algún punto hasta lógico y agradable de creer. Pero cualquiera de estos argumentos carecen en realidad de evidencia, y algunos datos actuales dejan más preguntas que respuestas. Por ejemplo, las mujeres uruguayas creen que dos hijos es el número ideal, según la Encuesta de Generaciones y Género del 2022. Sin embargo, el estudio de fecundación uruguaya de 2023 indicó que la cantidad promedio de hijos por mujer en el país es de 1,3, un dato que es reflejo de lo que ya viene pasando en Europa y Estados Unidos.

Hace algunos años la congelación de óvulos empezó a promocionarse como un método revolucionario que habilita la opción de postergar la maternidad, ya que los óvulos se guardan para ser usados en el futuro. Desde entonces el uso de esta intervención no ha parado de crecer a niveles récord. En Uruguay, más de 200 mujeres congelaron sus óvulos en 2022, mientras que en Estados Unidos la cifra de mujeres que decidieron llevar adelante este método aumentó de 2.500 en 2012 a 36.000 en 2019. Utilizado por mujeres de clase media-alta y alta debido a su costo, que ronda los 8.000 dólares (en Uruguay el Fondo Nacional de Recursos cubre el tratamiento solo para pacientes oncológicos menores de 40 años), el acceso a esta posibilidad ha sido visto como una forma de otorgar libertad a las mujeres ante la presión del reloj biológico.

Empresas como Facebook y Apple fueron las pioneras en ofrecer este procedimiento como un beneficio para sus empleadas. “Freeze your eggs, free your career” (“Congela tus óvulos, libera tu carrera”), decía el título de portada de la revista Bloomberg Businessweek de abril del 2014. En la región, Mercado Libre fue la primera en financiar la preservación de óvulos a sus empleadas.

Escéptica ante esta narrativa de supuesto empoderamiento “casi feminista” sobre la postergación de la maternidad y los motivos que llevan a mujeres de altos recursos a congelar sus óvulos, la antropóloga de la Universidad de Yale (Estados Unidos) Marcia C. Inhorn hizo lo que hoy parece obvio, pero nadie había hecho. Tomó a un grupo de 150 mujeres que recurrieron a la congelación de óvulos y se embarcó en un estudio de diez años basado en una hipótesis: ¿Son las aspiraciones educativas y laborales las que llevan a las mujeres a congelar sus óvulos y así postergar su maternidad? De las encuestadas, 36 habían recurrido a este método por razones médicas, mientras que las demás –todas cisgénero, 111 heterosexuales y 3 bisexuales– lo hicieron por elección.

La conclusión fue sorprendente: en lugar de adoptar esta intervención médica de forma estratégica para retrasar la maternidad mientras se desarrollan laboral o académicamente, las mujeres del estudio recurrieron abrumadas a la congelación de óvulos debido a la “falta de parejas masculinas elegibles”, un fenómeno que la antropóloga denominó como “mating gap”(brecha de apareamiento). El estudio indicó que las mujeres que congelan óvulos están en el final de sus 30, son de altos ingresos, exitosas en sus carreras y, en su mayoría (un 82%), solteras. “Eran mujeres que habían tenido éxito en su carrera y al mismo tiempo buscaban pareja, pero no podían encontrar una pareja reproductiva”, dijo la antropóloga de Yale en entrevista con The Guardian.

Pese a que el estudio se realizó entre mujeres estadounidenses, su autora entiende que se trata de un fenómeno global. Y Uruguay no parece ser la excepción.

La presidenta de la Sociedad Uruguaya de Reproducción Humana (SURH), Virginia Chaquiriand, nota que “en general (porque existen diversos casos), quienes congelan sus óvulos son mujeres que tienen buen nivel socioeconómico y que no encuentran la pareja adecuada”. Lo mismo percibe la psicóloga diplomada en reproducción humana Jenny Stiglitz: “La principal motivación suele ser que no tienen un compañero en este momento. En segunda instancia, pero un porcentaje menor, lo hace en situaciones que tienen que ver con lo laboral”.

