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    Las marcas que el tiempo no borra

    Cecilia Roth y Justina Bustos protagonizan “Migas de pan”, una película de la uruguaya afincada en España Manane Rodríguez, que pone sobre la mesa las violaciones a presas políticas durante la dictadura

    El martes 9, a las cuatro de la tarde, empezaron a llegar al Centro Cultural de España las invitadas especiales a un preestreno de cine. Venían a ver su propia odisea contada en 24 cuadros por segundo, en la voz y el cuerpo de Cecilia Roth y Justina Bustos, desde la mirada de la directora Manane Rodríguez, uruguaya residente en España, exiliada durante la dictadura. A ella no le tocó vivir en carne propia la prisión, ni las torturas ni los abusos sexuales, pero a algunas de sus amigas sí. “Migas de pan” está inspirada en ellas, en las presas de la dictadura. Bustos y Roth interpretan al mismo personaje, Liliana Pereira, en dos momentos diferentes: la prisión y el exilio. Después de ser detenida, torturada y quedar presa, Liliana pierde la patria potestad de su hijo chico. Sus compañeras de celda la acompañan, le dan fuerzas, se dan fuerzas entre sí. Encuentran en qué entretenerse. Leen, lloran, tejen, montan un teatro de sombras chinas. Ríen. La cámara en mano las sigue allí y sigue a Liliana muchos años después, cuando todavía lucha por recuperar a su hijo, ya adulto.

    “Esto pasó y creo que la película lo cuenta no solo como un testimonio veraz, sino con la emoción de la trama familiar de este personaje, con las actrices maravillosas que tiene, con el ritmo cinematográfico que el espectador requiere cuando va al cine, que no lo aburra mucho, tiene derecho. Yo, como espectadora, lo reclamo, y como directora lo intento”, confesó la realizadora.

    “Migas de pan” quedará estrenada en salas comerciales de Montevideo este jueves 18, pero antes, la directora consideró indispensable invitar a las mujeres en las que se basó para escribir su película. “No me gustaba la idea de que pasaran por un cine y de golpe entraran, o que se lo contara alguien. Me gustaba que fueran las primeras espectadoras”.

    —Empezó la función del CCE explicando la adaptación de la cinta, y que algunos escenarios se verían diferentes a los reales. ¿Le costó renunciar a ciertos aspectos verídicos al hacer la película?

    —Lo dije porque me resultó difícil, y porque yo no estuve ahí. Por más que estábamos asesorados, cuando armamos la celda yo tenía muchas dudas, porque sabíamos de objetos que había, pero no sabíamos si esa era la disposición exacta en ese momento. Yo pensaba: “¿Será demasiado coqueta la celda, por decirlo de alguna forma?”. Y no, al contrario, me lo dijeron después: “Nosotros la teníamos mucho mejor”. Con las cositas que ponían. A veces no podían porque se las quitaban, pero se esmeraban mucho; era parte de mantenerse bien, tener el sitio bien para mantener el espíritu.

    —¿Es la primera película en la que aborda la dictadura uruguaya?

    —Sí. En realidad, sorprendentemente, película de ficción es prácticamente la primera que se hace en Uruguay. Hay otra que se llama “Paisito”, que es también sobre el período dictatorial, pero toca el tema de manera muy distinta. Yo me enteré aquí, cuando estaba ya haciéndola. Documentales sí hay, ficción no. Creo que nuestra historia merece estar en la ficción. Estados Unidos tiene todas sus guerras, todas sus miserias, en ficción. ¿Y nosotros qué tenemos? “Artigas: La redota”, y esta. Creo que una sociedad debe contar su historia y debe compartirla. Me parece una herramienta importante, que llega de otra manera.

    —¿Cuál fue el catalizador para decidirse a tocar el tema?

    —Cuando leí la denuncia de estas mujeres casi 40 años después de que las cosas hubieran ocurrido, me pareció insostenible ese silencio. Entonces empecé a pensar si podía hacer algo, porque a veces hacer una película no es solo querer; es encontrar la estructura narrativa que te permita hacer una ficción dentro de los parámetros necesarios para funcionar. Las propias presas publicaron libros de testimonios, en cooperativa; los leí, y leí todo lo que salió. Empecé a hablar con ellas para ver cómo podía hacer y surgió la ficción, que es la historia de una mujer separada de su hijo por mucho tiempo y que no solo guarda la huella de las violaciones, sino que también tiene esa separación familiar. Esa trama, que con la otra tiene peso en la película, es la que permite que se conjunten bien y que el resultado sea una ficción que consigue emocionar. Luego había que encontrar a las actrices que produjeran la empatía necesaria.Si bien no se muestran, se sugieren claramente las atrocidades por las que pasaron estas mujeres en el cuartel. ¿Cómo decidió qué mostrar y cómo mostrarlo?Es difícil, porque tú decís: ¿con qué derecho hago un infierno light? ¿Con qué derecho quito cosas que pasaron? La opción fue hacerlo sobre la mirada de ella (de Liliana, la protagonista); el descubrimiento de ese lugar y el vínculo con su amigo, el que hacía los volantes; la manera en que se apoyan con la mirada. No es tanto lo que se ve, es más lo que se intuye, y se oye.

