Según el último censo, Uruguay tuvo un aumento de población del 1% desde
2011 gracias a la presencia de más de 60.000 inmigrantes provenientes en su
mayoría de Venezuela y Argentina, pero también de Europa y Estados Unidos. El
18 de diciembre pasa desapercibido entre cenas y despedidas del año, pero es el
Día Internacional del Migrante. Y si la Navidad ya viene cargada de una cierta
nostalgia casi que por defecto, para una persona que pasa las fiestas en un
país que no es el suyo es una historia aparte.
Galería invitó a seis familias a ser
anfitrionas navideñas por un día para conocer todo acerca de sus costumbres.
Son extranjeros radicados en Uruguay que le dieron y dan pelea todos los días
al sentirse lejos de casa, pero más aún, durante las fiestas. Cada una de estas
personas dejó una enseñanza de felicidad genuina con el aquí y ahora, y la
oportunidad de descubrir y combinar tradiciones.
—
El cuento de una blanca Navidad.
Fotos: Mauricio Rodríguez
Hallie Neumann, Estados Unidos. Trabaja en turismo bespoke
(de lujo) y como decoradora en Studio Saguaro.
Hallie no está triste. Nadie podría estarlo con esa hermosa niña en
brazos maravillada con el flash de la cámara. Sus lágrimas son el
lenguaje de la nostalgia, que no hay que confundir con melancolía. Mariah
Carey, Michael Bublé, Bruce Sprinting, Frank Sinatra y algunos más fueron los
culpables de gatillar su emoción. Desde finales de noviembre, después de
celebrar Acción de Gracias, los hogares americanos ya están habilitados para
escuchar a estos artistas casi en bucle durante todo el próximo mes. La música
navideña hacía que Hallie recordara cómo eran las fiestas en Ohio.
Vive en Uruguay hace tres años desde que se casó con un argentino
pianista de jazz y productor musical, con quien negoció irse a vivir a alguna
parte del sur de Latinoamérica que no fuera tan “quilombera” como Buenos Aires.
Le encanta la naturaleza.
Ella y su hija Noa-Jean se encontraban junto a la chimenea (no podía ser
de otra forma), adornada por una media tejida por su abuela que colgaba a la
espera de algún regalo. El fuego estaba apagado. Desde que llegó a Uruguay las
Navidades dejaron de ser blancas y frías y, de hecho, estar usando vestido y no
un buzo de lana con diseños alusivos se siente muy pero muy extraño.
El de este año es su primer arbolito artificial. Está decorado por
algunos adornos que desde su nacimiento sus padrinos le fueron regalando por
cada Navidad y su madre fue guardando con mucho cariño hasta que creció. Ahora
desde que tiene a Noa en su vida agrega también los que le regalan a ella, que
con apenas 20 meses está celebrando su segunda Navidad.
Las
tradiciones se enmarcan en eso, la familia. La madre de Hallie era una entre 12
hermanos y por lo tanto las Navidades eran muy numerosas, con muchos muchos
niños. En su país es muy común enviar y recibir postales con fotografías de los
más chicos de la casa, y todos los años su mamá regala pijamas combinados a
todos sus nietos, incluida Noa cuando viaja, para encabezar el almanaque de ese
año con un retrato de todos juntos vistiéndolos.
Las fiestas tienen un tono íntimo, acogedor, con olor a galletitas recién
horneadas y chocolate caliente. Suelen formar parte de la mesa navideña pero
además se le dejan en un plato a Santa Claus, cerca de la chimenea, con
zanahorias para los renos.
Alrededor del fuego se leen cuentos a los niños antes de que se vayan a
dormir para recibir sus regalos al día siguiente. Hallie tiene dos, que guarda
de la época que les leía a sus hermanos más pequeños, y que ahora lee a Noa: El
expreso polar, de Chris Van Allsburg, y Una visita de San Nicolás (o
The Night Before Christmas), poema de Clement Clarke Moore.
Aunque su familia no fuera “superrica”, recuerda un árbol repleto de
regalos cada vez que salía de su cuarto y se asomaba por la escalera para ver.
