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Tenés un nombre muy particular. ¿Te hacían bullying en la escuela? No, no sé si puedo decir que me hacían bullying, pero sí me han molestado. Hice las paces con mi nombre, me siento diferente, pero de chico lo odiaba. Me pusieron así porque a mi madre (Coco Weissman, sushiwoman- del parador La Huella) le gustaba la fuerza y flexibilidad de la caña de bambú. Ella me contó una historia sobre un roble y un bambú que crecían juntos. Parece que, en los días de tormenta, el roble se reía del bambú porque se doblaba con el viento. Un día, el viento fue tan fuerte que arrancó al roble, mientras el bambú seguía allí, doblado. Por otro lado, mi padrino, Arnaud Le Forestier, que es francés, es fanático del cantante Serge Gainsbourg y en el año que yo nací su novia se llamaba Bambou, también por eso me pusieron este nombre y en francés.
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Sos hijo de Martín Pittaluga —uno de los dueños del Parador La Huella— y Coco Weissman, y siempre viviste en el este. ¿Cómo fue crecer en José Ignacio? Era muy lindo caminar por las calles solo, con muy pocos autos, pasar todo el día en la playa en verano, y poder caminar descalzo a la casa de mis amigos. Pasaba los veranos con mi padre en José Ignacio y el invierno con mi madre en La Barra. Siempre me encantó la conexión con la naturaleza en José Ignacio, porque por más que haya mucha gente en verano, siempre hay recovecos para estar tranquilo.
Cuando estábamos en temporada, era genial porque me la pasaba comiendo en varias casas, primero en Bajo El Alma (el restaurante de su padre antes de La Huella) con el personal. Después me iba a la casa de un amigo, me invitaban y comía de nuevo. Después a lo de otro amigo y cenaba de nuevo. Comía mucho; en casa me escondían el pote de dulce de leche porque me lo terminaba.
¿Cuál es tu recoveco preferido en el pueblo? Hay un pozo para meterse al mar en la Mansa, al lado del puerto de los pescadores. Ese es mi lugar para un baño de mar entre turnos.
¿Trabajás desde chico? Sí, siempre ayudando. Me acuerdo que en el 98, a los seis años, viajé a Portugal para visitar a mi padre, que tenía el restaurante de Uruguay en Expo Lisboa. Fui solo en avión, me acuerdo de todo, y ya en esa época mi padre para entretenerme me ponían a fajinar copas.
Después, en una época, mi madre hacía sushi para eventos y para llevar, y yo la ayudaba a armar las bolitas del nigiri y los rolls. Más tarde, a los 14 años, empecé a trabajar como extra de runner (asistente de mozo) en La Huella. Ese verano, el dueño del hotel Prie Hue, en Bariloche, que era cliente, me ofreció irme un mes con él como barman, y me fui. Al verano siguiente volví a la barra de La Huella. En invierno doy una mano en La Huella hasta el día de hoy.
¿Ahora estás a cargo de la sala de mostrador Santa Teresita? Sí. Arranqué a trabajar de mozo el primer año, el segundo fui el barman, el tercero volví a la sala, y desde hace dos años soy el encargado del salón.
Este año te mudaste a José Ignacio. ¿Cómo es vivir el pueblo en invierno? En invierno es otro cantar, tiene su magia la tranquilidad, pero puede ser solitario y aburrido. Es clave tener algo que hacer, un hobby y amigos. Este año hubo un grupo de gente joven que vivió todo el año acá, y una vez por semana nos juntamos a jugar a las cartas, al truco o al catán.
Además de trabajar en gastronomía estudiás gestión ambiental en Maldonado. ¿Cuándo surgió tu conciencia ambiental? Siempre me gustó la naturaleza, pero un día me di cuenta de que no estamos solos en el planeta, que hay que compartirlo con otros seres vivos y que tenemos que respetarnos. No tirar basura en cualquier lugar es lo básico.
En ese sentido, justamente, presidís la Fundación Faro Limpio. Faro Limpio surgió del impulso de Guzmán Artagaveytia (socio en La Huella) y Eduardo Ballester, porque las playas y el pueblo estaban sucios y empezaron a limpiar ellos y su gente. Un día el resto del pueblo los vio y empezó a donarles plata para ayudarlos a limpiar mejor; para ordenar las donaciones armaron la organización sin fines de lucro Faro Limpio. Yo siempre me vinculé pero hace cinco años, desde que armamos la feria gastronómica de José Ignacio, estoy 100% junto a Diego Machado y Luciana Núñez, de Popeye, Tato Rivero y Silvia Alegre, de La Olada y Paula Martini, la mujer de mi padre, somos todos gastronómicos. Este año, además de limpiar las playas y el pueblo, vamos a contratar un gerente para ocuparse de proyectos que queremos ejecutar, como ceniceros para las playas, porque nadie levanta las colillas.
Coordinás la feria de José Ignacio. ¿Cómo surgió? El primer promotor de la feria fue Jean Paul Bondoux (La Bourgogne y Almacén El Palmar). Él acaba de participar en Boulevar Gourmet en la avenida Pedragosa Sierra, y trajo la idea. Se juntó con comerciantes del pueblo y se animaron pero no había nadie que tomara la posta para organizarlos. Un día mi viejo me pidió que me comunicara con los dueños de los restaurantes para hacer una reunión en Santa Teresita, y ahí arrancamos. Arranqué a coordinar y al final me fui ocupando de la producción en general, en colaboración con todos los demás.
¿Pensás trabajar en la gastronomía como tus padres? Me encanta, pero también me gusta la gestión ambiental; la idea es tratar de unir las dos cosas.