La oficina de la mayor Andrea de los Santos en el Comando General del Ejército sobre la calle Garibaldi está decorada con dibujos infantiles, esas simpáticas representaciones de la figura humana que van indicando el desarrollo del preescolar. En el cuartel, la maternidad no es excluyente, y se integra a la vida militar como en cualquier profesión. De pelo castaño corto y con los ojos delineados, la mayor De los Santos, segundo comandante del Cuartel General del Ejército, viste su uniforme camuflado, el mismo que muchas veces usa cuando deja a sus hijos Mateo, de 5 años, y Alma, de 2, en la escuela antes de entrar a trabajar. El que miran de reojo padres y maestras, porque todavía no se acostumbran a ver una mujer vestida de militar en sus tareas de madre.
Andrea, de 37 años, fue de las primeras mujeres en entrar al Ejército, y por lo tanto es de las pocas madres militares. Ingresó a la Escuela Militar de Toledo en 1998, cuando se abrió para las mujeres, y se recibió en 2001 como alférez de Infantería. Su primer destino fue en el Batallón de Infantería Nº 12 en Rocha, donde estuvo dos años; después la mandaron a Montevideo como instructora de la Escuela Militar, ya con el grado de teniente segundo. Se especializó en el trabajo con perros de búsqueda de explosivos y búsqueda y rescate de personas. Ascendiendo en el grado, fue cambiando de destino hasta que en 2015 llegó a mayor. Hizo el curso de capacitación y perfeccionamiento para jefe en el Instituto Militar de Estudios Superiores (IMES), y desde 2016 ocupa el puesto actual.
¿Por qué decidió ser militar? “Es vocacional”, asegura con convicción aunque le asigna una cuota de responsabilidad a su padre, militar retirado. “De chiquita siempre me gustaba ir al cuartel con él, ver los desfiles, me gustaba mucho la actividad que hacían los militares”. De los Santos también fue pionera en el Liceo Militar, que en 1996 integró a las mujeres a sus filas, donde ella cursó 5º y 6º de liceo. “Soy de la primera generación de mujeres oficiales”, dice orgullosa.
En 2011, Andrea, cuando era capitán en el Batallón de Infantería Nº 15, se convirtió en madre de Mateo, y en 2014 nació Alma. Hace un año y medio lleva adelante la familia sola. Trabaja de lunes a viernes de 8 a 14 horas. Antes de entrar deja a los niños en el colegio, que queda cerca del Comando, y a la salida los retira. Cuando tiene que hacer guardias de 24 horas los chicos se quedan con los padres de Andrea. En el Comando sus tareas son administrativas: manejo de personal, funcionamiento de la flota vehicular, mantenimiento edilicio y logística.
Mientras los niños sean chicos, atrás quedarán los tiempos de misiones en Haití en 2010, cuando viajó como teniente con el grupo de operaciones K9, que llevó cinco perros para trabajos de rescate después del terremoto. “En un terremoto, los primeros cinco a diez días son vitales, después ya se empieza a descartar y hay que entrar en el proceso de limpieza, porque todo se echa a perder y empiezan las enfermedades. Nosotros llegamos al quinto día, y el trabajo de los perros fue descartar áreas para que pudieran entrar las máquinas a limpiar, porque los perros buscan personas vivas. Tuve la experiencia de ver el rescate de una persona. Fue una buena experiencia pero hay que ponerse un yelmo, porque no es fácil ver y no sentir”, contó.
También quedaron atrás los tiempos de cursos y entrenamientos físicos en unidades lejos de casa, como el curso de nadador de combate (ahora se llama buzo táctico) que hizo durante un mes en Fray Bentos.
Para Andrea, su profesión y la maternidad son compatibles, “depende de los objetivos que una se ponga”. “Mi primer hijo lo tuve a los 32, o sea que durante muchos años de carrera me estuve profesionalizando. Mi intención era hacer todas esas cosas antes de tener hijos. Si bien el trabajo es una prioridad, también una es madre y en mi caso, que llevo la familia adelante, las prioridades van cambiando”, asegura la comandante, que ahora se anota en cursos teóricos como Licenciatura en Ciencias Militares, o cursos de investigación o de derechos humanos. Para 2018 su intención es hacer el curso de Estado Mayor. De todas maneras, Andrea no deja pasar oportunidades de capacitarse, siempre y cuando le permitan seguir cumpliendo de cerca su rol de madre. En 2016 hizo un curso de Mujeres en las Naciones Unidas, en China, durante dos semanas. “Era la primera vez que me separaba tanto tiempo de mis hijos. Quedaron al cuidado de los abuelos y del padre. Ellos pasaron bien, creo que la que más extrañé fui yo”, confiesa entre risas.