    —¿Cómo era el clima en el rodaje de esas escenas? 

    —Muy serio. Hacía un frío horroroso. El decorado era un infierno. La gente estaba deseando terminar. Los actores se tenían que tapar, no había manera de calentar eso. El lugar era como la cúpula de una nave. Una cosa casi gótica. Y a la vez está todo el botín de guerra, están ellos en unas condiciones horribles, y están a merced. Cómo se miran y cómo buscan apoyo. Fue duro para las actrices y para los extras. Además rodamos con planos amplios, trayectos largos, en los que ves muchas cosas, para incluir toda la vida de ese sitio; y yo creo que eso se consigue. Fue un momento duro, pero cuando ella sale, después de estar ahí tirada, chiquita, cuando la ves buscando un rayo de sol en el patio decís: salió bien, no la machacaron. La energía que ella tiene ahí no es la misma del principio. Eso provoca un cambio que después sigue con Cecilia (Roth), que es lo que anticipa que muchos años después siga batallando: por un lado guerrera y por otro con la tristeza que tiene en la mirada.

    Técnicamente, “Migas de pan” es una coproducción uruguayo-española. Aunque sus protagonistas son argentinas (Liliana en sus dos edades: Roth y Bustos), la cinta cuenta con varios actores uruguayos, entre ellos, la madre del personaje, interpretada por Margarita Musto y la gran amiga de Liliana, Graciela, compuesta por Andrea Davidovics en la época actual, y Stefanía Crocce en la juventud. Las demás compañeras de celda de Liliana son también uruguayas: María Vidal (Gloria), Nuria Fló (Inés) e Inés Lage (Mónica). Gran parte de las locaciones fueron en Uruguay (el cuartel, todos los interiores, varios exteriores). Pero el presupuesto (de unos 1,5 millones de euros) fue casi todo español. “España apostó importante a esta película, y se lo agradezco, si no, no la habríamos podido hacer”, contó Rodríguez. “Esta es una película que es cara porque tiene muchísimos actores. Era una película con la que siempre estabas en el filo de la navaja, no podías salirte (del cronograma) porque estabas ajustado”.

    —¿Qué papel tiene la coproducción uruguaya?

    —Trabajamos con una productora uruguaya que se jugó por esta película, que creyó en ella, que intentó todo: una pequeña productora que se llama RCI Producciones, que es de Cecilia Ibáñez, que vivió en España mucho tiempo. Habíamos calculado algunos apoyos y tuvimos los habituales del cine nacional, que es conseguir algunas locaciones, que las consigue el municipio para todas las películas, y también tuvimos apoyo del Ministerio del Interior, porque necesitábamos armas de época y ellos nos prestaron cosas viejas que tenían guardadas. También nos apoyaron con Bomberos, para hacer lluvia y todo lo que estuvo en sus manos. Me hace muchísima gracia, porque uno siempre tiene prejuicio con estas cosas, pero tengo que decir que la película esta tiene un apoyo importante del Ministerio del Interior. Me da la impresión de que este Ministerio sí que ha asumido el nunca más, y en ese sentido, apoyaron.

    —¿Qué le comentaron las mujeres, presas de la dictadura, después de la proyección especial que organizó para ellas?

    —Les gustó mucho, les pareció que el espíritu que ellas tenían estaba reflejado. También les pareció que era necesario. El tema de las violaciones es una denuncia muy tardía que ellas hacen, que habla de un silencio de la sociedad, un prejuicio para hablar de ciertas cosas. Y ese prejuicio de alguna manera hace que se perpetúe el daño, el castigo. Si me podés decir lo que te pasó, no estás sufriendo sola. Contarlo en la película de alguna manera creo que ayuda a que esto ya esté en la sociedad y, si la película se ve, puede serles más fácil. El cine tiene eso: te lo cuenta la vecina de al lado y es la vecina de al lado; si ves esa misma historia representada por Cecilia Roth, parece como que tiene otro peso.

    —¿A qué público se imagina yendo al cine a ver su película?

    —Nunca se sabe. Quisiera que no vieran a la película como de izquierda, para la gente de izquierda. Creo que es una película que habla de los uruguayos, y de que los temas hay que saldarlos en común. Más allá de partidos, ideologías, proyectos económicos, creo que estas son cosas grandes que marcan la vida, y que estaría bueno si la película sirviera para que se hablara de esto, y que se llegara a un nunca más de verdad. Me dicen que soy un poco naïf, pero espero que vaya también la gente con la que tengo discusiones y con quienes no estoy de acuerdo con el tipo de Uruguay que quieren, pero que este punto sea un punto común.