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    Habitando el paisaje

    El estudio de arquitectos binacional MAPA, que cuenta con una rama en Montevideo y otra en Porto Alegre, es la firma detrás de un puñado de refugios contemporáneos y prefabricados que aparecen —casi mágicamente— en espacios remotos de Uruguay y Brasil

    El sol se desliza por un cielo furioso de vetas rosadas, naranjas, celestes. Atraviesa un vidrio enorme. Rebota en la pared de madera. Encandila los ojos. Los fotógrafos, también los cineastas, hablan de la hora mágica. Parece que son unos pocos segundos. Es ese instante, a veces imperceptible, entre los últimos rayos de sol y las primeras pinceladas de la oscuridad. La hora mágica se puede ver en cualquier parte. Los más sensibles sabrán que no es igual de disfrutable entre los edificios de una gran ciudad que en el medio de la nada en una zona llamada Pueblo Edén, ubicada en el campo uruguayo.

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    Es probable que así lo hayan entendido los dueños de Finca AGUY, una casa depositada sobre una pila de piedras y con una de esas vistas capaces de confirmar que sí, la vida puede ser por momentos un sueño. Los responsables de haber llevado a concreto esa fantasía fueron las personas detrás de MAPA, un colectivo binacional de arquitectos brasileros y uruguayos que entre sus tantos méritos tiene el de haber proyectado refugios prefabricados que se insertan de una forma maravillosa en el paisaje. Demostrando así que la mano humana puede ser amorosa con el espacio, puede adaptarse a espacios agrestes sin competir con ellos y puede crear refugios extremadamente bellos, con todo lo que necesitamos en el siglo XXI, dejando de lado la ostentación y el lujo.

     En 2002, cuando Uruguay estaba desplomándose en medio de una de las crisis más duras de su historia, tres estudiantes de Arquitectura tomaron la decisión que, probablemente, marcaría el resto de su carrera. Matías Carballal, Andrés Gobba y Mauricio López tenían que elegir entre hacer el viaje de sus vidas o montar un estudio. Los tres —amigos, en sus veintipico, con la mitad de los años de facultad por delante— eligieron. Y así nació MAAM, el estudio con el que habían soñado.

    En la planta baja del Panamericano —el magistral edificio concebido por Raúl Sichero en los 60— Matías, Andrés y Mauricio tienen su oficina.“Trabajar acá es el sueño de todo arquitecto”, dice Andrés.

    El espacio es blanco, amplio, está bañado por la luz del mediodía, los ventanales exhiben una de las postales más encantadoras de Montevideo. Todo parece estar en su lugar. Trabajar ahí, no debería haber duda, es la fantasía de cualquiera.

    Los tres fundadores del estudio ya no están solos. MAAM se convirtió en MAPA y es, desde hace unos años, un estudio con un brazo en Montevideo y otro en Porto Alegre.

    La historia empezó, también, en los años de facultad cuando hicieron una serie de intercambios con Brasil y conocieron a su pares del otro lado de la frontera. Tiempo después los brasileros llegaron a Montevideo para trabajar en un concurso todos juntos. Tenían que presentar un proyecto para la sede administrativa de una empresa de transporte público de Porto Alegre. Y ese fue el momento en que se dieron cuenta de que compartían una manera de pensar y de llevar adelante los proyectos. El resultado de esa sinergia fue muy positivo: salieron segundos en el concurso.

    El trabajo en equipo, de manera horizontal, como colectivo; los concursos como espacio de fogueo donde se puede pensar en proyectos de escalas inmensas (llegaron a la segunda fase del Antel Arena, por ejemplo), y el vínculo estrecho con Brasil (participaron en las instancias iniciales de los estadios que se construyeron para el Mundial de Brasil en Curitiba y Fortaleza y formaron parte de la fuerza de trabajo de estudios de trayectoria como el de Héctor Vigliecca) están en el ADN de la arquitectura de Matías, Andrés y Mauricio. Sobre esas bases se construye MAPA, un colectivo de arquitectos binacional que se completa con los brasileros Luciano Andrades, Rochelle Castro y Silvio Machado. Además, el estudio cuenta con un equipo de arquitectos y colaboradores. En la oficina de Montevideo están Pablo Courreges, Diego Morera y Victoria Reibakas.