Nadie tenía permitido bajar a abrirlos hasta que estuvieran todos los hermanos
despiertos.
Hallie intenta que Noa conozca la Navidad también de esta manera más allá
de ser uruguaya. Para ella en Nochebuena, el fuerte no va a ser la comida, sino
la música y la decoración, los libros y las películas. En Estados Unidos es más
importante el brunch del 25 que la cena del 24, que consta de pavo,
ensaladas y una picada que mezcla frutos secos salados con galletas dulces.
Le sorprende, al punto de molestarla, que en Uruguay no pase
absolutamente nada el 25 más allá de reunirse a comer las sobras de la noche
anterior: “Es como cualquier domingo”, se queja. Por otro lado, no le gusta el
vitel toné pero le encantan los fuegos artificiales (que es algo que en Estados
Unidos no se usa para estas fechas) y “vestirse bien”.
Aunque replicar la Navidad de su Ohio natal le parezca una tarea
imposible, Hallie dice que lo importante es contagiar el espíritu de esta
época, sobre todo a su hija, y encontrar la manera de seguir creyendo en la
magia aún de adultos.
—
Navidad con aroma
a hogar.
Fotos: Mauricio Rodríguez
Fabian
Fechnen, Alemania. Trabaja con su esposa, Camila Antunes Fechnen, en el
emprendimiento de panadería y café Brot Haus.
Entrar a Brot Haus es dejarse abrazar por una
nube de aromas tan especiales que inmediatamente teletransportan a una cabaña
de madera en medio de un bosque de frondosas alemán, en Navidad. Las fiestas
son la época en la que Fabian más extraña su país. Cuenta que estas fechas
tienen mucho de memoria olfativa; canela, jengibre, la madera de la hoguera,
eucalipto…, y de valorar el tiempo libre para pasear por un mercado navideño u
hornear galletas con la familia.
En Alemania, a diferencia de Uruguay, nadie está
estresado en Navidad, y eso que se le dedica mucho más tiempo y energía. El
arbolito es un pino real adornado por todas las manualidades que hacen los
niños en la escuela. La decoración de la casa es artesanal, con elementos de la
tierra y el bosque, y la comida también, casera. En Uruguay Fabian lamenta que
casi todo es comprado.
La Navidad más linda que recuerda fue cuando
Camila, su esposa, pudo viajar a Alemania con sus padres.
La mesa con la que Fabian recibió a Galería
era tan cálida y tradicional, y el vino caliente que preparó tan delicioso y
exótico que daban ganas de pasarse la tarde merendando con ellos. Servilletas
dobladas con formas, räuchermännchen —hombrecitos alemanes de madera,
quemadores de inciensos—, pirámides de Navidad (un adorno con cuatro velas
rojas, una por cada domingo de diciembre), y platos típicos.
Una comida principal tradicional es el fondue
de carne —trozos de carne (muchas veces de animales del bosque como reno o
jabalí) sumergidos en caldo—, pero en Brot Haus prepararon platillos dulces,
que además son parte del menú de la cafetería, como stollen —algo así
como un pan dulce alemán con pasas, almendras, cardamomo, jengibre y cáscaras
de naranja y limón—, galletitas de almendra y canela, y unas porciones de nussecken,
un pastel de pasta brisa untada con frutos secos.
También tienen un calendario de Adviento en
formato de tiernas bolsitas de regalo que van colgadas en la pared, enumeradas
del 1 al 24 para que cada día las personas amanezcan con una pequeña atención.
La versión más curiosa de este calendario, cuenta Fabian, es la que se hace en
los pueblos al interior de Alemania, donde 24 familias participan desde sus
hogares y cada día la cena tiene un anfitrión distinto.
Los regalos no se abren a la medianoche. En
Alemania anochece muy temprano así que sobre las seis o siete de la tarde ya se
está brindando para que luego los niños se encierren en sus cuartos hasta oír
la campana que anuncia que pasó Santa.
