Deportistas que rechazaron ofertas millonarias y eligieron defender a su país después de sobrevivir a una guerra independentista, atletas que lucharon contra la pobreza y la discriminación, que superaron abandonos, intentos de suicidio, adicciones y fracasos deportivos. Estas son solo algunas de las historias épicas de competidores que alcanzaron el oro en Río 2016
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Simone Biles / (gimnasia, Estados Unidos)
Cuando apoya sus pies sobre la colchoneta pasa de todo. No importa el obstáculo que tenga enfrente: si es la viga, el suelo, el potro o las barras asimétricas; la aparición de su cuerpo, de 47 kilos y 1,45 metros, anticipa un espectáculo visual de potencia y precisión que promete, siempre, volver a revolucionar la gimnasia artística. Y todo lo hace con gracia y simpatía.
Simone Biles, de 19, empezó a practicar gimnasia a los seis, tres años después de ser adoptada, junto a la menor de sus tres hermanos, por su abuelo materno Ronald Biles, debido a que su madre perdió la custodia por adicción a las drogas y alcoholismo. La llegada de Simone al deporte fue por casualidad, por la cancelación de un paseo escolar al aire libre y la sustitución por una visita a un centro de gimnasia. A partir de ahí empezó a entrenarse, y a los ocho su potencial hipnotizó a la instructora Aimée Boorman, su actual entrenadora.
El debut de Simone en categoría senior, la principal de la gimnasia artística, empezó en 2013. Tres temporadas después ya cuenta con 14 medallas mundiales (fue la primera en conseguir tres oros consecutivos en campeonatos mundiales en la categoría general individual) y cinco olímpicas (oro en general por equipos e individual, salto y suelo, y bronce en barra). También tiene un movimiento bautizado con su nombre, “el salto Biles”: una doble mortal con el cuerpo totalmente extendido que incluye giros sobre su propio eje. Una dificultad que a priori parece inhumana.
El depredador del tiburón
Joseph Schooling / (natación, Singapur)
En la noche del viernes 12 las cámaras apuntaron, como siempre, a él, al “Tiburón de Baltimore”, al deportista olímpico más galardonado de todos los tiempos: Michael Phelps. Al menos eso sucedió antes de la señal de largada de los 100 metros mariposa, porque después de la carrera el protagonista fue otro: el singapurense Joseph Schooling, que se quedó con el primer oro en la historia de su país y miró desde lo más alto del podio a los tres competidores que, increíblemente, repartieron la plata: Phelps, el húngaro Laszlo Cseh y el sudafricano Chad Le Clos. No hubo medalla de bronce.
Antes de recibir la distinción, el campeón abrazó al favorito estadounidense y el resultado fue de evocación: inmediatamente apareció una foto que data de julio de 2008 y que muestra a Schooling, de 13, junto a Phelps, su ídolo de la infancia, en ese entonces de 23 años y con ocho medallas olímpicas en su inagotable cuenta personal. La imagen fue tomada en una concentración del equipo de natación de Estados Unidos previo a los Juegos de Pekín, organizada en un club del empresario singapurense Colin Schooling, padre de Joseph. Ocho años después, los nadadores se volvieron a cruzar en Río: ahora Phelps con 28 medallas en su historial y su seguidor con la primera dorada olímpica.
Reivindicación en Ciudad de Dios
Rafaela Silva (judo hasta 57 kg, Brasil)
En la entrevista sigue con la emoción intacta, con la adrenalina de haber ganado el primer oro olímpico para el país locatario y la nostalgia —por momentos angustiosa— de recordar los 24 años que pasaron antes de llegar al podio.
Entonces, la judoca Rafaela Silva, criada en la favela Ciudad de Dios, aprovecha los segundos de atención de las cámaras para desplegar un monólogo catártico: “Quiero mostrar a los que me criticaron en Londres, los que dijeron que soy una vergüenza para mi familia y que un mono pertenece a una jaula y no a las Olimpíadas, que ese mono ha salido y ahora es campeona olímpica aquí, en Río de Janeiro”, dice.
Silva, que empezó a practicar deporte a los cinco años dentro de un programa social dedicado al judo, viajó a Londres 2012 a los 20 años como favorita a conseguir la medalla dorada. Ese, paradójicamente, fue su karma. Porque volvió a Sudamérica con las manos vacías, quedó eliminada sin siquiera asomarse a las finales y soportó destratos de muchos seguidores que pretendían más. Por eso quiso abandonar, pero siguió, sin parar, llorando al terminar cada uno de los entrenamientos, y decidió tomar revancha en Río 2016.