    Desde hace un par de años, el trabajo de MAPA ganó relevancia en publicaciones internacionales especializadas, en eventos y en ámbitos académicos. Sus proyectos se exhibieron en la Bienal de Arquitectura de Venecia, 2014; también fueron premiados y finalistas en las Bienales Iberoamericanas de Arquitectura y Urbanismo de Rosario y San Pablo. Y en junio, una de sus construcciones fue la portada de la revista “Vogue Casa”, por solo mencionar una de sus presencias en medios extranjeros.

    El trabajo de MAPA en arquitectura prefabricada es, seguramente, lo que le dio más visibilidad a este estudio binacional. Años atrás, el grupo de arquitectos se encontró con un cliente que quería hacerse una pequeña casa en un lugar remoto en el estado de San Pablo. Eran 60 metros cuadrados a 100 kilómetros de la ciudad y no existía una empresa constructora que quisiera llegar hasta allí. “Siempre tuvimos una cercanía muy fuerte con la industria de lo que tiene la arquitectura tradicional. Eso viene de las investigaciones que desarrollamos en concursos donde se hablaba de construcciones de montaje, más que de construcciones en sitio. Tiene que ver con estratégicas económicas y también con cuestiones lejanas, con querer trabajar con buenas calidades en entornos que están lejos. Ahí es cuando la prefabricación entra como una posibilidad”, cuenta Matías.

    La prefabricación, en el siglo XXI, dejó de tener ese estigma que tenía en los 80 y 90, donde se compraban casas de catálogo y el término era sinónimo de menor calidad. Andrés dice que lo práctico —trabajar bajo techo, controlando los procesos, no alterar el paisaje, asegurando plazos y precio— se sumó a lo conceptual. “De esta manera se parece más a un producto. La arquitectura es un proceso, pero si lo podés acercar más a un producto puede estar bueno. Lo que sí debe tener ese producto es la capacidad de cambiar tanto como la persona. Para nosotros hay un modelo por cliente. Lo interesante era combinar la capacidad de la fábrica con la personalización total de cada una de las casas”, cuenta. Así surgieron las primeras casas prefabricadas del estudio. Espacios encantadores que son creados en una fábrica y se trasladan en un camión hasta el lugar elegido por el cliente. Y allí se depositan, de manera entre sutil y elegante, sobre una sierra, a pocos kilómetros de la playa oceánica, al costado de un bosque. Hay ejemplos en Pueblo Edén, José Ignacio, San Pablo y Porto Alegre. En el futuro próximo habrá otro en la zona de Tío Tom en Maldonado y un hotel de campo, también, en Pueblo Edén.

    Las cuatro casas construidas mantienen una misma estética. Son como un susurro en la inmensidad. Edificaciones geométricas, sofisticadas y también muy sobrias que no quieren competir con el entorno. Mauricio lo explica de la siguiente manera: “Hay una voluntad de dejar el paisaje como protagonista. Hay una intención de no aportarle demasiada información a lo que ya hay. No buscamos que la casa se mimetice, pero sí que esa abstracción genere un salto de lenguaje que separe el paisaje del objeto. Es un objeto, pequeño, que dice muy poco por ser tan abstracto y que no rompe con la poesía del lugar”. En MAPA están convencidos de que este tipo de arquitectura no tiene espacio para el capricho, no hay un “porque sí”. “Hay una cuestión que tiene más que ver con las soluciones que terminan siendo bastante simples. En la geometría, en los materiales. No buscan ser estrellas arquitectónicas”, dice Matías.

    Lo que sí buscan es que el objeto y el paisaje logren un dialogo armónico, fluido y que el espacio se habite casi como si esa casa fuera un refugio.Fotos: Leonardo Finotti (gentileza Mapa)