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    Pongámoslo así

    Editorial

    A principios de los años 60, un señor que se llamaba Antonio Núñez Jiménez, por muchos años viceministro de Cultura de Cuba, había escrito un libro titulado “En marcha con Fidel”, en el que relata sus vivencias junto al líder revolucionario durante la lucha por la toma del poder desde la Sierra Maestra. Los cubanos popularmente decían que ese libro debería haberse llamado “Cuando Fidel marchó conmigo”, porque el protagonismo del autor en sus páginas superaba ampliamente al del jefe máximo. Y, la verdad, ¡había que tapar el poder de autocentrismo de esa figura!

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    Siempre recuerdo esa frase, producto del maravilloso ingenio de los cubanos parido por la impotencia y el humor negro al que echan mano para sobrevivir a la mucho menos brillante realidad que los rodea y, en este caso, al hipócrita culto al pintoresquismo muy llevado entre los europeos que visitan la isla. Con tanta frecuencia me viene a la memoria que generalmente me descubro en el esfuerzo de pensar cómo es de verdad ese título.

    Una vez más lo recordé al leer sobre las maravillosas aventuras de Sean Penn en las montañas mexicanas en su camino al encuentro del temible Chapo Guzmán, como diría el título de uno de esos libros cuyos autores ya no saben qué más hacer para atraer niños hacia sus páginas. Tampoco fue ese, pero “Cuando El Chapo conversó conmigo” debió, sin duda, ser el de la dizque entrevista del dizque intrépido actor al líder narco Joaquín Guzmán durante su clandestinidad fugado de la cárcel.

    Tampoco creo que Mario Vargas Llosa se haya imaginado siquiera una situación tan paroxísticamente ilustrativa de su idea central cuando escribió “La civilización del espectáculo” como el famoso encuentro de estos días. (Y eso que don Mario ya debe estar curado de espanto sobre la tendencia que tenemos las gentes de hoy a convertirnos en ejemplo de su idea, porque hasta él ha caído, enamorándose de la emperatriz de ¡Hola! que, de todas formas, lo explica como un maravillosamente complejo ser humano, y eso, en un escritor, es miel de lectores).

    No debe haber ensayo, por más brillante y elocuente que sea, que explique a la civilización en que vivimos hoy, que todas las esencias, los adjetivos, los signos y las expresiones a que dio lugar esta supuesta entrevista de Sean Penn a Guzmán.

    Ya muchos periodistas, en especial iberoamericanos, y en particular mexicanos —estos últimos, con pleno conocimiento de causa y de carne propia— han explicado por qué y con palabras mucho más sutiles, que la supuesta entrevista fue un mamarracho. Nuestro héroe, para empezar, desconoció, en los dos sentidos (el de ignorancia y el de no atender) las más elementales reglas profesionales de no permitir la lectura previa de su material, de obviar las preguntas retóricas, de tirar y aflojar para hacer explayar a un entrevistado reticente pero, sobre todo, ¡de agregar algo nuevo a lo que ya se sabe de este hombre!, que es, en definitiva, para lo que sirve esto si en realidad lo que querés es hacer periodismo, como el mismo Penn reivindicó. Incluso, ni siquiera atendió a la regla de cobrar por hacer su trabajo (vamos a ver cuántas películas honorarias haría este genial actor y churro no tradicional pero sin duda churro y galán de personajes generalmente heroicos, lo cual lo hace más atractivo aún).

    Y en esto, más allá de las torpes chanzas, no se trata de blandir el corporativismo, sino de atender al hecho de que el hombre al que Penn entrevistó es el responsable de decenas de desapariciones, muertes y atentados contra periodistas que intentaron informar a los ciudadanos sobre sus actividades o las de su cartel, aun a sabiendas de que esa noche volverían a sus casas en el mismo estado o país adonde los ejércitos narcos o los ejércitos, nomás, paramilitares o no (por algo mandaron a la Marina a recapturarlo en medio de las montañas) pueden encontrarlos fácilmente. Y estos horrores, aunque les suceden fundamentalmente a periodistas, por obvias razones, también los han sufrido y sufren cada día los gobernantes locales (o cualquier miembro de las comunidades bajo su influencia) que osan desafiar sus directivas. Es esa misma gente del pueblo que Penn dice defender y abogar cuando hace sus incursiones de fin de semana a Haití o cualquier otra que, cuanto peor, mejor, según suelen aconsejar los publicistas de estos artistas con su mismo perfil de progres con mansión en Los Ángeles.Pero no es por hacer mal de periodista. Es por llegar tan lejos en la confusión, él y el medio que le publica la pieza. Ya no es el actor que para prepararse para su papel de periodista va a una redacción o a una faena profesional. Ahora el tipo es él mismo el periodista, funge como tal y además lo cree, él y un montón más. Es como si mañana, para hacer de policía, se calza un cinturón con dos fierros y sale a patrullar una calle; o para hacer de piloto se pone a aterrizar un avión (algo bien patéticamente ejemplar de la civilización del espectáculo se vio hace unos meses por estas tierras en ese sentido, aunque no llegaron tan lejos como Sean aquellos pilotos argentinos que le dieron el volante a la vedette). Y vamos a ver si se anima a hacer de astronauta o, por acá mismo, a dar una clase a un liceo de un barrio complicado a las 7 de la mañana en el mes de agosto. Quizás sí, porque el detalle es que él iba custodiado por los propios criminales, y muy a gusto, solo con miedo a una emboscada de las fuerzas regulares del Estado (las mismas que, o están a las órdenes del mismo patrón o, como se supo, frenaron su acción porque sabían que Penn y la otra actriz, estaban en la zona y con el hombre).

    ¡Un valiente Sean Penn!¡Y qué periodista! Lo más interesante que contó es que se tiró un gas y Guzmán, educadamente, se hizo el distraído. Para no mencionar lo grave, cuando lo pinta como el hombre salido del pueblo y empujado a la criminalidad, etc., etc., que ha sido coartada de tantos, y que tanto le falta el respeto a la gente sacrificada, de trabajo, que a pesar de los golpes y las evidencias de lo titánico de su afán sale honradamente a trabajar desde los mismos lugares que El Chapo.Todavía, encima, él tan solidario, un pésimo colega, no sé si como periodista o como actor, en todo caso los dos: dice que la actriz Kate Del Castillo, el nexo entre los dos entrevistados, se ocupó de hacerle propaganda al tequila que ella misma promociona. Como si él hubiera ido sin más interés que el de garantizarle al pueblo su derecho a estar informado.Aunque no te importe nada esta dizque que colega insignificante ni sepas dónde queda Uruguay (bueno, sí, porque como todos los turistas glamorosos del mundo, viniste a conocer a Mujica), te digo Sean: No seas chanta y respetá un poco a los pueblos por los que decís abogar. Mejor no nos defiendas más.Ah, y permitime que le agregues una información a nuestros lectores, en honor a la justicia: al menos Núñez Jiménez puso su carne cuando aún no se sabía que Fidel ganaba, y además era un reputado geógrafo que se fue a explorar el Polo Norte y la Antártida y navegó en canoa el Amazonas y las Antillas con bastantes menos seguridades que vos en aquella camioneta por las montañas mexicanas.