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    Hay una cosa que te quiero decir

    Los adolescentes cada vez se animan más a sentir y vivir la homosexualidad frente a la aceptación de sus pares, pero con miedo hacia las generaciones mayores

    Jueves de tarde. Línea 60 a Portones. El ómnibus estaba lleno. En los cinco asientos del fondo, de un lado viajaba una pareja de personas mayores; en el otro extremo dos adolescentes varones de unos 16 años se tomaban de la mano y se besaban. Entre beso y beso empezaron a jugar de mano, dándose pequeños golpes, hasta que uno de los golpes fue más fuerte de lo esperado y el chico que lo recibió se quejó. “¿Qué pasa, no aguantás los golpes de este macho alfa?”, le dijo el otro entre risas. Siguieron conversando y uno le dijo al otro, “este viernes te quedás en casa”. Más allá de que estaban disfrutando libre y desinteresadamente su relación, se notaba cierta intención en ambos de mostrarse y enviar el mensaje al universo de que estaban allí: soy gay, ¿y qué?

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    Esta escena es cada vez más cotidiana, ya casi no debería llamar la atención, y las leyes de este país la admiten y protegen. Pero los cambios sociales en este tema nunca son tan rápidos como los legales. Entre los adolescentes —nuevas generaciones siempre al día en todas las últimas tendencias, cursando la etapa de la vida en la que se despiertan los deseos sexuales, se experimenta, se definen gustos y no se controlan las hormonas, pero también se incursiona en la radicalidad y el idealismo, se conocen los extremos y se defienden las certezas a ultranza—, ¿cómo se vive la homosexualidad hoy? ¿Los homosexuales son libres de vivir como les plazca, y nadie los juzga, ni siquiera los observa? A priori se puede pensar que sí, que hay una apertura que permite hablar y expresar la homosexualidad con menos censuras que antes.

     

    Aparentemente todo está permitido, y eso impulsa a que los adolescentes se atrevan a probar cosas nuevas, a tener experiencias sexuales con chicos de su mismo sexo. Sin embargo, cuando se intenta dar un paso más y profundizar en el tema inmediatamente surgen síntomas de una situación que no es tan abierta como se pensó. Salir a buscar testimonios no es tan fácil: los amigos de los que se declaran homosexuales no se animan a preguntarles si quieren hablar para una revista, y los que se animan, piden guardar el anonimato, y, por ende, sería impensado obtener una foto que acompañe el artículo.Hace poco que Luciana, de 17 años, se enteró de que su amiga era gay. De hecho, su amiga hace poco que empezó a sentir atracción por las mujeres. No es algo que lo cuente abiertamente, pero si se lo preguntan lo asume. “Yo re acepto a los gays, no tengo ningún problema con ellos. Conozco bastante gente, bueno, tres ponele. Nunca me había pasado con una amiga tan cercana. Al principio es medio raro porque no sabés, por más que ella está de novia, empezás a actuar distinto, la seguís abrazando pero es raro, no sabés los límites, o si se puede confundir contigo o no, por ejemplo. Me costó un poco asimilarlo al principio, hasta que pensé 'ya está, es lo mismo'. Creo que hoy entre los adolescentes está bastante aceptado, no me parece algo muy raro. Sí, hay algunos que no los aceptan y a lo mejor los tratan mal”, dice.

     

    Luciana estudia en el IAVA, y en su turno cree que hay uno o dos, aunque supone que hay más pero no lo muestran, y por lo que ella ve no son excluidos. “Se muestran como son, tienen un grupo de amigos y amigas. Me parece que está re bien aceptado en el IAVA, en otros liceos me parece que no”, afirma. Cuando fue la Marcha por la Diversidad, el gremio estudantil del IAVA decoró el liceo con banderines, globos y banderas con los colores del Orgullo Gay. Para Luciana había quedado precioso, y estaba bueno saber que las personas gay de a poco son cada vez más aceptadas en la sociedad.Romina tiene una novia por Internet. Es la segunda. Ya tuvo una antes. Está en segundo año de un liceo privado y algunos de sus compañeros lo saben. No se asombran, ni lo cuentan como un chisme importante, ni les importa mucho. La invitan a las reuniones y salidas que hacen, pero ella está un poco aislada.