El 26 de diciembre también es libre y le llaman segundo
día de Navidad. La familia de Fabian no es religiosa, pero ese día va a misa,
como una costumbre familiar que se mantiene por tradición. Además, es una
excusa para pasar a levantar a algún amigo, tomar unas cañas y escuchar
villancicos. El ambiente menos solemne y de más festejo es el del 31 de
diciembre, cuando sí o sí se sale de fiesta. En Navidad no se escucha ni el
ruido de los autos pasar porque la misma nieve en las calles los silencia.
—
Los protagonistas
de su propia película navideña.
Fotos: Gastón De Armas
Glenn
Rosado, México. Maestra y maquilladora influencer.
Cualquiera se atrevería a decir que son la pareja
más festiva que Uruguay haya visto de solo pasar unas horas con ellos como si
fuese un 24 de diciembre. No se trata de la decoración de su casa, sino que es
una cuestión de espíritu. Cada cosa que los cómplices Santiago y Glenn dicen,
lo hacen desde la pura ilusión y con aires de travesura, casi como dos niños.
Armaron su arbolito el 12 de noviembre y desde
entonces intentan mirar una película navideña por día. El árbol no tiene
chirimbolos ni puntero, sino que está adornado por ratoncitos de peluche. Los
de la punta se están abrazando y dicen que los representa a ellos, que a la
interna de la pareja se llaman como este animalito sin siquiera recordar de
dónde surgió por primera vez la broma.
Santiago Martinez, uruguayo, está acostumbrado a
festejar la Navidad toda su vida en familia, con padres españoles, mientras que
Glenn, de México, en las fiestas “lo da todo”, especialmente en Mérida, su
ciudad, donde el clima es muy agradable con una temperatura media de 30 grados.
Aun así, Navidad es una gala de invierno para los mexicanos, con vestidos
largos, de colores sobrios, y traje y corbata para los hombres. Con menos de 25
grados (que deben ser apenas cinco días al año, entre ellos Navidad) los
merideños ya están sacando del ropero campera y botas. “No tenemos otro momento
para usarlas”, bromea Glenn.
Cuando hablan de una gala navideña en verdad le
hacen honor a la palabra gala. La formalidad y elegancia son clave para
los mexicanos en estas fechas, y así lo mantiene ella, que recibió a Galería
con un precioso vestido verde y zapatos de fiesta: “Creo que es muy bonito esto
de decir ‘me arreglé para la ocasión, para ti, para compartirlo contigo’”.
Cuando era una niña recuerda que se juntaban en
las casas de un trío de tías solteras que vivían por y para sus sobrinos. Eran
casonas grandes, de época, donde cabían todos los primos y había ruido, música
y fiesta. Afortunadamente para ella, en la familia de Santi también encontró
el “desmadre” que le gusta para esta época del año, y sus Navidades se sienten
como en casa.
Aun así, la que más atesora es la última, cuando
viajó con su esposo a México. Santiago y Glenn se hicieron “noviecitos de
intercambio” cuando ella se vino a estudiar un tiempo a Uruguay. Sostuvieron
una relación a distancia, luego ella se mudó para acá y se casaron dos veces,
una por cada país. Esa misma dinámica es la que utilizan para celebrar las
fiestas, un año en cada sitio. La última fue muy especial porque Glenn volvió a
juntarse con toda su familia, y a pesar de la falta de su abuela (que era la
que “reclutaba” al resto para todas las fiestas), la alegró entender que sin
ella todos seguían ahí.
Además, México es un país muy religioso. Todos
los años se arma un pesebre, al que llaman El Nacimiento, con la particularidad
de que hasta el 25 a las 0 horas falta el niño Jesús. Cuando se hacen las 12,
Glenn recuerda que su abuela iba a buscarlo, lo pasaba de mano en mano para que
cada uno de la familia le diera un beso y lo colocaba en su lugar. Para ella
era un poco extraño después de tanto jolgorio tener que sentirlo tan solemne y
aguantarse las ganas de gritarse un “¡Feliz Navidad!”. Por lo que sin ánimo de
romper con la tradición, cuando su abuela falleció dejaron de hacerlo. “Hoy
diría: qué cringe. Pero había que hacerlo muy serios, si no,
cobrábamos”.