La brasileña compitió el lunes 8 en la categoría hasta 57 kilos. Antes de llegar a la semifinal arrasó con la alemana Miryam Rope, la surcoreana Jandi Kim y la húngara Hedvig Karakas, la judoca que la dejó fuera de combate en Inglaterra. Después siguió con la rumana Corina Caprioriu y, finalmente, arrasó con la mongola Sumiya Dorjsuren en el estadio Arena Carioca 2, a pocos kilómetros de Ciudad de Dios.
Después de la guerra
Majlinda Kelmendi (judo hasta 52 kg, Kosovo)
En la primera participación de Kosovo como país en una competencia olímpica, la de la judoca Majlinda Kelmendi obtuvo la primera medalla en la historia, e inauguró el palmarés de la nueva nación con una de oro.
Después de competir en Londres 2012 por Albania, Kelmendi, de 25 años, fue dos veces campeona mundial y otras dos europea en la categoría de hasta 52 kg. Previo a Río 2016, recibió ofertas —algunas millonarias— de potencias deportivas que querían sumarla a sus delegaciones por ser una de las favoritas a subirse al podio. Pero las rechazó, todas, y fue abanderada de su país. Así empezó su carrera por la medalla dorada.
El domingo 7 fue su día de gloria. Primero eliminó a la suiza Evelyne Tschopp y a la mauritana Christianne Legentil, después se cruzó con la japonesa Misato Nakamura y disputó la final ante la italiana Odette Giuffrida.
“La gente, especialmente los niños en Kosovo, me ven como una heroína. Y acabo de demostrarles que, incluso después de la guerra, incluso habiendo sobrevivido a una guerra, si ellos quieren algo, pueden tenerlo. Aunque vengamos de un pequeño país, de un país pobre, somos fuertes”, dijo después de colgarse la medalla dorada y escuchar por primera vez su himno nacional entre lágrimas.
Rebatir al ciclón
Selección de Fiji (rugby seven)
Si bien estaba en el cuadro de favoritos a quedarse con el oro olímpico en el rugby seven, junto a otras potencias como Nueva Zelanda o Sudáfrica, la selección de Fiji sorprendió en Río. Quizás porque camino al podio mantuvo un invicto que a priori parecía inalcanzable, superando a equipos como Brasil, Argentina, Estados Unidos y Japón, y a poderosos como los All Blacks y Gran Bretaña, que quedó en segundo lugar. Y todo en solo tres días, del martes 9 al jueves 11.
En las seis ediciones que tuvo la Copa del Mundo de rugby seven desde 1993, Fiji ganó dos, en 1997 y en 2005; y también logró el primer puesto en los últimos torneos de la Serie Mundial: en 2014-2015 y 2015-2016. Ahora, en la primera participación del deporte en los Juegos Olímpicos, el equipo ratificó su protagonismo con un plantel en el que muchos de sus jugadores no se dedican exclusivamente al rugby —hay carceleros, cortadores de caña y funcionarios hoteleros— y que defiende un territorio donde la infraestructura y los recursos económicos destinados a la actividad deportiva son menores que los de sus principales rivales. El triunfo se celebró como un desahogo en el país insular, que a principios de este año fue arrasado por el ciclón Winston, el mayor de su historia.
Nadar desde las profundidades
Anthony Ervin / (natación, Estados Unidos)
El viernes 12, a las 23 horas, cuando el estadounidense Anthony Ervin ganó la final de la prueba de 50 metros estilo libre, se transformó en el nadador de más edad —tiene 35— en conseguir un oro olímpico en su disciplina.
Ya había sido campeón de la modalidad hace 16 años, en Sydney 2000, cuando tenía 19. Pero entre estas dos medallas doradas, su historia fue más intensa que cualquier preparativo olímpico, incluso que cualquiera de sus triunfos deportivos. En 2004, Ervin se retiró de las competencias oficiales y abandonó la natación, vendió su primer oro por eBay para colaborar con las víctimas del tsunami que ese año arrasó con ciudades costeras del Sudeste Asiático, se deprimió al punto de intentar suicidarse, trabajó en un local de tatuajes, se alió al mundo de las drogas, fue guitarrista de una banda de rock y recién once años después volvió a las piscinas. Poco antes de viajar a Río fue padre de una niña que aún no conoce por cumplir con la exigencia de los entrenamientos intensivos. Esos que lo volvieron a colocar en lo más alto del podio y que reanimaron, una vez más, su carrera olímpica.