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    El estilo que da la historia

    En Río Negro, la estancia Rincón de Francia, del siglo XIX, hogar de la familia Stirling, conserva el encanto de otros tiempos y la huella de cinco generaciones

    Desde siempre, quienes marcan las tendencias en la decoración van a buscar su inspiración a épocas pasadas, intentan recrear modas y estilos de otros tiempos, replican objetos y muebles, procuran que las cosas nuevas parezcan viejas o tengan aires de antiguos lugares bellos o de un pasado de oro.

    Una estancia del siglo XIX guarda desde hace cinco generaciones la fuente de inspiración de muchos diseñadores. Allí los muebles no están patinados ni fueron comprados en remates. Allí los muebles están desde que los dueños de casa tienen memoria. Los cortinados, mantenidos en perfectas condiciones, cubren las ventanas desde la última remodelación, que no se sabe muy bien cuándo fue. Los sillones, el estampado de los almohadones, las mesas, las sillas, los escritorios, nadie los eligió para ocupar ni vestir el espacio en el que están; simplemente están allí y eso basta. De alguna manera habrán llegado, por capricho o decisión de alguno de todos los dueños que tuvo la estancia, y ahí permanecen ante el paso del tiempo, resguardados por el cariño y el respeto al pasado de quienes ahora los usan todos los días.

    Rincón de Francia es el hogar de la familia Stirling desde 1868. Allí vive Maureen, la heredera, con su esposo Oscar Zabaleta, en un gran casco en una estancia de 1.200 hectáreas trabajadas y casi 300 de monte indígena. La ganadería (con cerca de 1.000 cabezas de ganado), la agricultura y el tambo son los motores de esas tierras cercanas a la ciudad de Young, en el departamento de Río Negro. Maureen es la quinta generación de la familia Stirling al frente de Rincón de Francia, donde nació y creció, y donde también nacieron y crecieron sus seis hijos. Su tatarabuelo Alejandro, un ebanista escocés, se hizo a la América en 1820 junto con su esposa Catalina Erskine. Desembarcó en Brasil, después se fue a Buenos Aires, pero la vida de la ciudad lo empujó al campo, y llegó a Uruguay. Fue socio de Roberto Young —de la familia a la que le debe el nombre la ciudad— hasta que se independizó y construyó la estancia Viraroes. En la Guerra Grande, los grupos en lucha requisaron equinos y vacunos, y cuando se firmó la paz, Stirling logró una indemnización por la requisa. Con eso, en 1868 su hijo Roberto compró un campo cercano adonde construyó una amplia casa que recibió el nombre de Rincón de Francia.

    No por alusión al país europeo, sino porque era el apellido de un poblador que solía habitar esa rinconada del arroyo Don Esteban.

    Las siguientes generaciones fueron sucesivamente tomando el mando de esta gran estancia, haciendo incorporaciones, desarrollando nuevas técnicas, adoptando lo que cada tiempo iba requiriendo, hasta que llegó a manos de Maureen, la hija mayor de Eduardo Stirling. Con su esposo Oscar, sus hijos Ignacio y Joaquín, y su yerno Pablo, además del apoyo del resto de la familia, forman el equipo al mando del establecimiento que requiere del trabajo de entre 15 y 20 empleados.     

    Sueño de un pasado de esplendor. Después de atravesar un portoncito que separa el jardín del casco del camino de entrada, Maureen nos recibe junto a su hija Verónica justo donde comienza la larga pérgola cubierta de glicinas (que en primavera se cubren de un azul violáceo) y rositas coloniales blancas y amarillo camino a la entrada principal. La fachada rectangular, con sus característicos ventanales hasta el piso, muestra solo un adelanto de la belleza de la casa. De hecho, estos ventanales no son más que los cerramientos que en algún momento se hicieron de la galería, que originalmente era abierta. La vieja puerta de hierro y vidrio de dos hojas da paso a un espacio profundamente iluminado y encantador, donde despunta el típico estilo de campo, ejemplo auténtico de su clase. A lo largo del salón se disponen antiguos sillones de distintas formas, materiales y tapizados, algunos bien gastados, como los que se buscan hoy en los remates para decorar elegantes apartamentos de la ciudad. Los almohadones son el resultado de técnicas ensayadas durante años en las horas que el trabajo de campo da tregua y no se encuentra mucha otra tarea en que emplearse.

    El dueño de casa, Oscar Zabaleta, se presenta acompañado de su nieto, hijo de Verónica, de cinco años, el pequeño Matías. De buenos modales y muy conversador, el niño lleva en sus rasgos la herencia de una familia anglosajona. Con su pelo bien rubio, ojos celestes y una sonrisa picarona se trepa al asiento del gran piano de cola que hay en un rincón de la galería y sentado sobre sus piernas aprieta las teclas al azar. Lo poco que se sabe es que el piano era de la tía y madrina de Maureen, pero queda muy bien en ese lugar. Los antiguos pisos de baldosas calcáreas son los mismos que hoy se imitan para revestir hoteles cinco estrellas.

    La galería desemboca en ambos extremos en habitaciones que se usan como escritorios. Hacia la izquierda se encuentra el escritorio principal, donde se lleva la administración del campo, se guardan premios, las fotos enmarcadas de momentos importantes de generaciones anteriores y los recuerdos de la familia, aunque toda la casa es un gran álbum de la memoria familiar. La estufa a leña encendida aumenta la calidez de este espacio de trabajo. También hay estufas a leña en el estar y en el comedor. Esa es la principal fuente de calefacción.  

    Cruzando la puerta de la galería hacia el resto de la casa, un hall de distribución dirige la circulación hacia la derecha, para el sector de estar, comedor y cocina; hacia el frente, para el patio interno, y hacia la izquierda, hacia un laberinto de habitaciones interconectadas, algunas dormitorios, otras salas de juego, o comedor, hall o el uso que en su momento se le necesite dar. En total, la casa tiene ocho dormitorios y tres baños, sin contar la casa de huéspedes pegada al casco que tiene tres dormitorios y un baño. Baños y cocina, enteramente blancos, se mantienen igual desde hace décadas. Por el estilo que tienen y los materiales que los revisten probablemente sean de mediados del siglo pasado, o incluso antes.

    En el patio interno —a donde dan la cocina, algunos dormitorios e incluso baños— un aljibe se adueña del centro de la escena. Aún funciona, y Maureen le muestra al pequeño Matías cómo se hace para sacar agua, con el balde de lata y la cadena que corre por una gran roldana. Y en un rincón, una hamaca de jardín invita a disfrutar del tibio sol del invierno. Mientras, a través de un portal en cuyas rejas se indica en hierro el año 1868, el campo ofrece su postal y la mente no para de pensar en cuánta gente y cuántas historias habrán pasado por allí desde entonces.