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    El uso de las “redes sociales” pone al gobierno comunista chino ante el dilema de seguir controlando los contenidos o liberarlos

    Junio de 1989. Cientos de miles de personas se congregan desde hace varios días en la plaza principal de Pekin, Tiananmen, reclamando libertades al régimen comunista de la República Popular China. Estudiantes e intelectuales en su mayoría, exigían al gobierno una mayor libertad de expresión además de más apertura económica. La respuesta del régimen es conocida: una represión militar que dejó cientos de muertos civiles y miles de heridos.

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    Enero de 2013. Varias decenas de personas se congregan frente a la redacción del periódico liberal chino “Southern Weekend” en la provincia sureña de Cantón, en protesta por la intervención de los censores del régimen para modificar completamente un editorial de fin de año del semanario. Los manifestantes son una ínfima porción de los cientos de miles de chinos que comentaron el tema por la web en “redes sociales” controladas por el Estado. Esta vez, en vez de mandar los tanques a las calles, la dictadura china aceptó flexibilizar algunos aspectos de la censura al medio, pero movilizó a la Policía para disuadir cualquier otra manifestación popular al respecto.

    El caso más reciente marcó uno de los primeros desafíos que tendrá el flamante líder del Partido Comunista y presidente del gobierno (asumirá en marzo), Xi Jinping. Según los analistas, el nuevo gobierno enfrenta un “dilema” que sigue sin cerrarse en China y que es de difícil solución: cómo liberalizar y modernizar su estructura económica e informativa y, al mismo tiempo, mantener el estricto control y restricción sobre todos los medios y en todos los soportes.

    La nueva situación política de China, basada en lo que sus gobernantes llaman “un socialismo con características propias”, impulsa a los estamentos gubernamentales hacia la aplicación de políticas pragmáticas pero en el marco de un régimen unipartidario. Esta situación conlleva en sí misma el germen del conflicto porque, aunque el gobierno quiera mantener sus políticas autoritarias, “la información y su difusión son por naturaleza democratizantes”.

    El incidente.

    El 1º de enero, los periodistas del “Southern Weekend” se encontraron al abrir su semanario, con una desagradable sorpresa: el tradicional editorial de bienvenida del nuevo año había sido intervenido, censurado y modificado por los funcionarios de propaganda del gobierno.

    Conocido por su talante liberal y posición crítica respecto a decisiones del gobierno, el periódico escribió un editorial titulado “El sueño de China, el sueño del constitucionalismo”. La versión original exhortaba a que la Constitución actual china “se cortara los dientes” y fuera la fundación de un nuevo marco de libertades.

    “Sólo si el constitucionalismo es concebido y alcanzado efectivamente es que los ciudadanos podrán hacer oír sus críticas al poder en voz alta y en confianza, y sólo así podrá cada persona creer en sus corazones que están libres para vivir sus propias vidas”, decía el editorial original.

    Pero, luego de su redacción, el editorial pasó por el tamiz del jefe de Propaganda de Cantón, Tuo Zhen. El jerarca entendió que debía hacerle cambios al artículo de opinión. Empezó cambiando el título por “El sueño del constitucionalismo. Despierten” y siguió con varias modificaciones radicales a la nota, como su arranque: “Los sueños son nuestras propias expectativas. Los sueños son nuestras promesas de lo que debe hacerse. Esta es la vez 1.057 que lo vemos (es la edición 1.057 del periódico) y es la primera vez que lo vemos este año. En el pasado, ahora y en el futuro, usted ha defendido su vida y nosotros hemos defendido este periódico. Desde aquí extendemos nuestra bendición y esperanza de que este nuevo año nos acerque un paso más a nuestros sueños”.

    El cambio, que no fue avisado a los directivos ni editores del semanario, despertó una fuerte protesta de los periodistas, que se extendió rápidamente entre los ciudadanos de la provincia gracias a las “redes sociales”, según consignaron distintos medios internacionales.

    Los periodistas utilizaron Internet para difundir las dos versiones del editorial y denunciar así la censura gubernamental. Las repercusiones fueron inmediatas y miles de ciudadanos chinos se sumaron a la protesta, que se materializó en movilizaciones frente a la sede del “Southern Weekend” durante varios días.

    “Para el domingo a la noche, las protestas se habían transformado en un verdadero cuerpo a cuerpo en la blogósfera, un cambio formidable en un país donde los manifestantes de todos los tipos son rígidamente controlados y los medios conocen los límites permitidos para el debate”, informó el diario estadounidense “The New York Times” el 6 de enero.

    Las protestas virtuales incluyeron al menos tres cartas de protesta. Una de ellas escrita por los propios periodistas del semanario y que recogió en minutos cerca de 500 firmas de artistas, académicos, estudiantes y otras personalidades.

    Mientras, el gobierno chino desplegó esfuerzos con el propósito de remover todas las entradas y publicaciones en “blogs” y “redes sociales” vinculadas al incidente y bloqueó las búsquedas para China del “Southern Weekly”.

    A pesar de la censura minuto a minuto, una tercera carta también circuló, con amplia repercusión. Escrita por un grupo de estudiantes universitarios, los firmantes exigieron al gobierno que deje de bloquear las opiniones en la web sobre el incidente y que el responsable de esta censura sea enviado a la Justicia.