Pena de fertilidad. En su libro Motherhood on ice: The Mating Gap and Why Women Freeze Their Eggs (2023), Inhorn explica que las mujeres, en general, recurren a la congelación de óvulos para “ganar tiempo” y mantenerse aferradas a la idea de un matrimonio heterosexual con hijos biológicos. Son mujeres que buscan una relación igualitaria, preferentemente con hombres que estén a la par de ellas a nivel educativo. Ahí aparece la primera dificultad: la brecha entre mujeres y hombres con estudios universitarios es cada vez mayor en todo el mundo. Según datos del Índice de Paridad de Género del Banco Mundial, las mujeres están superando a los hombres en educación superior en un 60% de los países. En Estados Unidos se estima que pronto habrá dos mujeres con educación superior por cada hombre. Y en Uruguay el desequilibrio es mucho mayor: en 2022 entraron 2.875 mujeres a la Universidad de la República (Udelar) y 784 hombres. En 2018 egresaron 78% de las mujeres y 21% de los hombres, mientras que de los posgrados hechos en la Facultad de Derecho, 88% de los que egresaron fueron mujeres y solo 12% hombres.

De todas formas, según el estudio de Inhorn, aún las mujeres que no tienen problema en tener una pareja de menor nivel educativo se encuentran ante un escollo. La antropóloga constató que los hombres se sienten generalmente intimidados por el éxito de las mujeres, por lo que muchas de ellas llegan a minimizar sus logros educativos o laborales en sus perfiles de aplicaciones de citas para no desalentarlos.

Los logros de las mujeres sufren una “pena de fertilidad”, según la profesora de la Universidad de Yale. En China, Inhorn detectó que muchas mujeres solteras, de más de 27 años y con alto nivel educativo, no son tenidas en cuenta para formar una pareja heterosexual porque “sobresalen más de lo esperado” y los hombres se sienten amenazados ante su rendimiento. Sobre sus hombros, por si fuera poco, pesa la caída de la natalidad, y son vistas como una amenaza para la seguridad nacional. Se les llama sheng nu. Traducción: mujeres sobrantes.

El tic tac no espera. Se quiera escuchar o no, el tic tac del reloj biológico no frena. La presidenta de la SURH cuenta que hace unos años, las mujeres que acudían a la consulta rondaban los 40 años y buscaban el congelamiento de óvulos ante la ausencia de pareja en ese momento. “En la medida que se ha difundido más, la información la tienen antes”, subraya. Si bien no se han hecho estudios a nivel local, Chaquiriand percibe en base a la consulta diaria que quienes recurren a este tratamiento son muchas veces mujeres de 35, 36 y 37 años que tenían una pareja y se separaron ante el desacuerdo en el proyecto de tener hijos. No quieren ser madres solas, y calculan que perderán el tren de la maternidad entre que encuentran a la persona indicada y se establecen en pareja. Muchas mujeres, añade Chaquiriand, tienen pareja pero no ven a este hombre como el adecuado para ser el padre de sus hijos. “A veces te dicen ‘estoy con Juancito, lo adoro pero es un penal, no puedo tener hijos con él’”, cuenta; un argumento que se alinea al del fenómeno mating gap desarrollado por la antropóloga estadounidense.

Ante los cambios en los paradigmas sociales, hombres y mujeres parecen vivir una realidad paralela. Sin reloj biológico, los varones pueden ser profesionales y aptos económicamente para criar hijos, pero tienden cada vez más a pensar en la idea de una pareja formal recién entre los 40 y 50, y pueden hacerlo sin sacrificar la paternidad. Las mujeres, por otro lado, priorizan en primer lugar sus estudios y se insertan en el mercado laboral, pero alcanzar la estabilidad económica que les brinde seguridad a la hora de pensarse como madres puede llevarles más años que a los hombres. La antropóloga Susana Rostagnol, coordinadora del Programa Género, Cuerpo y Sexualidad en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Udelar, observa que “los trabajos son bastante precarios en mujeres más jóvenes; por lo general son temporarios, o con contrato a término. Muchas estudian y trabajan” y no hay tiempo ni dinero para la crianza de un hijo.

Y los ritmos de desarrollo profesional generalmente no coinciden con los del reloj biológico, señala la psicóloga diplomada en reproducción asistida Jenny Stiglitz. “La maternidad se ve como un proyecto a largo plazo que no coincide con la biología. El rol de la mujer a nivel social cambió, ocupamos otros lugares en la sociedad mucho más activos, nos desarrollamos profesionalmente como queremos pero el reloj biológico es una realidad. Piensan: ‘bueno, ahora que tengo estabilidad económica, el trabajo que me permite sustentar la casa que quería, siento que es el momento’, y no coincide con el biológico propicio para que las cosas se den de una manera más fácil”, indica.

En esa línea, la integrante del Departamento de Filosofía de la Universidad de Carolina del Norte (EE.UU), Karen Harwood, expresó en una columna en el sitio de Harvard que la congelación de óvulos, si bien es una opción en muchos casos válida, no resuelve el problema de fondo, que son “las normas laborales moldeadas en torno al ciclo de vida de los hombres”. “Esforzarse mucho para avanzar en la propia carrera entre los 20 y los 30 años no les cuesta a los hombres la oportunidad de engendrar hijos, principalmente porque su fertilidad no disminuye precipitadamente después de los 35 años”.