Aunque ama a Santa Claus, su relación tuvo
algunas rispideces. Glenn todavía lamenta que nunca le trajeron el microhornito
de juguete que había pedido a sus seis años, y culpa a ese episodio de su
negación con la cocina. El dichoso microhornito también arruinó a Santiago, que
es el encargado designado para preparar la comida de cada 24.
Tanto Santiago como Glenn son fanáticos de la
cena navideña. Al mediodía del 24 ya están preparando las primeras tablas de
fiambre y siempre intentan incluir algún plato típico mexicano, sobre todo,
para sorprender a los amigos. En México las picadas, conocidas como botanas,
son “abusivas”, llenas de snacks y dips de todo tipo. Pero como
ellos son “de estómago grande”, nadie se plantea el espacio para la cena. Se
colocan varios platos como pavo, ensaladas de pasta, panes de carne, lasagna,
en una mesa larga adornada con un mantel navideño y cada persona se sirve a
gusto. Muchas recetas son tomadas de Estados Unidos pero otras no, como los
frijoles refritos o el sandwichón, un platillo yucateco agridulce que a ambos
les encanta, con paté de jamón y queso y mermelada de fresa, recubierto de
queso crema y adornado con frutos secos.
En la decoración de los hogares con luces y
animatrónicos gigantes, los mexicanos también se parecen bastante a los
americanos. Pero cuando estuvo en el país de su esposa, a Santiago le llamó la
atención que, a diferencia de Estados Unidos, México sí que “festeja fuerte”;
es decir, beben mucho. El 12 de diciembre es el día de la Virgen de Guadalupe,
patrona del país, que da comienzo a la tradición de Guadalupe-Reyes, con la que
hasta el 6 de enero cada día se debe tomar un “chupito”, incluso dentro del
horario laboral (los descansos del almuerzo suelen ser bastante largos, de dos
y hasta tres horas). La Navidad mexicana comienza el día después al Día de
Muertos (2 de noviembre) hasta Reyes.
Aunque a Glenn no le cueste adaptarse a la Navidad
en Uruguay (porque sabe que cuando regresa a México “la revive”), también se
sorprende de la quietud del 25 de diciembre. Cuenta que en México el 25 es tan
importante como el 24 y todos los locales comerciales están abiertos. Un
“planazo” de 25, para ellos, es ir al cine, por ejemplo, mientras en Uruguay
cualquier shopping tiene un candado gigante en la puerta.
De todas maneras, Glenn no se deja desanimar y
consigue traer “la jocosidad” mexicana para hacer los 25 un poco más
divertidos. Por ejemplo, enseñarles a la familia de Santi y a sus amigos a
jugar al regalo robado. Se trata de un juego de mesa en el que cada jugador
debe llevar un regalo genérico (son muy populares las gift cards, pero
también puede ser un libro o alguna delicatessen) envuelto en cajas de
distintos tamaños, que engañen. Cada uno toma su regalo y elige una tarjeta con
una consigna: que el regalo en mano se intercambie con la persona de enfrente,
que todos los regalos se muevan dos lugares hacia la izquierda, que quien esté
vestido de tal o cual color pueda cambiar de regalo con quien quiera… La
finalidad es quedarse con aquel que más atrape los ojos, desconociendo su
contenido y mientras no sea el propio.
“Si bien extraño pasar con mi familia, después de
muchas fiestas sin estar te das cuenta de que es solo una fecha, porque cuando
sea que vaya los voy a disfrutar como si fuera Navidad”, reflexiona.
—
Caribe con c de
¡cocinemos hallacas!
Fotos: Mauricio Rodríguez
Omar Ischy
Morales, Venezuela. Cocinero, fundador de café Botánico
Las fiestas en Venezuela son muy largas en
comparación con Uruguay. Omar dice que es porque para los uruguayos lo
importante es el verano, mientras que para ellos el corazón está puesto en la
Navidad, y ni siquiera celebran Día de Reyes.