    En la etapa de la definición de hacia dónde se orienta el deseo sexual es cuando el tema de la homosexualidad se hace presente por primera vez en la vida de una persona. Laura Batalla, jefa del Servicio de Adolescentes de la Asociación Española y del Hospital Policial, asegura que las consultas de chicos homosexuales son más frecuentes que antes. Según Batalla, la duda más importante que traen al consultorio es cuándo y cómo comunicárselo a sus padres. Una forma puede ser con la ayuda de un psicólogo, por ejemplo. Otras veces llegan los padres con la consulta de que su hijo es homosexual y buscan orientación sobre cómo tratarlos, cómo enfocar la situación.

    Este verano, Fabrizio, de 17 años, les dijo a sus padres que era homosexual. Sintió que antes pesaba 2.000 quilos y después solo 10. Probablemente ese sea el mayor escollo que deban sortear los chicos y chicas homosexuales: contárselo a sus padres. Una vez que encuentran la forma y se animan, todo se vuelve más fácil; independientemente de si recibieron la aprobación o no. “Tenía que mentirles todo el tiempo y no me gustaba”, contó Fabrizio, quien corrió con la fortuna de que sus padres lo tomaron muy bien. Tenía de cómplice a su tía (una buena estrategia) que ya sabía y fue la que más lo ayudó en el proceso de contarles a sus padres. “Al principio pensé que mi padre lo iba a tomar mal, en el sentido de que no tiene el hijo perfecto que juega al fútbol y tiene novias, pero me sorprendió su actitud, siempre me dieron apoyo los dos, y más ahora que saben”, contó a galería.

    “Tengo algo que decirte, y espero que me sigas amando de la misma manera, soy bisexual y en realidad Lucía no es mi amiga, es mi novia”. Esa fue la carta que Lucía Muraña le escribió a su madre para contarle lo que le venía ocultando hacía ya un tiempo. Muraña tiene 20 años y es la autora del libro “Yo no soy una chica pink” (Editorial Planeta), en el que cuenta toda su historia. Vive en Maldonado y a los 14 años decidió compartir con su familia que era lesbiana. Por varios acontecimientos distintos llegó a ser una especie de celebridad entre los adolescentes del interior del país. A través de la red social Ask.fm —furor entre los adolescentes, en la que escriben preguntas y reciben respuestas— llegó a responder 60.000 preguntas de todo el mundo, y su página tiene más de un millón cien mil “me gusta”. Al momento de decirle a su madre su verdad, Lucía prefirió decirle que era bisexual y no lesbiana solo para “suavizarlo un poco”.

    “No es fácil ese movimiento de poder decirles a los padres”, asegura el psicólogo Claudio Danza, que trabaja desde hace varios años en un bachillerato privado del centro de Montevideo. “Así como los pares están más abiertos y son un poco más tolerantes, los padres siguen teniendo los prejuicios que tenían en su adolescencia hace 25 o 30 años, y a los chicos les cuesta decírselo. Lo comunican de una manera mucho más sutil, empiezan a aparecer personajes dentro de la casa, los padres desconfían de alguna cosa, pero no es tan sencillo. La comunicación con los padres está bastante más obturada, más complicada”, asegura Danza al comparar el diálogo con los padres con la relación entre los mismos chicos.

    Discriminación sí o no. Así como en el IAVA se celebra la diversidad sexual, en un bachillerato similar pero privado y católico, a los “agroboys” y “nerds” de orientación científica se sumó el año pasado el subgrupo de los gays de artístico, aunque también hay en otras orientaciones, claro. El año pasado estaba integrado por dos hombres y dos mujeres declarados abiertamente homosexuales y embanderados con el Orgullo Gay dentro de la institución. Todos los subgrupos conviven sin mayores problemas, mientras la institución se limita a observar y solo restringe las demostraciones directas de afecto en público (sí besos, pero no más que eso), y es una norma que rige tanto para homosexuales como heterosexuales.