Andrea se sigue preparando para sumarse como observadora militar a una misión de paz de Naciones Unidas. El observador “es un pacificador”, detalló. “Cuando hay un problema de violencia de género hacia la mujer, en el Congo, por ejemplo, la mujer ya por su cultura no confía en los hombres. Entonces la ONU busca crear observadoras militares porque está bueno que vean la figura de una mujer”, contó.
A Mateo y a Alma les encanta tener una mamá militar, y se lo cuentan a todo el mundo. En vacaciones les gusta visitarla en el cuartel. Mateo dice que es militar, y si le hacen saludo militar a su mamá, él saluda también. Y Alma imita a su hermano. Y responden, “Sí, señor”.
De antemano, se puede asumir que la casa de una mamá militar es un ejemplo de orden, límites y reglas claras. Pero Andrea reconoce que su casa es un desorden. “Trato de ponerles límites, pero tampoco soy tan estricta. Hay momentos que toca desbande. Creo que hay que ser equilibrado en la vida”.
Incluso, las normas estrictas de un cuartel se flexibilizan cuando se trata de mujeres que son madres. “La flexibilidad va por los dos lados. Por mi lado, supone adaptarme a lo que sé que tengo que cumplir, porque cuando entré, sabía que era así, y la elección de ser madre es mía. Pero por otro lado, si tengo médico con mis hijos y no puedo elegir un horario fuera del trabajo, me dejan ir.
Además, estoy a cargo de hombres y mujeres y les tengo que exigir igual que a mí. Es un doble desafío. Tener hijos te hace madurar en ciertos aspectos. Una vez que fui madre entendí muchos problemas que me planteaban. Antes era un no, ahora es un puede ser”.
Claramente, las cosas están cambiando, aunque muy despacio en algunos aspectos. Andrea ingresó hace casi 20 años y todavía no hay un uniforme diario especial para embarazadas. Además, a pesar de que los cuarteles tienen dependencias para las mujeres, la sala de lactancia como tal aún no está incorporada. Al principio, “nosotras, que éramos las primeras, por no molestar preferíamos conformarnos. Pero a medida que vamos llegando a grados más altos podemos influir en las decisiones. Desde el momento que aceptamos que entren mujeres también aceptamos que entren con todo lo que eso implica”.
Laura Alberti
Integrante del Consejo Directivo Nacional del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Afines (Sunca).
Miembro de la Comisión de Organización del Sunca.
Delegada del Sunca en la Mesa Representativa del Pit-Cnt.
40 años.
Madre de Santiago (22 años) y Micaela (19 años).
Un grupo de hombres conversan y fuman en la puerta de la casona ubicada en Yi y Paysandú. Están vestidos con ropa de trabajo, algunos con cascos bajo el brazo. Adentro del local hay más hombres. Si en el imaginario popular existe la idea de que el Sunca es un sindicato de varones, lo que ocurre en su sede no hace más que reforzar esa idea. Hay hombres en distintas oficinas, y también son hombres los que ilustran los afiches que decoran las paredes.
Pero en ese mundo tan masculino también está Laura Alberti. Está vestida de jean y una camiseta negra con consignas contra la violencia de género. Tiene el pelo castaño y brillante por debajo de los hombros, lleva caravanas y una cadena de plata con dos dientes de leche de sus hijos cuando eran niños. Ella parece ser un elemento extraño en ese universo masculino.
Pero Alberti no lo siente así. Ni ella ni sus compañeros del Sunca que se acercan para plantearle distintos temas vinculados a la organización del sindicato. En este momento, Alberti está con licencia sindical de su trabajo en la fábrica de cerámicas en la que trabaja desde 2006 para dedicarse a temas del gremio. Por eso, temprano en la mañana llega a la sede y atiende pedidos de compañeros de todo el país.