En resumen, Harwood sostiene que mediante la congelación de óvulos las mujeres terminan, una vez más, tratando de acomodar su biología a los cronogramas de los hombres y demandas de las empresas. Los hombres, no obstante, parecen cada vez menos dispuestos a acomodarse a los tiempos de la mujer.

Inhorn encontró que mientras que las mujeres en la actualidad son socializadas para creer que pueden tener una carrera, una familia y una relación igualitaria, los hombres no fueron criados de la misma manera. La idea de pareja no es una prioridad entre los hombres con los que se toparon las mujeres encuestadas, y son generalmente reacios a comprometerse. Muchos, aún con más de 30 años se sienten lejos de la paternidad, y unos cuantos simplemente ni se lo plantean. En ese sentido, la antropóloga uruguaya Susana Rostagnol apunta que “tener un hijo puede implicar un sentimiento de querer una pareja con determinado grado de consolidación”, y que hoy en día “hay mayor variedad de formas de relacionamiento sexoafectivas”. Al optar por modalidades mucho más laxas, algunas parejas encuentran dificultades a la hora de proyectarse con hijos en conjunto.

En la misma línea, Chaquiriand apunta que en la actualidad “todo es mucho más individual”. “Por lo que cuentan las pacientes que se separan, las parejas de gente joven no miran tanto a largo plazo como antes. Les pasa también con los trabajos. Y cuando tenés un hijo con alguien, con ese alguien quedás enganchado para toda la vida. Para las dos partes es difícil llegar a ese nivel de compromiso”, señala.

Un match cada vez más difícil. Los hombres quieren mujeres que ya no somos y las mujeres queremos hombres que todavía no existen”. Rostagnol menciona esta frase anónima colgada en una pancarta en una organización feminista de Perú en los años 90, que 34 años después, pese a los avances, parece seguir vigente.

Si bien Rostagnol no descarta que haya hombres que prefieran que las mujeres sean más dependientes de ellos, entiende que se percibe una brecha mayor –al menos a nivel local y/o regional– a la hora de pensar en la distribución de tareas domésticas. En general, las mujeres que se han desarrollado en su carrera laboral y que hoy quieren ser madres, quieren ejercer su maternidad de otra manera, con una pareja que quiera compartir la crianza y los cuidados de la casa en igualdad, algo que hasta hace 30 años no se cuestionaba. “No es solo que ellas tengan independencia económica y que el hombre se pueda sentir intimidado, sino también ¿cuántos hombres que no se sienten intimidados porque ganan más que ellas o lo que fuese, igualmente no están demasiado dispuestos a compartir las tareas de cuidado?”, se pregunta la antropóloga. Agrega que sí hay hombres que quieren compartir, y están dispuestos a tener una relación en equidad, pero “hay un número más elevado de mujeres que quieren compartir la crianza a la par con su pareja, que hombres que quieren compartir la crianza a la par”. Ni que hablar de la escasez de hombres dispuestos a asumir el rol de amos de casa para que las mujeres se centren en el trabajo. Según escribió Harwood en el sitio web de Harvard, “las mujeres tienen una ventana de fertilidad más limitada y no es tan probable que tengan una pareja que se quede en casa y pueda asumir la responsabilidad principal de la crianza de los hijos”.

Ellas ya no se conforman con una pareja que no esté dispuesta a compartir el cuidado. Y cada vez más optan por la monoparentalidad, o sea, maternar sin una pareja. “Si no hay una pareja, un hombre que quiera paternar como ella quiere maternar, puede tener relaciones más fluidas, criar al hijo sola y evitar el problema de tener que negociar todo. Puede tener pareja pero no para compartir la crianza. Es una posibilidad que ahora se abre, que no existía antes”, indica Rostagnol.

A través de su estudio, Inhorn visibiliza y humaniza a las mujeres heterosexuales que, en todo su derecho, se aferran a la idea de tener un hijo con una pareja masculina pero se encuentran, primero, ante la dificultad de encontrar a ese “igual” durante su etapa reproductiva. Congelar óvulos se presenta como un respaldo que, según las especialistas, les da cierto alivio, pero la “brecha de apareamiento” que describe Inhorn trae de fondo otro de los desafíos que las mujeres afrontan, una inequidad más que las lleva a adaptar su biología y ajustarse a un plan B en lugar de sentirse finalmente comprendidas y escuchadas.