    Fabrizio primero iba a un liceo privado pequeño cerca de su casa. “Creo que se daban cuenta de que yo era homosexual por ciertas actitudes que tenía. Por ejemplo, en gimnasia no me gustaba el fútbol o cosas así, pero nunca me hicieron bullying, ni nada de eso porque nos conocíamos hacía años”. El año pasado se cambió para un liceo privado también, pero más grande. “Me gustó mucho más el ambiente del nuevo liceo, estaban todos más acostumbrados, más abiertos, aunque nunca sufrí bullying en ninguno de los dos”, cuenta el joven. “Quizás por mi actitud frente a esas cosas. Quizás lo hacían y yo las ignoro, no les doy importancia, es mi vida y yo hago lo que quiero con ella. Quizás si yo hubiera sido una persona que me importaba mucho lo que dijeran, ahí sí me hubieran hecho bullying porque me veían más indefenso”, reflexiona. A pesar de que nunca sintió que se burlaran de él o lo trataran mal, en el camino perdió alguna amistad. “Siempre me rodeé más de amigas, pero después que me declaré homosexual empecé a conocer a más varones con mi misma condición y ahora tengo un grupo de amigas y un grupo de amigos. Mis amigas cuando se los conté lo aceptaron perfectamente. Tuve algunas que no lo aceptaron y con el tiempo sí, y otras que no lo llegaron a aceptar y ya no somos amigos, pero si ella viene a decirme algo y quiere cambiar la mente yo voy a estar con los brazos abiertos para recibirla otra vez, no me molesta”. Fabrizio adjudica la reacción de su amiga a lo que sus padres le transmiten con respecto a estos temas. “No es que culpe a los padres, son otras generaciones, pero quizás ven a la homosexualidad como un error. Es más conservadora, no es culpa de ella, sino de lo que le van inculcando, que obviamente puede cambiar”.

    La educación parece jugar un papel fundamental en la aceptación o no de la homosexualidad; y no solo desde el punto de vista generacional. Magdalena Joubanoba, coordinadora docente del curso de sexología clínica del Instituto Uruguayo de Capacitación Sexológica (IUCS) afirma que en las clases con menores índices de educación es donde se ven mayores prejuicios, son mucho más conservadores y se apegan a conductas machistas. “En los niveles educacionales de medio a alto no hay bullying, no hay estigmatización, y a los adultos es a los últimos a los que se lo cuentan porque saben cómo van a reaccionar. Los padres llegan acá (a su consultorio) llorando, en términos generales. Y por supuesto que acá el enfermo no es el paciente; en todo caso hay que reeducar a los padres para que lo acompañen en el proceso. Y eso es fundamental. En el nivel educacional bajo, en cambio, es completamente distinto. Porque ahí el patrón cultural es machista. No existe mucha elasticidad con respecto a este tema. Están estigmatizando, con gestos degradantes para la otra persona. Son poblaciones muy diferentes”, asegura la sexóloga.