En los primeros días de noviembre algunos
venezolanos ya empiezan a armar el arbolito; uno muy caribeño, lleno de colores
sin demasiados patrones, chirimbolos de todo tipo, guirnaldas, luces y el
infaltable pesebre. Omar todavía no lo tiene listo porque está a la espera de que
su novio (uruguayo) regrese de viaje, ya que para ellos “es todo un ritual”.
El 21 de diciembre, el día del solsticio de
verano, celebran el Espíritu de la Navidad, otra cena con mucha más intención,
en donde todos escriben sus augurios para el próximo año, se comen lentejas y
se prenden inciensos para la abundancia. Pero Nochebuena es la noche
para la cual los venezolanos tienen guardado el “estreno”: un conjunto de ropa
elegante, como de gala, reservado especialmente para “empilcharse“ durante la
cena del 24. “Es gracioso porque somos los mismos de siempre, que convivimos,
nos bañamos y de repente ¡woah!”, (se ríe).
Nochebuena siempre se pasa en familia hasta
después de la medianoche, cuando uno queda para juntarse con amigos. No se
escuchan villancicos “como los gringos”, sino mucha gaita zuliana, un género
musical típico del país, declarado bien patrimonial de interés cultural y
artístico. Es muy contagioso y “se presta para bailar un montón“.
En Venezuela se dan regalos y se usa mucho el
amigo secreto (amigo invisible) entre los adultos. Para los más chicos de la
casa, el 25 llega San Nicolás y todos amanecen con su “niño Jesús” (regalo)
junto a la cama.
Omar con sus dos mamás Maritza Navas y Mariela Simancas.
Todo ese tiempo desde que se arma el arbolito
hasta el 14 de enero, Día de la Peregrinación por la Divina Pastora, se comen
hallacas, que consiste en una masa de harina de maíz rellena de un guiso de
carne de res, cerdo y pollo, envueltas en hoja de banana. Omar cuenta que sirve
como trueque, y suelen llevarse a la casa de vecinos y amigos para traerse las
de ellos. Recuerda que de niño en su casa llegaban a armarse hasta 150,
teniendo en cuenta que llevan un tiempo de preparación de tres días entre que
se pican las verduras, se cocina el guiso y se arma.
Aunque Venezuela es un “mejunje” y es difícil mantener
una cultura y costumbres “uniformes”, no hay nada más tradicional que la
hallaca. Representa a generaciones enteras de familias en la medida en que su
preparación es una megaproducción familiar en serie. Los más chicos son los
encargados de lavar las hojas del plátano, y a medida que van creciendo
comienzan a colocar las tiras de morrón, cebolla y otros vegetales hasta que se
les permite atar la envoltura. La preparación del guiso le toca, como era
esperable, al abuelo o abuela. “Ahí ya te graduaste”, bromea Omar.
Él esperó a Galería con una mesa típica
venezolana, con platos como hallacas, pero también asado negro —una carne
“supercondimentada” y endulzada a partir de panela (tipo de azúcar)— y pan de
jamón. Varios de estos platos tienen ingredientes que no se usan en ningún otro
momento del año en la cocina venezolana, como pasas de uva o aceitunas. El
brindis se hace con ponche crema, una bebida alcohólica a base de leche.
Los venezolanos son muy supersticiosos, y entre
el 24 y 31 de diciembre no faltan los puestos callejeros que venden ropa
interior amarilla, por ejemplo, que significa prosperidad, dinero y abundancia
para el año nuevo.
Cada tanto Omar recuerda la última Navidad en su
país: “Tengo los medios para volver en diciembre, pero no va a ser lo mismo.
Hoy es otra Venezuela. Todos mis amigos emigraron, mis abuelos ya no están…”.
Ama Uruguay porque le abrió las puertas, le salvó
la vida a su mamá (ella tuvo que venirse al ser diagnosticada de cáncer y no
poder acceder al sistema de salud de su país) y encontró al amor de su vida. Y
aunque no entiende cómo los uruguayos pueden “recontramegamamarse” durante una
fiesta al mediodía y llegar olímpicos a la noche, le gustan todas sus
costumbres navideñas, especialmente, la “ligereza” de la que se contagió.