    “Nuestra entrega y nuestro silencio no trajo como recompensa nuestra libertad; (…) todo lo contrario: nos trajo una intromisión destemplada e infiltración de nuestros derechos”, señalaron los estudiantes.

    El “cambio digital” y la democracia.

    El incidente trascendió las fronteras chinas y fue objeto de numerosos análisis periodísticos. Tom Rosenstiel, periodista de larga trayectoria en Estados Unidos, director del Instituto Estadounidense de la Prensa y autor del libro “Los elementos del periodismo”, escribió un artículo sobre el tema para el Instituto de Periodismo Poynter, del cual es miembro ejecutivo.

    Bajo el título “Lo que las protestas por censura en China dicen sobre el cambio digital y la democracia”, y publicado el viernes 11, Rosenstiel escribió que “China camina la frágil ruta del modernismo y capitalismo sin democracia. Pero la historia repite una y otra vez un mensaje sobre tratar de balancear avances económicos sin libertad. La información es por su naturaleza democratizante”.

    Tomando datos del Centro de Estudios PEW, el periodista informó que cerca del 93% de los ciudadanos chinos tiene teléfonos celulares, 62% tiene acceso a las redes sociales virtuales y 50% comparte sus visiones personales en la red. Además de ese grupo que se conecta y opina, 82% lo hace para comentar sobre películas y música, mientras que sólo 10% lo hace para opinar de política.

    “Estos datos dan en el clavo con el problema del autoritarismo. La línea de cultura a comunidad a política en determinado punto pasa a ser retórica”, sostuvo Rosenstiel.

    “La ex Unión Soviética lo intentó controlar férreamente registrando cada máquina de escribir adquirida en el país. Cuando a finales de los 80 las máquinas de fax, la televisión satelital y los grabadores de video hicieron imposible saber qué ideas estaban adquiriendo y compartiendo las personas, los líderes soviéticos crearon las primeras instituciones para llevar a cabo encuestas de opinión. Cuando ya no pudieron controlar lo que la gente sabía, comenzaron a estudiar lo que la gente pensaba, así podían intentar manipularlo. También tuvieron que flexibilizar el control sobre la programación de radio y televisión para adaptarse a las nuevas demandas populares. Luego quisieron volver atrás, lo que llevó a fricciones similares a las que vemos ahora (en China)”, agregó.

    El periodista recordó que las protestas de Tiananmen tuvieron como disparador reclamos por mayor libertad de expresión. “No había blogósfera en ese tiempo para que la gente se congregara, así que lo hicieron en un plaza y se enfrentaron a tanques”, dijo.

    “La chispa en este caso es similar y es un recordatorio de que incluso en la era digital, periodismo y democracia están inevitable e inexorablemente unidos”, añadió.

    Para Rosenstiel, “el acto de producir periodismo es el de poner más información e ideas en las manos de más personas. Eso, a su turno, inspira la conversación pública. Miren hacia atrás y podrán ver que el nacimiento de la prensa periódica puede ser rastreado hasta la Ilustración y la evolución de la teoría democrática. Miren con mas perspectiva y se encuentran con que las sociedades con más periodismo, de todos los tipos, han tendido hacia una mayor libertad”.

    No obstante, el periodista reconoció que “el camino hacia la libertad engendrada por hacer transparente la información no es una línea recta” y que muchas veces significa dar dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás.

    “Las protestas en China podrán perder su impulso más que presagiar un cambio inmediato, pero el largo plazo revela algo inexorable: cuando la información comienza a fluir, también lo hacen las ideas. Esa es la idea esencial de la Primera Enmienda” de la Constitución de los Estados Unidos, añadió.

    Batalla sin resolver.

    “Las protestas chinas por el periódico terminaron, pero la batalla sobre la censura está aun sin resolver”. Así titularon los periodistas de “The New York Times” Edward Wong y Chris Buckley su análisis sobre esta situación.

    El artículo fue publicado el jueves 10. Los periodistas señalaron que a pesar de que las protestas fueron sofocadas, el semanario “se mantendrá como un campo de batalla crucial sobre la censura del Partido Comunista Chino”.

    “’Southern Weekend’ ha sido una complicación para las restricciones a los medios de comunicación en China desde su fundación hace 29 años y sus periodistas dicen que su frustración por estos constreñimientos se vino forjando durante años, transformando su relación con los jerarcas provinciales del Partido en algo así como una pelea entre gatos y ratones”, añadieron Wong y Buckley.

    Zhang Ping, un ex editor y columnista del semanario que fuera despedido en 2011 por presiones oficiales, declaró a “The New York Times” que las protestas por esta censura tuvieron su cuota de espontaneidad pero también “hicieron erupción  luego de un proceso largo de acumulación de agravios e interferencias en los reportajes y en la edición”.

    Todos los periódicos chinos están controlados por organizaciones del Estado o del Partido Comunista, pero la mayoría se sustenta mediante sus negocios comerciales e incluso algunos generan ganancias. “Esta tensión entre el comercio y el control político ha sido particularmente dura para el ‘Southern Weekend’”, sostienen los periodistas del “Times”.

    Según ellos, el periódico se encuentra ahora en el corazón de un nuevo gran desafío: “el de saber si el nuevo líder del Partido, Xi Jinping, pretende extender sus promesas de reforma económica en una medida de liberalización política que incluya más espacio para que los medios puedan cuestionar a los jerarcas”.