    Pero, mientras en el IAVA y en institutos privados de Montevideo los muchachos homosexuales están recibiendo cada vez más la aprobación y tolerancia de sus pares, en el resto del país las cosas pueden ser distintas. Es sabido que el interior es más apegado a las costumbres y tradiciones, y este conservadurismo hace más lento el proceso de asimilación de nuevas tendencias en la sociedad. Lucía Muraña es de Treinta y Tres, donde vivió —excepto por los años que estuvo en Miami con su familia en dos oportunidades distintas— hasta que en su temprana adolescencia la madre decidió mudarse a Maldonado para alejarla de un ambiente que veía le estaba afectando negativamente a su hija, sin saber aún que ella estaba viviendo un caos emocional al sentir una fuerte atracción por una chica que la estaba llevando por malos caminos, lejos de los estudios y cerca de las drogas. Una vez en Maldonado, Lucía empezó sus estudios en un liceo católico que no pareció haberla entendido muy bien. “Después de decirle a mi madre cómo me sentía al respecto creí que ya podía mostrarme como soy. Me corté el pelo corto, tal y como me sentía cómoda. Le sacaba ropa a mi padrastro y me veía mucho más yo con la ropa de él que con la que me compraba mi madre. Creo que así fue como enterré a la 'nena pink'. (...) No es que me creo hombre o quiero ser hombre, soy mujer y me encanta ser mujer y jamás me operaría para ser un hombre, simplemente me parece que cada uno tiene que ser y vestir como se sienta bien”, escribe Lucía en su libro. Con pelo corto y vistiendo como hombre, sumado a que se le notaba de lejos que le gustaban las chicas, las cosas se empezaron a complicar en el liceo. Tenía su grupo de amigas pero sus calificaciones eran muy malas, y continuamente citaban a su madre para llamarle la atención por la conducta de su hija. “Estaba acostumbrada a tener a las adscriptas arriba mío las 24 horas diciéndome que no podía abrazar a mis amigas ni saludarlas por el hecho de ser homosexual”. Al año siguiente Lucía se fue a un liceo público, con “el sabor amargo de no poder ser, de discriminación, de persecución constante”, cuenta. Era 2012, y en el nuevo liceo todo fue un poco más sencillo. Se notaba una mayor apertura, sus compañeros aceptaban las diferencias, hasta que una profesora de Física, al entrar a clase después del recreo y ver a Lucía comiendo un alfajor le dijo: “Yo no sé si sos hombre o mujer pero retirate de mi salón de clase”. La chica se paró y le dijo: “No me faltes el respeto que yo no te lo falté a ti” y se fue. El hecho trascendió, al punto de ocupar páginas en la prensa, en las que se informaba que la profesora debía pedir disculpas a Lucía frente a todo el grupo al discriminarla por su opción sexual, según un compromiso que había asumido en una reunión de conciliación con la Oficina de Políticas de Género de la Intendencia de Maldonado.

    En su libro la adolescente cuenta que las cosas no fueron fáciles para ella. Un día, en una fiesta callejera de San Carlos unos muchachos la rodearon y uno le pegó una piña en la cara. Era un total desconocido para ella y nunca supo por qué le pegó. En otra ocasión, funcionarios de seguridad de un establecimiento público la agarraron a los empujones para sacarla del baño de mujeres creyendo que era un chico, algo que no le llamó tanto la atención porque un tiempo antes había tenido que bajarse los pantalones junto con otra amiga igual a ella en un baño para demostrar que eran mujeres. “Definitivamente en el interior las cosas son muy diferentes. En Montevideo la gente está acostumbrada a ver parejas del mismo sexo, sin embargo en el interior no son de mostrarse por miedo a ser excluidos”, contó Lucía vía mail a galería. “Aunque creo que la sociedad en algo avanzó, siguen existiendo muchos prejuicios. Falta abrir más la mente en general y dejar que las personas sean lo que son, sin decirles que está mal amar a una persona de tu mismo sexo. Con solo escuchar y abrir la cabeza podés entender muchas cosas”, explicó esta adolescente que se ha convertido en la voz contra la discriminación para el país entero; tiene más de 80.000 seguidores en Facebook y 30.000 en Twitter. La invitan boliches y discotecas de distintas ciudades del interior y su llegada al lugar genera una importante conmoción entre sus fanáticos seguidores.