Lo que más lo “atraviesa” es que por más tiempo
que pase en Uruguay nunca va a llegar a ser uruguayo, dice, y siempre seguirá
siendo de una Venezuela “que ya no existe”.
—
Navidades
prestadas con colores propios.
Fotos: Mauricio Rodríguez
Aparna
Soni, India. Fundadora y cocinera del primer restaurante de comida india de
Uruguay, Moksha.
Hace 12 años que Aparna se
encuentra fuera de India. Su esposo vino a Uruguay por trabajo, ella lo siguió
y terminó incursionando en la gastronomía. Tiene la costumbre de viajar cada 24
de diciembre y coleccionar Navidades del mundo. Su favorita es la de Nueva
York.
No es algo que trascienda
demasiado, pero en India también celebran la Navidad o el festival de Diwali,
para la cultura hindú, donde la gente estrena ropa nueva, comparte copiosas comidas
y participan de espectáculos de luces y fuegos artificiales. Como todos en su
familia fueron a la escuela católica, Aparna y los suyos sí celebran la
Navidad propiamente dicha, aunque cuenta que los indios en realidad la festejan
un poco por gusto, influenciados por lo que se hace en el estado cristianizado
de Goa y en Estados Unidos.
Es una de las pocas noches
del año en donde está permitido el alcohol, como vino dulce, tinto o feni, un
licor tradicional elaborado de jugo fermentado de castañas de cajú.
En su restaurante todo es
de colores, desde las paredes hasta los pósters de Ganesha. Aparna tiene lista
una larga mesa en la que no cabe ni una sola copa más, simulando la que prepará
para la cena del 24, con manteles, servilletas dobladas en forma de arbolito y
velas altas. Hay curry de pollo o cordero, pollo tandur (un horno de
barro tradicional indio, que funciona a partir de carbón vegetal) y arroz para
acompañar. De postre, snacks dulces como indian rose cookies o achappam
(galletas de harina de arroz con forma de flor) y una torta bebinca (un
postre típico que es una especie de budín en capas con base de leche de coco),
con cerezas para el picoteo durante toda la cena.
Hay armado un arbolito con
una estrella de puntero y las alfombras de bienvenida tienen motivo navideño.
Su hija Anaira Soni (que lleva el apellido materno por decisión de ambos
padres, en oposición al sistema de castas indio y aprovechando las libertades
de nacer en Uruguay) no se resiste a abrir los regalos aunque sean decorativos.
En India se brinda a las 0
horas, pero no se suele intercambiar regalos. Sin embargo, desde la llegada de
esta niña, ya hace dos años que la familia de Aparna se acostumbró a hacerlo.
“Queremos celebrar todo como acá para que ella no se sienta diferente a los
otros niños en la escuela”, cuenta.
Ambas estaban de vestido.
Los indios suelen arreglarse mucho en Navidad porque el retrato familiar del
año se toma ese mismo día. El dress code lo pone la propia familia y se
cambia cada año, pero aunque tienen una fuerte inclinación por los colores
vivos como el rosado o amarillo, este 2023 Aparna eligió el blanco.
Por influencias externas
también se cantan villancicos y los diferentes hogares contratan coros para sus
cenas, pero a la hora de la fiesta lo que se baila es, como no podía ser de
otra forma, el animado Bollywood, esas danzas inspiradas en la industria del
cine de la India.
Ellos tampoco explican el
fenómeno de cómo se vive el 25 en Uruguay, pero consideran que es una muy buena
fecha para abrir su restaurante porque siempre llegan clientes sin ganas de
cocinar en busca de una picada o cordero.
—
Una italiana poco
convencional.
Fotos: Mauricio Rodríguez
Assunta Pascale, Italia. Jubilada, madre de
Graziano y Maricarmen Pascale.
La Navidad en Milán y las
decoraciones festivas de Piazza del Duomo poco influenciaron a las comunidades
migrantes italianas del año 1950 que buscaban una vida mejor después de la
guerra.
