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    ¿Y si dejamos que nos tiente el billete?

    Columna

    “Para pedir el aumento voy a esperar a que sepan que me mudé a vivir sola, porque así tienen claro que lo necesito”. “Me postulé para el ascenso y estoy segura de que me lo van a dar pero no sé como negociar el nuevo sueldo”. “Yo quiero tener hijos dentro de poco, ¿te parece que lo aclare en la entrevista, me jugará en contra para que me den la gerencia?”.

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    Estas son solo algunas de las tantas frases que escuché de mujeres, la mayoría profesionales avezadas, en los casi 20 años que llevo trabajando en corporaciones. En general, venían acompañadas de un pedido de consejo porque en el momento de la verdad, cuando estas colegas o amigas tenían que plantear su preocupación al gerente de turno, se frenaban.

    Me ha tocado dirigir grupos de hombres y de mujeres y con todos he tenido muy buen diálogo y sintonía, pero lo cierto es que no recuerdo demasiadas oportunidades en las que una mujer se haya plantado en mi escritorio a detallarme lo valioso de su trabajo y cómo se merecía un aumento de sueldo.

    ¿Qué nos pasa a las mujeres con el dinero? ¿Qué tiene de sucio o prohibido que no nos resulta cómodo reclamarlo para nosotras mismas?

    Según la profesora de economía de la Universidad Carnegie Mellon, Linda Babcock, coautora de Women Don’t Ask, los hombres son cuatro veces más propensos que las mujeres a pedir un aumento de sueldo, y cuando las mujeres lo piden, generalmente solicitan un 30% menos que sus colegas varones. Otros estudios señalan que esto se debe a que se nos penaliza si actuamos “por fuera de lo esperado del género”. Y lo que se espera —inconscientemente— es que la mujer sea conciliadora y mansa.

    “Vos sí que sos orientada al billete”, me dijo más de una vez un reconocido empresario uruguayo. Y en su afirmación aplaudió internamente que una mujer negociara su salario con el mismo ahínco que un hombre. 

    Como economista de profesión, siempre me interesé en estudiar la brecha salarial que existe entre hombres y mujeres. De hecho, ese fue el tema de mi tesis de grado cuando me recibí, en 1998. En Uruguay, las últimas publicaciones en la materia indican que entre los trabajadores con estudios terciarios, por cada 100 pesos que gana un hombre, una mujer gana 76. 

    Regresiones econométricas mediante, numerosos colegas han comprobado aquí y en el mundo que esta diferencia salarial no logra explicarse por diferencias de capacitación, experiencia, tipo de industria o intereses y que, por lo tanto, se explica por barreras invisibles (una manera más delicada de describir la discriminación).

    Por supuesto que tanto hombres como mujeres podemos contribuir activamente a que esta discriminación que proviene de sesgos inconscientes (el hombre lidera y provee / la mujer concilia y nutre), se vaya reduciendo. Señalando el tema cada vez que aparece, creando políticas corporativas que eludan los sesgos, estableciendo evaluaciones de desempeño objetivas…

    Pero las mujeres podemos hacer más aun. Podemos tomar un rol de más poder y menos temor, de más seguridad y menos dudas. Tenemos que perderle el miedo a la negociación, al pedido de aumento de sueldo y a solicitar ascensos. Hagamos una lista de nuestros logros, de cómo ayudamos a los resultados de la empresa y empujemos de nuestro lado para que la brecha salarial se cierre. Arrimemos el hombro a la causa y el billete a nuestro bolsillo. 

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