Alberti llegó a la dirigencia del Sunca de casualidad. Hasta 2006 era un ama de casa que se dedicaba a cuidar a sus hijos, pero una separación conflictiva con quien había sido su pareja desde los 14 años la obligó a ser ella quien debía pagar las cuentas. Estuvo tres meses en una fábrica de zapatos, hasta que un día un conocido le dijo que en una fábrica de cerámicas cercana pagaban mejor. Como respaldo, Alberti solo podía mostrar un diploma en decoración de tortas. Con eso convenció a la encargada, que la llamó poco después para decirle que estaba contratada.
En la fábrica funcionaba un sindicato y faltaba una delegada de seguridad, así que durante una asamblea decidió ofrecerse para el cargo. En ese momento, los reclamos laborales eran temas vinculados a la temperatura y a los ruidos en el lugar del trabajo. Cuatro años después, cuando comenzó la discusión en los Consejos de Salarios, la delegada de la fábrica estaba con certificación médica y le ofrecieron tomar su lugar. Su debut en las ligas mayores del Sunca fue en un plenario de delegados del sindicato en el Platense Patin Club. Al llegar se encontró en un lugar lleno de hombres. “¿Dónde me metiste?”, le preguntó a la compañera que estaba con ella. “Tranquila”, le respondió, y le fue presentando a quienes luego serían sus compañeros de militancia sindical. Dice que fueron “divinos” y que la trataron como si fuera parte de ese mundo “de toda la vida”.
Poco a poco se abrió camino en la interna del sindicato que agrupa a unos 40.000 trabajadores, de los cuales las mujeres representan 2%. “Te tenés que hacer oír cuando hay una discusión. Lo que nosotras tenemos que hacer, aunque a ellos no les guste, es decir lo que pensamos. A veces creemos que porque somos menos nos tenemos que quedar calladas”, dijo a galería, sentada en el despacho de Oscar Andrade, secretario general del Sunca, y uno de los dirigentes con más visibilidad en la dirigencia sindical.
En la interna del Sunca, Alberti es una de las abanderadas en la discusión de temas de género. El día que recibió a galería había estado en las barras del Senado siguiendo el debate sobre el proyecto de ley de femicidio. Algunos de sus compañeros, dijo, siguieron el debate desde la sede del gremio a través de Internet.
También está interesada en trabajar en la interna sobre el acoso callejero, una realidad que está ligada al Sunca, pues muchas mujeres se sienten intimidadas cuando pasan frente a una obra y algún trabajador les dice algo que consideran ofensivo. “No es un tema solo del Sunca, es de toda la sociedad. Por eso hablamos con el Pit-Cnt, intentamos hacer campaña día a día, con talleres de género y acoso”, explicó. Según Alberti, sus compañeros del sindicato están muy interesados en conocer sobre el tema.
La militancia sindical llevó a Alberti a acercarse a la política, y decidió afiliarse al Partido Comunista. Hasta ese momento, la política era un mundo muy lejano para ella. Tanto que ni siquiera tenía credencial, porque había nacido en Argentina. Allí habían recalado sus padres en un momento de dificultades económicas. Al trabajo sindical y político, Alberti también suma su actividad como colaboradora de las brigadas solidarias del Sunca, que ayudan a personas o instituciones que necesitan mano de obra.
Con todas estas ocupaciones, Alberti pasó de ser una madre full time a salir a las siete de la mañana y regresar al final de la jornada a su apartamento en un complejo cercano al Parque Rivera, donde vive con sus hijos y su actual pareja, también sindicalista. Dice que en su casa, las tareas domésticas son compartidas.
A Alberti le gusta cocinar, pasear con su pareja, y disfrutar del tiempo libre en familia, que también integran su madre y su hermana. Así, aquella mujer cuya única credencial en el mundo laboral era un diploma de repostería, ahora es una de las caras nuevas de uno de los sindicatos más fuertes del país.
Estela Martínez
Conductora de Cutcsa.
47 años.
Madre de Natalia (30 años) y abuela de Mateo (tres años).
Estela Martínez tiene una cara que resulta familiar para los usuarios frecuentes de la línea 121. Los pasajeros de esa línea de ómnibus que recorre un extenso trayecto entre Punta Carretas y Ciudad Vieja hace años que la ven allí, primero como guarda y luego como conductora.
Martínez es baja, pero parecía altísima cuando iba en el asiento del guarda y amablemente entregaba los boletos. Ahora, desde hace un tiempo, ella es quien conduce el vehículo. Firme pero sin perder la amabilidad que la caracterizaba en la función anterior, ella es una de las 50 mujeres que cumplen ese rol en un total de 2.500 conductores y conductores-cobradores de Cutcsa.