Lo cierto era que no tenían
tiempo para la Navidad; la vida para estas personas tenía otras prioridades.
Rocco Pascale se vino a Uruguay cuando el país había salido por primera vez
campeón del mundo, encantado, aunque sin saber a qué se debía la fiesta. Había perdido
a su hermano en la guerra y solo pensaba en la manera en la que su esposa
pudiera venir también para rehacer sus vidas. En el país ya había varios
originarios de Satriano Di Lucania (municipio de Potenza), y siguieron llegando
hasta formar una comunidad.
“Era otro Uruguay”, añora
Assunta, recordando la alegría que se respiraba en el puerto. Ella llegó al
país a sus 20 años (hoy tiene 91), dos años después de contraer matrimonio.
Cosió camisas, buscó trabajo en comunidades judías, fue lavandera, puso su
propio puesto de verduras, hasta que finalmente consiguió un terrenito propio.
Allí la pareja instaló un almacén de ramos generales.
En casa de los Pascale
hasta hoy apenas se pone alguna servilleta con motivo navideño durante la
Vigilia di Natale. Assunta no se desvive por la cena de Nochebuena, sino por el
almuerzo familiar del otro día, porque cuando recién había llegado, el 24 era
un día de trabajo, y no como cualquier otro. Al tener un almacén se trabajaba
mucho hasta la noche y había que aprovecharlo.
Eso sí, a la misa por la
noche no podía faltar, como tampoco dejar de rezar el rosario, “otra costumbre
que no entienden ustedes”, dice.
Los satrianeses no comen
carne roja en Navidad. El plato por defecto es el bacalao, como en Semana Santa
uruguaya, o conejo relleno de queso y longaniza. También hay otros platos
tradicionales como morrones rellenos de miga de pan y anchoas.
A Assunta le encanta cocinar: pastas caseras,
salsas, dulces, postres… vistiendo el delantal que le regaló su nieta con la
leyenda: Ristorante della nonna. Se trajo consigo todas las recetas
típicas satrianenses, pero lo primero que aprendió a hacer en Uruguay fue
puchero.
El día que Galería
la visitó, había una fuente de nocche (nocas) —una especie de masa frita
enroscada— y otra de ruoscp (ruespes) —buñuelos— que presentó con miel y
azúcar impalpable, dos abrebocas dulces típicos de la Navidad.
Se había levantado a cocinar de madrugada,
exactamente a las tres, porque dice que la cama “la echa”. Acostumbrada durante
sus 40 años de trabajo a madrugar para ir al mercado, parecería que ahora no
puede acostumbrarse a otra cosa. “Yo soy feliz así, no tengo una limpiadora
porque no la soporto”. Si algo la caracteriza es su poderoso carácter italiano.
Assunta tampoco tiene
arbolito en su casa ni recuerda la última vez que armó uno. A veces no le dan
ganas de hablar de cosas del pasado: “Era una criatura, y yo tuve otra vida.
Llegué acá y me dediqué al trabajo, no a la fiesta. No sé ni contar, no estudié
como ustedes”, explica. Su hijo la describe como “una feminista cuando no se
usaba ser feminista”, sobre todo, porque fue de las primeras mujeres en sacar
la libreta en Uruguay, cuando todavía ni siquiera dominaba el español.
Sus hijos no recuerdan
regalos de Papá Noel, sí de Reyes, pero nunca les afectó no tener “una Navidad
típica”. Sin embargo, las costumbres tuvieron que cambiar un poco (solo un
poco) cuando llegaron los hijos de Graziano, nietos de Assunta. “Es la
presencia de niños en la casa”, cuentan.
Aunque ella vive la Navidad
distinto y como quiere, ahora Assunta va a casa de sus hijos y siempre prepara
algo rico de comer, como sus masas. Se viste con su blusa “mejorcita” y
pantalón de salir, y va a la peluquería a cortarse el pelo justo como lo hizo
antes de la entrevista. “Ellos no tienen que ser lo que fui yo. Yo hice lo que
he querido, a mí nadie me obligó a trabajar”.