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    Pongámoslo así

    Editorial

    En la literatura suele haber rachas.

    Parece que los hoteles vienen como tema de libro para este año. Mucho polvo y apasionantes polémicas sobre ética se levantaron estas últimas semanas a partir de la publicación de “El motel del voyeur”, del famosísimo escritor Gay Talese, veterano periodista del boom denominado “el nuevo periodismo”, que vino en los 60 con Truman Capote y Tom Wolfe, entre otros. Talese cuenta allí la historia (verdadera, pero luego desmentida por el propio protagonista, un tal Foos) de un hombre que se compró un motel en Denver y en los ductos de aire instaló cámaras, solo por el placer de ver lo que la gente hacía allí; bah, qué hacía, en realidad, en materia sexual, parece que lo demás no le interesaba mucho, como es bastante lógico. El propio señor Foos le había contado todo a Talese en una carta que le envió en los 80 y el periodista fue hasta el motel y estuvo vichando unos días junto con él; después, usó los diarios que Foos escribió a lo largo de los años posteriores contando varias historias de lo que había visto. Una vez que el libro salió, un par de periodistas descubrió que Foos vendió el motel una vez que Talese se fue y que lo que el voyeur escribió en el diario de su experiencia posterior es, por tanto, producto de su imaginación. La polémica vino porque se le cuestionó a Talese que no haya verificado la veracidad de esos diarios, a los que accedió después de haber estado en el motel. En fin, es literatura, y si funciona como una buena historia, resulta opinable el procedimiento que sí sería exigible a un periodista.

    Pero por estos días, y aunque “El motel del voyeur” está en mi mesa de luz arriba del todo, esperando que se calme el frenesí de los primeros días de clase de mis hijos para poder irme a Denver con Talese por un par de noches al menos, llamó mi atención e interés otro libro sobre hoteles. De este seguro no se habló ni se hablará ni escribirá como sobre el de Talese, aunque creo que muchos más nos sentimos identificados con la historia, ya desde el título, que con su pariente de papel más famoso. Se llama “Hoteles del silencio”, y fue escrito por el ecuatoriano Javier Vásconez, autor y editor de trayectoria, finalista del Premio Rómulo Gallegos, poco conocido en esta región. La novela de Vásconez no está centrada en los hoteles, pero uno de los tres personajes principales acude a esos lugares para protegerse de sí mismo y de sus circunstancias, y siente que un hotel es la opción de sentirse seguro en el mundo. Parece que el autor opina lo mismo, porque lo ha dicho de varias formas entrevistado acerca de su libro.

    También siento fascinación por esos lugares. Hay, claro, mucho de lo que les pasa a las personas normales: aquello de sentirse un poco otro, un poco viviendo una vida de otros, mucho más glamorosa, misteriosa e interesante que los mortales que cada día dormimos, despertamos y transcurrimos en las propias moradas (bueno, propias o no). Pero con el tiempo me di cuenta de que, más allá de esa fascinación, estar sola en una habitación de hotel me producía un placer particular que era (y es), justamente, ese, el de la soledad, el silencio. El motivo puede ser la contemplación, la autocontemplación (nunca tuve mejores ideas, descubrí cosas, me hice de certezas) y la lectura... el sueño de la piba: encerrarse tres días en una habitación para leer y, ya en la cumbre del privilegio, escribir. Qué Rockefeller ni Bill Gates: tiempo y silencio son las grandes riquezas de este tiempo, al menos para unos cuantos que aspiramos a usarlos, y no siempre se compran con plata. Un hotel en silencio, con soledad y paisaje, y todavía comiendo bien, para mí es el Nirvana de Colonia Suiza, adonde voy al menos dos veces al año con la plena complacencia de mi familia, que sabe que seré y volveré feliz. Pero eso ya parece publicidad, así que lo dejo por acá y que cada uno haga la experiencia en el hotel que más le guste, para leer o escucharse, o para escribir, pero sobre todo para limpiarse de tanta alienación comunicativa. Debería prescribirse más, y con receta blanca, para que no necesite mucho trámite.