Desde hace unos años, la cantidad de mujeres que trabajan en los ómnibus de Cutcsa ha aumentado. Hoy, una de cada tres guardas (un total de 1.050) son mujeres, pero entre conductores todavía la cifra es reducida. Por eso, a muchos todavía les sorprende subirse al ómnibus y ver que al volante está Martínez.
Si cuando era guarda Martínez estaba alejada de la imagen estereotipada de quien pide a la gente que se corra al fondo del vehículo con impertinencia, al volante ella se maneja igual. No apura, ni intenta sacar ventaja a otros vehículos. Todo en ella es tranquilo y correcto, y a veces hasta sorprende su saludo de “buen día” cuando suben o bajan pasajeros.
Martínez ingresó tarde al mercado laboral. Fue madre muy joven, con 16 años, y en ese momento dejó el liceo. Once años más tarde, cuando se divorció, comenzó a trabajar en Fripur. Fueron nueve meses fileteando pescado. Dejó ese lugar porque quería “algo mejor”, aunque agradece que le hayan abierto las puertas del mercado laboral. Recuerda, de todas maneras, el frío que pasaba en esas jornadas.
Fue entonces cuando surgió una vacante en Cutcsa, como guarda, y decidió aceptar el desafío. Su hermano, Julio, ya trabajaba en la empresa y hoy, junto a él y otro socio, Martínez es propietaria de un vehículo de la línea 121, el ómnibus que hace el recorrido que hoy ella conduce seis días a la semana.
Luego de cuatro años trabajando como guarda, decidió dar un paso más y convertirse en conductora. Primero su hermano le dio unas clases, luego fue con un instructor. Dio la prueba y obtuvo la libreta profesional, que hoy le permite conducir su propio ómnibus. Dice que fue una de las primeras en hacerlo.
Cada día, entre ella, su hermano y su socio definen los turnos que tomarán al día siguiente. La jornada laboral es de ocho horas, e incluye el circuito entre Punta Carretas y Ciudad Vieja. Son unos cinco viajes diarios. Hay ocasiones en los que no tiene ni diez minutos para descansar entre trayecto y trayecto, porque las demoras en el tránsito conspiran contra los horarios de llegada.
A Martínez le gusta el turno que va de las 4 de la mañana al mediodía. A esa hora sale de Punta Carretas y como vive en Villa Española, tiene que estar en pie. No parece importarle demasiado, porque de esa manera tiene la tarde libre para ocuparse, entre otras cosas, de ir a buscar a su nieto al jardín de infantes.
Ni como guarda ni como conductora le ha tocado vivir situaciones complicadas. Al contrario, dice que en general la gente es amigable con ella, en especial en los turnos de la madrugada, donde es frecuente que viajen los mismos pasajeros. El problema, cuenta Martínez, es sobre las 9 de la mañana, porque entonces el tránsito aumenta y es más difícil conducir. De todas maneras, aclara que para ella manejar es un placer. “Me encanta”, dijo en varias ocasiones, durante la charla con galería.
En sus años en la empresa, Martínez tampoco siente que haya sido discriminada por sus colegas hombres. Pero admite que, cuando empezó como chofer, algunos de sus colegas no la saludaban de ómnibus a ómnibus.
A ella no le costó compatibilizar su rol de madre con el de conductora de Cutcsa, porque su hija en ese momento era grande. Sus recuerdos más complicados están ligados a la época de Fripur, donde se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a trabajar, y la nena quedaba llorando detrás de la ventana junto a su abuela.
Hoy Martínez vive con su hija, además de con su nieto y su hermano. En las tardes en las que no conduce le gusta hablar durante horas con ella, cuando los horarios se lo permiten, pues su hija trabaja como nurse de la Asociación Española. En el tiempo que pasan juntas van al shopping y a comer con su nieto, pero también hablan del futuro y de cómo debe cuidar al niño.
Además de conducir ocho horas por la ciudad y de pasar un tiempo en familia, Martínez es quien se ocupa de las tareas de su casa. Ella cocina y hace las compras a diario. Su forma de desconectarse de la rutina es comprar revistas extranjeras y sentarse a leerlas, sabiendo que al día siguiente, muy temprano, deberá volver a conducir por la ciudad.
GALERIA
2017-05-11T00:00:00
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