    Exploración vs. definición. Según la médica sexóloga Magdalena Joubanoba, el concepto de homosexualidad en el adolescente es un poco contradictorio. “En realidad, no deberíamos nunca decir que un adolescente es homosexual, por más que tenga una orientación sexual diferente, porque la adolescencia es una etapa de experimentación, por tanto, en términos generales, un varón que tenga experiencias sexuales con otro varón en la adolescencia, o una mujer que tenga experiencias sexuales con otra mujer en la adolescencia no necesariamente nos habla de que esa persona va a ser homosexual. A veces sí. Cuando tú ves conductas reiteradas y el paciente manifiesta una atracción muy especial, y esto sigue reiterándose a lo largo del tiempo es posible, pero igual, desde el punto de vista técnico médico no hablamos de homosexualidad en la adolescencia”.

     

    Lucía, sin embargo, no está de acuerdo con Joubanoba. “Así como una persona puede darse cuenta de que es heterosexual al atraerle el sexo opuesto, nosotros podemos darnos cuenta de que nos gusta nuestro mismo sexo. Yo cuando pienso en mi futuro e imagino mi futuro lo veo solo con una mujer, no me atraen los hombres en ningún aspecto. Puedo tener amigos, no significa que los odie, como muchas personas piensan de las lesbianas. Ni tampoco les tengo rechazo, simplemente no me gustan y lo sé desde pequeña, desde más o menos los 9 años”, contó a galería.

    En lo que todos coinciden es en que la adolescencia es una etapa para explorar. Fabrizio cree que lo primero es el proceso de definición, “el decir sí, soy homosexual, para saber bien, porque quizás es solo una duda de la edad y después se te va con el tiempo. (...) Muchos quieren probar cosas nuevas y en eso se basa la adolescencia, en probar y definirte”.

    Precisamente el tema de probar y permitirse es lo que a Laura Batalla le preocupa. “Si sos bisexual está bien, si sos homosexual está bárbaro, y si sos de varios tipos también, y eso yo creo que confunde. Si alguien es homosexual está bárbaro que se naturalice, se legitime y tenga los mismos derechos y tratamientos que los demás. Lo que me parece que no está bien es que la imposición de afuera provoque dudas que de pronto en otro momento no hubieran estado. Como todo está permitido, pruebo, y pruebo todo; esa es una cultura adolescente ahora: yo tengo que probar para ver si me gusta, porque si no pruebo no sé”. Otro concepto que Batalla pone sobre la mesa es la promiscuidad. Esa cultura de probar de todo se presta mucho a la práctica de conductas poco sanas. Ese era el principal miedo de los padres de Fabrizio cuando él les contó que era homosexual. “Siempre me piden que me cuide”, cuenta, “porque saben que el ambiente no es muy sano. Hay un ambiente más cerrado donde todos están con todos, y además todos se conocen con todos. Pero creo que ahora se está abriendo más y eso está cambiando porque entran nuevas generaciones, y las personas mayores ya se casan o se establecen con una pareja. Creo que la promiscuidad se relaciona mucho con la edad. No digo que los adolescentes no lo hagan, pero creo que es más común en ellos que en nosotros, y más ellos con nosotros (gente más grande que busca chicos adolescentes)”, explica Fabrizio.

    Finalmente, la respuesta a la pregunta del principio de por qué si hoy los adolescentes se animan a vivir la homosexualidad y a mostrarse como son no pueden dar sus nombres y mostrar sus caras en un artículo de prensa. El miedo va dirigido hacia las generaciones mayores, con pensamientos más conservadores que tal vez no les guste ver a amigos de sus hijos o nietos en revistas, o familiares de los mismos chicos que aún no lo sepan o se avergüencen. Pero todos coinciden en que se está experimentando una lenta apertura. “Es importante vivir tu vida como vos querés y no regida por lo que quieren tus padres o tu familia. Después va a llegar un momento cuando sos adulto, en que te ponés a pensar y decís, qué lástima que no hice tal cosa solo por el hecho de que capaz que me discriminaban”, piensa Fabrizio, que este año va a empezar a estudiar baile, que hace mucho tiempo quiere hacer porque es lo que le gusta.